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🎖️Capítulo 6🎖️

Villa Elixir

La hora en que le había dicho a la joven que se presentara en el despacho para conocerla llegó y con esta, los nervios a flor de piel que tenía Celeste, no sabía con lo que se iba a encontrar detrás de aquella puerta. Mas solo esperaba que no se encontrara con un hombre que le doblara casi la edad y la golpeara como lo había intentado el abogado, ya si después era o no lindo ante sus ojos era lo de menos, porque aceptó aquello por bienestar y porque lo habían querido su padre y su padrino, el señor Vitto.

Respiró hondo y largó el aire de a poco intentando calmarse ante lo impredecible y lo imposible de esperar. Levantó el brazo y con el puño dio dos golpecitos en la puerta. Quedó atenta a escuchar alguna voz en el interior del lugar, pero fue un rato después que le dijo que pasara. Tragó saliva con dificultad y agarró el picaporte para bajarlo y empujar hacia dentro. Los nervios que no la dejaban tranquila y el latir desbocado de su corazón la estaban poniendo en un estado de pánico que no quería dejarlo ver a un hombre que ni siquiera sabía algo de ella de forma personal.

Celeste cerró la puerta a sus espaldas y esperó a que él le hablara porque no quería ser ella la primera en pronunciar palabra. Y esperó, y esperó y el saludo de bienvenida nunca llegó, ni siquiera una palabra por su parte y la joven con temor a llevarse un grito, abrió la boca y emitió el sonido de su voz.

—Hola, soy Celeste —expresó sin saber qué más decirle, pero intuyó que se tenía que presentar ante él—, encantada en conocerte —habló de nuevo sin tener una vaga idea de cómo debía estar frente al hombre y frunció el ceño porque se estaba sintiendo como una ridícula—, me dijo Sabina —pronunció con dudas el nombre y unió las cejas pensando si lo había dicho bien—, sí, Sabina... que me querías conocer.

Alessandro volvió a escuchar la misma voz que la primera vez cuando Giuseppina había hecho la videollamada del día en que habían firmado los papeles del casamiento por civil. Una voz melodiosa y dulce que lo invitaba a relajarse, lo seducía sin llegar al plano sexual, lo seducía al punto de amansarlo, de doblegarlo y él no iba a caer en aquella tentación. Su tono al hablar era neutro, característico en las personas de su misma nacionalidad, igual al de su madre.

Antes de ser maleducado y descortés, prefirió hablar también, aunque con ello iba a ser bastante serio y distante.

—Hola, bienvenida a la Villa, espero que entiendas que si has venido aquí junto con tu hermano fue gracias a terceras personas y que es un privilegio que vivas aquí. Así como también que estés casada conmigo —expresó con frialdad.

—Sí, lo entiendo. —Asintió con la cabeza también—. Voy a hacer lo que me pidas.

El barón la miró con atención y unió las cejas, la declaración la estaba tomando erróneamente.

La argentina prefería seguir al pie de la letra las reglas o costumbres de aquel lugar antes que sentir la mano de Alessandro golpear su cuerpo.

Y estaba equivocada, él podía ser frío, pero nunca había levantado la mano a una mujer, y Celeste estaba empezando a tener una idea errada de su marido porque creía que iba a ser igual que Martín, el abogado.

Celeste había quedado desconcertada y conmocionada también por las palabras tan petulantes que tuvo con ella. Quedaba más que claro que no la soportaba y mucho menos la quería ahí.

Sin decirle algo más, se dio media vuelta para salir de allí, pero la voz del barón la dejó quieta otra vez.

—Una cosa más —le comentó y ella giró en sus talones para mirarlo de nuevo—, ni siquiera te atrevas a tocarme —expresó con sequedad y ella quedó perpleja—, no te permito que me toques, ni en la iglesia, tampoco en la recepción y mucho menos durante el matrimonio. ¿Te quedó claro? —admitió con frialdad y ella solo atinó a asentir con la cabeza—, bien... Ahora te puedes ir.

