Capitulo 3: El encuentro del señor Martin, el lobo y Ana.
Por la mañana del mismo día del comunicado real, el señor Martin pasó y escuchó, sin embargo no le interesó, puesto que no había nada bueno en un baile... Aunque sí fue capaz de detenerse en una pradera de camino al bosque para pensar que de seguro el rey tenía buenos vinos.
El señor Martin desechó esa idea de inmediato, venía por negocios, no por vino, y claro, el rey no iba a querer al hijo de una vaca allí.
La pradera estaba soleada y llena de flores silvestres. Algunas vallas fueron pisadas por su caballo, cuando de pronto una brisa violenta le rozó el oído y miró a una bruja volando en su escoba directo al bosque. El señor Martin no era curioso, y si alguna vez lo fue, ahora era un hombre de negocios que no tenía tiempo para juegos.
Continuó con su camino mientras apreciaba los rayos mañaneros. En el pueblo vecino reinaba un oscuro frío casi siempre y nadie podía disfrutar del sol en una mañana fresca.
Llegó a la cabaña de un hechicero narizón y pequeño; él le vendió polvillo de luna a cambio de monedas doradas. Al salir, el señor Martin tomó su caballo y decidió dar un paseo entre los juncos y las hojas rojas de los árboles de fuego.
El camino era cómodo, no habían rocas que detuvieran su andar, ni elfos asaltando; parecía que Villa Encanto había cambiado desde su partida... El momento fue perfecto para que su mente trajera de vuelta un recuerdo de su infancia: Un niño semidesnudo llevando una vaca blanca con una soga al cuello; niños jugando a la orilla del río, y burlas para aquella criatura malnacida.
Un soplido de amargura pasó por su corazón, luego bajó a su garganta dejándole un ácido en el paladar y la necesidad de tomar licor para remediarlo.
Se había detenido por el puente de la quebrada. Allí notó una cabaña pequeña de madera, llena de musgo y retorcida por la humedad. Adentro habían muchas criaturas —elfos, hadas, renacuajos...—. Parecía una fiesta divertida en la que cualquiera podía ser partícipe, y porqué no, también el señor Martin.
La puerta se abrió con delicadeza, ya que él creía que un portazo era suficiente para que la cabaña quedara destrozada.
Todos miraron a aquel hombre. Nadie creía que alguien de ojos azules, cabello negro rizado, labios delgados, alto, de sombrero largo y un traje verde con dorado, pasaría por aquella puerta para estar con ellos.
—No permitimos humanos aquí —se escuchó un renacuajo.
—Que suerte la mía entonces, no soy del todo un humano... —pasó por alto el silencio incómodo y las miradas crudas, se sentó junto a la barra y pidió algo para beber.
Después de ser atendido, el murmullo continuó.
—Oh no cariño, esta vez no saldrás con vida de este bosque —se escuchó una voz gruesa y áspera.
—¿Desde cuando decides mi fin? —contestó una joven.
—Estoy a punto de comerte ¿en serio quieres seguir en esta jugada?
Aquel melodrama llamó verdaderamente la atención del señor Martin. En su hogar adoptivo le enseñaron a dejar la curiosidad y respetar las conversaciones ajenas, pero ¿y si su curiosidad salvaba a alguien?
Estaba detrás de un telón rojo, las dos siluetas resaltaban por la luz de una vela y estaba próximo a escuchar la respuesta de ella, cuando de pronto el telón se abre y mira asustado al hombre de traje verde y azul, de un tono pálido y muerto a la vez. Le miró los vellos de los brazos, la altura y la cola que se movía incesantemente, se dio cuenta que era un hombre lobo bastante alcoholizado.
Detrás estaba una joven rubia, y aún estando en un lío, ambos cristales, verdes y azules, se quedaron prendidos en la mente de los dos; el parpadeo era infrecuente y la sorpresa brillaba junto a la vela.
—¿Perdiste algo? —interrumpió el lobo.
No obtuvo respuesta, sólo observó cómo Martin bajaba su sombrero aun con la vista en Ana, la chica. Incómodo y molesto, el lobo iba a usar su fuerza pulmonar con la que había derribado algunas casas, o iba a tragarse a una persona nuevamente, esta vez con sombrero y no con una capa roja, pero lo cierto es que no dejaría pasar la oportunidad esta vez.
—¡Atención! —dijo la bruja—. El rey hará un gran baile para que el príncipe conozca a su esposa. ¡Todos están invitados!
Con esto la tensión entre ambos calmó y un nuevo murmullo comenzó.
Al ver con cuidado, el señor Martin notó por debajo, el juego de mesa «Crónicas de un lobo» Entonces supo que aquel diálogo solo se trataba de un juego y no una amenaza. ¡Qué vana era la curiosidad!
—Temo que solo fue una confusión —dijo poniéndose su sombrero—. Ya debo irme.
—Buen viaje... —dijeron Ana y el lobo.
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