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Hubo una vez...

Escondido entre los más profundos bosques de Francia, hubo una vez un hermoso reino de nombre Verseau. Era un lugar pacífico para sus habitantes y, naturalmente, para quienes lo gobernaban: dos amables reyes que procuraban su reino con responsabilidad.

Aquel día, todo Verseau se regocijaba, pues el descendiente del rey Alone y la reina Sasha acababa de nacer, un precioso bebé varón con el cabello rubio y ojos color esmeralda, razón por la que le otorgaron el nombre "Camus". Tal fue la felicidad de lo reyes, que decidieron realizar una ceremonia para festejar la llegada de su tan esperado primogénito, a la cual todo el pueblo estaba invitado.

La misiva fue enviada al reino vecino, Capricorne, en el que gobernaba el viejo amigo del rey Alone, Sísifo, junto a su adorado esposo Cid. La misiva fue aceptada y ambos reyes, junto a su pequeño hijo Shura, de tres años, asistieron gustosos a la ceremonia.

Al llegar, los cuatro reyes se saludaron felizmente, para luego llevar al pequeño Shura a conocer al que sería su esposo en el futuro.

–Mira, hijo –decía Sísifo con una sonrisa mientras cargaba a su niño–, cuando crezcas, este pequeño será tu esposo.

Shura asomó la mirada por encima de la cuna viendo con detenimiento al bebé, negando después con su cabecita, abrazándose al cuello de su padre mientras decía un tierno "Ño" en el oído de su progenitor, causando una sonrisa en Sísifo.

El día recién iniciaba y la celebración estaba en su punto máximo. El hechicero del pueblo, siendo también el guardia personal del pequeño príncipe, era el encargado de brindar al bebé el primer regalo. Así pues, acercándose al cunero en el que se encontraba el primogénito de los reyes, Shaka colocó una de sus manos sobre la frente del bebé, y luego dijo sereno:

–Príncipe Camus, mi regalo para usted será que goce de inmensa belleza –Flores rojas se dibujaron sobre su mano–, increíble inteligencia e inigualable simpatía –Ahora plumas verdes flotaron alrededor de la cabeza del príncipe–, y sobretodo...

–Vaya –expresó una voz ronca y tenebrosa al fondo del salón, interrumpiendo a Shaka–, no recuerdo la última vez que pisé este palacio... ¿Ya te has olvidado de mí...?

Shaka se alejó inmediatamente de Camus, sin poder terminar de entregar su regalo. Las personas abrieron paso, permitiendo la vista a ambos reyes, al tiempo que los mismos ponían un rostro de terror.

–¿Qué pasa? –Aquella presencia comenzó a avanzar en dirección a los reyes– ¿Ni siquiera recuerdas mi rostro?

–Hades... –musitó la reina.

–Por lo menos mi nombre sí lo recuerdas –La miró con burla–, hermana...

Todos los presentes miraron extrañados a Sasha. Nadie nunca había escuchado el nombre de aquella persona, ni si quiera sabían que la reina tenía un hermano.

–¿Quién eres tú? –cuestionó el rey, haciendo una orden con su mano para llamar a los guardias.

–Oh, así que no les has contado acerca de mí. No puedes enterrar el pasado, y lo sabes perfectamente –Llegó frente a los aposentos de los monarcas e hizo una pequeña reverencia–. Yo, mi lord, soy Hades, hermano mayor de Sasha, su esposa.

Todos los presentes quedaron atónitos ante tal declaración, lo decía con tanta seguridad que nadie dudaba de lo que aquel extraño acababa de confesar.

–¿Sasha, eso es cierto? –preguntó Alone.

–Vamos, hermanita, dile a tu esposo que llevamos la misma sangre...

La reina pasó saliva, los ojos de su esposo reflejaban confusión y exigían respuesta, debía decir la verdad.

–No... –dijo temerosa– él no es nada mío...

Los guardias obedecieron la inmediata orden de su rey, lanzándose sobre Hades, pero siendo rechazados en el momento por una enorme aura negra que rodeaba el cuerpo del hermano de la reina.

–Te atreviste a negarme... –Dio media vuelta para comenzar a caminar al centro del salón– venía con buenas intenciones, Sasha –dijo mientras su voz se hacía cada vez más gruesa y penetrante–, quería conocer de buena manera a mi pequeño sobrino, ¿Pero cómo hacerlo? –Se dirigió a los reyes– si tú no me reconoces como su tío. Pues bien... –En un movimiento, ya se encontraba al lado del la pequeña cuna en la que yacía dormido el príncipe.

–¡No! –Shaka intentó interponerse, obteniendo la misma suerte que los guardias, terminando a varios metros lejos del cunero.

–Tiene el cabello tan brillante como el sol... –susurró Hades.

–Por favor... no le hagas nada a Camus... –rogó la reina.

–¿Por qué no debería hacerle algo?

–El niño no tiene la culpa, yo... yo fui quien quiso enterrar el pasado...

–Es inevitable que el pasado te atormente el resto de la vida –Hizo un gesto con sus manos, mostrando 17 pétalos de brillante color carmesí– ¿Recuerdas esto?

–No puede ser... –Miró aquellas hojas con horror– creí que los había destruido...

–Ja –Uno de los pétalos que Hades mantenía flotando en su mano descendió sobre la frente del pequeño, desintegrándose al tocar la piel del mismo.

–¡Detente..! –exclamaron ambos reyes.

–Finalmente mi nombre será recordado en este castillo... –enunció Hades y volvió al centro del salón, encerró los pétalos en una burbuja de energía para luego recitar:

"El brillo carmesí en la rosa demoníaca de 17 pétalos revela el peligro de su veneno, quien ose tocar la primera hoja está aceptando la muerte, pues al encontrar el último pétalo su mirada se cubrirá de sangre y la vida llegará a su fin"

Y sin nada más que decir, Hades se retiró en medio de una enorme nube de energía negra.

El primogénito de los reyes comenzó a llorar, siendo atendido inmediatamente por Shaka y el rey, ya que la reina se mantuvo de pie sin decir nada, totalmente aterrorizada. Sus piernas no soportaron más, y casi cae al suelo de no ser porque Sísifo la sostuvo antes de que esto ocurriera.

–Ya, ya, mi pequeño... –decía Alone mientras mecía a Camus en sus brazos.

–Mi señor... ¿Qué es eso que el príncipe tiene en sus ojos?

–¿Qué? –Miró con atención los ojos del niño, al abrirlos, el rey se percató de una pequeña mancha roja en los mismos.

–Lo maldijo... –dijo Sasha y se acercó con dificultad a su esposo.

–¿Cómo dices?

–La maldición ha dado inicio... –Lloraba la reina– lo siento...

–No es tu culpa... –La abrazó y dirigió la mirada al hechicero– ¿No puedes hacer nada, Shaka?

–Me temo que no, alteza. Como dijo Hades, la maldición de la rosa de 17 pétalos es irrompible... lo único que podría hacer... sería disminuir la potencia del veneno de los pétalos haciendo que simplemente duerma al príncipe... pero no despertará... La única manera de hacerlo volver en sí, es que pruebe la brisa de la orquídea sagrada que crece en las afueras de los Campos Elíseos...

–¿No puedes hacer más...?

–Lo siento, me veo incapacitado de hacer algo más. Ya que la orquídea sólo surtirá efecto cuando el veneno de la rosa demoníaca haya llegado a cada parte del cuerpo de la persona maldecida... Cuando su hijo encuentre el último pétalo, se pinchará el dedo con las espinas del tallo perteneciente a la rosa, entonces contaremos con 3 días para darle a probar la brisa de la orquídea... de lo contrario... se sumirá en un sueño eterno.

El rostro del rey reflejó tristeza e impotencia al mismo tiempo, el saber que en cualquier momento su hijo podría morir le llenaba de una preocupación enorme.

–Entonces... haz lo que creas necesario...

–Si, su majestad –El hechicero colocó su mano nuevamente en la frente del niño–. Mi último regalo para ti será el triunfo de un sueño eterno por sobre la muerte... y que encuentres con tu salvación, el amor verdadero.

Al día siguiente, Alone mandó cortar todas las rosas y rosales que hubiera en el reino, para después dejarlas secar y quemarlas en una gigantesca hoguera. A partir de ese día, tener alguna rosa en el jardín era considerado un delito.

Los reyes, con todo el dolor de sus corazones, entregaron a su hijo en manos del hechicero real dando indicaciones estrictas al joven rubio. Él, junto al pequeño príncipe, serían enviados al rincón más alejado de todo Verseau a vivir en una pequeña cabaña con un enorme patio, sin ninguna clase de planta más que el pasto. En el contorno habría altos muros de piedra y una gruesa puerta de madera, que era la única entrada. Sólo Shaka podía entrar y salir. Aquel sitio se eligió ya que quedaba a 3 horas del reino, viajando a caballo.

Alone, después de dar todas las indicaciones correspondientes a su hechicero, le dejó partir dando como última indicación de que el día en que el joven Camus cumpliese los 17 años, regresarán al reino para ser recibidos con una gran fiesta en su honor.

Pero, los pétalos debían reunirse en alguna ocasión, y el rey de las tinieblas lo sabía perfectamente.

Aquel día, Hades observaba con los brazos cruzados al pequeño Camus, caminando temeroso por los alrededores del patio siguiendo una oruga, mientras que Shaka se encargaba de lavar la ropa del bebé al que criaba.

Habían pasado ya unos meses desde que el príncipe acababa de cumplir su primer año, era momento de que el segundo pétalo de la rosa fuese encontrado por el niño.

–¿Qué haces, papi? –susurró una voz infantil detrás de Hades.

–¿Milo?¿Qué haces aquí? –cuestionó el mayor con una sonrisa, antes de cargar al niño– ¿No se supone que te había dejado con Radamanthys, hijo?

–Si, pelo él fue a complal dulces...

