
Capítulo 18: Bardo.
Había que admitirlo, Enya se asustó cuando sintió que su espalda tocaba la cama y vio a Elec sobre ella, entre las sombras que proyectaban el dosel. Pero lo más impresionante era que estaba asustada por lo mucho que le gustaba la sensación.
Elec liberó su mano de entre el colchón y Enya, acariciando sus omóplatos hasta que tuvo la mano fuera, se recargó con ambas a los lados de la cabeza de ella y sus labios se separaron lentamente cuando él estiró los brazos para alzarse.
La miraba desde arriba, con el pecho desnudo subiendo y bajando como si hubiera corrido una maratón, con los labios entreabiertos como si necesitara jalar aire extra, su cabello revuelto y sus ojos tan claros que el gris casi era blanco y resaltaba en la escasa luz.
Y así se quedó, mirándola por eternos segundos que estaban acabando con la cordura de Enya ante lo mucho que lo necesitaba cerca, repentina y desesperadamente.
—Eres tan hermosa, no sé qué voy a hacer contigo —dijo él en un susurro.
Las manos de Enya no pudieron permanecer quietas por más tiempo y alargó los dedos hasta que sus yemas tocaron la piel tensa de su cintura, provocando que a Elec se le cortara la respiración. Por muy pequeño y casi imperceptible que fue el contacto, ella jamás lo había tocado de esa manera ni de ninguna otra forma que no fuera impersonal, de modo que el ligero roce fue como haber recibido un agradable golpe de cien toneladas de fuerza.
Él suspiró tan profundo que al final fue como un gemido de rendición; se aproximó de nuevo a Enya, apoyando un codo a la vez sobre el colchón y rozó sus labios con los de ella con lentitud, apenas un ligero toque, tomándose su tiempo para recorrer la superficie de su boca de comisura a comisura y grabar en su mente cuán suave y cálida era la piel de sus labios. Elec estaba a punto de repetir la operación exploratoria cuando Enya le marcó límite y tomó su labio inferior entre los suyos, consolidando un beso tan distinto al de hacía pocos minutos que era como si tuvieran 500 años de experiencia besándose, amoldándose perfectamente uno en el otro y como si les quedaran 500 años más por delante, profundo y lento, sin prisas ni arrebatamientos, soltando suspiros sin parar y absorbiendo los del otro, respirándose hasta que el aire de Elec fue el de Enya y viceversa.
Mientras ella apretaba las manos en torno a la cintura de él, como si se aferrara, Elec le acarició el rostro con los dedos como si fuera un ciego leyendo sus facciones, tocando sus mejillas, sus cejas, la línea tan fina de su mandíbula y el nacimiento de su cabello que tantas distracciones le había dado desde que la conoció y ahora estaba fascinado enredando los dedos entre los mechones.
Separó sus labios de los de ella y la besó en todos esos lugares donde la había tocado, dejándole un reguero de besos por toda la cara que ahora eran cada vez más desesperados y cuando sus labios llegaron a la mandíbula, ya no pudieron parar y cruzaron las fronteras, deslizándose más abajo sobre su cuello y el punto sensible donde su pulso latía desbocado. Enya suspiró de placer.
Elec no podía detenerse y ahora que intentaba buscar su cabeza, ya no la encontraba por ningún lado.
—Agárrate de mi cuello —le dijo él.
Enya no terminó de comprender la orden, pero sus brazos en automático se cruzaron en torno a la parte trasera del cuello de Elec. Ella soltó una exclamación de sorpresa y se agarró más fuerte a él cuando sintió que se incorporaba y le metía la mano en la espalda, arrastrándola más arriba de la cama hasta que él pudo subir los pies por completo y rodearle los muslos entre las rodillas.
Cuando sus labios volvieron a unirse, algo nuevo se desató, más impetuoso, más voraz. Recorriéndose con las manos al ritmo de sus besos. Era como estar experimentándose en todas sus facetas en ese mismo instante y a Elec no dejaba de sorprenderle la respuesta y las reacciones de Enya ante él. No importaba cómo la besara o dónde la tocara, ella lo aceptaba sin restricción, con absoluta confianza.
Aun así, el no daba un paso adelantado que ella no insinuara querer dar, pero cuando la sintió remover las piernas ansiosamente, él movió una de sus rodillas y la deslizó suavemente entre las piernas de ella.
¿Era en serio que lo harían ese día y en ese momento justo ahí?
Dios, Elec ni siquiera podía creerlo y cuando las preguntas se hicieron presentes en su mente, supo de inmediato que afortunada o desafortunadamente su cabeza había regresado de las vacaciones. Sin embargo, aunque su raciocinio intentara poner orden, su cuerpo ya se había ido en otra dirección y estaba casi al límite de cualquier retorno.
Enya le apretó los omóplatos con las manos y él se desplomó, dejando caer con medida su cuerpo contra ella, aplastándola ligeramente con su peso.
Justo en ese momento, Enya abrió los ojos de golpe y se paralizó. Elec estaba a punto de levantar la cara para ver su expresión cuando ella le tomó el rostro con ambas manos, evitando que se moviera, haciéndolo quedar con las mejillas aplastadas entre sus palmas y su respiración aún más dificultosa.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, jadeando entre sus manos.
—Alguien viene para acá.
Con mucho esfuerzo, Elec contuvo la respiración e intentó aguzar el oído, pero no escuchó pasos aproximándose, aunque claro, Enya no necesitaba escuchar nada cuando podía «sentir» la proximidad de los suyos.
Elec se incorporó de mala gana, dejando de aplastar a Enya y se irguió sobre sus rodillas, haciendo el recuento de los daños desde su altura.
Ella estaba recostada sobre el abanico que había formado su cabello tras su espalda; una gruesa línea sonrojada le atravesaba las mejillas; su pecho subía alto y bajaba profundamente con cada respiración y la falda de su vestido estaba arrugada y revuelta por encima de sus muslos.
Aunque Elec accidentalmente ya la había visto desnuda en el río, ver tan cerca una porción de su piel que nunca había visto lo obligó a cerrar los ojos y concentrarse para no volver a alocarse.
Abrió un ojo cuando sintió que el colchón se movía y observó a Enya bajándose el dobladillo del vestido para cubrir sus piernas al tiempo que se deslizaba fuera de la cama.
Apenas Elec se puso de pie, la puerta se abrió como si una fuerte ráfaga la hubiera empujado contra la pared e irrumpió Serbal, registrando la habitación con la mirada tan rápidamente como había entrado y sus ojos se posaron en Enya y Elec alternativamente. Después entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, mirándolos con más detenimiento.
—¿Qué pasó con tu camisa? —le preguntó incisivamente a Elec, mirando su torso desnudo con desaprobación.
—Ya murió —respondió Elec, encogiéndose de hombros con indiferencia— ¿Siempre te las arreglas para interrumpir las conversaciones de los demás?
Serbal entrecerró los ojos y miró a Enya con curiosidad, pero ella fingió no advertirlo y se las arregló para desviar su rostro aún sonrojado por los besos.
—Te estaba buscando, tienes que venir a ver algo —dijo Serbal, cabeceando hacia Elec pero sin dejar de escrutar a Enya con la mirada—. Pero antes tendré que prestarte ropa otra vez.
Dicho eso, hizo un gesto hacia la puerta para que Elec saliera. Enya también fue tras él, pero Serbal la detuvo poniéndole una mano sobre el hombro.
—Tú no. Bardo te está buscando.
