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Capítulo 29

Durante los días que siguieron, la calma pareció apoderarse de Bosques Silvestres. Con Blaise en el hospital, casi todos tenían la seguridad de que el lobo no volvería a atacar. O al menos estaban demasiado aturdidos para formarse una opinión al respecto.

El silencio caía sobre los otros oficiales cada vez que Leya entraba a la comisaría. Los labios de sus colegas la felicitaban, pero sus ojos expresaban un sentimiento contradictorio, como si la decepción fuera más fuerte que la satisfacción de haber capturado a un criminal.

No eran pocos los que deseaban que ella nunca hubiera sacado ese cadáver del armario. Su instinto le decía que, en caso de llevarlo a juicio, apenas un puñado declararía en su contra. La mayoría elegiría guardar silencio como forma de protegerlo. Fuera inocente o culpable, Blaise Del Valle Solei había tejido una red invisible alrededor de cada habitante de ese pueblo.

¿Cómo consiguió ganarse tantas lealtades? Casi podía creer que había un hechizo involucrado.

¿En qué lado de la balanza se posicionaba ella?

No estaba segura. Era espeluznante comprender que no fueron sus buenos actos aquello que lo alejó del trono del sospechoso principal, sino la tragedia que los implicó a ambos en ese sótano. Si el lobo tenía otro rostro, su estrategia de inculparlo no solo había fallado, casi había limpiado su nombre a los ojos de Leya. Ahora la detective se inclinaba a creer que el herbolario formaba parte de los peones, uno que sería lanzado al fuego si no resolvían el caso a tiempo.

—Era el peón que protegía a la reina —murmuró al llegar a la Plaza de las Hadas y dejarse caer en un banco bajo un árbol de cerezos—. Ahora que el caballero de la armadura verde está internado en un hospital, Caperucita está vulnerable.

Soltó un largo suspiro y bajó la vista al almuerzo en su regazo. Cediendo a un impulso, había abandonado su departamento para caminar sin rumbo fijo. Necesitaba aire, algo le impedía concentrarse atrapada entre cuatro paredes. Media hora después, se sorprendió a sí misma cuando descubrió que sus pies la llevaron hasta esa plaza.

Quizá se había acostumbrado a almorzar con los otros oficiales, pero esos días no volverían por un tiempo. Esa mañana el sargento Ruiz la había obligado a tomarse una licencia hasta que se recuperara de sus heridas. Ambos sabían que su cuerpo solo tenía hematomas y arañazos, era su espíritu lo que en verdad necesitaba un descanso.

«Vacaciones», pensó con una sonrisa irónica mientras quitaba el envoltorio a la porción de tarta vegetariana que compró en el camino. Esa palabra le provocaba la misma relajación que ser lanzada a una playa... con tiburones.

Casi empezaba a disfrutar esos minutos para reflexionar en compañía de su propia soledad... Hasta que unas campanas de alarma despertaron en su cabeza. Giró el rostro al sentir una energía furiosa clavarse en su perfil.

«Hay personas que actúan por impulso. Si guardan lo que tienen dentro, podrían explotar como una olla a presión», reflexionó sin perder de vista a Madeleine, quien atravesaba a toda prisa la calle Los leñadores. Mientras esperaba la confrontación, la detective se puso de pie, sacudió las migajas que habían quedado de la tarta y fue a tirar el envoltorio en los cestos de reciclaje cercanos.

La herbolaria no fue con indirectas.

—¡¿Cómo pudiste hacernos esto, Leya?! —gritó con los ojos llenos de lágrimas, sin importarle los rostros que voltearon a verlas—. ¡Creí que eras diferente! ¿Te acercaste a él solo para buscar pruebas en su contra? ¿Eso es lo que les enseñan en la capital? ¡¿Entrenan monstruos sin corazón que usan a otros para su propio beneficio?!

Leya hizo oídos sordos a esa provocación. Sabía que si se dedicaba un minuto a analizar esas palabras, quedaría atrapada en una red de dolor. Como una niña que se cubría los oídos para no escuchar los gritos, su mente desvió esa puñalada verbal. Mantuvo su tono sereno, sabiendo que el fuego no podría crecer sobre leña congelada.

—Madeleine, necesitas bajar la voz.

—¡No me pidas que me calme cuando mi mejor amigo está en un hospital acusado de matar a la persona que más adora!

—Piensa en tu bebé —insistió con firmeza, la detective también podía jugar sucio—, no es bueno alterarte.

Los ojos de Madeleine se agrandaron. Se llevó una mano a su abultado vientre y respiró por la boca varias veces hasta que pareció disminuir la rigidez de su postura. Se sentó con cuidado en el banco. Leya permaneció de pie con las manos entrelazadas a su espalda.

—Pondría las manos en el fuego por Blaise, y puedo jurarte que no me quemaría —soltó Madeleine con voz temblorosa—. Él vive para proteger a otros. ¿Te contó de la vez que nos atacó un lobo después de nuestra graduación?

Leya buscó en su memoria algo que coincidiera con ese evento. Esa noche en el hospital, cuando conoció a Blaise, él había mencionado un accidente con un lobo solitario durante una noche de acampada.

—Mencionó algo por el estilo —Leya terminó de procesar la pregunta de la herbolaria. Su cabeza se inclinó, los ojos muy abiertos—. ¿Has dicho nos? ¿Estabas allí?

