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El Bebé Perfecto

Desde hace un par de días, todas las noches cuando el reloj marcaba las doce en punto, en mi habitación comenzaba a resonar el estruendoso llanto de un bebé. No sabía de dónde provenía, pero, aun así, salía de la cama y comenzaba a andar en derredor acariciando mi abultado vientre.

La verdad, no sabía porqué lo hacía, ni siguiera estaba segura de que se tratase de un bebé real. Pero sus gritos eran tan desesperados y desgarradores que hacían que se me erizara la piel.

Los primeros días solía despertar a mi esposo, pero al parecer no escuchaba nada. Según él, solo estaba en mi cabeza; dijo que se trataba del estrés de la reciente mudanza a una casa en el medio de la nada, y el miedo que sentía debido a que se acercaba el día del parto. Me prometió que una vez que me acostumbrara a la casa, aquella en la que él había crecido, todo el miedo se disiparía.

Pero no fue así. Al contrario, todo empeoró al grado en el que luego de escucharlo ya no podía conciliar el sueño.

Salí de la habitación, acariciando mi vientre mientras observaba en las paredes cubiertas por un hermoso papel tapiz, los cuadros de fotografías que se encontraban ordenados en línea, hasta llegar a las gradas. Me gustaba mucho verlos, ya que todos ellos eran de mi esposo, desde que era un bebé, hasta que llegó a la adultez, resaltando en cada una de ellas sus saltones y exóticos ojos color dorado. Me parecía realmente hermoso, y era muy notable que sus padres lo amaban, al grado de tener una pared entera en su honor.

Suspiré hondo mientras bajaba las gradas para dirigirme hacia la cocina, siempre hacía lo mismo ya que me había resignado a que jamás sabría de dónde provenía dicho llanto; y entonces sacaba un par de bocadillos para poder comer, mientras trataba de limpiar las lágrimas de aflicción que corrían por mis mejillas.

De alguna u otra forma todo aquello me afectaba, ya que, aunque quizás ese llanto fuera el producto de mi imaginación, no quitaba el hecho de que era angustiante y perturbador oírlo.

Al terminar de comer, guardé todo, y salí de la cocina. Me dirigí hacia las gradas con la intensión de volver a mi habitación, pero al pisar el primer escalón sentí como alguien se acercaba por atrás, cubriendo mi boca con su mano para impedir que mi voz saliera de mis labios, mientras envolvía su brazo alrededor de mi vientre bajo para llevarme arrastras.

Comencé a gritar y a patalear, mi voz no pasaba de su mano; estaba angustiada, las lágrimas corrían por mis mejillas, mientras trataba de luchar con todas mis fuerzas por librarme, sin lastimar a mi bebé.

La angustia y el miedo se apoderaron de mí cuando noté que el intruso me llevaba en dirección al sótano y empecé a rogarle que por favor me dejara ir.

Pensé en mi esposo, él se encontraba durmiendo en la planta alta. Tenía que conseguir advertirle, pero perdí toda esperanza de poder hacerlo una vez que vi como la puerta del sótano se cerraba, dejándome a mí y al desconocido en completa oscuridad.

No hacer ruido.

Ordenó, susurrando contra mi oído. En ese momento me di cuenta de que se trataba de una mujer y parecía que no hablaba muy bien el español. Eso no redujo el miedo, no sabía quién era, o qué era lo que quería.

La extraña estaba familiarizada con dicho sótano, ya que sin dificultad me guío a través de la oscuridad hasta el fondo, en donde había una mesa con una lámpara de noche.

—No gritar… bebé pagar. —advirtió.

Asentí frenéticamente con la cabeza, parpadeando varias veces para que las lágrimas dejaran de nublar mi vista. Me sentí un poco aliviada cuando ella me liberó, y tomé una fuerte bocanada de aire volteando el rostro para poder verla de frente. Se trataba de una mujer de tez negra, alta y desnutrida. Tenía una mirada que resultaba un tanto perturbadora, estaba despeinada y sucia.

—P-Por favor no me hagas daño. —supliqué.

Quería gritar, pero tenía miedo, no sabía de lo que ella era capaz.

—No mí temer —dijo entre dientes. Miraba a su alrededor con paranoia, parecía que también estaba asustada. —. Tú tener huir… matar bebé.

—¿Qué? —cuestioné, con una creciente angustia.

