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Capítulo 11: Humana y algo más.

"Cuando frecuentaba el bosque de pequeña, me decían que una serpiente podría picarme, que podría coger una flor venenosa o que los duendes me podrían raptar, pero continué yendo y no encontré sino ángeles, mucho más tímidos ante mí de lo que yo pudiera sentirme ante ellos"

—Emily Dickinson.


Enya retiró la mano de la boca de Elec para dejarlo hablar, pero él permaneció callado y congelado, mirándola a los ojos.

Ella le dedicó una sonrisa amable. Sabía que no podía articular palabra, pero podía ver la respuesta en sus ojos.

—¿Me acompañarías a la orilla del río? —preguntó, tomándolo de las manos y enseguida ambos se pusieron de pie.

Ella soltó su mano cuando llegaron a la orilla y se acercó al agua para tomar una vara que flotaba tranquilamente. Después inspeccionó la tierra mojada mientras recogía las piedras que se iba encontrando. Cuando regresó junto a Elec, abrió las manos soltando las piedras, luego se agachó y con la vara comenzó a trazar lentamente un gran círculo irregular sobre la tierra.

Elec se agachó frente a ella sin ser capaz de quitarle la vista de encima, era como si de un segundo a otro Enya hubiera pasado a ser de otro planeta y cada uno de sus poros fuera una novedad.

—No hay registros históricos sobre nosotros, nuestra existencia jamás ha podido ser fechada ni averiguada —comenzó a decir ella sin despegar la vista de las líneas que estaba trazando—, pero increíblemente existen miles de historias fantásticas basadas en otras historias fantásticas que la ciencia sí que ha tomado en cuenta.

—¿Qué quieres decir? —pudo preguntar Elec al fin y Enya levantó la cabeza para mirarlo.

—En la Edad de Hierro nos llamaban druidas; en la época medieval nos llamaron brujos, magos o hechiceros; y ahora por lo menos no saben cómo llamarnos —agregó con ironía—, pero nunca en milenios nos han llamado por nuestra verdadera función: somos, simplemente, guardianes de los bosques.

—Okey —contestó Elec, y necesitó un instante para asimilarlo. Todavía no se sentía lo suficientemente seguro como para derrumbar su muro de incredulidad y en ese momento quiso ignorar la forma en la que los árboles se agitaron sin viento—. Te escuché, solo dame un momento. La Edad de Hierro fue... — frunció el ceño y se interrumpió para hacer cuentas mentales, meneando los dedos— Fue muchísimo antes de Cristo, ¿en serio acabas de decirme que tienen miles de años en este mundo? —preguntó y su voz sonó un tanto aguda y sobresaltada por la sorpresa.

Enya meneó la cabeza y comenzó a acomodar las piedras que había recogido dentro del círculo trazado.

—No, ninguno de nosotros ha vivido tanto. Somos descendientes de una clase antigua, casi tan antigua como la Tierra pero no tan antigua como el Sol. Los primeros guardianes eran sabios y tenían una misión: proteger la vida de la naturaleza y enseñar a protegerla. Su conocimiento les daba poder e influencia sobre los demás y vivieron muchos siglos en paz hasta que los griegos y los romanos quisieron entenderlos, pero eran demasiado diferentes a ellos y los vieron con malos ojos. Casi todo lo que se sabe sobre nosotros es gracias a César, quien se encargó de <<interpretar>> nuestra sociedad y poco a poco...

—¡Cesar! ¿Qué César? ¿Julio César?

Enya intuyó su reacción y asintió con la cabeza.

—Poco a poco, todo lo que se sabía, toda nuestra tradición y nuestro propósito fue alterado a conveniencia del Imperio romano y más tarde por la iglesia cristiana para tacharnos de paganos ante los ojos del mundo.

Elec observó cómo acercaba una piedra hacia él. Al principio le había parecido que solo las colocaba al azar, pero ahora podía ver que comenzaban a formar un patrón dentro del círculo.

—Sufrimos una progresiva desacreditación; dijeron que practicábamos sacrificios humanos, que éramos un pueblo bárbaro sediento de sangre, hereje y fanático de cultos prohibidos. Nos convirtieron en personajes sobrenaturales, conocedores de enigmas mágicos, hablantes de lenguas demoniacas e incluso con capacidades para transformarnos en animales. Nos echaron a un lado como fuentes de cultura y saber desde el año 476 y finalmente no dudaron en perseguirnos. Muchos fueron quemados en la hoguera incluso tiempo después de la edad media y desde entonces, nuestro legado como guardianes de la naturaleza y la vida no solo fue un mito tergiversado, sino olvidado —soltó un breve suspiro y agregó con amargura—: Estamos en el mundo, pero ya no somos del mundo. Les estorbamos tanto como los árboles.