–Y entonces te escapaste de nuevo... –El pequeño asintió– Al llegar voy a castigar a ese incompetente.

Milo era el primogénito de Hades, un niño de 4 años de edad, con el cabello azul y piel morena, lleno de energía.

El pequeño descendiente de la oscuridad vio con extrañeza a Camus perseguir la oruga, mirando después a su padre y pidiendo que lo bajara para poder ver más cerca al príncipe.

–¿Pol qué sigue a la oluga, papi?

–No lo sé, Milo... –Hizo aparecer un pétalo sobre su mano– quizás le parece curioso.

–¿Qué halás con eso?

–Le voy a regalar esta hojita al niño...

–Hum... –El pequeño Milo puso su mano en el mentón–, ¿Se la puedo dal yo?

–Si, puedes –Entregó el pétalo a su hijo.

El primogénito de las tinieblas se paró frente al menor, sin dejar que se enterara de su presencia e hizo caer la hoja de la flor sobre la oruga que perseguía Camus, y este, con sus pequeñas manitas, recogió tanto el pétalo como la oruga para luego sonreír de la manera más tierna, provocando un sonrojo en las mejillas de Milo.

–Papi... ¿Le dalás más hojas al niño?

–Claro, pero eso será después, hijo –dijo sonriente.

–A la plóxima... ¿También se la puedo dal yo?

–Por supuesto.

–¡Si! –Festejó el pequeño.

Milo tomó la mano de su padre, y ambos desaparecieron a través de un portal color púrpura.

Mientras tanto, el príncipe Camus se acercó a Shaka para mostrar el animalito que acababa de capturar, con emoción jaló el pantalón del rubio para llamar su atención.

–¿Qué pasa, pequeño? –El niño levantó su manita y le enseñó la oruga. Pero el hechicero notó algo extraño de nueva cuenta en sus ojos, la mancha carmesí había crecido, y las puntas del cabello del niño se habían teñido del mismo tono.

Shaka abrió la otra mano del príncipe encontrando en ella el segundo pétalo, pero antes de que pudiera quitárselo este desapareció en la palma del pequeño, entonces el bebé cayó al suelo inconsciente. El hechicero sabía a lo que se enfrentaba, por lo que cargó al bebé y lo metió a la cabaña, para luego recostarlo en su cama, esperando a que recobrara la conciencia.

Al cumplir Camus los 3 años, el moreno decidió presentarse ante el pequeño de ojos esmeralda. Asomó la cabeza por la esquina de la cabaña, viendo a Camus perseguir esta vez una mariposa. Se armó de valor y decidió caminar hacia el pequeño príncipe.

–Hola... –dijo nervioso.

Camus miró de pies a cabeza a aquel niño que estaba frente a él, nunca lo había visto. ¿Existía otra persona diferente a su hechicero, más pequeña?

–Mi nombre es Milo... ¿C-Cómo te llamas?

–Ca... –Lo pensó, ¿Cómo lo llamaba siempre el hombre rubio?– Camus... –dijo finalmente.

–Camus... bonito nombre... –Le sonrió– oye, ¿Quieres jugar? –Sacó dos caballos tallados en madera y los mostró al niño.

El pequeño príncipe asintió con la cabeza. Jugaron por un buen rato, Shaka vigilaba por la ventana a Camus, le parecía tierno ver que jugaba con alguien que sólo él podía ver. Al terminar el juego, Milo tomó la manita del príncipe y depositó un pequeño beso en la misma, a lo que el príncipe, sin entender mucho, respondió con una sonrisa.

Durante los siguientes años Milo se encargó de llevar los pétalos a Camus, con cada hoja de la rosa demoníaca el cabello y ojos del príncipe se teñían de color carmesí, algo que le fascinaba al hijo de Hades. Cada vez que Shaka iba al pueblo, Milo jugaba durante un buen rato con el príncipe, en ocasiones le llevaba deliciosa fruta, sobretodo manzanas.

El tiempo siguió su paso, tanto el hijo de las tinieblas como el primogénito de Alone crecían de manera apresurada, y de la misma forma, un sentimiento comenzaba a hacerse presente en los corazones de ambos jóvenes.

El sol se asomaba por entre las montañas, brindando un hermoso amanecer el primer día de verano, en la décimo cuarta primavera de Camus. Shaka salió al pueblo en busca de alimentos para el príncipe, dejándolo como de costumbre en la cabaña. El joven esperaba a Milo sentado en el pasto mientras leía un libro, cuando de pronto, un terrible golpe se escuchó detrás de la casa, a lo que Camus acudió de inmediato.

Lo que encontró fue un enorme agujero casi del tamaño del joven en el muro tras la cabaña, hecho con una gran roca y del otro lado, el príncipe logró ver un hermoso caballo blanco, impresionándose del color pues sólo conocía al corcel marrón usado por su hechicero y algunos otros vistos en los libros que Shaka le llevaba de un lugar llamado biblioteca.

Un hombre descendió del caballo portando una brillante espada y una larga capa negra, para luego acercarse al orificio en el muro encontrando el rostro confundido de un bello joven con ojos de color inusual.

–Le ofrezco mis disculpas por el daño causado en su propiedad –dijo haciendo una reverencia–, mi caballo se salió de control y golpeó la roca que destruyó su muro...

No obtuvo respuesta de Camus, él tenía prohibido abrir la puerta si Shaka no estaba, no debía hablar con extraños, los únicos con los que mantenía comunicación era con Milo y con su hechicero.

–Yo...

–Me encargaré de que esto sea reparado, no debe preocuparse por... –El galopeo de un caballo hizo que aquel desconocido detuviera sus palabras.

–Por favor, retírese...

–Pero necesito...

–No importa, debe irse, se lo ruego... –decía el príncipe con miedo.

–Al menos dígame su nombre...

–No, no, ya retírese...

El rechinar de la puerta le avisó a Camus que Shaka estaba de vuelta, así que corrió a recibir al rubio en la puerta de la cabaña.

–Ah... Camus, olvidé mi canasto para las fresas, ¿Podrías traerlo, por favor?

–Si, dame un minuto –Entró en la casa y trajo la canasta, para luego entregarla al hechicero.

–Gracias. Ahora sí, vuelvo en unas horas, ¿Está bien?

–Si...

Shaka dio media vuelta y se retiró. El príncipe regresó a la parte trasera de la casa, sin encontrar a aquel hombre que quería quedarse con tanta insistencia, en el lugar sólo había una pequeña nota que decía:

"Me disculpo nuevamente por haber destrozado su muro, prometo que regresaré a repararlo.

-Príncipe Shura"

Camus suspiró al terminar de leer aquellas letras, algo le había llamado la atención de aquel desconocido, y cómo no, él era un príncipe. Con un rostro de ligera decepción, regresó al patio a continuar leyendo su libro, mientras esperaba paciente a Milo.

El tiempo pasó velozmente y el cielo se llenó de estrellas. Fue difícil para Camus desobedecer a Shaka al decir que no debía salir de noche, pero la curiosidad era mucha, el exterior era literalmente desconocido para él, necesitaba saber qué había afuera. Tomó un carrete de hilo blanco y una vela, amarró el extremo de la cuerda en una de las piedras que te encontraban tiradas, quizás era muy curioso, pero estaba consciente de que no sabría regresar si salía. Escapó entonces a través de aquel orificio en la pared.

Comenzó a caminar en línea recta entre los árboles con el carrete en la mano, hasta llegar a un hermoso río iluminado por la luz de la luna llena; cuando estuvo en la orilla, dejó el hilo y la vela sobre la tierra, se quitó los zapatos para luego tocar con la punta de su pie el agua cristalina. Pareció que el agua fría no le haría daño, se desnudó completamente y se sumergió en el río; según recordaba, había leído alguna vez un libro que explicaba detalladamente cómo debía nadar, entonces no hubo problema.

Pasó una hora. Camus salió del agua y se colocó sus vestimentas, para luego regresar a casa siguiendo ciegamente el camino de hilo que había hecho.

Eso se convirtió en una costumbre, cuando Shaka dormía, el príncipe se escapaba por el agujero en el muro (que ocultaba con una vieja carreta) e iba al río a bañarse, mientras cantaba preciosas melodías.

Hubo una noche, casualmente, en la que Shura llevaba tiempo observando el techo de su habitación sin poder conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en el rostro de aquel joven que había conocido días atrás, era algo de todas las noches. Pero olvidó por completo el camino que llevaba a la casa donde había visto al muchacho.

Finalmente decidió levantarse y vestirse para salir a montar a caballo, quizás así podría distraerse. Se mojó la cara y cabalgó sin rumbo, escuchando únicamente los galopes lentos de su corcel, entonces un hermoso canto lo hipnotizó e hizo que se dirigiera al río. Dejó su caballo atado a un árbol, y se acercó silencioso al sitio de donde provenía tan bella melodía. Asomó su vista por entre los arbustos encontrando al joven que no había podido olvidar, Camus estaba desnudo parado sobre las aguas bajas del río, secando su cabello mientras cantaba.

El príncipe de Capricorne simplemente no pudo desviar su vista hacia otro lugar, la piel pálida de Camus combinaba perfectamente con su cabello largo, rubio y carmesí; el toque que lo volvió loco fue la preciosa voz que poseía aquel hermoso joven.

Cuando el descendiente de los reyes de Verseau estuvo vestido, Shura encontró el momento perfecto para acercarse a hablarle.

–Tienes una voz muy hermosa...

–¿Eh? –Camus miró con nerviosismo al mayor.

–Combina... perfecto con tu precioso rostro...

–P-Príncipe Shura... ¿Qué hace aquí?

–Salí a una cabalgata nocturna –dijo con una sensualidad inconsciente–, la verdadera pregunta es... ¿Qué hace un jovencito como tú, solo, a estas horas de la noche, bañándose en el río?