Ella se alejó para dirigirse hacia un gavetero. Mi mente decía que ese era el momento de huir, que intentara correr hacia las escaleras y llamar a Robert a gritos. Pero, a la vez, un profundo miedo me invadía, no dejaba de pensar en las mil formas en la que ella podría herirnos al bebé y a mí. Supongo que ese fue el motivo por el que no me moví.

—Tú, ver. —dijo, mientras se acercaba nuevamente.

Puso una caja sobre la mesa y luego la volteó vaciando su contenido, entonces, comenzó a revolver unas fotografías, acomodándolas una junto a la otra hasta que todas estaban en orden. Luego comenzó a señalarlas con mucha insistencia.

—¡Ver foto!

Asentí con la cabeza, indicándole que la obedecería en todo, y me incliné para poder ver lo que con tanto afán me mostraba. En ese momento, sentí cómo un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras observaba las fotografías una a una. Simple y sencillamente no podía creer lo que veía.

Alcé la mirada y la observé con ojos amplios, negando frenéticamente con la cabeza. Eso no podía ser real.

—¿Qué es todo esto? No lo entiendo.

Lo que me mostraba era una cantidad exacta de doce fotografías, y en cada una de ellas había una mujer luciendo una panza de embarazo de aproximadamente nueve meses, al igual que yo. Pero eso no era extraño, lo extraño era que en cada una de ellas estaba el mismo hombre… Robert.

No entendía lo que pasaba, estaba aturdida, todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas y sentí arcadas. Giré el rostro hacia ella, con una expresión estupefacta, mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas.

¿Qué era todo eso? ¿Quiénes eran esas mujeres? Robert nunca me mencionó nada, necesitaba encontrarle una explicación a todo ello, tenía que buscarlo y cuestionarlo.

—Me tengo que ir. —anuncié, girando sobre el talón con la intención de dirigirme hacia las gradas.

—¡No! —ella tomó mi mano y negó frenéticamente con la cabeza, estaba asustada. —. Si bebé no perfecto, matar. —dijo.

La observé, confundida. ¿A qué se refería?

Ella tomó mi mano y comenzó a tirar de mí con insistencia, no quería acompañarla, quería volver arriba por lo que comencé a forcejear, pidiéndole que me soltara y llamando a Robert.

Ella estiró la mano hacia la mesa y tomó una de las fotografías para mostrármela, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al darme cuenta de que la mujer en el retrato era ella, se veía diferente.

—Huir, huir —insistió, tirando de mi mano. —. Peligro ¡Huir!

No sabía el motivo, pero algo en cada fibra de mi cuerpo me decía que tenía que ir con ella. Quizás era una estupidez, es decir, conocía a Robert desde hacía año y medio, fuimos amigos, luego novios y finalmente esposos. Lo amaba, pero era claro que algo extraño estaba ocurriendo en ese lugar.

Salimos a través de una vieja y pequeña puerta de madera que daba hacia el patio trasero, con su mano aferrada a la mía, lo atravesamos corriendo hasta adentrarnos en el bosque. Mi corazón latía fuerte y el aire que salía de mis fosas nasales era tan caliente que sentía que quemaba en la comisura de mis labios. Sostenía mi vientre con la mano libre mientras jadeaba agotada. A ese paso no llegaría tan lejos.

—¡Basta, detente! —pedí entre llanto. —. No puedo correr más.

—¡Él matar! —exclamó con histeria, antes de comenzar a ver en derredor. —. Tener que mirar.

—¿Mirar qué?

Ella amplió los ojos, y comenzó a señalar con insistencia un punto a la derecha. Giré el rostro hacia lo que señalaba, y no veía más que árboles, árboles que se mecían con violencia a causa de las fuertes ráfagas de viento que soplaba.

—Mirar. —repitió y comenzó a caminar hacia ese punto.

Voltee hacia atrás, viendo en la dirección por la que habíamos llegado. Esa era mi oportunidad de volver y buscar ayuda, pero, para ese momento, ya estaba tan asustada, que no sabía en quien confiar.

—¡Ven! —la oí decir, y antes de que me diera cuenta, ya me encontraba avanzando en su dirección, atravesando un par de arbustos.

Una vez que crucé, rasguñando mi piel con las ramas, y vi lo que había al otro lado sentí que mi cuerpo se estremeció tanto, que un fuerte dolor en mi vientre me hizo doblarme. Tenía que estar soñando, no había otra explicación, todo se trataba de una horrible pesadilla.