Enya levantó los ojos llenos de preguntas y observó los de Serbal, quien no paraba de mirarla de forma extraña. Finalmente ella asintió con la cabeza y desprendieron sus miradas, tomando cada quien un camino distinto.
—¿Que Elec qué?
Dante Penvellyn estaba recargado tras su escritorio, de cara a la ventana y miró bruscamente sobre su hombro al sujeto que había irrumpido en su oficina. Mientras esperaba que este respondiera su pregunta, el cigarro se siguió consumiendo entre sus dedos y la voluta de humo flotó tranquilamente hacia arriba.
—Su... su hijo, señor. Él estaba en el bosque anoche.
Dante volvió la cabeza hacia la ventana y por un largo instante el hombre que había ido a hablar con él creyó que se había olvidado de que estaba ahí. Pero un momento después, Dante aplastó el cigarro contra un espléndido cenicero de cristal que estaba al borde del escritorio y se volvió completamente, recargando las palmas abiertas sobre la lustrosa madera.
El hombre frente a él era uno de los taladores, de baja estatura, una gorra sucia que estrujaba entre las manos sobre su barriga y una expresión de miedo y pesadumbre en su rostro mallugado por moretones sobre un collarín que envolvía su cuello.
—Eso es imposible, Elec regresó a América desde hace días —repuso Dante con su voz profunda y seca, con un tono que advertía lo poco que le gustaba perder el tiempo con cuentos.
El talador apenas pudo pasar saliva por su garganta tensa y se acercó un paso mientras observaba con frustración cómo su jefe tomaba asiento, como si hubiera acabado de atenderlo.
—Le aseguro que lo vi con mis propios ojos, estuvimos cara a cara —se apresuró a explicar—, dejó inconsciente a mi compañero y usó la excavadora para chocar contra mí y...
Dante levantó una mano para interrumpirlo y después con la misma lo apuntó con el dedo.
—¿Estás diciendo que mi hijo te hizo eso y no esos desgraciados del bosque? —inquirió, refiriéndose a las lesiones.
—¡Sí! —exclamó el hombre, aliviado porque Dante al fin lo estaba entendiendo— Y estuve a punto de morir... su hijo da un miedo terrible cuando se enoja.
De pronto, Dante echó la cabeza ligeramente hacia atrás y soltó una carcajada tan repentina que descolocó al talador.
—¿Elec? ¡Por Dios! —volvió a soltar una risa fría, cargada de ironía, que forzó al talador a reírse también aunque bastante incómodo y sin comprender dónde estaba el chiste.
Cuando Dante dejó de burlarse, su postura volvió a la rectitud normal, aunque su expresión estaba maliciosamente más animada. Estiró la mano hasta el teléfono negro que descansaba en un extremo del escritorio y comenzó a teclear algunos botones mientras pegaba el auricular en su oreja.
—Si lo que me dices es solo un pretexto para evadir tu trabajo, estarás eligiendo ser despedido —acotó Dante, tamborileando los dedos sobre la mesa en espera de que respondieran al otro lado del teléfono—. Pero si resulta ser verdad, ahora mismo lo sabré.
La persona del otro lado respondió y mientras Dante intercambiaba un apresurado y un tanto brusco saludo, hizo un gesto con la mano para que el talador saliera de la habitación.
Cuando estuvo afuera, el aire volvió a sus pulmones.
Con ropa limpia y apenas diferente a la anterior, Elec caminó a lado de Serbal, este último permanecía en un inquietante silencio. Todo el ruido que ambos producían provenía del crujido de sus zapatos y el roce de los helechos contra sus pantorrillas. De vez en cuando Elec miraba de soslayo a su acompañante, pero se encontraba tan serio como una estatua mortuoria.
—¿No me vas a preguntar qué pasa entre Enya y yo? —aventuró Elec, y la pregunta fue tan efectiva que le arrancó una reacción sorprendida a Serbal y tan rápido como esta surgió, volvió a irse, disolviéndose en su rostro inescrutable.
—Por primera vez en toda mi vida prefiero vivir en la ignorancia.
—Ya lo sabes, ¿verdad? —afirmó Elec más que preguntar.
Serbal se limitó a encoger un hombro y Elec lo tomó como una afirmación.
—¿Esa es tu postura? ¿No te molesta lo que está pasando entre nosotros?
—¿Y qué está pasando entre ustedes exactamente? —preguntó Serbal, enarcando una ceja.
—Yo... —empezó a decir Elec, pero incluso sus pasos se detuvieron.
¿Debía decirle? ¿Debía ya confesarle a Serbal que estaba enamorándose de Enya antes que decirle a ella? Diablos, ¿debía si quiera confesárselo a ella dadas las circunstancias?
Serbal se detuvo y miró atrás cuando sintió que Elec ya no lo seguía.
—Escucha —comenzó a hablar Serbal y antes de continuar soltó un suspiro apurado—, este no es momento para que me contestes si no quieres, pero sí te voy a dejar algo muy claro: una vez ya traicionaron la relación con Enya, y si le vuelve a pasar algo así, no habrá otro culpable más que tú y tendrás que responder ante mí, así que te sugiero que pienses tus acciones dos veces antes de hacer cualquier cosa que la involucre —dijo y se dio la vuelta, retomando la marcha.
—Estoy de acuerdo —repuso la voz tranquila de Elec y Serbal volvió a detenerse en seco ante su aceptación, pues normalmente le hubiera contestado con una protesta. Cuando se volvió para mirarlo, Elec continuó—: De ahora en adelante voy a protegerla, y si fallo en eso... si algo le pasa, merezco ser castigado como te dé la gana.
Serbal no pudo evitar quedar pasmado ante la seriedad de Elec y cuando este pasó junto a él, le lanzó una mirada que no transmitía duda alguna.
El resto del camino decidieron de tácito acuerdo que no se dirían nada. Elec se abstrajo en el envolvente sonido del bosque hasta que con una repentina oleada de ansiedad se dio cuenta de a dónde se estaban dirigiendo.
No tuvieron que acercarse mucho para que entre los árboles pudiera vislumbrar los escombros del refugio que había construido y las enormes huellas de las taladoras aplastando lo único con lo que contaba en aquel lugar.
Cuando se detuvieron, Serbal decidió rezagarse unos pasos atrás mientras Elec observaba las ramas partidas y las hojas aplastadas. Cambió su peso de un pie a otro, apoyando una mano en la cintura mientras que con la otra se apretó el puente de la nariz.
—¿Esto era lo que querías mostrarme? —preguntó Elec con la voz contenida por el enojo, sin moverse, sin mirar a Serbal, rígido por el esfuerzo de mantener el control.
—Sí.
Elec dejó escapar un profundo suspiro y bajó la mano de su cara, dejándola caer en un puño al costado de su cadera.
—Grandísimos hijos de puta —dijo entre dientes, agachándose sobre los escombros de ramas para hacerlas a un lado, apartándolas con brusquedad.
Serbal se recargó sobre un árbol y lo observó mover todo con la fuerza de sus manos. Incluso a esa distancia podía percibir la energía que destilaba su ira. Cuando terminó con las piezas más grandes, arrojó las más pequeñas por encima de su hombro y escrutó el suelo revuelto hasta que encontró lo que estaba buscando. Tomó su cartera negra entre los dedos, la abrió para comprobar rápidamente su contenido, le dio una sacudida para quitarle el exceso de tierra y mientras se daba la vuelta la metió en el bolsillo trasero de su pantalón.