–Yo... de hecho ya me iba... –Pasó a su lado.

–Espera –Lo detuvo del brazo–, ¿Puedo verte aquí mañana?

–Pero...

–Anda, por favor...

–E-Está bien... vendré aquí mañana por la noche, ¿bien?

Shura asintió y lo dejó ir. Ambos volvieron a sus respectivas casas, el príncipe de Capricorne finalmente pudo conciliar el sueño.

Lo que ninguno de los dos sabía, era que habían sido observados todo el tiempo por alguien lleno de celos, mientras destrozaba con su mano una pequeña roca, deseando que fuera el cuello de Shura.

Con el paso de los meses, algo particular ocurría en el corazón de Camus. Cada vez se encontraba más confundido, triste, pensando todo el tiempo que de alguna manera podría... ¿Haberse enamorado de ambos chicos...?

De ser así, ¿a quién elegiría? El joven príncipe se sentía terrible, comenzó a creer que era una mala persona por ilusionar a los dos muchachos a la vez.

Ahora Shaka sabía de la existencia de Milo, lo conocía como un joven granjero amigo de Camus y gracias a esto, el príncipe de las tinieblas tenía mayor libertad para entrar y salir de la pequeña cabaña en la que vivía el descendiente de los Verseau. Eso complicaba aún más la decisión del joven príncipe.

Pronto, la fecha maldita del cumpleaños número 17 de Camus llegó.

Faltaban algunas horas para que la luz del sol iluminara completamente el cielo, aún estaba oscuro, y Milo aún no podía conciliar el sueño, estaba impaciente por ir a ver al príncipe, pero sabía que en ese momento él estaría dormido. Así que para matar el tiempo, salió a caminar por las mortales tierras del inframundo, que para el hijo de Hades, no eran más que un jardín de flores. Se sentó en una piedra a contar cuántas almas se hundían en lo profundo de sus desgracias, sintió de pronto una mano en el hombro, era su padre.

–¿Puedo sentarme? –dijo el rey de las tinieblas.

–Adelante.

–Sabes que hoy es el último día, ¿verdad? –habló dando un gran suspiro, al tiempo que se sentaba al lado de su hijo.

–¿Último día...?

–Así es –Mostró el pétalo sobrante de la Rosa demoníaca–. Esta hoja, es la única que falta de entregar a Camus.

Cierto, lo había olvidado. Finalmente llegó el día en que el príncipe de Verseau debía regresar con sus respectivos padres, el día que Hades había ordenado a Milo entregar el último pétalo. Nunca comprendió para qué entregaba aquellos pétalos carmesí a Camus hasta que el moreno cumplió once años, fue cuando su padre explicó la razón de aquello. Sabía que estaba matando al amor de su vida por orden de Hades y que ese último pétalo, acabaría con él.

–Padre, yo... –Dudó.

–¿Qué?

Exhaló con pesadez

–No voy a matar a Camus.

–¿Cómo dices? ¿Por qué?

–Porque... – Se interrumpió, no quería contradecirle, pero...

–No puede ser... –susurró Hades, sin creer la idea que acababa de llegar a su cabeza– ¿Estás enamorado de él?

Milo apretó fuertemente los puños y pasó saliva, era ahora o nunca, debía enfrentar a su padre.

–Si, así es.

La carcajada de Hades hizo eco en los alrededores del inframundo, no podía creer lo que su primogénito acababa de decir.

–¿Es enserio? Milo, hijo, eso es una total estupidez –murmuraba entre risas–. El amor es una tontería, no existe, no puedo creer que sientas algo tan...

-¡Y qué si quiero creer en eso! -exclamó sin pensar ni un poco, levantándose totalmente molesto.

El rey de las tinieblas detuvo su risa, y observando a su descendiente con burla, también se puso de pie, mirando directamente los ojos de su hijo.

–Entonces tendré que terminar yo mismo con ese pequeño príncipe, y si es necesario... –Suspiró– también contigo.

Milo frunció el ceño antes de comenzar a correr hacia las afueras del inframundo, debía encontrar inmediatamente a Camus, antes de que su padre le hiciera algo. Hades volvió a sentarse y llamó a uno de sus sirvientes, quien llegó poco después de su llamado.

–Radamanthys, ve por él. No voy a permitir que mis planes se arruinen todo por los caprichos infantiles de mi hijo.

–Si, señor.

El rubio salió en búsqueda de Milo mientras este ya llegaba a la cabaña, acompañado de los primeros rayos del sol, sabía que el ahora pelirrojo (a excepción de las puntas del cabello), estaba ya despierto, preparando el desayuno. Tocó la puerta y casi de inmediato esta le fue abierta por el príncipe.

–Oh, Milo... –dijo con un sonrojo– No te esperaba tan temprano, pasa –El hijo de Hades entró al jardín, cerrando la puerta tras de sí.

–Yo...

–Iré a poner un plato más en la mesa –Se dirigió al interior de la cabaña, siendo inmediatamente detenido por Milo.

–Espera, necesito hablar contigo.

El de ojos azules hizo que ambos estuvieran frente a frente, recorrió de pies a cabeza a Camus con la mirada, observándolo con nostalgia e intentando formular las palabras correctas para decirle a su amado lo que estaba ocurriendo. No sabía cómo empezar, suspiró con resignación y finalmente dijo:

–Camus... –Le llamó, nervioso– estoy profundamente enamorado de ti...

El príncipe de Verseau se sonrojó de tal manera que sus mejillas podían compararse con el ocaso mismo, aquello había sido directo e inesperado, se quedó sin palabras.

–Y por esa razón, por ese amor tan grande que te tengo... Necesito confesar... –Dudó– que mi padre, Hades... quiere asesinarte, ha estado envenenándote desde que naciste y yo... soy quien te daba el veneno –El pelirrojo comenzó a llorar–. ¡Pero te juro que...!

Fue interrumpido por una fuerte bofetada, las lágrimas del menor corrían por sus mejillas, no podía creer lo que estaba escuchando, la impotencia llenó su ser y no pudo hacer más que golpear a Milo. Lo miró con súplica.

–¡Lárgate!

–Camus...

–¡Te digo que te vayas!, ¿No entiendes?, ¡Vete!

Milo bajó la cabeza, se dio la vuelta y se fue, dejando la puerta entreabierta. Camus cerró rápidamente para luego secar sus lágrimas, esperar a calmarse un poco y finalmente regresar a la cocina. El de cabellos azules se alejó rápidamente de aquel sitio, destrozado, el joven al que tanto amaba acabara de rechazarlo. Sin pensar por dónde caminaba, cayó precipitadamente en el río, lleno de cólera golpeó el agua con furia y buscó la manera de salir. Cuando por fin llegó a la orilla del río, se encontró con una desagradable sorpresa.

Radamanthys ya estaba esperándolo.

Los minutos pasaban, el de ojos carmesí intentaba fingir estar bien en todo momento, aunque lloraba por dentro, mientras desayunaba tranquilamente con Shaka. Al vivir como campesinos, sus horarios eran bastante madrugadores, por lo que tomaban la primera comida del día una hora antes de que el sol se asomara por el horizonte.

–Camus.

–¿Si?

–Necesito hablarte acerca de algo muy importante... –comentó el hechicero, dejando sus cubiertos a un lado de su plato.

–Dime –Sonrió.

–Bueno... –Bebió un sorbo de té– Tal vez has visto que nunca hablamos acerca de tus papás o que siempre intento evadir el tema...

–Si, lo he notado.

–Bien... hoy en la tarde... te llevaré a conocer a tus verdaderos padres... y a tu prometido.

–¿Verdaderos padres...? ¿Prometido...?

–Así es. Voy a llevarte con tus progenitores, el rey Alone y la reina Sasha, al igual que tu prometido, el príncipe...

–¡No, no! ¡No puede ser! –vociferó levantándose de la mesa– ¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora...?

–Camus, sé que esto es sorpresivo...

–¿Por qué me lo dices hasta ahora? ¿Justo hoy? Si ellos son mis padres, ¿Entonces tu quién eres?

–Yo... Soy el hechicero real, y tu guardián personal.

–¡No! ¡Me rehúso a creer esto! –Corrió a su habitación.

Shaka suspiró con pesadez, sabía que eso ocurriría, así que se levantó tranquilamente de la mesa para dirigirse al cuarto del príncipe, encontrando a este llorando al tiempo que abrazaba su almohada.

–Camus, yo... –Se sentó a su lado y lo abrazó.

–Solo respóndeme algo...

–Lo que desee, alteza.

–No me llames así, Shaka. Eres como mi hermano mayor, solo llámame como siempre, por favor... –sollozaba.

–Está bien, Camus. Dime, ¿Qué quieres saber?

–¿Por qué... no me dijiste nada acerca de esto?

–Eran órdenes de tu padre, brindarte esa información estaba prohibido para mi, por lo menos hasta que cumplieras la edad apropiada para volver...

–¿Cuándo partimos? -Suspiró con resignación.

–En unas horas, te traeré un traje especialmente para hoy.

–...

–Camus, mi adorado Camus, no pongas esa cara, mira el lado positivo, conocerás a las personas que más te aman en el mundo.

–Lo sé... –Sonrió forzadamente.

–Bien, vamos a preparar todo para irnos –El pelirrojo asintió.

Cuando se posó en lo alto del cielo, después de 17 años, Verseau se llenó de nuevo de gozo al igual que alegría, y no había nadie más feliz por el regreso del príncipe que el propio rey Alone, quien aguardaba sonriente al lado de su esposa, la llegada de sus principales invitados.

El príncipe de Capricorne cabalgaba de regreso al palacio, paseándose por los jardines, siendo detenido bruscamente por su padre, Cid.

–Shura –dijo sin mostrar emoción alguna–, ¿Por qué no estás vestido aún? Debemos ir a...

–Justo de eso quería hablarle, padre –respondió, bajando del caballo.

