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Capítulo 12

Los días pasaban sin que Leya fuera consciente. Resultaba difícil adaptarse a una vida sin reloj de pulsera, dónde el tiempo se volvía flexible y la gente parecía caminar más lento, hablar más pausado... Reír más fuerte.

Como condición para tener más tiempo en el caso que la obsesionaba, su superior le había ordenado presentarse al menos dos horas por día en la comisaría y ayudar con el papeleo diario.

Esa tarde había decidido aceptar el almuerzo que compartían los oficiales de turno en un restaurante a unas cuadras de la comisaría. Se trataba de un grupo heterogéneo, con una docena de hombres y mujeres de todas las edades adultas.

Mientras reían a gritos y compartían anécdotas cómicas sobre la profesión en una mesa larga que habían instalado, Leya comía de su plato en silencio. Sus ojos evitaban el contacto visual, de esa forma no enviaría por accidente una bienvenida a conversar.

«¿Por qué eres así?», se preguntaba una y otra vez. ¿Por qué no podía simplemente abrir la boca y unirse al debate? ¿Por qué su mente se quedaba en blanco a pesar de que dominaba el tema a discusión? Cuando se trataba de una misión, podía bailar con desenvoltura e interrogar a un extraño hasta acorralarlo. Emanaba una confianza que no pasaba desapercibida.

El problema aparecía cuando debía interactuar a nivel personal... Volvía a ser una niña introvertida acurrucada en un rincón, con la diferencia de que en la adultez mantenía la espalda y los hombros rectos, los ojos tristes habían aprendido a camuflarse detrás de una máscara de indiferencia.

—Eres Leya, ¿verdad? —preguntó con timidez una joven oficial que, a juzgar por lo impecable de su informe, parecía recién salida de la academia—. La detective.

—Así es. 

—Es un nombre bonito. Me dicen Cherry —Le ofreció la mano por encima de la mesa—. ¿También eres nueva? Yo llegué hace un mes. 

—Sí.

—Es difícil adaptarse, pero se comportan como una familia y eso es agradable. Tienes un acento raro, ¿no eres de por aquí?

—Así es.

—Supongo que era obvio —Soltó una risa avergonzada—, acá todos se conocen. O son familia, amigos o vecinos de toda una vida. Mi bisabuelo era sargento en esta misma comisaría, vino con los fundadores hace cien años cuando todo esto era, literalmente, un bosque plagado de animales salvajes. Él me inspiró a siempre luchar por la justicia… ¿Por qué elegiste está profesión?

Leya parpadeó, su hamburguesa a medias entre sus dedos. Esa era una pregunta que alguna vez supo responder pero desde que había perdido el rumbo no podía recordar.

—Siempre me gustó encontrar cosas perdidas —comenzó con un tono neutral para ocultar su incomodidad—. Personas, tesoros... verdades. No soporto el silencio que envuelve todo cuando hay un secreto cruel en la habitación, prefiero mil veces buscar esa explicación que nadie más quiere oír. Cuando la verdad es revelada acaba lastimando y no es agradecimiento lo que uno recibe, pero al menos el mundo regresa a estar en armonía y los implicados pueden empezar a sanar.

Cherry comió una porción de pizza mientras escuchaba, asombrada. 

—Wow... esa es una forma interesante de pensar. No tenemos otros detectives en Bosques Silvestres. Si te quedas empezarás a ser conocida como «la detective local». Ya que te especializas en rastrear objetos perdidos, nunca te faltará trabajo. Cuando vienen a la comisaría por un robo o extravío de algo valioso lo único que podemos hacer es tomar sus declaraciones. Si es un niño o adulto mayor lo perdido, nos toma horas encontrarlo. El peligro es real, tú serías mucho más rápida. 

—Suena... —algo en el interior de Leya se derritió al imaginar ese futuro, permitiéndole escuchar sus propios latidos por primera vez en semanas— posible.

Una pequeña sonrisa iluminó sus ojos. Tantos meses aturdida, caminando en línea recta del trabajo a su casa, con una apatía que la hacía sentir vacía de sueños o esperanzas... empezaban a desaparecer.

—Tal vez me vuelva detective después de unos años como oficial —continuaba hablando la muchacha, Cherry—. Por ahora ya estoy disfrutando de haberme graduado y conseguido empleo al instante. Tuve que viajar todos los días a la ciudad porque todavía no hay universidades ni academias serias en esta zona. 

 —Lo noté. Admito que cuando descubrí este pueblo esperaba ver carretas de caballos y pollos correteando por las calles. 

Cherry soltó una risita.

 —No estabas tan desencaminada en cuanto a los caballos, pero tenemos autos y wi fi… Creo que está sonando tu teléfono.

Leya contuvo el aliento, el zumbido de la vibración era evidente. Buscó rápido su mochila, sorprendida al encontrar un número desconocido. Se disculpó con su interlocutora y se alejó unos pasos mientras conectaba los auriculares inalámbricos al celular y los ponía en sus orejas.

—¿Hola? —respondió por lo bajo.

—¿Me darás una recompensa por mi duro trabajo, querida Leya?

«Esa voz…», pensó, y la forma en que pronunció su nombre hizo que su corazón diera un vuelco en el pecho.

—¿Blaise? ¿Cómo conseguiste mi número?

—Se lo pedí a tu jefe cuando pasó a saludar por mi tienda.

—Eso no fue muy ético de su parte.

—El orden de los factores no altera el producto, eventualmente me lo habrías dado. No ha respondido a mi pregunta, señorita Hunter.

«¿Qué pregunta?».

—¿Por qué te daría una recompensa? 

—Porque soy la mejor llave de Bosques Silvestres. 

—¡¿Conseguiste…?! —Bajó la voz rápidamente al ver los ojos de sus colegas atentos a ella. Le sonreían y susurraban con humor—. ¿Conseguiste una invitación de los R. H.?

—Me duele que dudes de mis habilidades. ¿Paso por ti a las cinco?

—¿Hoy? Es demasiado tarde para un almuerzo y muy temprano para la cena, ¿no iba a ser una reunión informal?

—Verás... En los pueblos arcaicos como este tenemos un ritual llamado «tomar la mediatarde» o «tomar el té» que se realiza entre las cinco y siete de la tarde. Eso fue lo que conseguí.

Aunque ella se había decidido a mantener las distancias con el herbolario después de sus descubrimientos, se encontró dejando escapar una risa silenciosa.

—No suelo tomar té, soy más del café —no pudo evitar provocar.

—Decir eso a un herbolario es una blasfemia. Conozco infinitas combinaciones de hierbas, ya tengo en mente algunas perfectas para ti.

«Futuro». Ahí había alguien más incluyéndola en el tiempo que aún no llegaba, como si fuera una pieza bienvenida a formar parte de su rompecabezas.

—Te espero entonces… Blaise.

Cortó la comunicación con una sonrisa y regresó a la mesa.

—¡Ya saben qué significa cuando la dama sonríe al terminar la llamada! —soltó una voz bonachona al fondo de la mesa, dando un codazo al agente que tenía al lado.

—¿Que el delivery con las bebidas confirmó que viene en camino? —le devolvió una oficial sentada en el medio.

—¿Qué un colega llamó para avisarle que ya depositaron nuestros sueldos? —agregó otro.

—¿Que el jefe nos enviará a todos un bono para las fiestas?

Las risas rompieron la calma del almuerzo y se deslizaron por los oídos de Leya como una caricia. Con un rubor en las mejillas que falló en ocultar tras una expresión indiferente, la detective volvió a su lugar para brindar con las personas que a partir de ese día se volverían parte de su vida.

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