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Correrá sangre

El cuerpo del dios de los muertos, Anubis, se materializo delante de la entrada al Imperio. En todos sus largos años no recordaba haber estado tan molesto, furioso..., no había forma de expresarlo con palabras. Mataría a aquel que le hubiera puesto un solo dedo sobre Darien. Su Darien.

Subió las grandes escaleras recobrando su forma original, aumentando su tamaño hasta llegar a los dos metros y medios. Toda su piel se cubrió de un color azabache azulado proveniente de un muy corto pelaje que dejaba reflejado todos los músculos marcados de su cuerpo. Pequeñas garras reemplazaron las uñas de las manos y pies; y su cabeza se desfiguró hasta tomar su característica forma de chacal, aunque manteniendo su larga melena bicolor. Su ropa desapareció totalmente transformándose en un shenti* de la más fina tela sujeto por un cinturón dorado, que le cubría parte de los muslos y la cadera. Un juego muy elaborado de cadenas se enrolló por sus tobillos, muñecas, antebrazos y cuello contrastando con su piel, mientras una tiara que descansaba en la parte baja de las orejas adornaba su cabeza. Su forma original era imponente para cualquier dios y esa era la mejor armadura para enfrentar lo que venía.

Cuando se dispuso a entrar, su paso fue cortado y un gruñido salió del fondo de su garganta.

-Déjame pasar- Lo último que le faltaba. Tenía ya bastantes problemas como para lidiar con otro más, como lo era la Esfinge, si lo obligaba a descifrar un acertijo juraba que le iba a hacer tragar su propia lengua.

La bestia de al menos 3 metros no se movió. Bajo los rayos de luz del círculo solar en el cielo, el pelaje dorado de su cuerpo de león hacia contraste con las hebras plateadas que rodeaba el rostro oculto bajo una máscara tallada en piedra caliza. Su imagen era impresionante, pero tal vez para otros dioses, a Anubis ni siquiera le quitaba el sueño. Y mucho menos ahora.

-Tengo órdenes de detenerte, dios de los muertos. No tiene permitido ir libremente por el Imperio-

Anubis frunció el ceño. Sabía que esto podía ocurrir al volver sin cumplir su misión, solo que con la cabeza caliente no lo había pensado. Esa era una de las tantas consecuencias que ya empezaba a llover sobre él.

Dio un paso hacia delante mostrando los colmillos.

-Y si me hago camino por la fuerza, ahora mismo no tengo paciencia para tratar con nadie, tengo que resolver algunos asuntos más importantes-

La Esfinge estiró sus patas dejando a la vista las largas garras, no estaba muy contento con la respuesta del dios.

-Guardias-

Y antes que Anubis tuviera tiempo de reaccionar tuvo a cuatro soldados sobre él sujetándolo tan fuerte que incluso, le dolió. Miró sobre su hombro y se estremeció. Los cuerpos pálidos y esqueléticos, solo cubiertos por un shenti y un velo sobre el rostro podían parecer inofensivos, pero eran capaces de someter a cualquier dios. Y que estuvieran allí la guardia real significaba que Ra lo mandaba a buscar.

Gruñó molesto. Pensaba llegar y que le diera tiempo a buscar a Darien, pero era demasiado tarde, solo rezaba que estuviera sano y salvo porque si no, juraba que la sangre correría.

***

Los ojos de Darien se abrieron con esfuerzo cuando la luz lo volvió a cejar. Intentó mover su mano para cubrir sus ojos, pero el movimiento fue limitado al sentir el sonido de las cadenas romper el silencio. Se giró como pudo de lado evitando la claridad y los abrió. La cabeza lo mataba y sus hombros protestaban por la posición. Se movió incómodo para enredarse con las sábanas bajo él.

Estaba acostado en la cama más grande que había visto en su vida, envuelto en lino blanco y fino, agradeció que al menos su ropa estaba en su lugar. Sus muñecas estaban atadas juntas cerca de la cabecera por gruesos grilletes, que habían reemplazado el dorado de Anubis.

La realidad lo golpeó y temblor lo recorrió. Lo último que recordaba era haberse separado del dios, tomado media cerveza y después...después. Tragó saliva. No podía ser.

-Ya estás despierto, pensé que se me había ido la mano y te había enviado al otro mundo-

Esa voz grave que tanto miedo le había hecho pasar estaba ahí, apenas metros de distancia. Giró el rostro y lo encontró. Horus, en su forma humana, estaba sentado sobre un reguero de cojines comiendo lo que parecía alguna fruta mientras se deleitaba con lo que veía.

Darien jaló con fuerza las cadenas haciéndose daño, pero no sintió dolor, la adrenalina estaba corriendo tan rápido por su sangre que sentía el latido de su corazón en sus oídos. Recogió las rodillas como si eso pudiera poner más distancia entre ellos, pero eso solo hizo que el brillo en los ojos de Horus aumentara. El tipo disfrutaba con la escena.

Darien lo vio levantarse y dirigirse hacia él.

-Será mejor que me dejes libre, a Anubis no le gustará lo que estás haciendo-

Horus soltó una sonora carcajada mientras se sentaba a su lado y lo tomaba por la barbilla obligándolo a mirarle. Sus dedos se sintieron fríos en comparación a los cálidos y amables de su anterior compañero de cama.

-Anubis tiene otros problemas que resolver ahora mismo, más complicados, que preocuparse por un simple humano.

Los ojos de Darien se abrieron como platos y la esperanza escapó de ellos, derrumbándolo. Se sacudió apartando el tacto de aquel hombre que solo volvió a reír y se subió sobre él a horcajadas, aprisionándolo contra las sábanas, mientras trazó un trillo sobre el pecho descubierto del chico.

-Sabes precioso, me gusta jugar duro, así que prepárate porque pasaremos muy buen momento junto-

Darien solo pudo limitarse a soltar un grito de desolación que quedó ahogado entre las paredes del templo del dios del cielo.

*Shenti: Ropa tradicional egipcia antigua. Era como una falda sujeta con un cinturón a la cadera y plisadas en la parte delantera, hecha de lino. Las personas de más alto status social las tenían con decoraciones de oro plata y bronce.




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