7
—Déjalo en paz ¿Qué no lo sabes? Ollie no tiene modales porque no tuvo padres que se los enseñaran —Su primo mayor, Aidan, lo miraba con la cara muy seria, mientras el resto de sus amigos se partían de la risa.
—El abuelo trató de enseñarle, pero la peor parte ya estaba hecha —agregó Ada, su prima menor, con un claro tono de burla.
La cara de Ollie se ruborizó, no era la primera vez que le decían algo como eso y no sería la última, por lo que se limitó a seguir comiendo mientras esperaba a que Kenneth saliera de su examen. Habían pasado quince minutos y fue como si aquellos dos hubieran olido que estaba solo y desprotegido. Ollie no quería pelear con ellos, no quería enfrentarse a ellos, porque sabía que tarde o temprano eso terminaría convirtiéndose en un gran problema en casa, su tío se pondría furioso, iría a gritarle, luego le gritaría a su abuelo, le reclamaría que nunca podría ser el favorito, aunque su hermana estuviera muerta y su abuelo se pondría muy triste.
—El huele muy mal —Ada comenzó a hablar con el resto de sus esbirros, como si Ollie no estuviera presente, mientras el pobre de ponía rojo como una fresa madura.
—Es porque viste ropa de segunda mano, dicen que se la quitan a los muertos y el olor se le pega para siempre —Comentó Aidan de forma casual. Le gustaba actuar como si fuera muy inteligente y estuviera por encima de todo, sin embargo, todavía tenía la cara para inventar tonterías.
Ollie apretó los dientes sintiendo que los ojos le ardían, tenía ganas de llorar, sin embargo, sabía que si se marchaba lo seguirían como lapas, divirtiéndose con su sufrimiento.
—Ahí viene Kenenth —dijo de repente uno de los acompañantes de sus primos, quien hasta ese momento se había limitado a reírse y aplaudirles todos sus comentarios, sin importar cuan mezquinos y crueles fueran.
—Vámonos antes de que saque un arma y nos dispare —"bromeo" Ada, riéndose por lo bajo.
—Ten cuidado, te quedarás muy triste cuando él y toda su familia vaya a la cárcel —agregó Aidan antes de dirigirse al lado contrario de dónde venía Kenneth, acompañado de Mark. Todos decían lo mismo, que la familia de Kenneth hizo su fortuna con dinero sucio, que estaban intentando limpiar su imagen y congraciarse con las familias de bien enviando a sus hijos a esa escuela, donde podrían conectar con todos los grandes apellidos de la ciudad.
Ollie se colocó las manos en las mejillas un momento, intentando mitigar el calor que lo había invadido. Siempre que los escuchaba hablar de ese modo le daban ganas de desaparecer del mundo.
En ese momento Mark y Kenneth se sentaron cada uno a un lado suyo, este último le rodeó los hombros en un abrazo y le besó la mejilla, mientras Mark intentaba hacer lo mismo fingiendo que era una broma, encontrándose con la mano de Ken que le dio un empujón en la cara.
—¿Estás bien? —como no, Ken se dio cuenta enseguida que tenía la expresión de un perrito apaleado.
—Es que creo que salí mal en el examen —mintió. No quería armar un gran problema y sabía que Kenneth se pondría furioso si se enteraba de lo que había pasado.
Mark soltó una carcajada y le revolvió el cabello.
—Vamos ratoncito, todos sabemos que tienes un cerebro enorme —espetó, mientras su amigo lo fulminaba con la mirada. Sin embargo, en lugar de iniciar sus típicas peleas, decidió acurrucarse contra su cuello.
—No pasa nada, seguro que te va de maravilla —dijo y Ollie se sintió un poco mejor, se alegraba de poder refugiarse en sus brazos.
Ollie estaba dando vueltas por el mercado, donde todo era más barato. Hacía calor y estaba sudando como un cerdo, pero prefería eso a gastarse el dinero de forma tonta. Su deuda bajaría eventualmente, sobre todo si hacía durar ese trabajo, pero se metería en problemas si era demasiado audaz y terminaba despilfarrando lo poco que tenía.
En el mercadillo había de todo, ahí también compraba su ropa de segunda mano, aunque no lo hacía muy seguido, ahora que tenía que trabajar necesitaba pantalones y con todo el dolor de su corazón se gastó un par de dólares en unos cuantos.
Cuando salió estaba cargando una bolsa enorme y pesada en el hombro. Estaba seguro de que comenzaba a oler mal, o quizás era su idea, desde que lo echaron de casa siempre tenía la sensación de que apestaba y después de comprar ropa el olor era insoportable, tenía la sensación de que todos volteaban a verlo y se cubrían la nariz cuando pasaban a su lado.
