Capitulo 4: El deseo de las miradas.
Tras aquel suceso, el señor Martin, fuera de la cabaña, se daba golpes en su conciencia. ¡Curiosidad! Eso era nuevo, pero al menos... había visto a la criatura más hermosa de todas.
Subió a su caballo procurando ir al Mercado Mágico, pues venía por negocios.
—¡Caballero! —escuchó antes de irse—. Disculpe la actitud de mi amigo, a veces se emborracha y todo le enoja.
El señor Martin volteó junto al caballo y contempló los bucles dorados que descansaban sobre los hombros de Ana.
—Descuide, él tenía razón, no debí escuchar nada.
—De todos modos, le ofrezco mis disculpas.
—No tiene por qué. Permítame presentarme, soy Martin.
—Es todo un placer, mi nombre es Ana.
—El gusto es mío —el señor Martin miró a todos lados, no había nadie, así que se vio en la obligación de preguntar—: ¿Me permite llevarla a caballo para dar un paseo?
—Acepto su propuesta, estoy en deuda con usted.
Así fue como Ana subió al caballo del señor Martin. Dieron un paseo por la pradera de antes, y bajaron un momento para comer algunas vallas; Ana las conocía bien.
Pasaron buen rato jugando a esconderse, a perseguirse o tal vez solo hablando un poco de ellos y del mundo mágico que los rodeaba, de las flores, hadas, del vestido celeste de Ana o del sombrero de Martin. Sin importar qué, la pradera se había convertido en un lugar mágico, no de esos donde abundan los hechizos, sino un lugar donde habían nuevas emociones, porque después de todo, éstas también son mágicas, capaces de cambiar el rumbo de una historia, o de una vida...
En el atardecer, el sol posaba al borde, y aquellas dos almas se encontraron sentadas, contemplando todo. Por unos segundos, aquellas miradas chocaron entre sí, fueron como ondas de distintas aguas, ondas que se mezclaron con el roce de sus dedos, con las manos entrelazadas tímidamente y el palpitar de sus corazones, que pedían algo más que una simple mirada, tal vez requería un pequeño y sincero beso...
Pero eso no sucederá hoy.
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