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01


Eleck Kozock se escabulle con elegancia entre el gentío, sortea a cada transeúnte casi sin ser visto, apenas rozando sus cuerpos, moviéndose como si fuera parte del mismo viento que mese sutilmente las copas de los árboles más cercanos, sigue interesado aquella estela luminosa que lo conduce hacia un posible mago cercano, necesita refuerzos, comida y descanso, tiene que mantenerse fuerte y sano para poder combatir contra los enemigos que lo siguen de cerca; sus ojos blancos con destellos platinados observan a todos lados asegurándose de no hallar peligro cerca, los tatuajes de su mano brillan levemente por el uso de su magia y no duda en esconder la misma con la gran túnica que porta en caso de que un hechicero lo vea, nadie más debe ver sus marcas, nadie debe saber quién es él.

Las calles de aquella ciudad le recuerdan un poco a su reino de origen, tan lejos de lo que los humanos conocen, tan místico como nada antes conocido y tan prohibido como solo la misma tentación puede ser, definitivamente puede asegurar que la zona que ahora transita es lo más similar a su hogar que podrá encontrar en el mundo de los mundanos y seguirá pareciéndole poco al lado de su hermosa ciudad natal.

De pronto, pisadas demasiado cerca de él lo alertan, voltea sin disimulo encontrando a dos sujetos de capas color vino encaminándose a él, lo han descubierto y no puede hacer más que correr tanto como puede entre las personas siguiendo la luminiscencia que ahora aumenta su velocidad al tenerlo cerca de él; el joven mago escucha a otros adversarios unirse a la persecución y decide que lo mejor es escabullirse con ayuda de su magia, no lo duda dando un salto hacia la pared de un edificio impulsándose con la misma en un brinco que lo hace llegar a los tejados del mismo, la estructura bajo sus pies cruje levemente y el peliblanco corre de teja en teja, veloz, sigiloso, con su capucha ocultando su identidad, la capa revoloteando por la velocidad que lleva y la brisa que aumenta, sus cabellos albinos alborotándose un poco, su instinto de conservación activo.

—¡Vuelve aquí, Marline! —el grito lo estremece, ya saben a qué ha viajado al mundo mundano por lo que apresura la carrera.

Spejl Usynling — susurra viendo aparecer a su lado una copia exacta de él que de igual manera corre, se escabulle detrás de la chimenea más cercana dejando que su clon siga huyendo, viendo a sus perseguidores caer en su truco.

Con una sonrisa el peliblanco retrocedió lo más que pudo para lanzarse a otra teja cercana y seguir su huida, había perdido de vista la estela luminosa que lo guiaba y encontrarla sería un problema, volver a lanzar el hechizo sería cansado para él, lo mejor que podía hacer era intentar encontrarla por lo que se detuvo barriendo con su mirar toda la extensión de la ciudad que podía ver desde el edificio en el que se hallaba; la noche ya estaba cayendo, por lo que quizás podría notarla debido al brillo que adquiría al no estar en contacto con la luz. Sonrió en grande al divisar algo brillante a la distancia, sin esperar más se lanzó al encuentro de la estela esperando que ya hubiese encontrado al mago más cercano para poder pedir ayudar, corrió por la acera una vez descendió del tejado, llegó quitando su capucha al callejón viendo allí a la bruma blancuzca mantenerse levitando en un sitio, observó a todos lados sin comprender qué sucedía pues no había nadie cerca, ¿Su hechizo falló? ¿No hay magos cerca?

—Pero mira qué estúpido eres —una voz lo hizo voltear encontrándose con un sujeto de mirada filosa, atuendo extravagante de color oscuro con detalles rojizos, símbolos propios de lo que representaba —Fue fácil encontrar tu hechizo y usarlo a mi favor, Marline.

—Deberías marcharte antes de que termines en problemas —soltó seguro de sí, pero retrocediendo con cautela.

—No lo creo —sonrió moviendo sus dedos divertido mientras una pequeña llamita de fuego bailaba entre ellos.

Antaa Potkut — susurró el albino sabiendo que aquel mago era poderoso, agresivo, el fuego era un elemento de temer y cada ser que lo utilizaba como fuente de su magia debía ser tratado con sumo cuidado.

—Será mejor que te entregues, niño, no quiero tener que acabar con tu vida antes de que puedas hacer algo útil con ella —espetó avanzando a paso decidido. — Admito que el crear una copia de ti para despistar fue buena idea, me gusta, pero no fue suficiente.