Antes de dar un paso más, se detuvo de golpe y volvió a mirar atrás, hacia un resplandor que llamaba su atención entre los últimos escombros. Se agachó para recogerlo y volvió a enderezarse mirando extrañado el móvil en su mano. Aparentemente el aparato había sobrevivido la caída de ramas pesadas pues no tenía más cuarteaduras en la pantalla que las anteriores y la batería seguía totalmente cargada, lo cual era muy extraño considerando que era un modelo reciente y la avanzada tecnología solía tener un rápido desgaste de batería. ¿Cómo era posible?
Elec pensó que algo debía haberle hecho la chica del bosque que según Enya lo había reparado, pero la conjetura pasó fugazmente al fijarse en los íconos de llamadas perdidas y mensajes no leídos, tan incontables que se formaba una lista al deslizar la pestaña de las notificaciones.
Muchas eran de Donovan, otras tantas de su madre, algunas de números desconocidos y por último, su ceño se frunció cuando vio las de su padre. Comprobó que la mayoría las había hecho el día que se supone que tenía que haberse ido de Ávalon Fileds, pero las más recientes eran de hacía un par de horas. Elec no se sorprendió demasiado, sabía que seguramente alguno de sus hombres ya le había ido con el chisme y Dante debía estar como un demonio.
Una sonrisa malévola comenzó a formarse lentamente en sus labios y apagó el teléfono, metiéndoselo también en el bolsillo.
—¿A dónde vas? —preguntó Serbal, despegándose del árbol para ver hacia dónde se iba pues había pasado junto a él como si hubiera olvidado que estaba ahí.
—A igualar esta guerra —respondió sin mirar atrás.
Serbal lo observó con ojos entrecerrados, cavilando qué podía estar pasando por su mente y a pesar de que no tenía idea de a qué se refería, algo le dijo que tenía que dejarlo solo para que hiciera lo que fuera que estuviera planeando, por ahora.
Elec regresó a la pequeña cabaña de piedra y madera donde Serbal lo había llevado para cambiarse de ropa. El lugar estaba atiborrado de cofres antiguos y cajas de carga donde algunos habitantes del bosque guardaban sus prendas. Cualquiera que estuviera ahí hubiera pensado que era como una tienda de disfraces, pues había ropa de distintos siglos y estilos que transitaban de una moda a otra. La humedad se había pegado a las telas, sobre todo a las más antiguas y el olor del bosque se encontraba fuertemente concentrado dentro de ese espacio.
Rebuscó dentro del baúl que había visto a Serbal revolver antes, sacó una chaqueta de pana negra y el descubrimiento más inusual: una gorra vieja de los cowboys de Dallas.
Mientras imaginaba cómo es que algo así pudo haber llegado ahí, se la puso sobre la cabeza, ajustándose la visera y salió sin llamar la atención hacia un camino que a esas alturas ya conocía. Esta vez fue mucho más fácil ver el sendero pues las taladoras habían dejado marcado el suelo. Sin embargo, sus ojos se abrieron de par en par cuando vio el túnel por el que se podía entrar a la aldea, ahora totalmente destruido.
Las máquinas lo habían agrandado tanto que era un enorme boquete desmoronado y las raíces gruesas que lo sostenían se encontraban medio enterradas mientras que el árbol yacía tirado a un lado como si fuera una simple rama estorbosa. Lo único que aún quedaba en pie era la enorme piedra alargada con la que Elec se había golpeado la primera vez que cayó ahí.
Aquella entrada no había sido tan fuerte como él pensaba, al parecer ese punto era una debilidad en la montaña y los hombres de su padre lo habían descubierto y aprovechado para traspasar la pared de roca.
Esta vez no le costó nada subir por la pendiente, pues las máquinas eran tan pesadas que habían aplanado el camino a su paso, ahora todo estaba expuesto y con fácil acceso al corazón del bosque. A pesar de que anoche se las habían arreglado para volver a detener la tala, Elec no estaba tan convencido de que contaran con mucho tiempo antes del próximo ataque, así que caminó a prisa a través del «área permitida», como el entrenador y el director del instituto alguna vez habían llamado a esa parte del bosque cuando se llevó a cabo el rally. De eso apenas llevaban transcurridas unas semanas, pero se sentía tan lejano como si de años se tratara.
Cuando Elec llegó al linde entre el bosque y la carretera, una sensación extraña se acumuló en su pecho y miró al suelo, a la línea que dividía de un lado el asfalto y del otro la tierra y la hierba. De alguna manera sintió que había renunciado al lado del asfalto para unirse a la tierra y a su espalda percibió la fuerza de los árboles meciéndose casi imperceptiblemente con el viento y cerniendo sus sombras sobre él, como si observaran atenta y pacientemente lo que estaba a punto de hacer.
El día estaba poniéndose especialmente gris y aunque no parecía que fuera a llover, la niebla estaba descendiendo entre los troncos de los árboles hasta la carretera para desperdigarse en todas direcciones, tan baja que tocaba el asfalto negro.
Elec dio un paso sobre el concreto y la niebla a sus pies se revolvió, formando espirales alrededor de sus pasos. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó por la desdibujada línea amarilla del borde en dirección al pueblo.
El viento soplaba contra su espalda hacia donde él se dirigía y orientaba las ramas de los árboles en el mismo sentido. Tal vez Elec estuviera imaginándose cosas o volviéndose loco, pero le pareció que los árboles le marcaban el camino con su movimiento.
Por supuesto tenía que estar volviéndose loco de remate.
Caminó durante dos kilómetros hasta encontrar una desviación hacia el centro del pueblo y tras pasar un sendero de árboles flacos y medio decrépitos, se encontró con la calle principal flanqueada de comercios. El aire no tenía por qué ser diferente ahí, pero Elec sí que podía respirar una diferencia, aunque esta fuera diminuta, era como si estuviera ligeramente más viciado por la falta de árboles. También le había costado trabajo habituarse a pisar el concreto ya que el suelo del bosque era bastante irregular y se estaba acostumbrando con rapidez a sortear obstáculos y levantar los pies.
Había más gente de la que a él le hubiera gustado, pero tenía que ponerse en marcha y salió de su posición, incorporándose en el flujo de personas que caminaban en la acera conversando o deteniéndose para ver los aparadores. El centro de Ávalon Fields no era la gran cosa, de hecho, su población más joven lo consideraba tremendamente aburrido porque era como si la mayoría de los comercios se hubieran quedado congelados en 1950 y a nadie le interesara renovar su imagen.
Transitando por la avenida principal, Elec no necesitó más de un minuto para que su presencia llamara poderosamente la atención y caminó más a prisa con la cabeza gacha para que la gorra ensombreciera su rostro, esquivando a la gente que disminuía la marcha para mirarlo con cierto disimulo. Sabía que así atraía más miradas, pero que lo miraran con curiosidad no significaba que lo reconocieran.
Pronto recordó que en ese pueblo todos se conocían y aunque muy pocos habían visto a Elec en persona, seguro sabrían quién era si se descubría el rostro pues los chismes viajaban a la velocidad de la luz y probablemente las habladurías se habían incrementado luego de la misteriosa desaparición del hijo de Dante Penvellyn.