Elec sintió cómo su cuerpo se ponía cada vez más y más inmóvil a medida que su atención hacia Enya crecía. De pronto una pregunta que jamás había imaginado que tenía que hacer se pronunció en su mente y miró a la chica con intensidad.

—No tienes 18 años, ¿verdad? —preguntó cautelosamente, como si la respuesta lo fuera a lanzar por los aires.

Enya puso la última piedra en su lugar, levantó la cabeza y lo miró como la primera vez que sus ojos se cruzaron con los suyos, como si fuera dueña de los secretos del universo y pudiera ver el aspecto de su alma. Una mirada tan profunda que lo traspasaba y Elec tuvo que hacer un esfuerzo para soportarla, pero lo logró.

—He estado viva por poco más de 500 años —contestó con voz apenas audible.

—Oh, vaya... —murmuró Elec, atragantándose con las palabras y agradeció infinitamente estar sentado o de lo contrario hubiera trastabillado. Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho.

Tras haber escuchado eso, ya no podía dar crédito al aspecto de Enya, su rostro sin mácula, ni arrugas no era propio de alguien tan longevo, para nada. Por supuesto que se había dado cuenta desde el principio que era bella, pero su perfección tan enigmática y extraña ni siquiera la había visto en chicas de la edad que ella pretendía tener. Ahora sí que llamaba enormemente su atención. Era increíble, ¿cuántas cosas habrían visto sus ojos en 500 años? ¿Cuántas cosas habrían escuchado sus oídos? ¿Cuántas generaciones de personas normales había visto morir y renovarse?

Ella pudo leer el anonadamiento en la expresión de Elec y dijo:

—Estamos biológicamente conectados con los árboles de Ávalon Fields —explicó, señalando las rocas dentro del círculo y Elec cayó en la cuenta de que era un plano de la isla—, por lo tanto, vivimos tanto como ellos viven y morimos al mismo instante en que ellos lo hacen. Bardo, el guardián de los robles es el más longevo y fuerte de todos, ha vivido por 3,200 años y no hay nadie más por arriba de su edad —terminó de decir con un dejo de devoción en la voz.

—¿Es por eso que es su líder?

—Así es.

—Tu padre, Sayer, ¿qué tan anciano es?

—Casi 700, apenas 100 años mayor que mi madre.

Elec estaba pasmado ante la naturalidad con la cual contestaba.

—Envejecemos muy lentamente, es por eso que permanecemos con un mismo aspecto durante tantos años. Se necesitan varios milenios para ser visiblemente ancianos.

—Y qué hay de sus... ¿poderes mágicos? ¿Cómo lograron salvarme la vida?

Enya dejó escapar una risa.

—No es magia —respondió—. Los árboles poseen propiedades curativas, en cada especie son distintas y el bosque entero forma una red por debajo de la tierra —explicó, dibujando líneas de una piedra a otra con la vara, conectándolas entre sí—, esta red no solo mantiene los nutrientes del suelo fértil, los pulmones de la isla y el aire fresco, sino que da fuerza a mi pueblo. Nuestra relación con los árboles es tan íntima que pertenecemos a ellos de por vida como una raíz más y somos capaces de potencializar sus propiedades. Creemos que somos capaces de tener estas habilidades por el hecho de compartir una misma estructura celular, incluso... —se interrumpió y miró a Elec con ojos de disculpa— Lo siento, ¿estoy siendo demasiado complicada de explicar?

Él levantó ambas manos y las meneó.

—No, no, no. Sigue, por favor.

Ella esbozó una suave sonrisa y continuó:

—Serbal tiene el mismo nombre de los árboles que protege, puede usar sus propiedades sedativas y yo puedo curar heridas internas y superficiales, sin embargo... —al hacer una breve pausa, Elec notó que sus facciones adoptaron una expresión distante y pensativa— solo fuimos capaces de estabilizarte y tuvimos que recurrir a Bardo al ser el más fuerte. Fue él quien te salvó.

Era tal su expresión, que Elec reprimió el impulso de colocar una mano sobre la suya en un gesto consolador.

—Te escuché decir que ya no tienes tanta fuerza como antes.

—Es verdad.

—¿Por qué?

Enya soltó un suspiro y con la vara empujó la mitad de las piedras fuera del círculo.