Pronto Eleck se vio siendo rodeado por sus perseguidores, ni siquiera podía saltar a los tejados ya que también lo esperaban allí, tragó duro, no era buena idea pelear pue lo superaban en número y su magia no es combativa, pero, ¿Qué otras opciones tenía? ¿Qué podía hacer realmente estando solo en Suecia? Las explosiones no se hicieron esperar, grandes muros de fuego se levantaban alrededor del albino que no dejaba de buscar una salida segura, tuvo que evadir un par de golpes de uno de sus atacantes y no le dejaron más opción que intentar dar batalla, levantó sus manos hacia el cielo nublado, la noche ya siendo testigo de lo que ocurría en ese callejón y dándole a las nubes la tonalidad rojiza característica de las tormentas por dejar caer su lluvia; con sus ojos brillando de forma platinada y sus manos hacia arriba bailotearon entre los mismos pequeños rayos que se extienden a las nubes tomando fuerza de los relámpagos que la surcan para caer estrepitosamente contra sus adversarios que intentan generar escudos.

—¡Acaben con él de una buena vez! —grita el líder.

—¡Imploxon! —brama el más cercano a Eleck quien con un movimiento de manos despliega una aureola blanquecina cubriéndolo en gran parte para recibir el choque de llamaradas contra él, su escudo no aguantará tanto.

—¡Oye, niño! —otro de sus adversario lanzó un hechizo en forma de rayo, Eleck tuvo que extender una de sus manos hacia él para ampliar el tamaño de su escudo y salir ileso del ataque, sin embargo, no podía sostener aquello por más tiempo.

Aquel mago que observaba todo desde pasos a la distancia y que lideraba el equipo de caza contra todo ser que fuera seguidor fiel de Merlín se halló cansado del juego de la presa y el tigre por lo que no dudó en ser quien pusiera fin a todo ese teatro montado golpeando con su puño directo en el centro del escudo de Kozock, los tatuajes en el rostro del sujeto resplandecían con fuerza al querer atravesar la defensa del peliblanco hasta que lo consiguió enviando con fuerza al chico contra un edificio atravesándolo, viendo el local venirse abajo.

—Tráiganlo, tenemos que terminar con esto —ordenó.

Algunas cuadras más atrás del callejón, en pleno microcentro, aquella tarde parecía no querer terminar jamás, había dejado su trabajo finalizando la jornada del día y caminando con parsimonia se aventuró por las calles de su hermosa Helsingborg, la ciudad que la había acogido años tras en un pequeño intercambio y la cual eligió para seguir su vida, asentarse, trabajar y ver por un mejor futuro. Comenzaba a refrescar de manera rápida, agradecía haber llevado su abrigo en caso de tener frío, había acertado en el hecho de que tal vez lloviera un poco y es que la brisa fresca traía a su nariz el característico aroma a llovizna.

En Helsingborg los veranos son cómodos y parcialmente nublados mientras que los inviernos son largos, muy fríos, ventosos y mayormente nublados, durante el trascurso del año, la temperatura generalmente varía muy poco teniendo un buen clima, sin llegar a calores fuertes. Es perfecto para ella, Niesse Donovan, que ama el clima invernal y odia los fuertes calores.

La muchacha de cabellera negruzca y ojos color miel es una buena bibliotecaria, disfruta de su labor bien paga y sobre todo, tranquila, conoce una que otra persona en la ciudad logrando hablar el idioma de manera correcta, pero no hace alarde de ello, sin embargo, a veces cree tener una vida demasiado serena a comparación de cuando siendo más joven —ahora consta de unos veintiséis años— vivía con su familia en Estados Unidos y siempre tenía algo que hacer, fuera con sus primos, amigos, algún romance furtivo... Todo ello quedó atrás cuando aceptó el intercambio en la universidad estando en el último año de Licenciatura en Historia Universal, viajó emocionada de poder llevar a cabo esos seis meses de nuevas experiencias y terminó quedándose allí cinco años, ¿Regresaría? Solo de visita, porque Suecia se había ganado su corazón sin duda alguna.

La ciudad poseía un encanto místico entre sus edificios arquitectónicos llenos de una preciosa mezcla de modernismos con historia antigua, cada callejón o pasaje tenía impreso en su construcción el misterio y ese no sé qué que atrapaba la mirada de cualquiera, aun de aquellos que no tienen conocimientos de la estructura, simplemente, llama, atrae, emana magia por todos lados.

—¡Ey, Niesse! —aquel acento particular al querer pronunciar un idioma que no sea el sueco fue reconocido de inmediato por la fémina que volteó con una sonrisa—. ¿No irás con nosotros a beber algo?

—No, Hans, no iré —sonrió—. Quiero llegar a casa y descansar, pero salúdame a los demás.

—Bien, tú te lo pierdes —saludó marchándose con rapidez mientras abrigaba su cuello en busca de que la brisa no le causara un resfriado.