Sus pensamientos y sus pasos se detuvieron frente a una tienda que exhibía en su vitrina pieles de animal y una estatua vieja y mal pintada de dos osos negros peleándose sobre sus patas traseras. Elec entró en el establecimiento y una campanilla en la puerta sonó a su espalda, dejando atrás las miradas y los cuchicheos. Tras el mostrador, un hombre canoso y en uniforme de cazador se sobresaltó, enderezándose en su silla y cerrando de golpe la revista de pesca que estaba leyendo mientras se ajustaba los lentes para ver al cliente recién llegado que estaba de perfil observando las armas de distintos calibres y tipos colgadas en las paredes. Le sorprendía mucho verlo ahí pues los locales no solían ir a esa tienda, la caza y el camping eran algo que había dejado de practicarse con el tiempo a razón de los terribles rumores del bosque, nadie en su sano juicio quería acercarse demasiado a esa zona y ahora la tienda solo se mantenía gracias a algún modesto apoyo del alcalde y los muy esporádicos turistas que llegaban sin conocer las maldades que aguardaba el bosque.
El hombre entrecerró los ojos tras sus enormes lentes. El joven que había entrado no parecía un turista y estaba seguro de no haberlo visto nunca, vestía ropa algo extraña y la gorra solo permitía ver del puente recto de su nariz para abajo.
—¿Algo que le agrade? —preguntó el hombre con cautela al mismo tiempo que Elec se acercaba al mostrador y miraba por el cristal de la superficie.
En respuesta, colocó un dedo sobre la esquina del mostrador.
—Deme todos los que tenga de esto —dijo, señalando uno de los objetos expuestos bajo el vidrio.
—Pero... ¿todos? —murmuró el anciano con desconfianza, soltando una risa incrédula.
Elec levantó la cabeza y se limitó a mirarlo. La risa del aciano se esfumó lentamente y estudió sus ojos tan claros como el hielo gris que resaltaban contra la sombra que proyectaba la gorra sobre su rostro, y aunque aquellos ojos le sonaban de algún lado, no podía saber con exactitud de dónde.
Elec metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón, abrió la cartera y dejó caer algo sobre el mostrador. El anciano volcó los ojos hacia la brillante tarjeta de crédito y fue como si de repente reaccionara, le pidió a Elec que esperara y desapareció por una puerta ajada. Al cabo de unos minutos regresó cargando una caja llena de lo que Elec le había pedido y cuando la puso sobre el mostrador masculló algo sobre su espalda al tiempo que se sobaba la parte baja. Elec también le pidió que agregara una navaja suiza, diez encendedores, un paquete de cajas de cerillos, linternas, baterías y un kit de herramientas que incluían estuche.
El hombre, desacostumbrado a tanta acción apiló todo en el mostrador y terminó resoplando por el esfuerzo mientras comenzaba a hacerle la cuenta.
—Espere —lo interrumpió Elec levantando una mano sobre la nota que el anciano estaba escribiendo— ¿puede mostrarme esa arma de allá?
El anciano parpadeó y miró sobre su hombro hacia la dirección que Elec miraba, dejando caer el bolígrafo de su mano.
Con ayuda de una pequeña escalera, se subió hasta donde el arma estaba expuesta y la zafó de sus ganchos, luego regresó al mostrador, sosteniéndo la pistola con ambas manos como si fuera una delicadeza radiactiva que le ofreció a Elec con algo de recelo.
—Es un revólver SW modelo 500, cañón corto y de gran calibre —explicó el hombre con un tono de advertencia, observando cómo Elec examinaba cuidadosamente las líneas de acero inoxidable, hacía girar el tambor y jalaba el martillo con un clic.
—Ésta también —dijo, poniéndola en el mostrador sobre las demás cosas—, e incluya las municiones, por favor.
El hombre lo miró atontado antes de volver la atención a la nota y acercarse a la terminal electrónica para pasar la tarjeta.
—¿Puedo preguntar qué va a hacer con todo esto? —preguntó el anciano, pasándole su tarjeta y el recibo con un bolígrafo.
Elec no dijo nada mientras plasmaba su firma y cuando deslizó el recibo de regreso hacia el hombre levantó la mirada con seriedad, se metió el arma en el bolsillo interior de la chaqueta y envolvió los brazos alrededor de la enorme caja donde iban sus pesadas compras.
—Voy a salvarle la vida a usted y a toda esta gente.
El anciano se quedó totalmente perplejo y con un escalofrío recorriéndole la columna cuando Elec cargó la caja y salió por la puerta, dejando atrás el tintineo de la campana.
—¿Qué es esta cosa? —inquirió Serbal, observando con el ceño fruncido el aparato amarillo chillón que Elec había puesto en su mano.
Había un grupo numeroso de personas alrededor de ellos en la aldea, encimándose sobre los hombros de Serbal para ver con la misma expresión el objeto extraño.
—Se llama walkie-talkie —dijo Elec, agachándose sobre la caja que había puesto en el suelo, llenó sus manos de walkie-talkies y comenzó a repartirlos entre aquellos que acompañaban a Serbal y vigilaban el bosque—, en caso de emergencia podemos comunicarnos unos con otros cuando estemos lejos.
—Nosotros no necesitamos esto, podemos comunicarnos por la red de raíces —resopló Fenris, el chico que Serbal había golpeado en el entrenamiento. Ahora se veía sin ningún rasguño y volvía a su altanería, arrojando con desdén su walkie-talkie de vuelta a la caja.
—Sí, pero yo no puedo hablarle a las malditas plantas —espetó Elec con tranquilidad, tomó la muñeca de Fenris y volvió a ponerle el aparato en la mano como a un chiquillo berrinchudo—, así que toma, no vayas a perderlo porque te puede salvar la vida si te quedas sin árboles.
Elec se dio la vuelta y siguió repartiéndolos, ajeno a la mirada fulminante que Fenris le dirigía. Serbal se dio cuenta de eso y de la actitud aprensiva de algunos de los que estaban ahí presentes, entonces soltó un suspiro e hizo algo que pensó que nunca haría:
—Elec tiene razón —lo defendió y todos se volvieron a mirarlo con asombro, incluso Elec—, ya es parte de nosotros y si esto es una forma de integrarlo —enarboló el walkie-tolkie en su mano— tenemos que aceptarlo, así que cambien esa actitud —le lanzó una mirada de advertencia a Fenris antes de dirigirse a Elec—: y tú, explícanos como usar este traste.
Serbal tenía suficiente liderazgo entre los más «jóvenes» como para destilar autoridad y firmeza. Después de eso el silencio se volvió tenso, pero nadie volvió a desdeñar a Elec ni la tecnología con la que no estaban familiarizados.
Elec se subió a una roca desde la que enseñó a usar los canales de comunicación y para qué servía cada botón. Él mismo estaba bastante familiarizado con esos aparatos pues desde pequeño su padre solía obligarlo a acompañarlo a las obras de sus grandes proyectos y todos tenían walkie-tolkies que a Elec le gustaba robar para entretenerse y hacer bromas en esas terribles y aburridas horas rodeado de absolutamente nada que a un niño pudiera interesarle.
Elec hizo pruebas de sonido entre todos y resolvió algunas dudas hasta que alguien se acercó por detrás y le dio golpecitos en el hombro que le provocaron una repentina descarga eléctrica, haciéndolo dar un respingo.
Cuando él se volvió la reconoció, sabía que se llamaba Éire, que era la chica eléctrica que había resucitado su móvil con solo tocarlo y que solía acompañar a Serbal a todos lados como un muégano en el instituto.
—Bardo te llama —dijo ella y su expresión seria alarmó a Elec.