Uno, dos… once. Había una cantidad exacta de once cruces que señalaban tumbas. Lo único que podía significar era que once, de las doce mujeres que se encontraban en las fotos, estaban enterradas ahí, en el patio trasero de los Banners, y que la mujer frente a mí era la única de ellas que continuaba con vida.

Caí de rodillas sobre la tierra húmeda por el rocío, sintiendo como las lágrimas quemaban en mi garganta. El dolor en mi pecho era tanto que me imposibilitaba respirar. No podía creerlo, Robert, mi Robert, no podía haber hecho eso. Él era un buen hombre, tierno y cariñoso.

—Tú huir, salvar bebé.

—N-No entiendo —sollocé. —. ¡No entiendo!

—Huir, si bebé no ser perfecto, morir, tú y él. —señaló mi vientre.

¿Perfecto? No comprendía el significado de esa palabra, y el que ella no pudiera explicarlo en español me hacía sentir muy frustrada. Y, en todo caso, si todo lo que creía era real, ¿por qué ella continuaba con vida? ¿Dónde estaba su bebé?

—¿Y tu bebé?

Vi como el brillo en sus ojos desapareció, mientras su rostro se ensombrecía con una tristeza profunda.

—Él no perfecto. —dijo, con extrema tristeza y mi cuerpo se estremeció. —. Huir, ahora. Allá —señaló un camino oscuro. —. Calle, llegar, ayuda… correr.

Ella comenzó a empujarme en la dirección indicada, insistiéndome en que me fuera. Negué con la cabeza, no podía hacerlo, no llegaría muy lejos.

—No puedo.

—Ir, ir —insistió.

Ella estaba desesperada, parecía que realmente necesitaba que yo me marchara. Pero no podía hacerlo, estaría arriesgando la vida de mi bebé.

De pronto vi una sombra salir de la oscuridad, y la respiración se atoró en mi garganta cuando un brazo se enroscó alrededor del cuello de la mujer y ella emitió un grito ahogado.

Tu étais mon préféré.

Dijo una voz tras ella, y bajo el brillo de la luna vi alzarse un cuchillo de hojas afiladas cubiertas de sangre. Ella posó sus ojos en mí, la expresión en su rostro era algo difícil de describir; y lentamente sus ojos se fueron apagando, perdiendo todo su brillo, seguido de eso, miré, oí e incluso sentí cómo su cuerpo caía sin vida, produciendo un sonido hueco.

Una vez que ella se encontraba en el suelo, la persona responsable de ese hecho tan atroz quedó al descubierto, y mi cuerpo entero se paralizó al reconocer en la penumbra aquellos ojos dorados que tanto había amado.

Un grito de horror brotó de mis labios cuando un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo entero. En ese momento, sentí como un líquido tibio se deslizaba por mis piernas… ¿me había mojado encima? No, definitivamente no era eso.

—¡Nuestro bebé ya viene! —exclamó con emoción, antes de comenzar a reír como un psicópata.

Grité nuevamente, tanto de terror, como de dolor, y no sabía de dónde sacaba la fuerza, o la valentía, pero comencé a correr bosque adentro, en la dirección que la mujer me había señalado antes. Sentía como la adrenalina fluía por todo mi ser, no podía respirar, mis pulmones ardían y mis piernas dolían, pero no me importaba, lo único que quería era salvar a mi bebé.

Corrí entre ramas y arbustos que rasguñaban mi piel, todo comenzaba a tornarse cada vez más oscuro y no podía ver hacia donde me dirigía. Agotada, decidí detenerme tras un árbol de hojas anchas para poder tomar un respiro, en ese momento sentí una fuerte contracción que me hizo doblarme de dolor, mientras gruñía. Mis ojos se llenaron de lágrimas, estaba a punto de dar a luz, perdida, en un bosque.

Me incorporé, posando una mano sobre el tronco para sostenerme, mientras con la otra sostenía mi vientre, tratando de aliviar el dolor. Alcé el rostro para atisbar en derredor, esperanzada en poder encontrar alguna señal que me indicara el camino, pero todo lo que veía eran ramas y hojas. El miedo me invadió, no sabía lo que haría, o hacia donde iría, ni siquiera sabía si encontraría a alguien que pudiera ayudarme.