–No me interrumpas así.

–Me disculpo, señor –Hizo una reverencia–. Pero de eso quería hablar con ustedes... –Suspiró nervioso– No me quiero casar con el príncipe Camus... ya me he enamorado de alguien más –dijo con firmeza.

El rostro de Cid se oscureció inmediatamente, estaba enojado, realmente enojado. Tantos años de amistad con el rey Alone quizás acabarían, y ahora que una alianza iba a formarse,
probablemente no se llevaría a cabo gracias a lo que acababa de decir Shura.

–¿Qué ocurre...? –interrumpió Sísifo dulcemente, lleno de confusión pues acababa de llegar al lugar.

–¿Quién? –inquirió Cid– ¿Quién es la persona de la que supuestamente estás enamorado?

–De... un campesino que vive a las afueras del reino...

El mayor de los reyes de Capricorne no pudo contenerse y golpeó fuertemente a su hijo, pero Shura se mantuvo de pie, desafiando con la mirada a Cid, compadeciendo al mismo tiempo a Sísifo.

–Puede hacer lo que desee –habló seriamente–: desherédeme, niégueme como su hijo, queme mis cosas, no importa... –Volvió a montarse en el caballo– Pero no voy a desposar a alguien que no amo. Lo siento, papá.

Se despidió de Sísifo e inició su camino por el bosque, dispuesto a encontrar al muchacho por el que acababa de dejar todo. Mientras tanto, los gobernantes de Capricorne permanecieron un momento en silencio, sin moverse, pensando en lo ocurrido recientemente.

–Me disculparé con los reyes... –interrumpió el silencio el castaño, al tiempo que recargaba su cabeza en el pecho del mayor.

–No te preocupes. Lo haré yo.

En medio de un gigantesco banquete, el rey Alone esperaba impaciente a su adorado hijo, contaba los minutos, esperando que su primogénito apareciera en las puertas de su gran Palacio. Los Reyes de Capricorne se acercaron al gobernante de Verseau, sentándose Cid al lado de Alone, para poder hablar claramente con él.

–Alone.

–¿Qué deseas, Cid?

–Debo hablar contigo acerca de la boda...

Fue interrumpido por el grito de uno de los soldados, alertando a todos los presentes de la llegada del tan esperado príncipe Camus y su hechicero. La reina Sasha se levantó apresurada, queriendo ver ya a su adorado hijo.

Camus vestía un precioso traje blanco con decoraciones plateadas, delgadas cadenas doradas y el más fino de los calzados, su cabello pelirrojo perfectamente cepillado colgaba en sus hombros, descansando a los costados de su pecho. Y en su mano derecha, tenía puesto un anillo de oro moldeado como ramas de rosal, con un pequeño rubí en forma de rosa adornando la cabeza del mismo. Caminó por el centro del salón, para poder llegar con los que eran sus padres.

Los ojos de la reina se llenaron de lágrimas e inmediatamente se lanzó a abrazar a su hijo, habían pasado 17 años desde la última vez que lo vio. Besó dulcemente la frente de Camus, para luego sonreír de manera hermosa mientras tomaba las manos de su primogénito. Después se dirigió con el hechicero real, le acarició dulcemente el rostro y susurró:

–Gracias... –Hizo una reverencia, que fue respondida con un asentimiento de cabeza.

El rey Alone descendió del trono para poder abrazar con fuerza al príncipe, le acarició la cabeza y, al igual que la reina, depositó un beso sobre su frente. Expresó su agradecimiento a Shaka con un apretón de manos y un abrazo.

–Ellos son los reyes de Capricorne –dijo el monarca, señalando a los mencionados con la palma hacia arriba–, son los padres de tu prometido.

Camus había olvidado esa parte, él ya estaba comprometido. Sísifo y su esposo se levantaron para saludar al príncipe, el castaño le abrazó con ternura mientras que Cid le besaba la mano.

–Es un placer conocerlo finalmente, alteza –dijo el de cabellos negros.

–¿Dónde se encuentra el príncipe Shura, Cid? –preguntó Alone.

–Él...

–¿P-Príncipe Shura? –inquirió el pelirrojo.

–Si –respondió Sísifo–, Shura es nuestro hijo, tu prometido.

Ahora Camus comprendió todo. De alguna forma eso lo hacía tranquilizarse pero... estaba casi seguro que eso no era lo que él quería.

–¿A caso es un joven de cabellos verdes...?

–¿Ya lo conoces...? –cuestionó Alone sorprendido.

–Bueno... Él destruyó la pared de la cabaña hace algunos años.

–¿Vivías en las afueras de Verseau? –dijo el castaño.

–Si, en una cabaña...

–Así que eres tú –Rio con ternura–, tú eres el campesino del que Shura está enamorado.

Todos pusieron un rostro de confusión, ¿De qué hablaba el menor de los reyes Capricorne?

–¿Cómo dice, Sísifo?

–Mil perdones, rey Alone. Hace unos momentos Shura nos confesó que no se casaría con Camus, pues no lo amaba, dijo que estaba enamorado de un campesino que vivía a las afueras del reino. Ahora me doy cuenta que hablaba de ti... Parece que nunca mencionaste tu nombre.

–Eso quiere decir que él...

–Debe estar en la cabaña buscando a Camus... –completó Sasha.

–Iré por él –propuso Cid.

–Lo acompaño –mencionó Shaka-, sé un camino rápido para llegar allí.

–Con su permiso –dijeron ambos y se retiraron.

Finalmente Sísifo fue quien habló con los reyes... Todos tomaron sus respectivos asientos, mientras el rey, con toda la felicidad del mundo, daba por iniciado el banquete para festejar la llegada del príncipe Camus.

Traer de regreso al príncipe Shura llevó menos tiempo del que imaginaron, convencer al descendiente de los Capricorne no fue tan difícil como parecía, sólo se necesitaban cuatro palabras: "El campesino es Camus"

Al regresar, Shura se incorporó rápidamente al banquete, no podía esperar más para poder estar cerca del pelirrojo sin que sus padres estuvieran a su alrededor. En la mesa principal se encontraban los reyes discutiendo asuntos acerca de la boda que se celebraría al día siguiente. Camus dedicaba sonrisas ocasionales a la insistente mirada del joven de cabellos verdes.

El banquete finalizó a la media noche, las personas volvieron a sus hogares mientras que los gobernantes vecinos se quedaron como huéspedes en el castillo Verseau. Camus evitó a toda costa estar o encontrarse con el príncipe Capricorne, cuando llegó a su habitación cerró la puerta y se tiró sobre la cama mirando al techo, intentando plantearse bien la idea de si quería matrimonio o no; Shura le gustaba, era un buen chico, pero sentía que algo faltaba, que no era la decisión correcta... Golpes en la puerta le hicieron salir de su trance, una voz se escuchó del otro lado en el pasillo.

–¿Hola? –Volvió a tocar.

–Entra, Shaka.

El rubio obedeció la orden, abrió silencio la puerta, cerrando de la misma forma. Caminó hasta donde se encontraba el pelirrojo y se sentó a su lado.

–¿Qué pasa? –dijo en un tono dulce– Esa no es la cara que pondría un príncipe al saber que va a casarse...

–Shaka... –Se incorporó, abrazó sus piernas y escondió su rostro entre las rodillas– Yo...

–Tranquilo, sólo estaba bromeando. Sé perfectamente que no quieres casarte con Shura.

–¿Cómo lo...?

–Lo supuse. Vi tu rostro cuando supiste quién sería tu prometido, parece que tienes una buena relación con ese muchacho, pero no lo suficientemente fuerte como para aceptarlo de marido. En cambio, parece que sientes algo más por ese joven granjero que nos visitaba constantemente, estoy casi seguro que es de él de quién te has enamorado; sin embargo, sabes que la costumbre dicta que debes desposar a alguien de la realeza...

–Parece que no puedo ocultarte nada, Shaka –Suspiró con tristeza y levantó su cabeza–. Sé que no debo casarme con un plebeyo, lo leí en los libros de la familia real. Si, es verdad que yo estaba enamorado de él...

–¿"Estabas"?

–Así es, él... no es un campesino, y tampoco es un simple granjero... Durante el banquete, le pregunté discretamente a mi madre si sabía algo acerca del envenenamiento que se me hizo, entonces me contó acerca de su hermano y lo que deseaba...

–¿Sabías acerca de eso?

–El propio Milo me lo dijo en la mañana, fue como un balde de agua fría y me sentí impotente, no hice más que correrlo, eso me impactó demasiado, pero conservé algo de incredulidad. Al llegar aquí, mis dudas se disiparon... –Frunció el ceño ligeramente– Él es un príncipe, pero no cualquier noble... es el primogénito de las tinieblas... Y lo peor de todo, se trata del hijo de mi tío Hades... mi primo.

Shaka se puso pálido. ¿Por qué la información había llegado tan rápido a los oídos de Camus? ¿Por qué de esa manera? Solo había algo de lo que él no estaba al tanto: Milo era hijo del rey del inframundo.

Ahora no sabía que decir, hace a penas unos momentos estaba dispuesto a discutir con los reyes el matrimonio del pelirrojo, que no se realizaría porque los jóvenes no se amaban. Todo había dado un giro inesperado. Él quería lo mejor para el joven príncipe, estaba consciente de que aunque Camus se casara con Shura, no sería feliz; podía ver a través de sus ojos la mentira, el primogénito de los Verseau seguía prefiriendo a Milo por sobre todas las cosas, pero estaba convencido de que si contraía nupcias con el príncipe Capricorne, atraería desgracias a su vida.

–Lo he decidido, Shaka. Me voy a casar con Shura y olvidaré a Milo de una vez por todas.

El rubio podía sentir cómo el corazón de Camus se estrujaba con cada palabra, pero sabía que a pesar de lo que dijera, él no cedería.

–Bueno... Vamos a dormir, entonces. En la tarde será tu boda...

