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Mew había tenido ese mismo sueño desde la infancia...
La vida en el orfanato en el que había crecido no había sido fácil. Las monjitas hacían lo que podían pero no siempre lograban protegerlo de las burlas y los malos tratos de los niños más grandes, ni de las pesadillas.
Nunca nadie lo había dicho en voz alta pero todos lo sabían: Mew era gay. Era una constante que lo llamaran "el rarito", era una constante que lo dejaran sólo en las tardes de juegos o en la biblioteca o en las noches cuando alguno se escapaban hacia la terraza para lanzar aves de papel, dejándolo sólo, soñando sólo y siempre en el mismo sueño: un rostro exótico de ojos rasgados, de cabello sedosos, brillando con la luz suave de un crepúsculo, en el medio de un un valle verde cargado de árboles frutales, de silencio y de paz. Un rostro con una media sonrisa de felicidad que se hacía una sonrisa amplia - volviéndolo un ser hermoso- cuando acercaba sus labios a una rosa cuyo color variaba de sueño en sueño.
Rojo pasión, rosado nostalgia, índigo mágico, púrpura hipnotizante...
Y justo en el momento en el que joven besaba los pétalos, el aire se llenaba de aromas dulces, a menta y a lavanda. Y luego aquella boca se acercaba lentamente a la suya, sonriéndole...
Mew sentía que no había nada más hermoso en el mundo que aquella extraña rosa y nada que deseara más que aquellos labios carnosos, labios que en el sueño Mew sabía que lo amaban... Y mirando aquellos labios Mew se desesperaba, melancólico y emocionado.
Emocionado por haber visto esos labios una vez más y tenerlos tan cerca de los suyos; melancólico porque no conocía los dueños de esos labios.
Mew trató de mantenerse en el sueño un segundo más pero la brusca frenada del bus lo acababa de despertar. Cuando Mew se dio cuenta de que la marcha se había frenado por décima vez desde que habían salido de la ciudad, tuvo la certeza de que se perdería el presentismo en su primer día de trabajo como maestro sustituto.
Mew sonrió sin poder evitarlo. No acababa de recibirse de maestro por elección sino por mandato. Era la única carrera que pudo pagar con su salario de limpia vidrios. Dos años de mala comida trabajo bajo el frío y la lluvia y un sueño incómodo sobre un colchón húmedo fue todo lo que me pudo lograr una vez que salió del orfanato al cumplir los dieciocho.
Mew notó que el conductor del bus había bajado por lo que entendió que esa nueva parada iba a durar bastante. Por lo que trató de acomodarse mejor en el asiento y cerró los ojos con la esperanza de lograr volver al sueño. Pero entonces la voz del hombre lo sorprendió y abrió los ojos.
—Señores y señoras, necesitamos que uno de ustedes ceda su asiento a esta mujer... su acompañante irá de pie, aún cuando no se permiten pasajeros parados.
Un pequeño revuelo y varios cuchicheos se oyeron pero nadie apareció dispuesto. Mew miró primero el conductor con ojos somnolientos y luego a la mujer cerca de él y notó con asombro su vientre abultado y su rostro desencajado por el dolor. Era obvio que estaba en labor de parto.
—¡Aquí, por favor, aquí!—dijo sin pensarlo dos veces.
Y en un abrir y cerrar de ojos, con su pequeño equipaje ya en mano, Mew había descendido del bus mientras el chofer le aseguraba entre palabras de agradecimiento que aquel muchacho de la carreta llamado Gulf, lo llevaría hasta la pequeña terminal de la circunvalación donde podría tomar el siguiente bus para llegar a su destino original.
Mew aún somnoliento, esperó a un costado del camino a que el bus se alejara y recién allí miró hacia la vieja carreta que estaba a un par de metros.
Había visto de espaldas al conductor que parecía ahora luchar con una de las ruedas fuera de su eje. Mew decidió acercarse y ofrecer su ayuda -aunque dudaba que supiera cómo arreglar carretas. Al acercarse, notó dos pares de ojos color cielo que lo miraban desde la parte de atrás. Dos niños de cabellos castaños, amplias sonrisas y sombreros de ala ancha lo miraban sin siquiera pestañear.
Mew les devolvió la sonrisa y entonces notó que vestían de forma extraña: con pantalones y camisas inmaculadas.
_¡Amish!- susurró Mew sorprendido—! Hola! ¡Buen día! Soy Mew, es un placer conocerlos. He leído mucho sobre su cultura y su religión y también...sobre sus comidas...,su forma de vida y la conexión que tienen con la Tierra y la naturaleza. Siempre me ha fascinado que...—Mew calló de repente al ver que los niños lo seguían mirando en silencio-¡Claro! No hablan mi idioma. ¿En qué idioma hablan los Amish?— se preguntó en voz baja a sí mismo tratando de recordar lo que había leído-¿Latín, holandés, francés...?
Pero los niños ni siquiera parpadeaban. Mew comenzó a sentir su rostro encenderse por la vergüenza pero entonces su mirada pasó de los niños al muchacho que al parecer ya había acabado con la reparación y entonces sintió que acababa de olvidarse hasta de su nombre.
Aquellos labios carnosos, aquel rostro exótico, aquel cabello renegrido como la noche, aquellos ojos imposibles de olvidar que ahora se clavaban en los suyos...
Mew por un segundo creyó que aún seguía arriba del bus y que había vuelto a su sueño. Pero un segundo después, supo que no estaba soñando cuando aquel muchacho con el ceño fruncido lo miraba de arriba abajo con expresión de asco, como si estuviera viendo algo podrido. Le hizo una seña, de muy mala gana, en petro silencio para que subiera a la carreta, se acomodó el sombrero y silbó a los caballos poniéndolos en marcha sin siquiera esperar a que Mew se acomodara su lado completamente.
- Seguro sigo soñando balbuceó Mew por lo bajo- ¡pero en una pesadilla!
Y se aferró como pudo a su asiento pensando que después de todo aquel trabajo que lo esperaba no era tan malo como había creído...
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