Él le dirigió una mirada a Serbal y este asintió mientras el resto aún picaba con desconcierto los botones de los comunicadores. Elec se levantó de la roca, dejándose guiar por la chica a través de un sendero que no conocía y que se desviaba un poco de la aldea.
—¿De qué quiere hablar Bardo conmigo? —preguntó él, tratando de ocultar la chispa de ansiedad en la voz e imaginando a su vez toda clase de razones por las que lo llamaba.
Éire siguió atenta al camino y se encogió de hombros.
—No lo sé, pero es muy probable que no pueda esperar un día más.
Elec tuvo la opción de preguntar a qué se refería, no obstante, tenía la terrible certeza de saber exactamente lo que quería decir.
El roble se estaba muriendo.
El aposento de Bardo, si es que eso era, parecía sacado de una película de fantasía.
Éire condujo a Elec hasta una de las partes más tranquilas del río donde la corriente era baja y penas se deslizaba por el cauce, permitiendo que crecieran lirios acuáticos con tranquilidad. Ella se detuvo en la orilla, haciéndose a un lado para que Elec pasara primero.
Él la miró un momento en silencio y después al río; un camino de rocas planas se internaban dentro del agua, pero la niebla espesa las desvanecía de la vista y saber qué había del otro lado era imposible.
Elec volvió a mirar a Éire con desconcierto, pero ella se limitó a hacerle un gesto con la cabeza para indicarle que todo estaba bien y extendió una mano en dirección al camino de rocas para instarlo a ir.
Él suspiró y pisó con cuidado las rocas húmedas y cubiertas de una especie de liquen que las hacía resbalosas. Cuando llevaba un buen tramo miró atrás, pero Éire no lo seguía y tampoco podía ver la orilla del río porque la niebla lo estaba envolviendo como una cortina espesa y flotante. Solo le quedaba seguir adelante y mientras más se acercaba, podía escuchar el tintineo de campanillas de viento y vislumbrar la silueta de un frondoso árbol.
Las botas de Elec tocaron tierra firme, pero se dio cuenta de que seguía en medio del río sobre una elevación de tierra que formaba una pequeña isla. Al centro de esta la niebla serpenteaba alrededor de un roble majestuoso rodeado de hierba alta y flores silvestres azules, y aunque no era tan impactante como el roble al que Bardo estaba vitalmente unido, aun así inspiraba reverencia. De sus ramas más bajas colgaban lámparas de hierro antiguo y cristal que más que luz, irradiaban un brillo místico y se mecían junto con el viento y el sonido de las campanillas.
Bajo el domo que formaba el follaje, colgaba una cortina alrededor del tronco como una carpa circular. Estaba cerrada, pero Elec sabía que era ahí donde tenía que ir.
Sus pasos se interrumpieron cuando vio dos siluetas grandes salir de la carpa y detenerse afuera para conversar. A través de la niebla Elec los reconoció, el de cabello suelto debía ser Idris, mientras que el de la cola de caballo tenía que ser Rowen, y donde ambos estuvieran, Sayer debía estar cerca. Elec ya tenía muy claro que los tres eran una especie de equipo bastante fuerte e inseparable. Se los figuraba como antiguos caballeros al mando de la logística y la seguridad del bosque pues el porte de los tres era casi militar y siempre lucían furtivos, como si estuvieran metidos en una misión secreta.
Elec no quiso acercarse, la conversación entre Idris y Rowen parecía bastante seria a juzgar por sus expresiones ceñudas. No obstante Rowen se enderezó como si de repente hubiera captado algo extraño y miró hacia donde estaba Elec, atravesándolo con los ojos.
Cuando Idris también se volvió para mirarlo, Elec no tuvo más remedio que acercarse, no quería parecer como si hubiera ido a espiarlos.
—Bardo te espera, pero ahora está hablando con Sayer —dijo Rowen, cruzándose de brazos sobre su peto de cuero rígido.
—¿Cómo está Bardo? —preguntó Elec, medio sorprendido pues se daba cuenta que aquella era la primera vez que Rowen le dirigía la palabra, a pesar de que habían tenido mucho contacto visual.
En vez de responder, Rowen intercambió una mirada cómplice con Idris y fue este último quien habló:
—La sierra alcanzó a perforar el corazón del roble —dijo, tomando aire para moderar la rabia y el pesar en su voz.
—Eso quiere decir que...
—Está gravemente herido —repuso Rowen y este no pudo ocultar un semblante culpable.
Los recuerdos de la noche del último ataque fueron tan vívidos e intensos que la mirada de Elec se perdió en el vacío y apretó los puños a los costados de sus muslos tan fuerte que parecía que sus nudillos iban a perforar su piel.
En ese momento una mano enguantada en cuero emergió entre la abertura de la carpa y apareció Sayer con la mirada más triste que Elec le había visto jamás, era como si estuviera terriblemente abatido y cargara sobre sus hombros el mayor de los pesares. Sin embargo se enderezó y recompuso su expresión a la más neutral que pudo cuando sus ojos verdes se toparon con los de Elec.
Aun así, la energía de Sayer se sentía diferente, era como si un aura de tristeza lo envolviera sin importar cuán regio intentara verse y Elec sintió un estremecimiento al notarlo tan vulnerable. Pensaba que la gente del bosque se encontraba a otro nivel, a uno fantástico y paranormal, pero en ese instante Sayer recogía toda la humanidad del mundo en su semblante.
—Puedes pasar —le dijo Sayer, rehuyendo su mirada al notar que Elec lo observaba con perspicaz detenimiento.
Antes de que Elec pudiera decirle algo, Sayer echó a andar hacia el camino de piedras. Idris y Rowen intercambiaron una mirada de extrañeza y preocupación antes de despedirse de Elec con gestos de cabeza y seguirle los pasos a su líder.
Elec llevó su mano al walkie-talkie extra que llevaba enganchado en la pretina del pantalón.
—¡Sayer! —lo llamó y los tres hombres se voltearon a ver a Elec. Idris y Rowen se hicieron a un lado cuando vieron el walkie-talkie encumbrarse en el aire hasta caer atrapado como un imán dentro de la mano de Sayer—. Es tuyo, hablaremos más tarde —le dijo y Sayer asintió lentamente con la cabeza, medio difuso entre la niebla que flotaba sobre el agua.
Cuando la bruma los hizo desaparecer, Elec se volvió hacia la carpa e introdujo la mano dentro de la abertura, tomando aire para enfrentarse a lo que sea que tenía que enfrentarse del otro lado.
Cuando la cortina se cerró a su espalda, lo primero que llamó su atención fueron aquellas lámparas que había visto antes, colgadas de las ramas en gran cantidad y a distintas alturas, dándole al interior de la carpa una luminosidad cálida y misteriosa. Un montón de polillas e insectos alados revoloteaban encantados alrededor de las luces y los ojos de Elec se deslizaron por aquella decoración, por el grueso tronco del roble y finalmente, en Bardo.
Se acercó a él con mucha cautela mientras recorría con la mirada el lugar donde yacía: una formación de piedra frente al roble, tan alta como un trono y a su vez tan larga como una cama, cubierta de antiguos cobertores bordados a mano con gran maestría que se derramaban fuera de la cama sobre el césped de flores y hongos, rodeado también por cojines coloridos de distintos tamaños.
A simple vista, Bardo parecía estar estupendo, como un rey cómodamente acostado en su cama, pero cuando Elec estuvo lo suficientemente cerca, lo notó alarmantemente pálido.