–Si... –Bajó de su cama– Eh... ¿Podrías... quedarte a dormir?

–Por supuesto, pequeño –Le acarició la cabeza.

Ambos se acomodaron en la cama y pronto conciliaron el sueño.

La luz de luna tocaba cada parte del techo del castillo, entraba ligeramente por la ventana abierta en la habitación de Camus, el frío viento se colaba entre las rendijas de las sábanas que cubrían a las personas que descansaban en la cama. El pelirrojo sintió un escalofrío, seguido de un susurro que lo llamaba constantemente y terminó despertándolo. Hizo a un lado las sábanas para luego bajar sus pies en la alfombra e incorporarse, deambuló descalzo por el cuarto sin encontrar su abrigo, ya que su cuerpo estaba casi congelado no pudo sentir la baja temperatura.

La puerta se abrió sin que nadie estuviera detrás de ella, un delgado hilo color rojo brillante flotaba del otro lado, la punta de aquel filamento de seda comenzó a acercarse al joven príncipe y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se enredó suavemente en el dedo índice de su mano derecha. El hilo tiró de su mano, arrastrándolo a la puerta, continuando su camino por los pasillos y las escaleras hasta llegar al jardín frente al castillo, en el centro de este se encontraba una rosa de brillante color carmesí con un sólo pétalo, el final de la seda estaba atada al tallo de aquella flor.

Camus caminó sin prisa hasta donde yacía la rosa, se inclinó para tomarla y casi al mismo tiempo, cada uno de los pétalos que habían envenenado al pelirrojo salieron de su pecho e inmediatamente se unieron al tallo, brillando con más intensidad, debilitando el cuerpo del joven príncipe.

El instinto de Shaka le hizo despertarse, al no sentir al hijo de los Verseau a su lado, se alarmó y comenzó a buscarlo por toda la habitación, se levantó para luego asomarse a la ventana. Allí estaba Camus, inclinado, a punto de tocar las espinas de la rosa, frente a él se encontraba la oscura figura de un hombre parado. El hilo rojo se desvaneció, los dedos del joven príncipe finalmente habían hecho contacto con las espinas de la rosa.

–¡Camus, no...! –El pelirrojo se desvaneció en el pasto.

Shaka bajó al jardín más rápido que un rayo, se puso de rodillas y colocó la cabeza del chico sobre su regazo.

–Vaya –dijo aquella sombra con tono de burla–, si hubieras despertado unos segundos antes...

La sombra se desvaneció entre carcajadas. Shaka miraba con tristeza a aquel joven en que tenía en el regazo, ¿Qué le diría a los reyes? ¿Cómo les iba a explicar que el día en que su hijo caería en un sueño profundo había llegado? En verdad no tenía idea.

Los pasos rápidos habían alertado al príncipe Shura, quien descansaba en una de las múltiples habitaciones de huéspedes. Estaba levantado, vestido y portando su espada mientras se dirigía al jardín, donde supuso estaría aquel que caminaba apresuradamente. Encontró a Shaka con Camus en sus brazos, imaginándose ya lo que estaba ocurriendo.

–Shaka...

–Qué bueno que llegas, Shura –dijo el rubio limpiando una lágrima en su mejilla.

Hizo que el descendiente de los Capricorne cargara al pelirrojo, mientras que él, con un poco de nostalgia, levantaba las manos para lanzar un hechizo a todo el reino, haciéndolos dormir y recitando un conjuro que sólo les permitiría despertar en el momento en que Camus abriera sus ojos. Todos menos el joven que cargaba al príncipe Verseau.

–Shura... –Suspiró con pesadez y dio la vuelta para ver al chico– necesito pedirte un favor.

–Lo que necesites –respondió aún sin entender qué pasaba.

–Quiero que vayas a las afueras de los Campos Elíseos, y me traigas la orquídea que crece en la unión del infierno con ese jardín...

–¿Por qué? ¿Qué ocurre?

–Camus ha caído en un hechizo, uno probablemente mortal... y esa orquídea es la única que puede salvarlo... –Lo tomó de los hombros– ¿Lo harías por él?

Shura lo meditó por un segundo.

–Si. Lo haré por él. Iré.

Salían los primeros rayos del sol cuando el príncipe Capricorne salió del reino montando su caballo, después de recibir las instrucciones del hechicero, dispuesto a encontrar aquella flor con las especificaciones que el rubio le había dado, antes del tiempo requerido.

En algún lugar del inframundo, agua fría fue lo que despertó al inconsciente Milo. Después de encontrarse con Radamanthys, este último lo noqueó y encerró en el calabozo. Encadenado, por orden de su padre. Habían pasado muchas horas después de eso. Ahora tenía el rostro mojado, las muñecas lastimadas y las rodillas debilitadas.

–¿Cómo descansó mi pequeño? –dijo el rey del inframundo con sorna.

–Libérame –exigió.

–¿Por qué?

–¡Déjame ir! –Intentó levantarse y tiró de las cadenas– Ya lo hiciste, ¿cierto? ¡Por eso sonríes! ¡Suéltame, maldita sea!

Hades hizo una seña con su mano a Radamanthys, el rubio hundió su rodilla en el abdomen del moreno.

–Hijo, si hago esto es por tu bien...

–Ja –Levantó su rostro, irónico. De su boca se escapaba un delgado hilo de sangre–, ¿Por mi bien? No me hagas reír.

El de cabellos negros frunció el ceño, su primogénito estaba siendo demasiado irrespetuoso con él. Tomó el cabello del menor y tiró del mismo, haciendo que su hijo le mirase.

–Si, es por tu bien –declaró–. Un rey de las tinieblas no puede dejarse influenciar por sentimientos mundanos como el amor.

–Entonces... –Escupió sangre– No quiero ser rey.

Hades se enfureció y golpeó a su hijo. Hasta saciar su coraje. ¿Abandonar el reinado del inframundo?, ¿La inmortalidad?, ¿El respeto?, ¿Por un simple humano? Recuperó la compostura, acomodó sus ropas y miró enojado a su descendiente. Realmente no importaba que estuviese sangrando, era el príncipe del infierno, no podía morir.

–Suficiente. Ese príncipe morirá hoy, y todos nuestros problemas acabarán –dijo, y salió del calabozo.

Milo simplemente tosió, retorciéndose en el suelo por el dolor. Una vez fuera del lugar, Radamanthys, que siempre acompañaba a Hades, se hincó frente a su rey esperando la siguiente orden.

–Cuida a Milo. Yo me encargaré del resto, personalmente.

El sirviente asintió ante las indicaciones de su amo y le permitió partir, sonrió antes de pararse frente a la puerta del calabozo.

Había transcurrido medio día desde que Shura salió en búsqueda de la orquídea sagrada, recién entraba al inframundo. La frontera entre la tierra y el infierno estaba lejos del palacio, así que solo tenía un día para encontrar la flor y regresar; luchar contra lo que fuese, por Camus, estaba decidido.

Abandonó su caballo en la entrada, desenfundó su espada. Caminó entre montañas de desechos, almas perdidas, olores nauseabundos... agradeciendo a su buena memoria, pues logró aprenderse el camino hacia los Campos Elíseos sin problema. Siguió por el sendero hasta llegar a un enorme río.

–Debe ser aquí.

Antes de siquiera comenzar a buscar a Caronte para cruzar el río, sintió el suelo temblar dos veces. Algo estaba detrás de él, algo enorme. El príncipe de Capricorne estaba dotado de un valor incomparable, por lo que dio media vuelta sin pensarlo dos veces, encontrándose con una enorme criatura de tres cabezas.

Un dragón.

Un dragón de tres cabezas estaba posado frente a él. Inmediatamente arremetió con su espada a la enorme bestia, sin dudas, pero fue lanzado a la orilla del río en un solo movimiento. Shura se levantó, e inició la verdadera batalla.

–Parece que te diviertes.

El animal se detuvo al instante, agachando la cabeza tras escuchar aquella voz. El de cabellos verdes también lo hizo, buscando a la persona que acababa de hablar.

–Lamento mucho el mal comportamiento de mi mascota –Hizo una reverencia–, le agrada jugar con desconocidos. Gusto en conocerle, alteza. Mi nombre es Hades.

Así que se había topado con el rey del inframundo. Se supone que sería diferente, Shaka le aseguró que quizás tendría que luchar con el mismísimo gobernante de las tinieblas una vez que cruzara el río Estigia, luego de luchar contra el dragón de tres cabezas. Por cortesía, Shura guardó su espada e hizo una reverencia también.

–El placer es mío. Soy el príncipe Shura, de Capricorne. Estoy aquí por-

–La orquídea sagrada que crece a las afueras de los Campos Elíseos, ¿cierto? –interrumpió– Para salvar al príncipe Camus.

–Si. ¿Cómo es que...?

–Sé que es por eso. Soy el rey del inframundo, yo lo sé todo.

El primogénito de los reyes de Capricorne no quiso discutir ante aquella afirmación. Relajó su cuerpo, antes de suspirar aliviado.

–Ven –dijo Hades–. Te llevaré al lugar.

Shura se sorprendió por la amabilidad del contrario. Creyó que Shaka simplemente había exagerado, así que se dejó guiar por el gobernante de los demonios. Sin saber que Hades planeaba darle la flor equivocada, un narciso venenoso. Cuando fuese suministrada en el cuerpo de Camus, finalmente moriría y Shura sería acusado de asesinato, causando la ruptura entre los dos reinos.

Hades llamó a Caronte, para que los llevara al otro lado del río.

Mientras tanto, el cuerpo de Milo terminó de curarse y se incorporó. Aún encadenado dentro del calabozo, comenzó a idear una manera de salir.

–No lo intentes –vociferó Radamanthys sentado a un lado de la reja del calabozo–. No te dejaré salir.

–Abre la puerta. Es una orden.

–Tú no puedes ordenarme.