Para su mala suerte se quedó sin energías cuando estaba entrando a uno de los parques en el camino. Además, la bolsa, poco acostumbrada a la carga pesada, comenzó a descoserse del asa. Asustado se detuvo en una banca para intentar recuperar el aliento y de repente vio que alguien le extendió un billete frente a él. Ollie levantó la vista, sorprendido, encontrándose con una sonrisa socarrona que no había visto en años.
Era Ada. Ollie miró alrededor, a un par de metros estaba Aidan, quién fingía ver algo en su teléfono para no tener que admitir que lo conocía.
—¿Primo? ¿Eres tú? Pensé que eras un indigente —ella retrocedió fingiendo sorpresa mientras se guardaba el billete en la bolsa del pantalón.
Cómo siempre, estaba impecable, con el cabello rubio en hondas, la camisa imposiblemente blanca y unos tacones rojos de charol. Aidan estaba vistiendo algo muy parecido, aunque en su caso los zapatos eran cerrados, formales y de color negro. Ambos daban la impresión de oler de maravilla.
Ollie apretó los labios, ya estaba lo suficientemente rojo por el sol y además tenía que encontrarse a aquellos dos de entre todas las personas. Avergonzado se removió en su lugar sin saber que decir, estaba usando una playera vieja y descolorida, los pantalones rotos, manchados permanentemente y muy grandes para el.
—Vámonos Ada —Aidan le habló a su hermana con cierto sentido de urgencia en su tono, pero ella no le hizo caso, en su lugar arrugó la nariz, olisqueando el aire.
Aquello fue cómo un golpe en el estómago, sintió que se derrumbaba, en su mente el olor se triplicó. Avergonzado se puso de pie para marcharse y entonces un auto amarillo se detuvo frente a él. Ollie sintió que se le detenía el corazón por un microsegundo, la ventanilla se abrió y Kenenth asomó la cabeza.
Ada frunció el ceño.
—¿Me esperaste mucho? —preguntó con una sonrisa.
Él sabía que aquello era ridículo, cualquiera se habría dado cuenta que todo era un postureo, pero casi lloró de la felicidad al verlo
—Acabo de llegar —espetó, dándose la vuelta de forma apresurada y subiéndose al coche sin mirara atrás.
Dentro el aire acondicionado lo golpeó y en un gesto casi inmediato cerró las rejillas de la ventilación para no enfermarse por el cambio de temperatura. Kenenth arrancó sin decir una palabra y ambos permanecieron en ese extraño silencio durante un rato hasta que Ollie se decidió a hablar.
—Gracias por todo, puedes dejarme más adelante —murmuró y fue casi doloroso pronunciar aquellas palabras. Le dolían las plantas de los pies, tenía la camisa húmeda por el sudor, le ardía la cara por las quemaduras solares y sentía que en aquel ambiente tan pulcro era como una fruta pudriéndose en el calor del verano.
Kenneth se quedó en silencio un momento, la falta de palabras le dio a entender que estaba preparando una réplica. Ollie apretó los labios, frunciendo el ceño.
—Déjame llevarte, esto está a punto de romperse —Kenneth puso la mano sobre la bolsa de compras y, por lo tanto, sobre los puños cerrados de Ollie.
Su cuerpo reaccionó de inmediato y lo tomó por sorpresa la fuerza con la que lo hizo. Fue como entrar en combustión interna, su cara se puso aún más roja y tuvo el impulso de inclinarse hacia él, de absorber su calor, de oler su perfume. El toque de sus manos era firme, fuerte y áspero.
No estaba preparando para sentirse de esa forma y no le pareció justo sentirse así cuando Kenneth miraba distraído hacia el frente, tan distante e inalcanzable.
"Está manejando" se dijo "Por supuesto que no te presta atención"
Ofuscado miró su bolsa de compras que ya estaba dando las últimas e intentó que no se le aguaran los ojos por la sensación de estar completamente desamparado.
—Bueno —aceptó, sin añadir nada más. Tenía la garganta tensa, así que miró hacía la ventana, frunciendo el ceño y tomando aire, sabiendo que sus palabras se escucharon afectadas, casi como el llanto de un gatito bebé. Respiró hondo y contó hasta diez, calmándose lo suficiente para no perder los papeles.
—¿Me das tu dirección? —preguntó Ken, extendiendo el celular desbloqueado. Tenía el GPS encendido y Ollie lo miró en silencio, dudando unos momentos en responder. En cuanto se dio cuenta que tenía que proporcionar aquellos datos se echó para atrás, no quería que supiera dónde vivía, aunque no estaba seguro de por qué.