—Damaris…

Escuché su voz, gruesa y áspera, y luego sentí como sus dedos se enredaban en mi cabello para tirar de él con fuerza. Traté de girarme para golpearlo, pero su brazo alrededor de mi cuerpo me lo impidió. Sentí como mis pies dejaban de tocar la tierra, y levitaban, mientras Robert se encaminaba de regreso a la vieja casa. Traté de resistirme, gruñía, lloraba y pataleaba tratando de librarme de él, hasta que sentí su mano presionando mi carótida y supe que estaba utilizando la técnica del sueño.

Intenté resistirme y mantenerme despierta, pero no fui capaz de hacer más cuando perdí el control de mis extremidades y mi vista comenzó a ensombrecerse hasta que me perdí en una densa oscuridad, mientras solo pensaba en una cosa: ¿Mi bebé estará a salvo?

No tienes ni idea de lo que significa crecer sabiendo que eres especial.

Escuchaba su voz, era como un susurro lejano y, por más que trataba de abrir los ojos, no podía.

Mi madre me dijo siempre que yo era especial, mis ojos dorados me hacían especial, me hacían perfecto. Y que, algún día, mis hijos también lo serían. Doce esposas, doce veces me casé con mujeres de distintas nacionalidades, tonos de piel, creencias, y todo en busca de ese hijo perfecto, pero ninguno de ellos lo fue.

Sentía como una lágrima caliente se escapaba de mi ojo derecho. ¿Quién era ese tipo? ¿Él había asesinado a doce bebés y a once mujeres solamente porque ninguno de ellos había heredado sus ojos?… Era un maldito psicópata, y yo me había casado con él.

—Conociste a Fresia, ¿no? Era una chica francesa. La conocí antes que a ti, hace como tres años. Lastimosamente nuestro hijo no salió perfecto, pero fue la más centrada de todas, la única que comprendió lo que la perfección significaba para mí, y ese fue el motivo por el que la dejé vivir. Pero, tal parece que había descubierto mis acciones y fue por eso que fingió estar de acuerdo conmigo, quería advertirle a la siguiente —soltó una estruendosa carcajada. —. Ella me pidió grabar el nacimiento de nuestro hijo, su primer llanto, y también me pidió conservar la grabación una vez que todo había terminado, sabía que dormía profundo, más a la media noche, y ese era el motivo por el que lo reproducía a esa hora para que lo escucharas… ¿Cómo no me di cuenta? Era muy astuta, yo realmente creí que habías enloquecido.

¡Maldito infeliz! Si tan solo hubiera podido moverme en ese momento.

De pronto, el llanto de un bebé resonó en la estancia y mi cuerpo entero, o al menos lo que podía sentir de él, se estremeció. No podía tratarse de una alucinación, o alguna grabación, el sonido era muy real… ¿Ese era mi bebé?

Mi corazón comenzó a bombear con fuerza, y el sonido de un electrocardiógrafo se mezcló con el llanto del bebé.

—Oye, Damaris, tranquila —lo oí decir. —. Nació hace casi veintisiete horas; es un varón, se ve sano… es casi perfecto, solo hace falta ver sus ojos, aún no los abre. Mis otros hijos los abrían nada más nacer. Vamos pequeño, abre los ojos, papá quiere verlos.

Un profundo temor invadió mi cuerpo, si mi bebé abría los ojos y no eran dorados, ese psicópata estaría dispuesto a matarlo. Tenía que hacer algo, tenía que luchar, y así lo hice, comencé a forcejear, con cada fibra de mi ser, y lo primero que pude mover fueron los dedos de mis pies, era una buena señal, así que continúe hasta que mi cuerpo recuperó la movilidad y pude abrir los ojos.

Observé en derredor, me encontraba en alguna especie de quirófano… ¿eso estaba en la casa de sus padres? Él estaba a una corta distancia, inclinado sobre una cuna de cristal, y el corazón se encogió en mi pecho al ver la pequeña manita del bebé sobresalir. Levanté la cabeza y observé mi cuerpo, tenía suturas en mi vientre bajo, me había hecho una cesaría con anestesia general, ese era el motivo por el que se me había dificultado moverme.

