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Capítulo 30

Nunca imaginó que su armadura sería un vestido del color de las hojas en otoño. Mientras se probaba la ropa que llevaría a la fiesta de La Enredadera, Leya se preguntaba cómo se había dejado convencer por Cherry de comprar algo tan poco práctico. Aunque dejara sus hombros al descubierto, el cuello alto ocultaba los hematomas que estaban sanando mucho más rápido de lo esperado, y el corte en la falda a la altura de su rodilla le daría una libertad de movimiento moderada en caso de que se desatara el infierno.

La fiesta sería formal. Era inevitable llevar vestido si deseaba aparentar que no estaba alerta, llamaría demasiado la atención con unos jeans cómodos o en el traje que solía usar en la capital.

Pensó en sus últimos intentos de acercarse a los Redes, y sus estrepitosos fracasos. Cada miembro de esa familia se había negado rotundamente a soltar una palabra sobre Blaise, no exageraba al afirmar que ese nombre se había vuelto tabú en Bosques Silvestres. 

El matrimonio Redes Hidalgo la evitaba como la peste. No así sus hijos, quienes la saludaban con timidez si sus caminos se cruzaban en este pequeño pueblo. 

En contraparte, Victoria la había contactado una sola vez para consultarle qué precauciones tomar el día del aniversario.

«Debe estar desesperada, no sabe en quién confiar», pensó Leya. ¿Qué podría aportarle la detective? Ambas caminaban a ciegas cuando se trataba de este enigmático lobo. 

El ataque podría venir desde los cuatro puntos cardinales. O desde el cielo, pensó al recordar las aves salvajes atraídas por las velas de cazzaria. Incluso desde el suelo, ¿acaso también sacaría de la tierra algún animal letal para lanzarlo sobre Candelaria? 

Todo era una ruleta. Bien podrían equivocarse y no habría un solo movimiento contra la muchacha… Sí, en un universo ideal la fiesta sería un éxito sin mayores inconvenientes. En el mejor de los casos. 

En el peor, sería una masacre… No podía quitarse la sensación de que el precio a pagar por desenterrar la verdad oculta durante diez años sería más caro de lo que imaginaron.

—Un pueblo encantador donde la maldad nunca ha tocado una puerta —pronunció con ironía.

En la cocina de su departamento, se dispuso a quitar la pizarra con todos los implicados en este caso que se había apoderado de su alma. Ya no serviría, lo único que quedaba era armar una nueva estrategia para la fiesta.

En eso estaba cuando sonó su teléfono. Reconoció el código de área como de capital, y su corazón se saltó un latido. 

Por un momento, consideró ignorar la llamada y fingir que nunca había ocurrido. Tragó saliva para tomar valor. Contestó.

—Buenos días, ¿con quién hablo? —expresó de manera casual.

—Suenas mucho más humana de lo que imaginaba, Hunter.

El acento de su teniente hizo que el color subiera a las mejillas de Leya. Jamás habría imaginado que la persona que más había admirado se pondría en contacto a través de un medio tan personal como su número privado.

—¿Teniente Vázquez? —Se pateó mentalmente al oír su propia voz trémula.

—Deja de actuar como si yo fuera un sargento que maltrata cachorritos. Llamo para felicitarte por resolver tu primer caso en Bosques Silvestres, Ruiz me contó todo. ¿Cómo te sientes?

Leya no supo qué responder. Un adjetivo como satisfecha o conforme habría sido demasiado rígido para darle a Berenice Vázquez, quien ya no era su jefa. Se trataba más bien de una llamada informal, tenía que contestar de la manera casual que estaba aprendiendo.

¿Cuál era la respuesta correcta a ese examen improvisado al que llamaban interacción social?

—Es algo complicado —confesó al fin—. No siento que este sea el fin. Es como si hubiera dejado un cabo suelto que en cualquier momento tirará abajo todo el edificio.

Berenice murmuró algo inentendible.

—Hunter, ¿sabes por qué te envié lejos? —suspiró en medio de una risa—. Porque nunca sabías cuándo detenerte. Necesitabas cambiar de aire, despejarte y aprender a vivir como una joven de tu edad. Estabas tan encerrada en tu trabajo, tan convencida de que la oscuridad consumiría el mundo si lo descuidabas… que en cualquier momento sufrirías un colapso nervioso. Cuando te conocí eras una muchacha retraída —Leya hizo una mueca ante ese calificativo— pero con fuertes ideales y apasionada por convertirte en la mejor detective del departamento. En estos años, fuiste creciendo en lo laboral pero desconozco el motivo por el que fuiste perdiendo tu humanidad. Guardabas todas tus debilidades en una caja y te convertías en una autómata eficiente. Por momentos tenías esos chispazos de hipersensibilidad en los que te desesperabas por ayudar a otros, sin importar tu propia vida, como lo que ocurrió ese día.

—No podía sentir… —susurró la detective con los ojos nublados. 

Recordaba sentirse vacía, atrapada en una burbuja solitaria desde la que veía a todos amar y ser amados. Eso la asustaba, saberse encerrada en una fortaleza sin salida que su propia mente había construido. 

No supo cuándo, pero en este pueblo sus murallas habían comenzado a ceder. Incluso ahora, que aún sufría por la incertidumbre de no saber si el hombre en el que había confiado era un traidor, una parte de ella estaba feliz de poder sentir una emoción tan intensa.

—Estabas tan bloqueada. Intentamos ayudarte, pero el hielo también quema… y a nadie le agrada quemarse. No importa si me odias, no me arrepiento de darte una patada en el trasero y enviarte lejos de tu zona de confort.

—Yo no… no la odio —Volvía a ser una niña deseosa de la aprobación de su maestra—. Bueno, quizá un poco al principio, pero he logrado comprender sus motivos. Le agradezco profundamente haber intervenido a tiempo.

Un silencio del otro lado. Leya se preguntó si la había escuchado o si se encontraba haciendo algo productivo y había abandonado el celular por un momento.

—Has madurado, Hunter. —La detective pudo sentir la sonrisa en la voz de su teniente—. Eres una persona brillante, en verdad espero que encuentres un equilibrio entre la seguridad y la libertad.

—Gracias —La detective tragó saliva, una chispa de vida se encendió en su corazón al oír esas palabras de orgullo. Levantó la vista hacia la pizarra donde aún permanecían las fotos y todos los datos que había recolectado durante ese mes. Pensó un instante sus siguientes palabras—. ¿Puedo pedirle un consejo?

—Puedes, pero no te aseguro que la respuesta te guste o que sea lo que buscas.

—Funciona para mí… La verdad es que no estoy segura de que la persona que han capturado sea el verdadero autor de los crímenes a los Redes. 

Berenice Vázquez murmuró algo antes de responder. 

—Te ofrezco un comodín. Podría decirte que confiaras en tu corazón, pero me parece uno de los consejos más estúpidos y peligrosos de la historia. —Leya se la imaginó dándose un golpecito en la sien con un dedo, su cabeza apenas inclinada con un gesto cínico—. En cambio te diré lo siguiente: confía en tu cerebro, en la evidencia sólida y en tu instinto, Hunter. 

Leya soltó una risa tan cristalina que hasta ella misma se sorprendió del sonido desconocido. 

Cuando terminó la llamada, sus ojos resplandecían de energía decidida. Observó el calendario en la pared. Pasado mañana sería el aniversario. 

Pronto, muy pronto, arrastraría la luz todos los secretos que ocultaba esa familia alguna vez perfecta.

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