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UNO

La alarma sonó a la misma hora de siempre, seis y media de la mañana. Se despertó al instante, odiaba eso. Vagamente pasó su mano por su cara, en un intento de despabilarse, notando que estaba algo hinchada. Se destapó de las mantas que lo cubrían y un frío lo azotó, ya empezaba a extrañar su cama calentita. No tenía ganas de ir a la escuela, como pasaba todos los días.

No se oía nada en la casa, a esa hora estaban todos dormidos, excepto por su padre, quien solía tomar café silenciosamente mientras leía el periódico antes de partir al trabajo a las siete menos cuarto. Sentado en la cama miró su cuarto, oscuro y sin vida.

Se puso de pie, estirando sus extremidades. Caminó despacio hasta la puerta, fijándose si tenía seguro. No estaba con el seguro, así que lo puso él. En medio de la habitación se deshizo de sus prendas, quedando completamente desnudo ante las frías paredes. Dio un par de pasos hasta su armario, bueno, no exactamente hasta el armario, sino hasta el espejo de cuerpo completo que estaba al lado de aquel mueble.

Se paró frente al espejo, observando su cuerpo. Una mueca de asco se formó en su cara, parecía ser que cada vez que miraba su cuerpo encontraba un nuevo defecto, algo nuevo que odiar.

La semana pasada había encontrado un diminuto lunar debajo de su nalga izquierda y lloro por veinte minutos, detestando lo horrible que se veía. Ayer había medido, a ojo, sus proporciones y se dio cuenta de que eran casi iguales, era una jodida tabla de lo cuadrado que era su cuerpo.

Hoy encontró pequeñas marcas, como cicatrices, naciendo desde debajo de sus caderas hasta las mismas. Estrías. Que asco. Sus ojos comenzaron a picar, lágrimas caían de sus tristes orbes café. Sus piernas temblaban al igual que sus manos, que débil era.

Cuando sintió que se caería por lo temblorosas que estaban sus piernas, doblo sus rodillas y se sentó en el suelo, completamente desnudo y destrozado. ¿Por qué tenía que ser tan horrible? ¿Por qué no podía ser como Felix? ¿O como Jisung? ¿Por qué lo rechazaban? ¿Por qué él era así? Tenía tantas preguntas pero ninguna respuesta.

Minutos después se levantó del suelo, como si nada pasara. Como si nada le pasara. Se colocó la blusa que usaba para dormir, que le llegaba hasta las rodillas y salió de su habitación en dirección al baño con una muda de ropa interior en las manos. Recuerda cuando compró esa blusa con su madre. Usó la barata excusa de que era cómoda para dormir, pero en realidad la compró porque no podría ver su cuerpo por lo holgada que era.

Entró al baño y, como siempre, cerró la puerta con seguro. Dejó la ropa interior sobre la tapa del inodoro y se quitó la blusa. Avanzó a la ducha y se metió inmediatamente, encendiendo la llave del agua caliente y la del agua fría, dejándola tibia tirando a fría.

Se duchó rápidamente, no quería tardar porque quería que quede agua para que su hermana y su madre puedan ducharse también. Lavó su cabello a la velocidad de la luz y restregó su cuerpo con la esponja repetidas veces, para que así se le quite la suciedad y las imperfecciones. Restregaba el objeto rugoso contra su piel con ganas, hasta que comenzó a doler demasiado.

Cerró las llaves del agua y salió de la ducha, alcanzando una toalla para enredarla en su cuerpo inmediatamente. Esperó un largo rato, sintiendo su cuerpo enfriarse, no se movió ni un poco hasta que sintió que su cuerpo dejaba de gotear tanto. Los siguientes minutos los ocupó para secar su cuerpo y cabello, dejando la toalla sobre su cabeza mientras se colocaba los bóxers negros.

De un gabinete sacó una crema para la piel, no es que le importase cuidarla, pero le aliviaba el ardor y hacia que su piel deje de estar enrojecida para pasar a su estado natural. Otra cosa buena es que suprimía su olor casi totalmente. Aunque como beta que era, su olor era muy suave, lo detestaba, y que cosa mejor que una crema que lo suprimía.

Terminó de esparcir la crema por su cuerpo así que, teniendo en cuenta que debían ser alrededor de las siete y cuarto, recogió sus pocas cosas y enredo la toalla en sus caderas, saliendo del baño rápidamente para encerrarse en su cuarto.

Puso el seguro y se dirigió al armario, abriéndolo. Colgó la toalla en una de las puertas y sacó el pantalón de uniforme, que era de un aburrido color gris. Desabrochó el botón y bajó el cierre del pantalón, para luego pasar sus delgadas piernas por los orificios de la prenda. Subió el pantalón hasta que llego a sus caderas, subiendo el cierre y colocando el botón nuevamente. De un cajón en el armario saco un par de medias cortas color blanco para luego colocárselas. Caminó por la habitación buscando el envase de desodorante que juraba haber puesto sobre su escritorio, pero no lo hallaba.

Cuando lo encontró se lo puso y comenzó a deambular por su cuarto sin camisa, armando su mochila con las cosas que necesitaría para ese día. Ya armada la dejo sobre su cama, ahora ya acomodada como se debe, y tomó la toalla para secar lo que restaba del desodorante.

Sacó una camisa blanca de mangas cortas del armario, pasándola por sus pálidos brazos para comenzar a abotonar dicha prenda. Al terminar tomó un suéter holgado color beige, su preciado suéter que lo salvaba de que alguien viera sus brazos. Al terminar colgó su mochila en su hombro y salió de su cuarto en dirección a la cocina.

Se preparó un café con leche y lo bebió tranquilo, revisando en su celular el chat de su curso por si habían dicho algo interesante en esos doscientos mensajes que habían enviado entre las once de la noche y las cuatro de la mañana. Nada, lo único más o menos importante era que probablemente la profesora de matemática no vendría ese día, pero no era seguro. Al terminar su desayuno, lavó la taza y se dirigió a la puerta, poniéndose los zapatos que descansaban en un pequeño estante al ras del suelo donde solían dejar los zapatos.

También agarró sus llaves del pequeño perchero que estaba en una pared. Salió de la casa sin haber dicho palabra alguna desde que se despertó y comenzó a caminar hacia la escuela. Eran las siete y cuarenta y cuatro, y sus clases iniciaban a las ocho treinta.

Aquella mañana era fresca, el sol se asomaba y el cielo estaba de un precioso color celeste, siendo adornado por algunas nubes blancas, como enormes figuras de algodón. Mientras caminaba tenía la mirada pegada a sus llaves, más específicamente al llavero que las adornaba. Un bonito peluche miniatura de un osito, con un bello lazo amarillo con encaje; un pequeño regalo que le hizo su madre hace no mucho tiempo.

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