– Claro que puedo –dijo Milo.

–Solo mi señor Hades puede darme órdenes, y yo solo obedezco órdenes de él.

–Yo soy el primogénito de Hades, tú debes obedecerme también.

El moreno nunca diría eso en un buen momento, pero justo ahora necesitaba salir de cualquier manera. Radamanthys se carcajeó con sorna, antes de escupir algo que estrujó el corazón de Milo.

–Tu no eres el hijo de mi señor Hades.

El de cabellos azules sintió el mundo derrumbarse sobre él. Mantuvo la calma.

–¿Qué diablos estás diciendo?

–Tú no eres el descendiente de mi amo –profirió–. Cuando la esposa de mi señor Hades tuvo a su bebé, el niño nació muerto. No le mencioné nada por órdenes de la reina y en su lugar, me envió a robar al hijo de Pandora, tú.

Radamanthys se levantó de donde estaba sentado inicialmente, y se posicionó frente a las rejas en la puerta del calabozo. Continuó:

–Habías nacido en el inframundo, por lo que tu alma acostumbrada a nuestro mundo era perfecta para sustituir al príncipe de las tinieblas; mi señora te concedió la inmortalidad, y te crio como su hijo. Luego de que mi ama falleciera me encargué de cuidarte y asegurarme de tu bienestar. Nunca pensé, que llegaras a causar problemas.

Milo soportó cada palabra y se tragó su llanto. A pesar de lo que estaba haciendo Hades en ese momento, siempre fue un buen padre, siempre lo trató bien.

–Entonces... ¿Dónde está mi verdadera madre...?

–Murió de tristeza.

El príncipe de las tinieblas ahogó un grito de amargura. Se había enterado de su vida de golpe, bruscamente, gracias a Radamanthys. Este último creyó que hablándole a Milo de su vida, el moreno desistiría y ya no causaría problemas a su amo. Sin embargo, el de cabellos azules mantuvo la calma. Él fue criado por el rey del inframundo, algo que Hades le enseñó, fue siempre tener la cabeza fría en todo momento.

Tras el fallecimiento de la reina del infierno, Hades quedó destrozado. ¿Cómo asesinar a una inmortal? Se cuestionó, y se entristeció más al recordar que el método para acabar con alguien sin la capacidad de perecer fue creado por su hermana, Sasha. Consistía en aprisionar el alma en una espada encantada, para luego derretirla en fuego azul; él mismo había sido partícipe de la invención de aquello, más nunca creyó que sería la causa del fallecimiento de su amada esposa.

La tristeza podía notarse en su rostro, Milo lo sabía aunque en ese momento él era pequeño. Pero cuando se le informaba de asuntos relacionados con su reino, el semblante cambiaba e inmediatamente se enfocaba en dar solución al problema; siempre enseñándole a su hijo, que debía ser fuerte a pesar de todo. Aunque no supo en qué momento dejó de fingir, permitiendo que su careta fría e insensible se encargara de enterrar el amor que sentía por la reina del infierno. El primogénito de las tinieblas no se inmutó, lloró en silencio, sin mostrar nada.

Radamanthys mantenía su rostro lleno de burla, creyendo que su plan había funcionado.

–No importa ahora. Simplemente hazme un favor y quédate aquí, hasta que mi señor Hades regrese.

Dio la vuelta para volver a sentarse donde estaba inicialmente, ni siquiera se alejó un paso de la reja cuando sintió una mano rodearle el cuello desde atrás.

–Te ordené que me liberaras.

Milo era quien estaba detrás de él, lleno de furia, con un aura negra rodeándole.

–¿C-Cómo te liberaste de las cadenas? –habló con dificultad.

–Dije que yo soy el heredero del inframundo –declaró con voz ronca–. Ya sea de manera biológica o no, sigo siendo aceptado por tu amo como su hijo legítimo.

Apretó más el agarre sobre la nuca del rubio.

–El mismo infierno me reconoce como su príncipe.

Arrojó a Radamanthys lejos de la reja del calabozo en un solo golpe, destrozando al mismo tiempo los barrotes, permitiendo el paso a Milo.

–No deberías subestimarme. La única diferencia entre mi padre y yo... –Hizo una pausa, para tomar al rubio del cuello nuevamente y levantarlo– es que suelo tener piedad con los demás.

Volvió a lanzarlo hacia la pared como venganza, esta vez con más fuerza.

–No serás la excepción. Si me dices en este preciso momento dónde está mi padre, te dejaré ir y guardaré silencio acerca de lo que me has dicho.

Radamanthys asintió, confesaría. Le bastaron dos golpes de Milo para probarle que el título de Príncipe de las tinieblas no se le asignó solo por su bonita cara.

–E-El amo fue a alcanzar al príncipe Shura en las afueras de los Campos Elíseos... él... está aquí para buscar la orquídea que salvará al príncipe Camus de morir...

–Maldición... papá cumplió con su palabra –susurró molesto–. Continúa.

–Mi señor Hades encantó a su alteza, el príncipe Shura, para enamorar a Camus y así intentar alejarlo de usted desde hace años... pero no funcionó, así que está utilizando el mismo hechizo para hacer que el heredero de Capricorne le lleve la flor a Camus...

–¿Con qué propósito...?

–No lo sé... –musitó quejándose.

–¡Habla!

–¡En verdad desconozco el porqué! –Inclinó su cuerpo, buscando el perdón de Milo.

–Bien... le preguntaré yo mismo –Se levantó–. Asegúrate de no mostrar tu rostro cuando llegue allá, si tu maldita presencia está donde mi padre, te mataré.

–Como ordene –dijo, pegando su frente al suelo.

Resultó ser un cobarde, pensó Milo antes de salir del calabozo. Así que Shura realmente no tenía nada que ver, todo había sido planeado por Hades. El moreno no sabía qué pensar de su padre, pero no era momento de solucionar conflictos familiares, tenía que salvar a Camus de los objetivos del rey del inframundo.

Llamó a un corcel, de color negro como la noche, y se montó sobre su lomo antes de emprender el viaje hacia las afueras de los Campos Elíseos. Mientras cabalgaba, razonó correctamente la situación, intentando encontrar una forma de hacer cambiar de opinión a su padre.

Hades realmente se había tomado el tiempo de platicar y llevar lentamente a Shura hacia el jardín de flores ubicado en la frontera del inframundo y el paraíso. Utilizó mucho tiempo pues se habían demorado medio día, pese a esto, finalmente lograron llegar.

–Como puedes ver, este lugar está lleno de flores hermosas –Extendió su mano para mostrarle, mientras le explicaba– ¿Cuál es la que buscas?

–Una orquídea blanca.

–Hm... está bien. Te dejaré llevarte una de esas.

El rey de las tinieblas se acercó a un montón de flores blancas, tomó una y se la tendió a Shura.

–Debe ser esta. Le hará bien –Sacó un pañuelo limpio de su bolsillo, para luego envolver cuidadosamente la flor en él–. Toma.

El heredero de Capricorne dudó. Según Shaka, la orquídea que él buscaba era sagrada, se encontraba entre el infierno y los Elíseos; la única en su clase, pues había crecido sobre el tronco de un enorme roble, nutrida por las lluvias torrenciales del infierno y las suaves brisas de los Campos Elíseos. Una vez más, se dejó guiar por la amabilidad de Hades, él era el rey del Inframundo por lo que debería saber más acerca de esto, terminó aceptando la flor.

Muchacho inocente.

El gobernante de las tinieblas no le tendió el narciso blanco sin la tela del pañuelo porque era extremadamente venenoso, a él no le afectaba porque era inmortal, pero Shura no soportaría ni un segundo con la flor en las manos desnudas.

–Nadie debe tocarla, si lo haces, el poder se perderá y no podrás salvar a Camus, ¿comprendes?

–Si, alteza. Agradezco su generosidad –dijo haciendo una reverencia.

–No es nada. Ahora, apresúrate, el tiempo se está agotando.

Shura hizo una segunda reverencia, antes de correr de vuelta hacia donde había dejado su caballo. Hades ahogó una carcajada y esperó hasta que el descendiente de los Capricorne se perdiera en el horizonte.

A lo lejos, Milo logró divisar la figura de su padre de pie en la frontera del infierno. Maldecía el que solo el rey pudiera teletransportarse dentro y fuera del inframundo, era algo que se le concedía únicamente al monarca. Apresuró el paso de su caballo, hasta llegar finalmente con su padre.

–No esperaba menos de mi hijo.

–¿Dónde está Shura? –inquirió bajando del caballo.

–Le he dado la orquídea –expresó satisfecho de sí mismo–. Justo ahora, debe estar llegando a la puerta del infierno.

Milo frunció el entrecejo, dio la vuelta y volvió a su corcel.

–¿Planeas llegar antes de que el tiempo se agote?

–Así es.

–Nunca lo lograrás, además –Hades desenvainó su espada, solía llevarla oculta con un hechizo de invisibilidad, lo revirtió y apuntó la hoja hacia el cuello de se hijo– No te dejaré ir.

Ahora con la cabeza fría y el corazón tranquilo, Milo podía pensar con mayor claridad.

–¿Por qué tanta insistencia, padre? ¿Qué es lo que Camus te ha hecho?

–El chico no me debe nada. Mi deuda y molestia es con sus padres, pero sé que es ese príncipe lo que más aman y por ello sufre –Levantó los hombros–. Está pagando el pecado de sus padres.

–¿Yo debería pagar tus pecados también...? –habló en un susurro. Hades estaba volviéndose irracional.

–No. Soy lo suficientemente valiente y orgulloso como para aceptar mis errores, nunca tendrás que remendar uno solo de ellos.

–Estás siendo injusto, deberías matar a la reina si es lo que deseas. Camus es inocente, él era un bebé que no tenía absolutamente nada en contra de ti, ha sido culpa de-

–Independientemente de si es culpable o no –interrumpió–, ya está condenado. Y estoy feliz de ello.