—Cada guardián protege una especie de árbol. Si los árboles de esa especie que protege comienzan a enfermar o a ser deforestados, el guardián pierde fuerza.

<< O muere >> agregó una siniestra vocecilla en la mente de Elec.

—Ávalon Fields estaba cubierto de árboles, pero las construcciones y el aumento de población han acabado con buena parte y hemos perdido a muchos de nosotros —continuó ella y trazó una nueva línea entre las piedras que quedaban, dividiéndolas en dos grupos— ¿Recuerdas el túnel a las faldas de la colina? —le preguntó, y sin esperar respuesta señaló las piedras del lado derecho de la línea— Gracias a ese escondrijo, los árboles que se encuentran de este lado están más inaccesibles al hombre y por lo tanto, más a salvo. Pero los que aún están de pie al otro lado y cerca del pueblo...

—Son más susceptibles de ser talados —completó Elec y Enya asintió con la mirada.

—Exacto, justo como lo acabas de ver hoy, muchos aún tienen sus árboles allá afuera mientras que los que estamos adentro tenemos que verlos caer uno por uno —se aclaró la garganta cuando percibió que la voz comenzaba a quebrársele y se pasó una mano rápidamente por los ojos—. A pesar de que aún me encuentro a salvo adentro, muchos de mis árboles estaban afuera y he perdido bastantes.

—¿Cuáles, Enya? ¿Cuáles son tus árboles?

Ella levantó sus ojos vidriosos y lo miró con sorpresa. Aunque no era una pregunta inesperada, Enya lucía como si la hubiera tomado con la guardia baja.

De pronto ella soltó la vara y se puso de pie. Elec se desconcertó al verla alejarse entre los árboles, pero la siguió, haciendo el suficiente ruido para indicarle que iba detrás de ella. No obstante, Enya no le pidió que la dejara sola ni que se fuera, simplemente siguió caminando bosque adentro sin voltear ni dirigirle palabra alguna hasta que unos cuantos metros más tarde puso una mano sobre la corteza estriada de un árbol y comenzó a recorrerla con el dedo.

—Esto es quizá lo más importante que debes saber sobre nosotros —dijo cuando sintió a Elec a su lado y él se fijó en que en realidad su dedo recorría un corazón tallado encerrando un par de iniciales de enamorados sobre la corteza.

Lo habían tallado con algún objeto filoso hace bastante tiempo pues las angulosas líneas habían cicatrizado, y la savia estaba solidificada como sangre reseca.

Elec miró a Enya con curiosidad y ella le devolvió la mirada sin apartar la mano protectora del árbol.

—Este es un olivo, pero también es mi hermana, Arlen —repuso Enya y con la mano libre señaló en dirección a un árbol muy similar a poca distancia—. Ese de allá también es un olivo y si lo cortaran, Arlen se debilitaría, pero si cortan este en particular—palpó con ambas manos el que estaba tocando—, entonces ella morirá.

Elec entrecerró los ojos.

—¿Por qué?

Enya soltó un profundo suspiro y dejó vagar la mano por las estrías del tronco.

—Cada uno de nosotros protege una especie distinta y todos los árboles de esa especie, pero nuestras vidas solo pueden estar unidas a uno de ellos —Enya giró la cabeza y miró a Elec— Ya has visto a Arlen, es enfermiza y débil gracias a quien le hizo esto —masculló, apuntando acusadoramente el corazón tallado—. Esto no está bien, es como una herida expuesta y no es justo, ella apenas tiene 50 años, es una de las más jóvenes. Lo que sea que le ocurra a este árbol, Arlen lo sentirá, puede sentirnos en este momento mientras estamos parados sobre sus raíces —replicó con voz dura.

Elec miró sus pies sobre la hojarasca y después miró el árbol, acercándose lentamente a él hasta posar la mano sobre la corteza. No había nada especial al tacto. No había nada especial a la vista. Era un árbol como cualquier otro, salvo por el color de sus hojas que era ligeramente menos brillante y más amarillento que el resto.

Repentinamente comenzó a recordar la clase de la profesora Darcy y el debate que había sostenido con Enya tantos días atrás y todo eso que ella había dicho acerca de los árboles:


<< ¿Qué hay de los árboles? ¿Saben ustedes lo difícil que es para ellos ser cada vez menos? Tienen que trabajar el doble por aquellos que han muerto o han caído, por aquellos que se enferman cada vez que una pareja ignorante va y talla un corazón y sus iniciales sobre la corteza, ellos creen que su amor durará así para siempre, ¿pero saben lo que realmente ocurre? Las bacterias entran por la corteza herida y enferman al árbol. Eventualmente se debilita si no hay más árboles a su alrededor que le den primeros auxilios, se pudre, y finalmente muere. >>


Elec regresó al presente y con ojos de sorpresa miró el tronco alrededor de su mano como si acabara de hacer un descubrimiento. Enya había estado hablando de su hermana todo ese tiempo. Había estado hablando del árbol que justo en ese momento tocaba.