La chica negó divertida retomando sus pasos, el andar a su hogar era bastante largo, pero le gustaba de sobremanera tener la oportunidad de disfrutar de la ciudad por la noche, parecía cobrar otro tipo de vida con sus luces y puestos ambulantes, con sus tiendas y restaurantes, especialmente ahora que el fin de semana estaba comenzando. De pronto, extraños sonidos provenientes de un callejón cercano lo alertaron, con el ceño fruncido decidió seguir su camino y no meterse en problemas, pero nuevamente los gritos la sobresaltaron, no entendía qué decían, más algo en su interior le hizo acercarse con cautela observando a todos lados, de seguro parecía una loca por tanta cautela pero no podía evitarlo.

Se apegó a la pared con algo de temor, asomó levemente su cabeza logrando ver a más de seis sujetos de atuendos sofisticados y ostentosos rodeando a un jovencito que se arrastraba en el suelo y no se veía nada bien, más bien se notaba que le habían dado una buena paliza; asustada por estar presenciando algo que no debía pensó en regresar sus pasos y terminar marchándose, sin embargo, no pudo hacerlo cuando uno de esos tipos sacó de entre sus atuendos una espalda larga y filosa, de empuñadura llena de piedras preciosas y cuya hoja de metal parecía resplandecer en miedo de toda esa oscura calle, tragó duro, no podía ser cierto, ¿Iban a matarlo? ¿Por qué si los escuchaba no los entendía? No era sueco ni inglés, era una laguna que no había escuchado jamás, ¿Extranjeros? ¿Por qué estaban causando caos en su amada ciudad? Dejó sus pensamientos de lado cuando un grito de dolor lo devolvió a la realidad.

—¡Dinos de una vez! ¿Dónde está? —bramó el sujeto que había cortado parte de las costillas de Eleck.

—¡Púdrete! —le escupió. —Prefiero morir antes que decirte algo, sabandija.

—Mala respuesta, Valaisin, mala respuesta —amagó con su espada a darle fin al de orbes platinados pero fue interrumpido por Niesse que sin pensarlo mucho prácticamente lo tacleó.

Los presentes se sorprendieron bastante al ver a la bibliotecaria arremetiendo contra su líder, Eleck aprovechó esto para golpear su palma contra el suelo y hacerlo temblar desestabilizando a todos, incluyendo a la joven que lo había ayudado quien rápidamente llegó hasta él —entre trastabilleos y caídas— para cargarlo con esfuerzo saliendo del callejón con premura; la respiración de Niesse se había disparado de manera errática, su corazón latía desbocado por el miedo a haberse metido en un gran lío más no pudo dejar al chico solo en ese estado y en la situación clara que no volvería a ver la luz del sol. Observó a todos lados mientras caminaba, las personas pasaban por su lado sin siquiera notarlo y ella no podía creerlo en verdad, ¿Qué carajos pasaba? ¿A nadie le importaba que llevaba un joven a medio morir colgando de su hombro? Chasqueando la lengua se dirigió hacia la parte trasera de una tienda de conveniencia aprovechando el gran contenedor de basura que había allí para esconderse, agitada, pensando qué hacer después de lo vivido.

Dio una mirada al chico a su lado, vestía extrañas prendas, lo que más llamó su atención fue su cabello y sus ojos, tan blancos como jamás vio. Por otro lado, Eleck intentaba regular su respiración mientras aguantaba el dolor de su herida, observó a la humana frente a él, no podían comunicarse si no se entendían y es que la lengua natal del peliblanco jamás había sido escuchaba en el mundo mundano, pero afortunadamente tenía la forma de aprender el idioma predominante de ese lugar en un instante; con rapidez llevó su mano derecha a la nuca ajena atrayéndola hacia sí, sus bocas tan cerca que bien podría haber sido un beso entre ambos, antes de que Niesse pudiera objetar algo los tatuajes en el cuello —runas diversas— del mago brillaron suavemente para segundos después ser la ojimiel la que veía como de su propia boca se desprendían cual fantasmas vagabundos un sinfín de símbolos y letras para adentrarse a la cavidad bucal contraria. Eleck se separó finalmente parpadeando lentamente, procesando ahora el conocimiento adquirido.

—¿Qué putas fue eso? —susurró Donovan, atontada, aterrada, al borde posiblemente de un colapso nervioso. —Me estoy volviendo loca.

—N-No estás loca —pronunció con dificultad. —Tenemos que irnos... Nos...Nos van a encontrar —pero se desvaneció al primer momento de dar un paso y fue atajado en el aire, por suerte, por los brazos de Niesse.

—Estás herido, tengo que llevarte a un hospital —soltó nerviosa y con gran esfuerzo al evitar que el joven cayera al suelo.

—No... No... lugares públicos... me van a matar... — y sus ojos se cerraron definitivamente dejando Niesse a su lado petrificada, sin saber qué hacer y si era buena idea seguir ayudando a quien parecía tener miles de problemas en su haber.



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