—Elec... —pronunció Bardo, apenas con voz, levantando una mano hacia él con mucho esfuerzo.
En dos pasos, Elec ya estaba a su lado, agachándose frente al borde de su lecho para impedirle que hiciera esfuerzo.
—Hola Bardo —dijo él, tratando de esbozar una sonrisa, pero sus ojos no pudieron evitar ir a su costado donde la tela de la venda que le atravesaba el torso estaba completamente manchada de sangre del día anterior y reciente, como si llevara horas sangrando y no hubiera nada que detuviese la hemorragia. A Elec se le revolvió el estómago al recordar que el roble de Bardo tampoco dejaba de emanar savia de su herida.
—No te asustes —dijo Bardo con su voz débil y profunda. Elec se encontró con sus ojos, sorprendiéndose al ver cuán sereno lucía—, ya ha dejado de ser una molestia.
Tras decir eso, Bardo no dijo nada más, a pesar de que contemplaba las luces colgantes con relativa tranquilidad, era evidente que estaba cansado, bastante débil y rayando el abandono interior.
«Ya no puede seguir luchando» pensó Elec y supo cuán acertada había sido la afirmación de Éire al decir que no esperaría un día más.
El silencio se extendió unos instantes más donde la comunicación se volvió más muda que oral. Bardo hizo un simple gesto con la mano, invitando a Elec a sentarse sobre el cojín a su lado y cuando lo hizo, el anciano suspiró y todo siguió en silencio. No obstante, Elec no se encontraba incómodo; en su interior supo que en ese momento de silencio había más sentido que en muchas palabras ruidosas.
Juntos escucharon el canto de los pájaros al otro lado del río y el tintineo de las campanas de viento cuando los cristales se chocaban unos con otros delicadamente. En ese instante a solas, Elec comprendió que a pesar de todo Bardo se sentía reconfortado en sus últimos momentos antes de cerrar los ojos para siempre, y al mismo tiempo le sorprendía que no pugnara por sanar, ni se consumiera en dolor ni la desgracia que creía venir con la muerte.
Que no hiciera nada por salvarse era lo que más molestaba a Elec y rompió el silencio:
—¿No puedes hacer nada para sanarte? —dijo, con un dejo de súplica desesperada en la voz.
Bardo cerró los párpados y Elec se alarmó al ver que no los abría por un rato, pero cuando estaba a punto de comprobar sus signos vitales, volvió a abrir los ojos y lo miró con lentitud, solo entonces supo que había estado reuniendo fuerzas para poder pronunciar palabras:
—Ya no —respondió en un susurro tan bajo que Elec tuvo que acercarse más para escucharlo—. Tú y Sayer han pensado en lo mismo, pero... pero esto no es un abandono cobarde, no estoy abandonando la lucha demasiado pronto...
Bardo intentó levantar su mano, pero solo consiguió que temblara en su lugar y Elec apretó los labios con impotencia.
—Bardo, yo... perdóname —dijo, agachando la cabeza con culpabilidad—. Pude haber hecho muchas cosas para evitar esto, pero llegué demasiado tarde y ahora tú...
—Tú ya has hecho más de lo que tuve que haber reconocido—repuso y esperó hasta que Elec levantara la cabeza para mirarlo—. Renunciaste a tu vida para ayudar a salvar la del bosque, nosotros somos... —se interrumpió, reuniendo todas sus fuerzas para levantar su trémula mano. Elec la sostuvo con firmeza, apoyándose en un codo sobre la cama— Nosotros somos quienes debemos pedirte perdón... sé que nunca dejamos de hacerte a un lado hasta que demostraste que te necesitábamos... Pe... perdónanos.
La mandíbula de Elec se apretó, tratando de contener sus emociones y tomó aire entrecortadamente.
—No, Bardo, ustedes no han hecho nada malo, no tienes por qué pedirme perdón, estaban en todo su derecho de desconfiar de mí después de todo lo que han tenido que soportar a manos de la gente, y ahora de mi padre.
Bardo estaba negando con la cabeza incluso antes de que Elec terminara de hablar.
—Estábamos en un error y antes de... antes de irme quiero que me permitas enmendarlo pidiéndote algo muy importante...
—Lo que sea, dime —asintió Elec enérgicamente con la cabeza, enderezando la espalda y mirando a Bardo con fijeza.
—No desistas —empezó a decir, deteniéndose en cada palabra, haciendo un esfuerzo titánico por pronunciar bien—, ayúdanos a salvar nuestro bosque, pero sobre todo... protege a Enya, ella es...
—La última —completó Elec, sintiendo cómo repentinamente se aceleraban sus latidos.
—Ya lo sabes...
—Sí —admitió, desviando la mirada para ocultar su malestar.
—Sé que ella es muy importante para ti, pero no olvides que está atada al sauce... Si llegara a pasarle algo a su cuerpo humano, déjala atrás aunque te duela y ve a proteger el sauce.
Elec volvió la mirada a Bardo, sorprendido, y aunque sabía que la gente del bosque dependía de la vida de sus árboles para sobrevivir, jamás le había pasado por la cabeza tener que presenciar a Enya siendo atacada y él teniendo que darle la espalda. Las palabras de Bardo habían sido una chispa reveladora que le provocó un pinchazo de angustia en el pecho. Si eso era lo que tenía que hacer, no le gustaba absolutamente nada, pero si debía dejar a Enya desangrándose para correr tras su árbol, con todo el dolor de su corazón lo haría. ¡Diablos!
—No tengas miedo, Elec —murmuró Bardo al ver su turbia lucha interior, como si pudiera ver sus pensamientos flotando frente a sí.
—Lo sé, pero ya sabes, no es algo que se decida tener o no, es algo que se siente sin más aunque se evite —espetó Elec, pasándose una mano por la cara como si quisiera deshacerse de la impotencia— ¿Acaso tú no tienes miedo en este momento? —inquirió y tan pronto como lo hizo se arrepintió profundamente, sin embargo a Bardo no pareció molestarle pues en su estado moribundo se encontraba casi desprovisto de sentimientos.
—Lo tuve toda la noche —respondió con calma e hizo una larga pausa para recuperar aire, luego movió los ojos hacia su sangrante herida—. La muerte no es algo que nos ocurra muy seguido y de manera natural. Los árboles son seres ancestrales especiales..., no encontrarás nada más que se aferre a la vida tanto como ellos, y yo ya me he aferrado demasiado..., he vivido por más años de los que jamás nadie ha vivido..., he visto generaciones nacer y morir en un abrir y cerrar de ojos para mí..., he visto al mundo caerse en trizas y reconstruirse entre cenizas... La muerte es una vieja amiga que pasa a mi lado sin siquiera mirarme y ahora que lo hace... tuve miedo, sí, pero también he tenido bastante tiempo para prepararme y emprender el segundo viaje de la vida... Ahora no hay miedo, ni desesperación, ni dolor, ni paz, solo... estoy parado en el borde de la eternidad, sintiendo nada.
Bardo necesitó de otros largos minutos para recuperar el aliento, cuestión que a Elec le vino igual de bien pues un nudo se había instalado en su garganta, atenazándola con fuerza y estaba haciendo un gran esfuerzo por disolverlo.
Cuando finalmente recuperó el aplomo, contempló a Bardo y vio que volvía a mirar absorto las luces de las ramas y mientras perduraba el silencio entre ellos, una pregunta rondó la mente de Elec insistentemente y a esas alturas no le vio sentido a guardarse dudas.
