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   La terminal de la circunvalación resultó ser sólo un refugio precario, de techos de chapas azules, con una única ventanilla perteneciente a una única pequeña habitación cuadrada, a metros del punto exacto donde se unían tres rutas de direcciones opuestas.

    Aquello resultó ser una visión desoladora a los ojos de Mew. Se bajó de la carreta y aferró su mochila a su espalda dando un suspiro. Volvió sus ojos al conductor para agradecerle por haberlo llevado hasta allí, pero se encontró con que Gulf ya había pegado la vuelta y se alejaba ahora por un camino de tierra lateral. Alcanzó a ver que uno de los niños aún lo observaba y alzó su mano para saludarlo. El niño no respondió el saludo pero a Mew le pareció que sonreía.

    Arrastrando los pies, caminó hacia la ventanilla y golpeó suavemente el vidrio cerrado con los nudillos. La pequeña habitación se veía vacía. Volvió a golpear, impacientándose, hasta que sus ojos se desviaron un poco hacia un cartel colgado precariamente en un costado. Y al leerlo, Mew palideció.

   "...Por tormenta inminente, los caminos de circunvalación se cierran de forma temporal por posibles inundaciones y todos los servicios de buses quedan cancelados hasta nuevo aviso. Mientras tanto, disfrute de la hospitalidad de nuestro maravilloso pueblo..."

    Mew frunció el ceño.

   "¿Pueblo? ¿Cuál pueblo...?, pensó mientras alzaba la vista del cartel y miraba alrededor.

   No se veía ni una calle, ni una casa millas a la redonda. Una brisa repentina lo hizo temblar y trató de cerrarse la campera deportiva pero una vez más el cierre falló. Se envolvió entonces en sus propios brazos, dando un suspiro. Y al sentir las primeras gotas de lluvia sobre su rostro volvió a suspirar. Mew miró de reojo un escalón gastado cerca de la pequeña ventana. Se dejó caer allí haciéndose un ovillo, buscando sin éxito que el pequeño techo de chapas lo protegiera de lo que ahora se había convertido en una cortina de agua helada. Se estremeció por el frío y por la situación. Hundió su cabeza entre sus rodillas y se entregó un llanto silencioso.

   "¿Por qué la vida se empeña en hacerme sentir mal?", pensó acongojado, "¿Es que acaso no merezco que por una vez algo me salga bien?"

     Mew dió un suspiro y, sintiéndose derrotado, llevó su mente a la imagen de aquella rosa que siempre aparecía en sus sueños y que era su refugio. Dejó que sus colores lo envolvieran e imaginó esos labios que besaban con dulzura sus pétalos. Y luego el dueño de aquellos labios, lo miraban a él de una forma extremadamente dulce...,conmovida..., compasiva...

    Pero esta vez, contrario a lo que siempre sucedía en el sueño, la sonrisa no se desvanecía de aquel rostro y aquel extraño le habló:

   — ¡Oye tú! ¿Te encuentras bien?

    Mew se estremeció al oír aquella voz. Pero entonces se dio cuenta de que la voz no provenía de su imaginación sino que había sido real. Alzó la cabeza sorprendido y entonces lo vio. El joven Gulf, con su típica ropa amish y su sombrero de ala ancha, completamente empapado, lo observado desde la carreta con una mirada... ¡dulce...,conmovida y... compasiva...!

   —Circunvalación... Caminos... Tormenta... Cerrado...—balbuceó Mew poniéndose de pie.

   — ¡Lo sé! Por eso estoy aquí.

    De alguna forma,  Gulf había entendido su balbuceo.  Recién allí, Mew se dió cuenta de que aquel extraño amish hablaba su idioma a la perfección.

   — Has perdido tu bus por culpa nuestra así que déjame ayudarte. Es mi deber. Pasarás la noche en nuestra casa, y mañana encontraremos una manera de que retomes tu viaje...Es lo menos que puedo hacer por ti...

    En cualquiera otra circunstancia, Mew hubiera tenido reparos en aceptar aquella invitación. Una persona extraña, en un lugar extraño... ¿Quién sabe cuán extraños podrían resultar aquellos amish?

    Pero Mew no lograba quitar su vista de aquellos ojos rasgados que lo miraban sin parpadear. Seguía viendo en ellos dulzura y compasión. Mew entonces fue consciente de que aquella era la primera vez en sus cortos veinte años que alguien lo miraba de esa forma.  No lo dudó. Caminó hacia el otro lado y con ayuda del joven Gulf se trepó a la carreta. Miró hacia atrás pero los niños ya no estaban.

   —Gracias...—susurró conmovido.

    Y entonces Gulf levantó brevemente su sombrero como gesto de cortesía y silbó a los alazanes que rápidamente retomaron el camino de tierra.

    Aunque la lluvia hacía difícil ver el paisaje Mew lo percibió bello y volvió a suspirar. Era la primera vez que el mundo le parecía cálido y reconfortante. Pese haber sido criado por monjas, Mew nunca rezaba. Pero esa vez mientras la carreta traqueteaba por el camino enlodado, Mew miró al cielo encapotado y gris y susurró un muy conmovido  gracias...

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