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🎖️Capítulo 9🎖️

Villa Elixir

La velada había estado a la altura de lo que se esperaba. Los invitados habían quedado conformes y de a poco se fueron retirando de La Villa cuando cayó el sol.

Alan se había quedado dormido en el sillón de la sala y lo encontró Alessandro. El barón quedó mirándolo con atención, el rostro del pre-adolescente denotaba cansancio y tristeza, y se acordó de cuando él tenía la misma edad de su cuñado. Era feliz, junto a sus padres, le tenía una devoción enorme a su madre antes que a su padre, pero le duró poco porque tiempo después, ella desapareció y el pueblo comenzó a murmurar que se había ido con otro hombre. Le había pedido explicaciones a su progenitor, pero este lo evadía y, por consiguiente, a su madre le tomó una rabia tremenda y la terminó por odiar. Porque ella había sido la culpable de su desdicha, la de los tres.

Lo levantó en sus brazos y lo llevó a la cama, lo acostó y le sacó los zapatos y el saco para que durmiera cómodo.

Al salir del dormitorio y caminar hacia la sala, se encontró con Celeste.

—Tu hermano se quedó dormido y está en su cuarto, si quieres, puedes ir a verlo y quitarle algo más de ropa para que esté cómodo.

Ella solo asintió con la cabeza y caminó por el pasillo.

La chica tardó pocos minutos en desvestirlo, taparlo y salir de la habitación.

Al no haber más invitados, ayudó a Sabina y a los demás a juntar la vajilla y llevarla a la cocina.

—Señora, no le corresponde esto —le habló su doncella.

—Celeste, por favor —respondió tragando saliva con dificultad—, y te pido que me trates sin formalidad, no me siento cómoda.

—De acuerdo, entonces, si debo hacer eso, dejarás de ayudarnos.

—Eso es diferente.

—Es nuestro trabajo aquí en La Villa y no el tuyo —le sonrió y le quitó los platos de sus manos.

Sabina desapareció detrás de la puerta que daba a la cocina y Celeste se giró en sus talones cuando mantuvo levantado el ruedo frontal del vestido.

Estaba cansada y quería irse a dormir, se acercó a Alessandro que estaba sentado y bebiendo dos dedos de whisky en la galería que daba al jardín trasero.

—¿Puedo irme a dormir? —cuestionó creyendo que debía pedirle permiso.

—Te vas a dormir cuando quieras, no necesitas pedirme permiso para eso o para otra cosa. Somos extraños —la observó con seriedad—, estamos casados, pero no tengo porqué darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer, en cambio tú sí, estás bajo mi techo —habló mordaz.

—Me dijiste que no te hablara —quedó perpleja.

—¿Para qué me pides permiso para irte a dormir entonces?

—No sé —negó con la cabeza—, pensé que necesitabas algo más.

—No y de necesitarlo serías a la última persona a la que se lo pediría —levantó una ceja y volvió a mirar al frente.

La muchacha asintió con la cabeza comprendiendo todo.

—Buenas noches.

Se dio media vuelta y entró a la sala, encontrándose de nuevo con Sabina.

—¿Mañana debo levantarme en un horario específico?

—El señor Alessandro y su padre desayunan a las siete, y algunas mañanas viene la señorita Bianca para acompañarlos.

—¿Y quisieras que ayude en la cocina? Sé que la cocinera se fue —tragó saliva con dificultad quedándose un poco incómoda.

—Me las arreglaré.

—Pero ¿sabes cocinar? —Su interrogación llevó a sus cejas a estar una levantada y la otra baja en señal de preocupación.

—No mucho —respondió con sinceridad.

—Si me decís qué desayunan y las demás comidas que están acostumbrados a comer, te puedo ayudar, es lo que solía hacer en Buenos Aires, mientras cuidaba a mi papá y a Alan, les hacía las comidas.

Su doncella la miró con mucha atención y luego asintió con la cabeza.

—La cocinera anterior se levantaba a las cinco y media para preparar el desayuno.

—Está bien, a veces me levantaba más temprano, así que, no te preocupes por eso. Buenas noches, Sabina.

—Buenas noches, Celeste.

Minutos más tarde y después de secarse el pelo, se metió dentro de la cama y se quedó dormida por completo, estaba demasiado cansada.


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Alessandro entró al cuarto de Celeste con lentitud y en silencio, lo menos que quería era ser descubierto por ella hurgando sus pertenencias. Cerró la puerta a sus espaldas y miró el ambiente que se encontraba con la luz de la luna iluminando un poco el interior. Avanzó despacio, vio el vestido de novia sobre una silla, el velo sobre el respaldo, el par de zapatos debajo de esta, la diadema sobre el tocador y el par de aretes también. Caminó un poco más y tomó el frasco de perfume por curiosidad llevándose a la nariz el atomizador. El hombre creyó oler una mezcla de rosas y dulces, y lo puso a contraluz para leer el nombre del perfume, arqueó una ceja y sus ojos fueron directos al cuerpo de la chica quien aún dormía en posición fetal y tapada hasta la cintura. Dejó con cuidado el frasco y se dirigió al pequeño vestidor que tenía el dormitorio. Cerró la puerta y encendió la luz.

Estaba creído desde que había llegado que tenía consigo por lo menos un par de maletas con sus ropas, calzados y accesorios, y se encontró con un par de estantes llenos y un hueco donde colgaban sus abrigos, algunos vestidos de invierno y otros de verano. Debajo tenía el calzado y en el cajón de los accesorios muy pocos de estos. Unió más las cejas y miró todo con atención cruzándose de brazos, algo no encajaba.

Apenas salió, entró al baño y lo mismo le pasó cuando vio lo que tenía, jabones simples y limpieza del cabello por igual. No tenía nada ostentoso, extravagante y caro como para alardear de ellos, solo un perfume de marca que, si no lo pensaba mucho, se lo habría regalado el padre de ella.

Giró en sus talones y se encontró con un camisón colgado del perchero en la pared, estaba gastado y se acercó más para comprobar que tenía remiendos y pequeños agujeros sabiendo que la tela era muy vieja. Otro medio giro de cabeza le hizo mirar con atención la tanga colgada del grifo de la ducha, era casi diminuta y de encaje blanco. A Alessandro le jugó una mala pasada su mente cuando le susurraba que era la que había estado usando el día del casamiento.

De rabia apretó la mandíbula y los puños, y apagó la luz para abrir la puerta, con esmero y ligereza salió del cuarto cerrando la puerta. Se quedó con la mano en el picaporte y mirando la nada misma con la cabeza gacha. Se metió las dos manos en los bolsillos de su pantalón y decidió irse a su cuarto.

Se dio una ducha y se acostó, no sin antes abrir el cajón de su mesa de noche y mirar la foto que guardaba desde hacía años atrás. Volvió a guardarla y se dispuso a dormir.

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