—¿Tú mataste al hombre que te atacó con la taladora?
La pregunta no inmutó a Bardo y tampoco lo hizo despegar los ojos de las ramas.
—Sí.
—Pero ni siquiera parecías haberlo tocado —murmuró Elec, recordando el aspecto desagradable en el que había encontrado al hombre, inerte sobre el volante.
—Yo... podía hacer lo mismo que hice contigo cuando te salvé la vida la primera vez que viniste, pero a la inversa..., podía sanar tejidos, o colapsarlos... Con ese hombre los colapsé..., me arrepentí tan pronto como lo maté.
—¿Por qué? Fue en defensa propia —«y aun así...» dijo la mente de Elec, sin ser capaz de completar la frase cuando se fijó en la hemorragia insostenible de Bardo.
«Aun así estás muriendo»
—No podemos tomar la vida de nadie para salvar la nuestra... nosotros protegemos la vida, hemos mantenido nuestra tradición y nuestros votos durante milenios, pero yo fallé doblemente. Cuando te dije que tenía miedo de morir, de verdad lo tuve incluso antes de estar herido... tuve miedo de perder la inmortalidad y fue el miedo lo que me llevó a detener a ese hombre de aquella manera... Dos mil años de experiencia y vivencias no pudieron contener el miedo que se redujo a un efímero segundo... Fui egoísta, y ahora la naturaleza encuentra su equilibrio...
Elec notaba que las cobijas debajo de Bardo comenzaban a ensanchar lentamente la mancha de sangre alrededor de su silueta y se alarmó ante la perspectiva de verlo morir, sin nadie más que lo acompañara.
Era impresionante contemplar la gravedad de su cuerpo y al mismo tiempo pensar que Bardo tenía razón al decir que no le molestaba en absoluto, pues era como si ya no pudiera sentir nada, su mirada profunda ahora estaba vacía y su mente parecía ya no imaginar cosas.
Quizá era por el shock del momento lo que hacía a Elec negarse al hecho de que Bardo estaba muriendo, y a través de esa negación una furtiva esperanza se colaba en su cabeza, deseando que aquello no fuera verdad, que todo fuera producto de una pesadilla, de que pronto despertaría en la mañana y se encontraría con que no había pasado nada y todos estaban sanos y salvos.
Pero sabía que no era un sueño y ahí estaba Elec, atormentado por la indecisión de marcharse a buscar a alguien más que acompañara a Bardo o quedarse ahí hasta el momento final. Encontrarse en medio de ambos caminos era una de las cosas más duras que había tenido que enfrentar, pues deseaba desesperadamente esquivar el momento e irse para acabar de una vez y al mismo tiempo aún quería aferrarse a que ocurriera un milagro de último minuto, por más ridículo que le pareciera incluso a él mismo.
Sin duda estaba sufriendo más que Bardo.
Haciendo acopio de toda su voluntad, llenó sus pulmones de aire y reunió fortaleza para permanecer sentado allí.
Bardo se quedaba dormido constantemente pero por cortos periodos de tiempo, su consciencia se desvanecía de a poco, no obstante las pocas defensas de su cuerpo aún hacían un pequeño esfuerzo por despertarlo.
Las últimas palabras de Bardo fueron las que más trabajo le costaron pronunciar, pero Elec lo escuchó con absoluta atención para comprender:
—Hay... una cosa más que quiero que hagas cuando todo esto haya terminado.
Bardo murió horas más tarde en una de las noches más hermosas y tranquilas que Elec había visto. Era como si el viento, la tierra, el río y los insectos nocturnos supieran de su partida y prepararan un homenaje en su honor.
El viento soplaba con delicadeza, el río se deslizaba despacio, los grillos parecían haber sincronizado una melodía entre los árboles y había una cantidad increíble de luciérnagas flotando por todo el espacio alrededor del milenario roble. Toda la gente del bosque estaba ahí, en total silencio alrededor del árbol dándole el último adiós a su líder que yacía a los pies de las raíces sobre una cama de flores. Los ojos de todos estaban encendidos como incandescencias casi tan fuertes como las lamparillas que habían colgado de las ramas para forzar la luz en la oscuridad.
Mezclado entre ellos se encontraba Elec, en medio de Enya y Serbal, observando cómo Arlen junto con más «niños» de su misma edad rodeaban la herida del roble con una corona de flores que habían hecho ellos mismos. Cuando terminaron, se retiraron y Arlen apuró el paso, agachando la cabeza para ocultar sus lágrimas. Su padre le tocó la cabeza en un gesto de consuelo cuando pasó junto a él y esta vez fue Sayer quien se desprendió de la multitud para acercarse a Bardo. Cuando estuvo a sus pies, clavó una rodilla en el suelo y se agachó, haciendo una reverencia como lo haría un caballero, y Sayer parecía uno de verdad.
En silencio, todos los ojos contemplaban a su nuevo líder despidiéndose del que por siglos les había dado sabiduría. A pesar de que a Elec no le había sorprendido en absoluto aquello, algunos opinaban que ese rango lo merecía alguien entre los más viejos que casi igualaban la edad de Bardo, pero con todo y que Sayer era mucho más joven, su temple y su leal disposición eran suficientes para darle el beneficio de la duda y además, Bardo así lo había querido. Aunque el desconcierto todavía era palpable en el aire, nadie se oponía a ese destino.
A su lado, Elec notó que Enya estaba conteniendo la respiración y la miró. Sus ojos estaban encendidos como flamas verdes y la luz tenue de las lámparas iluminaba su expresión. Sin que le dijera nada, Elec supo que estaba preocupada por su padre y la responsabilidad que había caído sobre sus hombros.
Lentamente, movió su mano hasta enganchar su meñique con el de ella y así jaló su mano entrelazando sus dedos. Incluso en el ambiente de solemne tristeza, sentir su mano hizo que el corazón de Elec se acelerara. Ella abrió los ojos sorprendida cuando sintió el firme agarre y levantó la mirada hacia él, hacia los únicos ojos que no brillaban en la oscuridad pero cuya sonrisa era la única que vería esa noche, era una sonrisa triste, pero ahí estaba. Enya le devolvió el gesto y acarició el dorso de su mano con el pulgar. Serbal les dirigía miradas de soslayo y permaneció serio mientras se llevaba a cabo el proceso fúnebre.
Bardo fue sepultado a los pies de su roble y Elec casi podía jurar haber visto cómo varias hojas se desprendían de las ramas y se deslizaban lentamente hasta el suelo. Todavía tomaría tiempo para que el árbol se secara por completo, como muchos de los que había visto entre árboles sanos, y cuando la última hoja del roble se cayera, jamás volverían a crecer nuevas hojas, pero la vida alrededor se encargaría de habitar aquel árbol.
El funeral había sido breve y silencioso, aunque Elec tenía sus dudas pues los del bosque podían comunicarse aún sin palabras.
Poco a poco fueron dispersándose, algunos rodearon a Sayer para hablar con él, mientras que otros regresaron a la aldea con expresiones consternadas.
Enya quería reunirse con su sauce así que Elec la acompañó. Ella no necesitaba nada para ver el camino, pero Elec tuvo que hacer uso de una de las linternas que había comprado para combatir la oscuridad.