¿Vergüenza? No, aunque vivía en una ratonera, por fuera era un edificio bastante bien cuidado y no se podía echar un vistazo dentro de las habitaciones a menos que pudieras pasar dentro de las mismas, lo cual no era posible debido a la falta de ventanas. Aquellos diminutos habitáculos tenían sólo una rejilla de ventilación en la parte superior que permitía que no muriera de calor, aunque de todas formas era insoportable dormir en las noches.
No era eso lo que le preocupaba, era más bien el vistazo involuntario de su vida que le permitiría a Kenneth, había una intranquilidad cada vez que el hombre pisaba demasiado cerca de su intimidad. Avergonzado se preguntó si debería pedirle que lo dejara una cuadra antes e ir andando, pero luego echó un vistazo a su bolsa y supo que está no soportaría otro viaje.
De repente Kenneth se detuvo para tomar una llamada, Ollie intentó ignorarlo, consiguiéndolo con relativo éxito, la charla intransigente que mantuvo con la persona al otro lado de la línea solo consiguió que se sintiera inexplicablemente celoso. No quería continuar siendo tan patético, pero no podía evitarlo.
—¿Quieres tomar algo? —el hombre lo sorprendió con aquella pregunta nada más colgar el teléfono. Ollie lo miró con los ojos abiertos de par en par y luego negó con la cabeza.
—Si estás ocupado tomaré un taxi —no podía describir cuánto le dolió saber que quizás no tenía tiempo para algo tan simple como llevarlo a casa incluso si él no quería que lo llevara. Ollie miró su reflejo emborronado en el cristal y se dio cuenta que estaba en graves problemas.
No podía seguir así, estar cerca de Kenneth era peligroso, era como luchar contra una presa abierta, el torrente de emociones era demasiado poderoso como para detenerlo con las manos.
—No estoy ocupado, pero Miriam me invitó un café y creo que le gustaría verte —Ken le sonrió, lo miró un segundo y después se centró en el camino.
Ollie apretó los labios, girándose hacía el hombre en un gesto brusco.
—¿Miriam? —preguntó. De los tres, Rowan, Cassie y Miriam, era ella con quién mejor se llevaba. Habían salido juntos al cine, cuando los demás estaban ocupados y lo llevó y trajo a casa la primera vez que Kenneth se rompió el brazo. No quiso albergar mucha esperanza, pero quería verla, la consideraba su amiga, aunque quizás el sentimiento no era recíproco, después de todo Ollie fue solamente el novio de preparatoria de su hermano—. ¿Está bien que vaya? —preguntó nervioso.
—Claro, puedes dejar la compra en el auto y yo pagaré la cuenta de los dos.
La oferta fue tentadora, aunque no quería pensar mucho en lo rápido que Kenneth se había dado cuenta de sus problemas monetarios. Avergonzado, sintió que apestaba más que nunca.
—No me he duchado —dijo, con la cara roja—. Y mi casa está lejos —y su ropa estaba toda rota o desgastada y arrastraba un hedor terrible que no tenía idea de que era y ...
—Bueno, te llevo en el auto y regresamos, no es la gran cosa —comentó, encogiéndose de hombros. Luego, se aclaró la garganta y le echó un vistazo rápido antes de apretar el volante en un gesto apaciguador—. O puedes venir a mi departamento, está a dos cuadras de aquí, te presto mi ducha y llegamos enseguida.
Ollie soltó un bufido, pero después se removió en su sitio, sintiendo que su sangre era lava liquida.
—No gracias, no me gusta...—se quedó callado, sin saber que más decir, fue cómo si se diera cuenta que estaba cruzando la línea. Kenneth se aclaró la garganta una vez más.
Por supuesto, no eran ajenos a compartir duchas, no era la primera vez que estaban en una situación así y Kenneth sabía perfectamente que a Ollie le daba asco ponerse la ropa interior repetida incluso si era una emergencia, Ken había corrido a comprar boxers de emergencia más de una vez cuando se iban de escapada el fin de semana o terminaban sin planearlo, en un hotel.
Ollie hizo una mueca, preguntándose cuantas veces se humillaría durante aquella interacción.
—Hay una tienda de ropa a un par de cuadras, si quieres puedo...—comenzó a hablar, pero Ollie lo interrumpió.
—No —sentenció avergonzado.
—No es un problema, estás tan delgado que seguramente sigues usando la misma talla que cuando eras adolescente —Ken habló, ajeno a la forma en la que esas palabras lo hicieron sentir.