Estiré la mano hacia el electrocardiógrafo para apagarlo, evitando que lo alertara, entonces me estiré hacia los instrumentos quirúrgicos, pero aún no tenía el control sobre mi cuerpo, así que terminé cayendo sobre el suelo, produciendo un sonido hueco. Sentí como la intravenosa era arrancada de mi brazo, y luego la sangre caliente brotando de él, al igual que comenzaron a sangrarme las suturas. El dolor era insoportable, no podía acallar los quejidos que mis labios emitían.

—Mira hijo, qué patética es tu mami. —dijo, antes de comenzar a avanzar hacia mí, con pasos pesados.

Mi corazón latía tan fuerte que resonaba en mis oídos, traté de arrastrarme en el suelo, pero mi propia sangre me hacía resbalar, por lo que no fue difícil que él me alcanzara, tomándome del cabello para tirar de él y hacerme incorporarme.

—¿Unas últimas palabras? —cuestionó.

Asentí con la cabeza.

—¡Mi bebé es perfecto! —grité, antes de encajarle el bisturí, que había alcanzado antes, en el cuello y hundirlo hasta que solo se veía unos centímetros del mango de metal. —. Todos lo eran.

Él me observó con una expresión de terror en el rostro una vez que lo retiré y la sangre comenzó a brotarle, incluso por la boca. Cayó de lleno al suelo, junto a mí, y lo observé fijamente a los ojos, hasta que vi como poco a poco sus esferas doradas se fueron apagando por completo.

Mi labio inferior comenzó a temblar, mientras trataba de incorporarme. Escuchaba el llanto desesperado del bebé y todo lo que quería era llegar hasta él. Fue difícil, pero conseguí ponerme de pie.

Al inclinarme sobre la cuna, mis ojos se llenaron de lágrimas; ese era mi bebé, era realmente hermoso. Bajé la mirada hacia el suelo al sentir un líquido caliente gotear en mi pie, y me estremecí al notar que me estaba desangrando. Las suturas se habían abierto. Volví la mirada hacia el bebé que lloraba en la cuna, tenía que encontrar la manera de llevarlo a algún lado antes de quedar inconsciente.

Me incliné hacia él y lo tomé en brazos luego de cubrirlo con su mantita. En ese momento el miedo a que se quedara ahí solo y muriera era más fuerte que el dolor que estaba sintiendo. Crucé el umbral, dándome cuenta de que aún me encontraba en esa horrible casa, en una habitación conjunta a la sala de estar. Avancé con prisa hacia el lobby, y rebusqué entre el equipo de Robert una pistola de bengala que guardaba siempre. Una vez que la tuve en mis manos, salí de la casa y me adentré nuevamente en el bosque.

A cada paso que daba sentía como la vida se escurría de mis manos, mis extremidades estaban frías y mi vista comenzaba a tornarse borrosa. Avancé por los arbustos, manteniendo al bebé aferrado contra mi pecho para que las ramas no lo hirieran, y crucé el cementerio, viendo con pesar el cuerpo de Fresia. Si tan solo le hubiera creído desde el principio.

Sentí que ya no podía seguir cuando estaba a unos pasos de donde me detuve la primera vez. El dolor era insoportable y no podía mantenerme de pie, jamás lograría llegar a la calle.

Con la poca fuerza que tenía, levanté la pistola y disparé, rogándole a Dios porque alguien lo viera y viniera a su rescate, porque yo tenía claro que no sobreviviría, pero él aún tenía una mínima posibilidad de vivir.

Me senté al pie del árbol, quería guardar ese bonito rostro en mi memoria, por lo que solamente lo observé mientras esperaba, lo observé atentamente, permitiendo que algunas lágrimas se escaparan de mi rostro. No íbamos a tener una vida juntos, no iba a poder cuidarlo y amarlo, todo aquello era tan injusto.

Comencé a escuchar el sonido de las sirenas a la distancia y mi corazón se llenó de alegría, había funcionado, él estaría a salvo. Yo, por otro lado, ya no tenía la fuerza para mantenerme consiente hasta que ellos llegaran, así que terminé recostándome sobre el suelo, mientras observaba la carita de mi bebé.

—Estarás a salvo, hijo —sonreí. —. Recuerda que Mami te ama.

Al escuchar mi voz, él movió sus parpados. Y, bajo la penumbra de la noche, mi cuerpo entero se estremeció cuando sus ojos dorados se conectaron con los míos y me observaron con curiosidad.

Quién diría que, al final, él sería el bebé perfecto.

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