—Claro, éramos un grupo de cinco —Su boca formó una mueca al recordar, su tono se suavizó—. Blaise y Mateo compartían tienda al borde del claro. Todos se fueron a dormir, pero Blaise se quedó sentado en un tronco frente al fuego. Tenía esa mirada perdida en las estrellas que puedes verle cuando algo le quita el sueño. Últimamente la tiene tan seguido que me asusta...

—Todo se está acumulando —musitó la detective, deseando que no se desviara de la historia—. ¿Qué más recuerdas de esa noche?

—No tuve que insistirle tanto para que confesara, él es de los que creen que el dolor compartido se debilita. Me contó que estaba preocupado por Mat, el viento le decía que ese sería el último momento que compartirían juntos. Al principio creí que tenía miedo porque la universidad los distanciaría, pero era algo más...

—¿Esa misma noche fue el ataque?

—Sí —asintió con la cabeza, tragando saliva—. Horas después, me despertaron los gritos y el silbido de la teña al rasgarse. Salimos cuanto antes, pero nos quedamos helados. Era como una película de terror, algo que les pasaría a adolescentes idiotas que acampaban en zona desconocida. No a nosotros, todo Bosques Silvestres nos era familiar. ¡Ni siquiera nos habíamos alejado tanto de La Enredadera! Una bestia gruñía y tiraba zarpazos fuera de sí. Mateo sacudía su bolsa de dormir como un escudo, Blaise hacía lo mismo con su mochila. Estaban espalda contra espalda, siempre estuvieron tan sincronizados... Los demás éramos unos inútiles. No sé quién gritaba más fuerte, ¡yo misma chillaba sin control!

Madeleine se abrazó a sí misma, la piel de sus brazos se había puesto de gallina.

—Cuando el lobo saltó hacia Mat, te juro que el tiempo se detuvo. Si existieran otras dimensiones, él murió esa noche en una de ellas. Pero en este plano Blaise fue más rápido. Lo empujó lejos y ocupó su lugar —Se cubrió la boca conforme dejaba escapar un sollozo. A juzgar por sus temblores, el dolor ajeno era tan real como aquella vez—. Ese maldito animal enterró los colmillos en su antebrazo, creí que se lo arrancaría. N-no sabía qué hacer. Iba a perder a mi mejor amigo, el único que siempre ha estado allí para todos... Blaise gritaba algo, me costó tanto entenderlo... Fuego —Madeleine levantó la vista húmeda hacia Leya—. Agarré un leño que ardía en la fogata y lo lancé contra el lobo. Fallé, terminé incendiado la bolsa de dormir que Mat había dejado caer.

—Hiciste tu mejor esfuerzo.

—Para sorpresa de todos, la bestia retrocedió y empezó a gimotear. Su pelaje estaba erizado. Temblaba... Casi nos desmayamos de alivio al verla huir a través del bosque.

—Por el nivel de agresividad que tenía, parece una reacción exagerada al fuego —indicó la detective.

—Blaise puede saber si alguien necesita un abrazo, encuentra las palabras perfectas para calmar un llanto... de la misma forma que reconoce las debilidades y los peores temores de una criatura apenas la tiene en frente. ¿Y sabes qué? —Levantó la barbilla en desafío, su cabello se meció con el movimiento—. Nunca se nos cruzó por la cabeza que Blaise sabía la debilidad de ese lobo porque él lo había criado. Eso es la amistad, eso es el amor. Confiar en tus propios instintos y en la persona que ha demostrado estar dispuesto a entregar su vida por ti. ¿Alguna vez lo has sentido, Leya?

—No se trata de mí —musitó con la mirada en sus manos.

—¿Sabes por qué está tan obsesionado con salvar a Candelaria? Porque no pudo evitar ese accidente unas noches después. Ella es lo único que le queda de su mejor amigo. Antes de lastimarla, se cortaría el brazo que estuvo a punto de perder en las fauces de esa bestia. —Tragó saliva—. Haría lo mismo por ti, pero no se atreve a declararse porque pensarás que solo te está manipulando y acabarás rechazándolo.

—Madeleine —Midió cada una de sus palabras—, comprendo tu intención al venir a verme. Quieres que te diga que creo en Blaise, que daré lo mejor de mí para demostrar su inocencia... Pero no voy a mentirte. No puedo poner mis manos en el fuego por él como tú harías. Esto no tiene nada que ver con lo que yo sienta por él. Aunque sea difícil separar a la mujer de la detective, debo hacerlo. No lo conozco tan bien como alguien que lleva veinte años a su lado. Necesito evidencia sólida o encontrar al verdadero culpable, tengo intención de seguir buscando la verdad...

«Aunque me cueste la vida».

La herbolaria negó lentamente con la cabeza, la decepción emanaba de cada uno de sus poros. Se levantó del asiento dispuesta a dar por terminada la conversación. La ira inicial había desaparecido, en su lugar la tristeza se reflejó en su despedida.

—Debe ser muy triste vivir sin creer en quienes te rodean. ¿Confías... al menos en ti misma?

Cruzó la calle sin mirar atrás, hasta perderse en el interior de la herboristería. Leya se quedó sola en medio de la plaza, ignorando las miradas curiosas de otros paseantes. Mentiría si dijera que las revelaciones de Madeleine no le afectaron.

«Estoy aprendiendo a hacerlo», pensó en respuesta a esa incógnita.

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