—Dije que no —sentenció.
Un silencio tenso se instauró en el auto, el hecho de estar estacionados volvía todo aún más incómodo. Ollie sentía que se iba a morir de lo mortificado que estaba, sobre todo cuando el recuerdo de sus correteos adolescentes llevó a una respuesta inmediata de si entrepierna.
—Tengo un par nuevos, si los quieres —insistió, aunque cambiando ligeramente el tema.
—Bueno —aceptó, aunque a fuerzas y solo para que la situación no se sintiera más incómoda. Sin embargo, no pudo evitar arrepentirse de inmediato.
Kenneth actuó rápido, en menos de un segundo ya se había puesto en marcha, como si temiera que Ollie fuera arrepentirse y llegó a su departamento tan rápido que apenas y le dio tiempo de respirar.
Nada más poner un pie en el edificio, Ollie se sintió enfermo, enojado, envidioso y añorante, porque no era un departamento cualquiera, era un puto pent-house en el edificio más grande de la ciudad. Sorprendido se sintió cada vez peor, observando el elevador de cristal, las puertas labradas, el interior del edificio con unos ventanales que dejaban entrar el sol de forma hermosa, Kenneth encendió el aire acondicionado y todo el maldito piso se refrescó. Acongojado intentó no mirar los muebles tan bonitos, las plantas por todos lados, el suelo marmoleado y el enorme sillón en la sala de estar que era más grande que su diminuta cama.
Cuando se metió al baño y encendió el agua, no pudo resistirse y se echó a llorar, era un baño bonito, blanco, con paredes de cristal opaco y una regadera cuadrada que dejaba caer muchísima agua. Era tan bonita que tuvo ganas de quedarse ahí el resto de su vida.
—Ollie, te escogí una muda de ropa, la dejo aquí afuera —dijo Kenneth, a quien vio entre sombras entrar y salir del baño.
No contestó, se limpió las lágrimas y se quedó en su sitio un buen rato antes de animarse a salir. Se sentía como un tonto superficial una vez que la impresión inicial se pasó.
El conjunto que Kenneth le eligió era una playera azul marino, sencilla, pantalones deportivos con un cintillo para que no se le cayeran, la ropa interior con etiqueta y, gracias al cielo, calcetines nuevos. Ollie se cambió, todo le quedaba un poco grande y la situación era demasiado familiar para su gusto, así que se apresuró a salir e insistió en marcharse enseguida.
No quería pasar un segundo más en ese departamento, rodeado de cosas bonitas y con la presencia de Kenneth asechando en las esquinas. Este probablemente se dio cuenta de su incomodidad y no insistió en que se quedaran.
Cuando llegaron a la cafetería estaba convencido de que todo aquello fue una pésima idea sobre todo cuando se encontró de frente con Miriam y está corrió a abrazarlo.
—¡Ollie! —ella lo sostuvo de los brazos, era más alta que él y estaba muy cambiada, usaba una media coleta desarreglada, unos shorts, una playera sencilla y una chaqueta de mezclilla muy bonita. Llevaba unas botas vaqueras y le observaba con la expresión brillante de alguien que está realmente feliz de verte.
—Hola, hace mucho que no nos vemos —sonrió un poco incómodo, no se le daba muy bien socializar, incluso ahora que era un adulto.
Ella lo observó de pies a cabeza, como analizando lo mucho que habían cambiado y luego miró a Kenneth.
—No sabía que había vuelto —lo dijo cómo un hecho y no sólo eso, cómo un hecho feliz, un acontecimiento.
Era la segunda vez que alguien decía algo así después de verlos juntos y Ollie sentía que podría arrancarse el cabello intentando descifrar porque todo mundo asumía que estaban juntos otra vez.
¿Tanto se nota que aún lo extraño? Pensó, entrando en pánico.
—No estamos juntos —intervino Kenneth, no lo dijo enfadado, lo cual fue un alivio, sin embargo, no pudo entender exactamente que estaba sintiendo cuando pronunció aquellas palabras.
Ella lanzó una risita irónica, con el tiempo la jovialidad femenina de su rostro se había transformado en una confianza fría y afilada. Pudo notarlo después del momento de euforia inicial.
—Pero lo harán, créeme —dijo, como si ella fuera una deidad omnipresente, capaz de determinar su futuro con una sola palabra.
A Ollie se le saltaron las lágrimas y se dio la media vuelta, yéndose lo más rápido posible de ahí.
Ya los tuve mucho tiempo sin capítulo, prometo que actualizaré más seguido :-:
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