La sangre de Milo se llenó de rabia e impotencia. Pretendía hacer razonar al rey del inframundo, estaba teniendo demasiada paciencia, y al mismo tiempo, el tiempo se agotaba. Al final optó por dejar de discutir con su padre, alejó la espada del contrario antes de dar la vuelta.

Hades lo tomó como una falta de respeto mayor, por lo que arremetió contra su hijo provocándole una herida en le brazo derecho que se curó casi al instante.

–Padre, por favor. No quiero terminar mal contigo... –Suspiró– Déjame ir.

–Por orgullo, no puedo dejar que vayas. Como te he dicho antes, uno de los requisitos parar ser rey del inframundo es no cerrarte a los sentimientos mundanos como el amor.

–Si es así... ¿Amabas a mamá, entonces?

El labio inferior de Hades tembló ligeramente, bajó la mirada recordando finalmente la existencia de su adorada esposa. Consciente de sí mismo, suspiró.

–Sí. La amo, ella es y siempre será el amor de mi vida –dijo con una sonrisa casi imperceptible.

–Por el amor que le tenías a ella, padre –musitó en tono suplicante–. Por favor compréndeme, y déjame ir con Camus...

El rey de las tinieblas meditó, ¿Qué había hecho...?, ¿Qué estaba haciendo?, ¿Prohibirle a su hijo sentir lo que él había experimentado con gusto alguna vez...? Su venganza inútil e innecesaria estaba consumiéndolo, nublándole la vista, quizás. A pesar de ser un benevolente dios del infierno, descargó su coraje en un inocente, así como dijo el moreno. O tal vez... y sólo tal vez, intentaba evitar que su primogénito sufriera como lo hizo él, cuando su amada murió.

Arrepentido de alguna forma , tras reflexionar a medias, suspiró pesadamente por segunda vez antes de soltar una risilla, a modo de burla hacia sí mismo. No dijo nada, solo le dio la espalda a Milo. Este entendió inmediatamente que había obtenido finalmente el permiso de su padre para ir a rescatar al pelirrojo.

El de melenas azules indicó a su corcel correr hacia el lugar donde nacía la orquídea sagrada. Tras avanzar a una velocidad impresionante sobre su caballo, encontró sobre un árbol enorme a plantado justo medio del los Campos Elíseos y el Inframundo, una mata de flores blancas. Las gotas de agua que rodaban de las hojas sobre la coronilla caían empapando los albos pétalos de las orquídeas.

–Esta debe ser.

Cuidadosamente cortó con su espada una de las flores y la envolvió con una capa de magia neutra para que el agua de la brisa no cayera de los pétalos. Se montó de nueva cuenta sobre su caballo, emprendiendo así el camino de regreso hacia el reino.

En ese momento, tan sólo quedaba poco más de medio día para que el plazo asignado por Shaka se cumpliera.

Milo apresuró a su caballo hasta que este pareció casi desfallecer del esfuerzo, la larga melena azul del primogénito de Hades ondeaba con el frío viento del atardecer. Aquello le anunció que pronto el tiempo de agotaría, pero también le indicó que estaba a punto de llegar al reino.

Mientras él llegaba al palacio de los Verseau, Shaka estaba devastado. Cuando Shura llegó con lo que él creía que se trataba de la salvación para Camus, el rostro del rubio se oscureció. Buscó una manera de suavizar la noticia al hijo de los Capricorne, ¿Cómo decirle sin ofenderlo o lastimarlo, que la flor sobre el pañuelo no era lo que necesitaban? El hechicero hizo su mejor esfuerzo por no decirlo de golpe y aún así, Shura se llenó de rabia hacia sí mismo e impotencia, había sido demasiado estúpido. El príncipe de Capricorne salió a los jardines para no hacer destrozos en el palacio.

Tras horas de meditación para Shaka, decidió por fin despertar a los reyes y darles la terrible noticia de que su adorado hijo Camus... no volvería a abrir los ojos. Una vez llenó su cuerpo de valor, entró al salón principal donde hace dos días los reyes y demás personas presentes dormían plácidamente en los asientos, cerró la enorme puerta una vez dentro.

Sasha y Alone se encontraban sobre sus respectivos tronos, inconscientes, el hechicero exhaló para relajarse antes de arrodillarse frente a sus amos y deshacer el encanto sobre ellos.

Ambos despertaron soñolientos, confundidos, ver tanta gente desmayada frente a ellos los alarmó así que no esperaron mucho para cuestionar al rubio.

–¿Qué es esto, Shaka?, ¿Qué está ocurriendo? –inquirió Alone.

El hechicero tragó saliva, antes de comenzar a explicar a detalle lo que estaba pasando.

–En resumen... –Ahogó su llanto– el príncipe Camus...

–¡Majestades! –Interrumpió una voz, y las puertas del salón se abrieron.

Shura, acompañado de Milo, entraron agitados al lugar. Resulta que el hijo de Hades había explicado la situación al de cabellos verdes cuando llegó, mostrando la verdadera orquídea sagrada que debía ser puesta en manos de Shaka. Habían corrido desde el lejano jardín principal hasta el salón de eventos.

Sasha reconoció inmediatamente el rostro del hijo de su hermano, lo señaló con el dedo y gritó:

–¿Tú qué haces aquí? –vociferó– ¿A caso vienes a causar más daño del que nos ha hecho ya tu padre?

–No, su alteza –dijo Shura–. Él...

–Guarda silencio –interrumpió Alone, y el de cabellos verdes guardó silencio.

–He venido a salvar a Camus –habló con firmeza el descendiente de las tinieblas–. Independientemente de la relación entre usted y mi padre, algo en lo que nosotros no estamos involucrados.

–¿Cómo sé que es verdad lo que dices y no una trampa de Hades? –Alone confiaría hasta en un duende si eso involucraba la salud de su hijo.

–Porque yo... –Se arrodilló– Estoy enamorado de Camus, dispuesto a hacer lo que sea por él.

–Mírame a los ojos, muchacho, y repite lo que acabas de decir.

Milo levantó la mirada, cruzando su vista directamente con la del rey de Verseau.

–Yo amo a su hijo, Camus. Estoy dispuesto a hacer lo que sea por él –repitió.

Alone observó la honestidad en los ojos de Milo, y sonrió. Asintió con la cabeza otorgándole la entrada a la torre donde descansaba el pelirrojo.

–¿En verdad confiarás en él? –cuestionó con angustita Sasha a su esposo.

–El tiempo se agota. Si en este momento llegara el mismísimo Hades a decirme que salvará a mi querido Camus, lo dejaría pasar –respondió con tranquilidad el rey.

–¡No puedes dejar la vida de tu hijo en las manos de él!

–Te repito, que mientras se trate de salvar a nuestro hijo, ya nada importa –Se dirigió a su hechicero– Lleva rápido a este muchacho a la torre, el sol está a punto de ocultarse.

Shaka asintió ante la orden, antes de indicarle a Milo que le siguiera. La reina no podía permitir que ese chico se asegurara de que los planes de su padre finalmente se consumarían y en un arranque de desperación, desenvainó la espada que Alone llevaba en la cintura para luego lanzarse hacia el moreno, dispuesta a asesinarlo. El descendiente de las tinieblas la esquivó y el rey de Verseau aprisionó a su esposa entre sus brazos, haciendo que tirase la espada.

–¡No quiero que te acerques a mi hijo! –gritó la reina, siendo aún sostenida por su esposo.

–Aunque no lo quiera aceptar, sólo yo puedo salvarlo, y voy a salvarlo... –le respondió el joven con seguridad– sin importar lo que usted diga.

Diciendo esto, Milo procedió a retirarse de la sala. A lo lejos podía escucharse a Sasha histérica, exigiendo a su marido y Shura que la soltaran, algo que obviamente no harían.

Shaka y el moreno corrieron por las escaleras hasta el piso más alto de la torre. Una vez arriba, el hechicero sacó una llave dorada con la que abrió la puerta. Dentro de la habitación tenuemente iluminada por velas y los últimos rayos del día, podía verse una cama con techo de tela blanca. Alrededor habían colocado rosas blancas y rojas que adornaban todo el lugar; la ventana estaba abierta, las cortinas de seda alba ondeaban con los vientos del atardecer, mismos que perturbaban la paz de las llamas sobre las velas.

Recostado sobre la cama, había un chico pelirrojo que parecía dormir plácidamente. Aunque Milo sabía que no era así, se deleitó con aquella imagen.

–Muéstrame la flor.

El moreno dio un ligero respingo ante la repentina orden del rubio, antes de obedecer y sacar la orquídea blanca, retirando la capa de magia que le protegía. Shaka observó detenidamente los pétalos, asegurándose de que no se tratara de una mala broma de Milo, suspiró.

–Abre ligeramente los labios del príncipe, y haz que las gotas de brisa que tiene la flor caigan en su boca.

–¿Y-Yo...?

–Si. Tú. –sonrió– Estoy casi seguro que Camus preferirá que la primera persona que vea luego de despertar seas tú antes que sus padres o yo.

El de cabellos azules se sonrojó, pero no perdió más tiempo y se acercó al pelirrojo. Inclinó su cuerpo ligeramente sobre la cama, con su pulgar entreabrió de manera gentil los labios de Camus e inclinó la flor sobre la boca semiabierta del príncipe Verseau.

Las gotas de rocío se deslizaban con total calma en la superficie del pétalo más grande en la orquídea, en algún punto se unieron formando una diminuta corriente, que pronto ingresó a la boca de Camus. Cuando la última gota cayó del pétalo, el sol finalmente cayó.

Milo retiró la flor del rostro del pelirrojo temiendo que no funcionara.

Antes de tirarse a llorar, las pestañas carmín de Camus temblaron levemente, y poco a poco, sus ojos se abrieron.

