Capítulo 11
Tres días después llegaron los resultados de las muestras que Leya había enviado a su contacto en un laboratorio de capital. Descargó el archivo completo de su correo, pero tenía serias dificultades para entender la tabla numérica y la terminología médica. Esa fue la razón por la que acordó una videollamada con la científica a cargo.
Sentada en una silla frente a su escritorio, Leya abrió su portátil e inició la comunicación.
—Ha pasado el tiempo, detective Hunter —saludó quien había trabajado por años para su equipo.
La mujer tenía su cabello recogido en un moño alto y vestía un guardapolvos pálido con un bolígrafo en su bolsillo superior. Al fondo podían verse estantes con tubos de ensayo en una habitación blanca.
Allyssa Sanabria siempre había sido un contacto de confianza para su teniente. No solo se limitaba a analizar la evidencia con un microscopio, ella investigaba el origen de la sustancia y era capaz de explicar sus descubrimientos con la sencillez suficiente para que cualquiera entendiera. Ese fue el motivo que llevó a Leya a pensar en ella para el análisis de todo lo encontrado en el bosque.
—Casi dos meses y medio —estuvo de acuerdo.
—El tiempo sigue pasando aunque nos quedemos mirando atrás. El otro día vinieron miembros de su equipo...
—Ya no formo parte de esa unidad, doctora Sanabria.
—Eso no es lo que ellos piensan. La detective Rodríguez mencionó que estará esperando su regreso con los brazos abiertos.
Al recordar a Fabiola Rodríguez, una punzada en su abdomen se hizo presente. De los cuatro integrantes de su equipo, Fabiola siempre la había tratado con una sonrisa cálida. Aportaba ideas para defender las hipótesis de Leya cuando estaban reunidos en la oficina de investigación, y siempre estaba dispuesta a compartir su cena cada vez que se les hiciera tarde en el departamento. En sus ratos libres, la mujer solía contarle de sus absurdas fantasías con actores de televisión o anécdotas familiares de lo más divertidas.
Aunque Leya le respondiera con monosílabos la mayor parte del tiempo, le agradaban esos momentos en su compañía. La envolvían en un manto cálido bajo el cual nunca antes se había refugiado, entonces podía despojarse de su armadura de acero y convertirse en humana al menos por unos minutos. Era lo más cercano a una amiga que alguna vez había tenido.
El dolor en su estómago empeoró al recordar cómo Fabiola evadió su mirada el día que su teniente convocó a Leya para darle la noticia. «Esta fue una decisión unánime. Será lo mejor para todos tomarte un tiempo en otro ambiente», fueron las palabras de la teniente Vázquez.
Unánime. Nadie había soltado una palabra a su favor, todos impacientes por expulsarla. Después de todo, nunca había existido amistad, solo una relación laboral donde cualquiera de las partes era reemplazable.
No les guardaba rencor, no podía considerar traición a algo que había sido decidido por el bien de su equipo. Pero cuánto dolía... ¿Cuándo dejaría de latir esa herida invisible?
—Me temo que ese tema no es el motivo por el que la llamé, doctora Sanabria.
—Comprendo. —Allyssa se guardó sus pensamientos. Acomodó sus anteojos y tomó una hoja de papel—. No hay elementos inusuales en las muestras de flora que envió. El ADN del cabello encontrado en el bosque y la muestra tomada en el hospital coinciden, se trata de la misma joven. Analicé las hebras que tenían raíz y puedo asegurarle que no hay rastros de drogas en los últimos tres meses.
—¿Qué hay de la sustancia que estaba en el cabello?
—Sangre seca de su portadora, tierra, saliva canina y... esto es lo más interesante. —Del otro lado de la pantalla, levantó la bolsita donde estaba la muestra de cabello—, un semilíquido formado principalmente por sacarosa y feroanimina. Esta última es una sustancia muy rara que se encuentra en algunas plantas. He investigado y la más común es la cazzaria, que solo florece en invierno en las montañas del sur. Su flor tiene muchas propiedades útiles para la producción de perfumes y gastronomía fría. Leí que su aroma es muy intenso.
—Cazzaria —repitió la detective con los ojos entornados.
Minimizó la imagen de la doctora en la pantalla para poder abrir una ventana de Google y buscar esa planta. Se trataba de una flor rojo carmesí de pétalos largos curvados como tentáculos que emergían de la nieve. Junto a ella aparecían recetas de helados u otros postres fríos. También se encontraban publicidades de aromatizantes, tal como acaba de decirle la bioquímica.
—Hay una utilidad más pero es ilegal desde hace unas décadas. —Allyssa llevó un dedo a su barbilla—. Cuando la cazzaria se expone a altas temperaturas de cocción, se activa la feroanimina. Productos con esa sustancia solían usarse en la cacería ya que ese aroma atraía a ciertos animales aunque estuvieran a un kilómetro de distancia. Se prohibió porque algunas criaturas reaccionaban de forma muy agresiva a medida que se acercaban al origen del olor.