De pronto, la realidad comenzó a caer sobre él como un montón de ladrillos desde una gran altura. Todas esas cosas que ella decía, todos los problemas en los que se metía en el instituto, todo, absolutamente todo le había estado restregando la verdad en la cara, pero... Dios, ¿cómo iba él a imaginarlo?

El rostro del hombre que había muerto en sus manos emergió en sobre su memoria. Ahora comprendía por qué todos habían corrido hacia el árbol en vez de a él. Aquel era el árbol del cual dependía y talarlo había resultado en su muerte.

Elec miró a Enya de arriba abajo como si le hubieran quitado una venda de los ojos y la viera por primera vez. Se llevó una mano a la frente y notó que estaba sudando.

—Bi...bien, entonces tienes quinientos años...

—Quinientos veintitrés.

—Quinientos veintitrés, claro —repitió, soltando una risilla nerviosa— y tu ropa entonces...

—La he conseguido y guardado durante todas las épocas que he vivido.

—¿Y esa lengua extraña que hablan entre ustedes?

—Gaélico. Muy antiguo.

—¿Y el último auto al que te has subido?

—Un carruaje jalado por caballos en 1814.

<< ¡Diablos! >> pensó Elec sin dar crédito.

Una esquina de los labios de Enya se alzó ligeramente y Elec vio algo que nunca había visto.

—¿Qué es eso? ¿Te has sonrojado?

Enya de inmediato volteó la cara hacia otro lado para controlar su expresión.

—No.

Pero Elec intentó atrapar su mirada.

—Vamos, déjame ver.

—No es nada.

—Está bien, no tienes por qué avergonzarte, si te sirve de consuelo me han revocado la licencia de conducir varias veces por... exceso de fiesta.

Enya lo miró con el ceño fruncido, pero en sus labios apretados todavía trataba de contener una sonrisa.

—No es eso, es que nunca le he contado esto a nadie. No debemos hacerlo y no sé cómo sentirme al respecto, me encuentro muy conmocionada.

—¿Nunca lo has dicho?

—Nunca.

—¿En quinientos veintitrés años?

—Jamás, y Elec, esta vez quiero escucharte decir que no se lo dirás a nadie.

Él soltó un bufido agudo.

—¿Decir qué? De todas formas, ¿crees que me creerán?

—Elec.

—De acuerdo, no se lo diré a nadie —prometió, levantando ambas manos.

—Eso también incluye a mi pueblo, ellos no pueden enterarse de que te lo he contado todo —repuso Enya, con voz estremecedora.

—Vaya, entonces me estás haciendo tu cómplice en el crimen.

Ella lo miró horrorizada.

—Has sido tú quien ha insistido con tanta persistencia.

Elec esbozó una sonrisa, era la primera vez que veía tantos gestos en un día en el rostro de Enya.

—Lo sé, lo sé solo intentaba tontear un poco —dijo en un tono inconfundiblemente divertido, pero este fue desvaneciéndose hasta adoptar seriedad de nuevo—. Hay algo más que quiero saber, ¿qué clase de árbol proteges?

La sonrisa de Enya también se desvaneció.

—Eso es lo único que no puedo decirte —respondió, clavando la mirada en el suelo.

—¿Por qué no?

—No puedo, Elec, simplemente no insistas, te lo suplico —le rogó con un dejo de tristeza.

Elec se la quedó mirando y soltó un suspiro. ¿Qué podría ser aquello? ¿Cómo es que había llegado tan lejos y ese era el único detalle minúsculo que no quería decirle? A menos que no fuera tan minúsculo como creía.

—Está bien —dijo finalmente, aunque lo embargaba la extraña mezcla entre una ligera decepción y una gran intriga—. No insistiré.

Ella se esforzó por dedicarle una sonrisa de agradecimiento.

—Debes volver a casa.

—Supongo que sigo siendo persona non grata aquí —admitió él, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón mientras se encogía de hombros.

—Lo siento mucho.

—Tranquila, a lo mejor me lo he ganado, indirectamente.

Elec le mostró un gesto conciliador, pero ella todavía lucía consternada, como si sus pesares no dejaran de atormentarla, y con justa razón.