–¿M-Milo...?

–¿Si, Camus? –respondió el mencionado, besando el dorso de una de sus pálidas manos, aún inclinado sobre la cama.

–¡Milo! –dijo con emoción, al tiempo que enredaba sus brazos en el cuello del primogénito de Hades, atrayéndolo hacia él.

Y lo besó.

Tras años de conocerse, tras años de estar enamorado el uno del otro, finalmente se dieron su primer beso. El moreno aceptó gustoso el regalo de felicidad que le estaba brindando su amado Camus, profundizó el contacto. Algunos segundos después, se separaron.

–Milo... Te amo... –susurró depositando pequeños besos en las mejillas del contrario– No me importa lo que digan mis papás, quién sea el tuyo, la relación parental que tengamos... Te quiero a ti, solo a ti...

–Yo también te amo –respondió feliz. Hasta que algo hizo click en su cabeza–. Espera... ¿Relación parental?

–Así es –interrumpió Shaka, que había permanecido en silencio observándolos con ternura–. Eres el hijo de Hades, él es hermano de Sasha.

Milo entendió entonces.

–Ah, eso... –sonrió amargamente– Yo... no soy hijo de Hades... no soy su hijo de sangre...

–¿Cómo dices? –inquirió el hechicero.

–Es una larga historia, todo lo que sé es que él no es mi papá biológico... –suspiró– Pero a pesar de todo, nunca fue malo conmigo, y por eso lo considero un buen padre.

Shaka se sobó la cien, no comprendía cuál era la razón del destino en hacer que Camus se enterara de cosas así a penas empezara una nueva etapa de su vida. Sin embargo, ahora que todo estaba resuelto, solo restaba anunciarlo a los reyes. El rubio tomó la orquídea sagrada que estaba sobre la cama y arrancó el pétalo más grande, acto seguido, la flor restante se convirtió en polvo brillante que se disolvió en el aire; Shaka entregó este último pétalo a Camus, indicando que lo comiera y así lo hizo.

Milo cargó al pelirrojo, para posteriormente descender de la torre acompañado del hechicero.

El rostro de los reyes se iluminó inmediatamente, corrieron donde Milo y prácticamente le arrebataron a Camus de los brazos. Los reyes abrazaban a su hijo con fuerza, Sasha lloraba agradeciendo a los dos jóvenes que acababan de salvarle la vida al príncipe de Verseau.

Alone se acercó feliz a su hechicero, con una última cuestión:

–El tono de cabello... ¿Se quedará así...?

–Así es, su majestad –respondió Shaka–. Son... las secuelas del encantamiento.

El rey dio un largo suspiro de resignación. Decidió dejar eso de lado, su hijo estaba vivo y era algo que debía celebrarse. Volvió donde Camus y acarició su cabeza, enterrando sus dedos suavemente del el delicado cabello carmesí de su hijo.

Sasha dejó un momento al príncipe, se acercó a Milo.

–Lo siento –Estuvo a punto de ponerse de rodillas, pero el moreno lo evitó–. Perdóname por haber.. intentado...

–No se preocupe, alteza. La comprendo, y usted estaba en todo su derecho al desconfiar de mi –respondió con una brillante sonrisa.

La reina quiso disculparse una vez más, antes de pedirle a Milo que por favor les explicara cómo fue que consiguió salir del inframundo sin que Hades se interpusiera. Entonces comenzó a relatar la pelea con su padre, el encantamiento de Shura, la lucha por la flor y algunas otras cosas que le parecieron relevantes, incluyó obviamente a relación no sanguínea que tenía con el rey de las tinieblas. Cuando finalizó, Alone y Sasha quedaron sorprendidos ante la explicación de una reacción inesperada por parte de Hades acerca del amorío de sus hijos.

–Majestades... –dijo el príncipe del inframundo, nervioso– Ahora que todo ha quedado claro y en paz... Me gustaría pedirles oficialmente, su bendición y permiso para casarme con Camus.

El pelirrojo se emocionó, y al instante corrió hacia Milo para abrazarlo, lanzándoles una mirada a sus padres rogando que por favor lo aceptaran. Al ver la felicidad de su descendiente, los reyes de Verseau asintieron.

Shaka se encargó de liberarlos a todos del profundo sueño en el que se encontraban. Ya que era de noche, solo hubo una pequeña ceremonia para celebrar, oficialmente, el retorno del príncipe Camus al reino. Al día siguiente se celebraría la boda entre él y Milo.

Verseau se llenó de conmoción nuevamente. Con un poco de magia el banquete frío y desabrido que se formó tras días de reposo, fue sustituido por uno totalmente nuevo. Camus a penas pudo dormir de la emoción, al igual que varios sastres, cocineros y mucamas que se dedicaron toda la noche a ayudar en los preparativos del matrimonio.

Los primeros rayos del sol bañaron con su luz las cúpulas sobre la majestuosa iglesia en donde se llevaría a cabo la unión de Milo y Camus. La felicidad podía notarse en el aire, embriagando a cada habitante del reino, quienes llevaban regalos, cartas y felicitaciones para sus reyes.

Pero no había nadie más feliz que el pelirrojo. Vestía un traje blanco con ligeros tonos en rosa pastel y dorado, su cabello estaba decorado con perlas reales algunos diamantes muy pequeños de color albo; a cada lado del traje llevaba cadenas de plata; y guantes blancos de seda. Esperaba en la puerta del templo a su padre, para que lo guiase hasta el altar.

El matrimonio se llevó a cabo una vez que Camus llegó hasta el altar, donde le esperana Milo. Ambos príncipes no podían esperar para que el sacerdote mencionara la frase "Puedes besar al novio" y cuando finalmente esta oración fue dicha, se dieron un hermoso y tierno beso, antes de que los aplausos llenaran por completo el lugar.

Momentos después la gente llenó el salón de fiestas en el que se encontraba el banquete real. Los reyes de Verseau acompañados por Cid y Sísifo, se sentaron en los cuatro tronos ubicados al fondo, para poder observar detenidamente a las personas bailar después de haber terminado la comida.

En medio del baile, Milo observó una figura vestida de negro casi por completo intentando salir apresuradamente por la puerta principal. Reconoció de inmediato a la persona.

Era Hades.

El moreno caminó rápido entre la gente, hasta alcanzarlo fuera del salón.

–Padre...

El rey de las tinieblas volteó sin decir nada.

–¿Qué... haces aquí...?

–Vine a apreciar la boda de mi hijo –contestó con una sonrisa amarga–. Recibí tu invitación.

Milo sintió su pecho caliente. No podía negar que estaba feliz de que Hades... de que su padre estuviera presente en la ceremonia.

–¿Por qué no te hiciste presente? ¿Por qué no me dejaste saber que estabas allí?

–Estabas tan feliz... que no quise alterar el ambiente con mi presencia. Así que solo hice lo que mejor sé hacer: observar desde la sombras.

El príncipe del infierno soltó una risilla, pues eso era bastante cierto.

–Padre...

–Es hora de retirarme.

–¿No te quedarás?

–Nadie me necesita aquí, y nadie desea que yo permanezca aquí –dijo dando media vuelta.

–Padre... –repitió Milo.

–Tranquilo, hijo –Sonrió–. Las puertas del inframundo siempre estarán abiertas para ti.

Milo sabía que no podría convencer a Hades para que se quedara, así que solo asintió y dijo en voz alta:

–Lo tomaré en cuenta.

–Por cierto... –Se detuvo un momento para hablar, y volvió la vista hacia su hijo– La próxima vez que vayas, asegúrate de llevarme la noticia de que pronto seré abuelo.

Diciendo esto, desapareció entre una nube de magia negra.

El cambio en la actitud de su padre fue muy drástico, pero parecía que finalmente decidió regresar a ser el Hades que tanto adoraba cuando era niño.

Sonrió nuevamente ante este hecho, y volvió al palacio.


FIN


































































































-Palabrería y notas de la autora:


"Y vivieron felices para siempre" Me faltó eso, ¿verdad?


Bueno. Un año después de haber publicado esta historia, finalmente les traigo el final, dada la redundancia. Espero que lo hayan disfrutado, esto es algo fácil de leer pero no de escribir (ಥ﹏ಥ)


Literal estuve varios días diciendo: "Debería acabar ese fic... pero es que ya no sé qué más ponerle... Lo voy a modificar, sí, eso es". Cambié muchas de las partes que originalmente tenía planeadas, como por ejemplo... Hades iba a morir. Jsjsjsjsjs bueno no, porque él es inmortal, pero algo similar iba a ocurrir. Y terminé por decidir cambiar esa parte de la riña y mejor hacer que él y Milo quedaran en buenos términos al final de la historia. Para tranquilidad de mi corazón y de mi mente. Además, es un cliché que los villanos cambien de opinión rápido así que... ñah, yo no quise matarlo xd. También estuvo el hecho de que...

Escribir escenas de pelea es un poco complicado para mí. (ノ﹏ヽ)

Piedad, por favor.

Sé que esta historia no se parece mucho a la original de la bella durmiente, pero ese es el punto, Jsjsjsjssjsjsjs


Por si les surge la duda, Shura es hijo biológico de Cid y Sísifo, ya que Sísifo es un doncel. Camus lo es también, solo que me olvidé de ponerlo y la verdad ya no quise moverle jejeje.

Me disculpo por las modificaciones que haya hecho al inicio y al final de la historia, y también por escribir esto un año después... Pero aquí está, aquí estamos, espero que les haya gustado la trama, el inicio, el final. Si quieren modificaciones, las hago sin problema. A veces me concentro tanto en la ortografía que se me olvidan cachos de la historia, pero ustedes son muy observadores y eso me agrada.


En fin, mucho texto.

Gracias por leer este fic, gracias por su tiempo, :)

Nos vemos en otras historias y en los comentarios, supongo. ¡Los estaré leyendo!

||•Cam

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