Doble condena
La sangre corría por el brazo de Darien mientras sus propios dientes se enterraban en la carne. Sentía como era destrozado, parte por parte, con cada invasión de Horus a su cuerpo. Apretó los puños sobre la madera en un intento de soportar el dolor que lo recorría.
Las lágrimas inundaban sus ojos y corrían por las mejillas mientras los sollozos se apagaban en su garganta. Había perdido su dignidad muchas veces, había hecho lo más humillante en el sexo que ser humano podía hacer. Pero nunca se imaginó el asco y el odio que traía consigo que fuera violado de tal brutal manera.
Sentía la lengua del dios lamer la línea de la columna mientras apretaba su cadera impulsándose dentro de él. Lo había puesto sobre sus codos y rodillas y estos ya comenzaban a doler.
Ni una sola vez, de todas las cosas que había hecho con Anubis, ni una sola vez, se había sentido tan rebajado. Puede que el dios fuera engreído y autosuficiente, que al final lo hubiera utilizado para satisfacerse, usar su locura, pero había tratado su cuerpo como sí si fuera un humano normal, no un prostituto como lo hacían todos sus clientes. Pero los cuentos de hadas eran eso, simples cuentos de hadas y cuando se rompía la fantasía solo quedaba la cruda realidad. Él allí sufriendo mientras Anubis se revolcaba con otra persona. Lo peor era que había colaborado para que eso se diera. Y pensar que no creía que podía hundirse más. Enamorarse de alguien no estaba hecho para algunas personas, y él formaba parte de ese grupo.
Horus solo gemía mientras se deleitaba con su nuevo juguete. La piel pálida manchada de marcas viejas junto a las nuevas que el disfrutaba dejar lo estaba llevando a la cúspide por tercera vez. El chico había pataleado, gritado, agitado violentamente en un intento vago de escapar, pero al final se había quedado tan quieto después de unos cuantos azotes aquí y allá. Ahora solo era una simple marioneta en sus manos y no pretendía soltarlo al menos no en las siguientes horas. Tal vez lo dejara descansar un rato, pero se sentía tan increíble dentro de él que podía estar toda la eternidad sometiéndolo.
Bajó su torso empuñando el pequeño cuerpo temblante hasta dejarlo acostado y arremetió contra su destrozado agujero, mientras sus uñas arañaban la tierna piel de la cadera. Se llevó los dedos embarrados a la boca y saboreó. Adoraba la sangre, el color brillante del líquido, el sabor de ésta, y más si formaba parte del sexo. Sádico, como algunos compañeros de cama lo llamaban y él hacía gala de ese título.
Tal vez Anubis había tratado bien al mísero humano, por debajo de esa coraza sabía que era un dios débil, pero Horus no era así, se había criado en lo más alto de la nobleza y ser débil no era una opción. Nunca lo había sido y nunca lo sería. Sometería a todos los que estuviera a su alrededor incluso a sus amantes.
***
Anubis miraba sus rodillas sobre el suelo. Una cosa era decir que enfrentaría a Ra y otra completamente diferente era encarar al mismísimo magnate del imperio, el dios imponía como los mil infiernos, no estaría en su posición si no fuera el más fuerte de los miles de dioses que allí vivían.
Dos bennu, como llamaban a los individuos de la guardia imperial tenían una mano sobre cada uno de sus hombros poniendo una fuerza que paralizaba su cuerpo en su lugar, aunque no tenía intención de escapar. Sabía que si lo hacía no le daría tiempo a contar los segundos.
-Una razón para que no cumplieras con tu misión, Anubis- La voz del superior invadió la inmensa sala principal del palacio real. Sonaba molesto, desilusionado.
El cabeza de chacal apretó los dientes, si mencionaba su fugaz romance pondría en peligro la vida de Darien y más ahora que sabía que se encontraba en el Imperio.
-No me gusta tu silencio, dios de los muertos- El ser con cabeza de halcón y disco solar sobre su cabeza movió el dedo intranquilo sobre el reposamano del trono.
-Hubieron algunos inconvenientes-
-No sé qué pueda impedir que cumplas la misión más importante de un dios- Hablaba con calma, pero en el fondo de su voz se notaba su indignación.
Anubis contuvo la impaciencia. Si mencionaba su encuentro con Horus, saldría a la luz el nombre de Darien y si decía que había vuelto para buscarlo, otra vez sonaría Darien. No tenía opción.
-Merezco el castigo por mi indulgencia, gran dios Ra-
-Así que no tienes intenciones de decirme el porqué de tu regreso-Ra se tocó el mentón. Sabía que cuando Anubis no decía algo, era porque ocultaba algo o protegía a alguien. No era un dios benevolente, pero después de tantos años juzgando el corazón de las personas lo habían vuelto más justo, a diferencia de otros. Además, ocultarle algo a él. Le estaban tomando el pelo. ¿Alguna vez ocurría algo en el Imperio que él no supiera? No, nunca.
-En ese caso, te condeno a 500 años a las catacumbas de Nesti-
Al oír el nombre de ese lugar Anubis levantó la cabeza y frunció el ceño, de todos los sitios para castigarlo lo había mandado al mismo infierno en el cielo. Las catacumbas eran conocidas por someter hasta la más fuerte bestia. No había cumplido con su tarea, pero nunca pensó que el castigo fuera tan recio.
Pero aun así no replicó, eso no llevaría a ningún lado.
-Llévenselo, si se digna a hablar puede que reconsidere la condena- Y esas fueron sus últimas palabras.
Anubis se estremeció cuando lo levantaron y le dirigieron hacia su nuevo destino.
500 años, puede que fuera un pestañazo para su inmortal vida, pero serían 500 años de crudo dolor, pero era un pequeño precio a pagar por la seguridad del único humano que había sido capaz de llegar a su corazón, solo se recriminaba el hecho de que después de ese tiempo su Darien ya no estaría en este mundo.
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