—¿Estarás bien? —preguntó él con tanta preocupación que le sorprendió.

Enya se limitó a asentir con la cabeza.

—Volveré aquí mañana.

—¡No! No debes hacerlo, Elec, olvida cómo has llegado, por favor.

—Sabes que eso no es posible.

—Claro que sí, mi madre puede provocar amnesia...

—¿Qué? Dios mío, no, nadie me va a provocar amnesia. Debo volver, quieras admitirlo o no, puedo ser de ayuda, ¿qué tal si los hombres de mi padre regresan?

—Entonces nos las arreglaremos.

—Ajá, ¿como hoy?

Enya quiso replicar algo más, pero se quedó callada un instante.

—Eres tan imparable como un huracán.

—Es un cumplido extraño, pero lo tomaré.

Ella meneó la cabeza y levantó una mano, señalando una dirección.

—Si sigues ese camino no tardarás en llegar a la salida.

—¿Esa salida se trata del mismo vórtice del terror por el que entré? —preguntó él, caminando de espaldas.

—El mismo.

—Maldición —masculló—. Ni hablar, me las arreglaré... Nos vemos.

Elec se dio la vuelta y Enya lo vio alejarse, pero de pronto él se volvió sobre su hombro.

—Después de todo sí eres humana, y algo más —le gritó a la distancia antes de retomar su camino.

Enya se quedó ahí hasta perderlo de vista, sintiendo las vibraciones de sus pasos cada vez más débiles y soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo.

Ya estaba despegándose del olivo cuando una voz profunda la detuvo:

—Humana y algo más.

Ella se volvió furtivamente y vio los ojos oscuros de Serbal resplandecer en la oscuridad. Estaba apoyado sobre un árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho, medio oculto entre las sombras.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó ella, poniéndose tensa.

—El suficiente como para repetir todo lo que le dijiste —replicó, descruzando los brazos mientras se despegaba del árbol y al salir a la luz, sus ojos dejaron de brillar, regresando a la normalidad— No puedo creerlo, ¿qué te está pasando?

—Tenía que hacerlo, Serbal, por favor comprende —replicó rápidamente—. No tenía opción, él vio todo lo que pasó allá afuera. Además Elec...

—¿Por qué le has dicho mentiras? —inquirió él, entornando los ojos y Enya lo miró sorprendida.

—¿Mentiras?

—¿Por qué le dijiste que nunca se lo habías contado a nadie?

—Oh...

—Enya, la última persona a la que se lo contaste provocó lo mismo que está pasando ahora. Solo que esta vez es mucho peor.

—Creí que ya lo habías olvidado... fue hace tanto —murmuró ella con voz gélida, escondiendo su mirada de Serbal.

—Jamás podría olvidarlo, y si lo hiciera, los árboles lo saben. Son antiguos y ya han visto de todo.


El linde del bosque, convertido ahora en un sombrío claro estaba desierto.

Las ambulancias se habían llevado los cuerpos y Elec encontró el auto con la puerta abierta y el motor encendido.

No pudo hacer otra cosa más que darse de topes contra una pared mental por haber salido corriendo dejándolo así. Sin embargo, todo lucía en orden, al parecer ahí no había que preocuparse por los robos.

El trayecto de regreso fue incluso más difícil pues las monstruosas máquinas de Dante estaban estacionadas del lado más decente del camino y Elec no tuvo más remedio que conducir sobre los baches, los encharcamientos y uno que otro terraplén inestable. Tenía que asegurarse de conducir con cuidado, sin embargo su atención se encontraba dispersa, no podía dejar de pensar en Enya y en todo lo que había descubierto. Ahora tenía nuevas preguntas que brotaban a montones de su mente y le frustraba tener que esperar.

Sus ojos se dirigían una y otra vez a los árboles que flanqueaban la carretera, preguntándose quién los protegería o si alguna vida dependía de ellos.

Se encontraba tan ensimismado que antes de darse cuenta, ya estaba atravesando el camino de cipreses recién podados que trazaban la ruta hacia la casa. Elec dejó el auto dentro del garaje y alargó la mano para alcanzar la perilla de la puerta del vestíbulo, pero esta empezó a girar antes de poder tocarla y la puerta comenzó a separarse del marco.

Dante apareció tras ella. Era como si estuviera esperando por él y su mirada estaba llena de implicaciones.

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¡Gracias por tomarse el tiempo de leer!

Aquí algo de musiquita :D

https://youtu.be/XYmWERsay00

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