Los ojos de Leya se agrandaron y un escalofrío recorrió su columna.
—¿Está segura de que había feroanimina en el cabello de la víctima?
—Sí, lo comprobé dos veces porque fue una verdadera sorpresa.
—Pero... ¿cómo pudo haber llegado allí?
—Como mencioné, venía adherida a grandes dosis de sacarosa. Azúcar.
La detective entornó los ojos.
—Usaron cazzaria con azúcar para hacer una receta que terminó en el cabello de la víctima.
—Una receta caliente —estuvo de acuerdo la científica—. Realmente la cazzaria no habría sido un problema... si no la hubieran cocinado y expuesto a los animales.
«¿Podría haber sido un accidente? ¿Quién cocinó esa receta y cómo la lanzó a la cabeza de Candelaria Redes?», se preguntó Leya.
—¿Hay algo más?
—De la muestra del cabello, eso es lo más destacable. Respecto a las muestras de pelaje animal, podemos confirmar su teoría.
—Lobos.
—No exactamente. —Una sonrisa vacía curvó los labios de la científica—. Lobo. Uno solo.
—¿Un lobo solitario?
—El análisis de ADN reveló el nivel máximo de compatibilidad. Cada rastro de pelo y saliva pertenece al mismo lobo. Uno viejo, cabe destacar.
—Quizá por eso Candelaria tuvo una oportunidad —reflexionó.
—Una niña no habría sobrevivido ni un minuto bajo las garras de una manada joven —asintió la científica.
«Esto se está volviendo cada vez más retorcido».
—Muchas gracias por sus servicios, doctora Sanabria. Puede enviarme su cuenta a mi correo, ya que esta es una investigación privada.
—No se preocupe, todos los gastos de este análisis corren a cuenta de la unidad de la teniente Vázquez. Fueron sus órdenes. Tenga un buen día.
La bioquímica cortó la comunicación antes de que Leya pudiera cerrar la boca que había caído abierta ante esa última noticia.
¿Su teniente... no, exteniente, aún se preocupaba por ella? Habían tenido solo una relación laboral donde Vázquez era su mentora, pero su corazón se sentía más ligero cada vez que escuchaba una felicitación de su parte por un caso resuelto... El pupilo siempre añoraba la aprobación del maestro.
Guardó esos pensamientos en una caja en su memoria y se concentró en lo que tenía entre manos. Se puso de pie, quitó la cortina que cubría una pizarra blanca en la que se veían muchas flechas, frases y fotografías de los implicados.
Destapó un marcador y comenzó a escribir unas notas mientras pensaba en voz alta.
—Veamos... el victimario cocinó una receta con azúcar y flor de cazzaria, sabiendo que si esta última se exponía a altas temperaturas, se activaría una sustancia que atraería a ciertos animales salvajes y los volvería agresivos. Luego salpicó el cabello de Candelaria. Pero debió hacerlo unos minutos antes de que ella abandonara su casa y se fuera a la fiesta...
«Si hubiera sido horas antes, el efecto se habría atenuado o podrían haberla atacado antes en otro lugar, en plena hacienda», meditó en silencio mientras ponía el marcador en sus labios y dejaba las manos libres para poder atarse el cabello en una cola alta.
—¡Es un experto en logística! —soltó con frustración, dando golpecitos en su barbilla con el marcador—. El victimario tenía intención de que ella fuera atacada en el bosque, lejos de cualquier persona que pudiera auxiliarla o puerta tras la cual refugiarse. Estoy segura. La pregunta es... —Anotó a un lado de la pizarra—. ¿Cómo consiguió salpicar su cabello? ¿Cuándo?
La detective entornó los ojos. Estudió la fotografía de los Redes Hidalgo.
Si descubría el momento exacto de contaminación, tendría en sus manos al culpable. ¿Lo hizo antes de que la víctima saliera de casa, estaba en las mismas cuatro paredes? ¿Mientras ella caminada por la hacienda saludando a los empleados que se preparaban para volver a sus hogares? ¿Podría ser que en algún momento se cruzó con su verdugo en el bosque y le salpicó el líquido sin que Candelaria se diera cuenta?
—Ella lo conocía —pronunció con certeza—. Un daño como ese no se le hace a un extraño. El ignoto calculó cada detalle. El doctor estaba incapacitado. Candelaria se volvió un faro luminoso para esas bestias. Y solo necesitó semillas de amapola y una flor de la nieve...
Soltó una risa incrédula ante algo tan pequeño, pero se detuvo al pensar en la nieve. Estaban en los inicios de verano en Latinoamérica. Tenían mayor posibilidad de presenciar un corte de luz por abuso del aire acondicionado que nieve en las calles.
¿De dónde había obtenido una flor de invierno a esta altura del año?
Sus ojos se vieron atraídos por la única fotografía que había conseguido del hombre que estaba en cada esquina de este caso. La sangre abandonó su rostro y el marcador tembló entre sus dedos.
—¿Qué estás ocultando? —musitó pensativa—. ¿Quién eres, Blaise Del Valle Solei?
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