En la entrada del pueblo había una fuente de pegasos que tiraban borbollones de agua por sus cuernos, y en la orilla estaban dos brujas enanas hablando desde muy temprano.

—Dígame usted, si es cierto lo que he escuchado —dijo una—. ¿Acaso, después de tanto tiempo, volverá el señor Martin?

—¡No diga su nombre en voz alta! Puede que alguien nos escuche... —replicó la otra—. Pues sí, así como le han contado: El señor Martin vuelve al pueblo. Creí que nacer de una vaca era lo suficiente para matarse, aunque si vemos su caso, todo lo que dijeron de estos niños ya no causa el mismo efecto... El señor Martin vino a cambiar la historia.

—Pero si nació de una vaca ¿por qué está en otro país? ¡Nadie quiere a un niño tonto que nació de una vaca!

—Crea que esa es mi mayor pregunta en este asunto; al parecer el señor Martin no es un tonto como el resto, de hecho, allá es un comerciante de polvos mágicos. ¡Usted sabe cuán difícil es eso!

—¿Nunca se ha preguntado, quién pudo rechazarlo?

—Verá... Es un tema complicado, mejor dejémoslo para después, hoy habrá un comunicado y no queremos que algo malo suceda...

Y en efecto, terminada aquella conversación, sonó el trote de un caballo que se acercaba por el camino polvoriento. Del jinete salían jadeos cansados, cuando sonaron las trompetas del reino.

Un pequeño elfo vestido de azul con amarillo desplegó el pergamino y con su voz apretada comenzó el discurso:

—A todos los habitantes de Villa Encanto, el rey ha decidido ofrecer un baile para todo el pueblo, en busca de una esposa para el príncipe.

—¿Ha escuchado eso? —dijo nuevamente la bruja—. ¡Quién será la afortunada! ¡Debo contarle a todo el bosque para que no se lo pierdan!

—Tengo mi opinión con lo que está a punto de hacer, pero lo respeto, solo recuerde que en el bosque está...

—¡Parloteos! No le diré nada.

Y así se despidieron para esparcir la noticia por todo el bosque.