En el camino ninguno de los dos dijo nada mientras caminaban uno a lado del otro. Los pensamientos de ambos estaban dedicados a Bardo. Para Elec habían sido horas difíciles de asimilar; enfrentar la muerte de una persona que conoces es más impresionante de lo que uno se puede imaginar, un shock total y los sentimientos que habían estado en pugna dentro de él comenzaron a sobrepasar sus fuerzas.
Ya estaban bajo el manto del sauce cuando Enya dejó de sentir a Elec a su lado y se volvió para buscarlo con la mirada. Él estaba en medio de luciérnagas, de pie con la cabeza agachada y los puños cerrados. Elec sintió que ella lo miraba y levantó la cabeza, Enya notó que su boca estaba cerrada, pero toda su expresión gritaba algo. Una mirada bastó para que ella lo supiera y en cuestión de segundos lo estaba rodeando con los brazos, presionando sus pequeñas manos contra la espalda de Elec para atraerlo al mismo tiempo que apoyaba su mejilla en su pecho. Escuchó cómo los latidos de su corazón se aceleraban desmedidamente. Él envolvió los brazos alrededor de ella, escondiendo el rostro entre sus cabellos y se aferró a su cuerpo de una forma que la sorprendió, como si llevara años necesitando un verdadero abrazo, entonces Enya lo sujetó con más fuerza, moviendo una mano de arriba abajo sobre su espalda arqueada hacia ella.
Permanecieron abrazados un largo rato y poco a poco las manos de Elec también despertaron y comenzaron a deslizarse por los brazos de ella, delineando las curvas de sus hombros hasta enmarcar su rostro, guiando su cabeza con delicadeza para que lo mirara. Estaban tan cerca que los ojos de Enya alcanzaban a iluminar el rostro de Elec. Ella pestañeó y él pudo sentir el sutil cosquilleo en la barbilla. Se miraron a los ojos, encontrándose uno al otro hasta que involuntariamente Enya se mordió el labio, atrayendo la mirada de él hacia esa zona.
Ella estaba dirigiendo la mirada a los labios de él cuando su rostro terminó con los centímetros que los separaban y la besó. Enya emitió un profundo suspiro y le respondió con la misma avidez con que él estaba recorriendo sus labios, abriendo los dedos de sus manos sobre su espalda para apretarlo más contra ella.
Justo cuando Enya iba a soltar otro suspiro, dejó de sentir la boca de Elec, pero él seguía sosteniendo su rostro así que lo buscó a tientas con sus labios y los ojos cerrados, sin embargo al notar que él no volvía a unirse, los abrió y vio el rostro de Elec a pocos centímetros del suyo. Lo contempló con desconcierto y pudo ver que la miraba con seriedad.
—¿Qué pasa? —susurró Enya, tratando de hallar la respuesta en sus ojos.
Elec acarició sus mejillas con los pulgares a cada lado de su rostro.
—Nada, solo quería decirte que... —bajó la mirada un instante dejando sus ojos ocultos tras las pestañas antes de reencontrarse— No voy a dejar que nada malo te pase, ni a ti, ni al sauce.
Enya sonrió más tranquila y soltó el aire que había estado conteniendo. Aunque las palabras de Elec eran para apreciarse, no pudo evitar sentir una punzada de... una punzada de ¿decepción? No podía creer que estuviera experimentando eso, así que alejó el contradictorio sentimiento de su mente y se alzó sobre las puntas de sus pies para alcanzar los labios de Elec, dándole un corto pero dulce beso.
—Protegeremos juntos este bosque —murmuró ella cuando se separó, pero lo que había hecho dejó a Elec con ganas de más y lo encontró mirando sus labios como en una especie de trance o fascinación. De nuevo fue él quien reencontró sus bocas, esta vez soltando un quejido lleno de anhelo que los hizo besarse lenta pero más apasionadamente. El interior de Enya bullía de emociones. En 500 años no se había sentido tan viva y tan necesitada de aquello, ni siquiera cuando había creído haberse enamorado hacía muchísimos años de la persona que casi acaba con su vida. Elec en cambio quería dársela y la doble sensación de posesividad con la que estaba recorriendo su boca y la forma protectora en que la sostenía estuvo a punto de hacerla llorar.
—¿Por qué no llegaste antes? —susurró ella con voz trémula.
—Perdóname, aquí estoy —repuso Elec antes de volver a besarla.
—Yo nunca había sentido... —la frase que Enya estaba a punto de decir fue interrumpida por el gorjeo proveniente del walkie-talkie de Elec.
Ambos se detuvieron de golpe, sorprendidos por el repentino ruido de interferencia mezclada con la inconfundible e infaltable voz de Serbal, quien de nuevo comenzaba a caerle pesado a Elec. O bien era una terrible coincidencia, o sabía perfectamente cómo arreglárselas para interrumpirlos.
Aun así, escucharlo fue como reventar la burbuja y caer de golpe. Con un gruñido Elec tomó el aparato de su pantalón y lo acercó a sus labios sin dejar de mirar a Enya.
—Dime.
Tras soltar el botón se escuchó un pitido y el sonido de interferencia volvió a entrar.
—Por Dios, ¡hasta que esto funciona! Es bastante tarde, ¿dónde están tú y Enya?... ¿Sabes qué? No importa, ya lo sé y deberían regresar, no estamos en posición para mantenernos separados.
El pitido volvió a sonar indicando que Serbal había cortado la comunicación y mientras Elec soltaba un suspiro y bajaba el aparato, Enya lo miraba en su mano con sorpresa, era la primera vez que veía uno tan de cerca y en funcionamiento.
—Serbal tiene razón —dijo ella, pasándose disimuladamente la lengua por el labio—, deberíamos volver.
Elec asintió, aunque le irritaban mucho los repentinos cambios en la brusquedad de Serbal y el hecho de que siempre parecía saber cuándo interrumpir, también admitía que dadas las circunstancias, necesitaban descansar y reponer todas las energías que pudieran, sin embargo se pasó una mano por la cara y resopló cansinamente.
—Te acompaño de regreso a la aldea, pero yo no puedo quedarme.
Enya lo miró alarmada.
—¿Por qué?
—Los hombres de mi padre destruyeron mi campamento —se encogió de hombros como si no tuviera mucha importancia, pero recordarlo comenzaba a calentarle la sangre, remontándolo a la noche en que todo ocurrió.
Enya lo contempló horrorizada por la noticia, pero un instante después frunció el ceño y lo tomó de la mano, arrastrándolo de vuelta a la aldea.
—Enya, oye...
—No dejaré que sigas pasando por esto —dijo ella con firmeza.
—¿A dónde me estás llevando? No es necesario que...
—No digas nada, Elec.
—Pero...
—Yo también quiero protegerte —espetó, deteniéndose para mirarlo—. Déjame hacerlo, por favor.
Elec la miró sorprendido y después desvió la vista.
—Si me miras así... está bien. Aunque no sé dónde piensas que podría quedarme, muchas casas quedaron derrumbadas.
—No todas —repuso Enya, retomando la marcha—, la mía no.
¡Hola! Perdón por la tardanza, pero saben que siempre aprecio su paciencia <3 Aprovecho para disculparme si no respondí algunos comentarios del capítulo anterior. Wattpad no sé qué hizo con los comentarios que muchísimos de ellos se borraron :( Aún así muchas gracias por comentar.
También he estado poniéndo títulos a los capítulos, si se fijan en el índice más de la mitad ya no solo dice "Capítulo número tal" sino que también ya tienen nombres, pero aún no termino de nombrar los últimos.
Gracias por todo! Nos leemos :D
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