Ella le dio la espalda y cuando escuchó la puerta cerrarse, cerró los ojos y frunció el entrecejo mientras tenía las manos unidas con los codos sobre el escritorio y apretando la boca contra las manos.

Jamás había sido así con una mujer, pero tener a una mujer tan argentina como su madre, le removía todo. El rencor por su madre y el intento de amabilidad con la joven se entremezclaban y no podía controlar la amarga sensación que le producía la situación. Cuando abrió los ojos, mirando un punto imaginario, había lágrimas que no llegaron a derramarse.

Celeste caminó alejándose de la oficina de Alessandro y se topó de frente con otra mujer. Era un poco más alta que ella, de pelo castaño y de ojos color miel, era muy bonita y estaba sonriéndole. Se acercó más a la joven y la abrazó por el cuello.

—¡Encantada en conocerte! —declaró entusiasmada y dándole dos besos en las mejillas—, al fin estás aquí —volvió a decirle con alegría—, soy Bianca, tu cuñada y estoy muy contenta de que estés en la Villa junto con tu hermano.

—Gracias —le respondió incómoda—. Encantada en conocerte en persona yo también.

—Con un hermano y un padre, estaba aburrida como un hongo y saber que eres mi cuñada me pone feliz, vamos a llevarnos muy bien nosotras dos —admitió abrazándola por los hombros.

—Eso espero —acotó con nervios.

—Te ayudaré con tu vestido y con lo que te haga falta, es un día para celebrar a pesar de las circunstancias.

—Yo... no sé si se deba celebrar tanto.

—Claro que sí, en media hora vienen a decorar la Villa —respondió con una sonrisa—. Y a arreglarte para la boda. Se casan al mediodía, tenemos que ponerte muy linda —recalcó.

—No necesitas ayudarme si no querés, no tenés obligación de hacer eso, sos baronesa —expresó Celeste y Bianca la miró con ternura.

—El título lo tengo, pero para cosas importantes, no lo tengo para cosas con las que en verdad quiero ayudar, a mí no me molesta y me gustaría que seamos amigas aparte de cuñadas.

Celeste le asintió con la cabeza y ambas caminaron hacia la sala principal. Fue Alan quien se apareció frente a ellas y se quedó incómodo al ver a alguien que no conocía. Bianca por su parte se acercó a él para darle la bienvenida.

—Tú debes ser Alan, encantada en conocerte también cuñado —lo abrazó por los hombros y le dio dos besos en las mejillas con alegría en su voz.

—Igualmente —quedó nervioso.

—Soy Bianca. Qué lindo eres —le dijo apretando con sutileza los cachetes.

—Gracias —contestó poniéndose todo colorado.

—Papá te mandó a hacer un traje precioso —replicó de nuevo—, y a ti —se dirigió a Celeste—, un vestido hermoso, lo elegimos a tu gusto.

—¿A mi gusto? Nunca les dije algo —negó con la cabeza sin tener más idea.

—Tu padre le comentó en su momento al mío sobre tus gustos, así que, tanto el vestido, lo demás que te pongas y la decoración son a tu gusto.

Los ojos de la joven se le aguaron de inmediato y tragó saliva con dificultad.

—No lo esperaba, te lo agradezco mucho. No tenían que ponerse en tantos gastos para esto, con algo más sencillo o incluso de tu gusto, estaba bien igual. —Admitió con nostalgia y una sensación de alegría también.

—Eres su ahijada también, ¿no te parece que estás en tu derecho de que la decoración y tu vestido sean con tus gustos?

—No lo sé... supongo que sí.

—Claro que sí —dijo con firmeza.

Un rato después había llegado a la Villa el equipo de decoración junto con el catering y tres personas para ayudar a Celeste a arreglarla, mientras los demás estaban en el jardín trasero del lugar y otra parte del equipo en la parte delantera, la muchacha se encontraba dentro del dormitorio sin tener idea de cómo manejarse con las personas que intentaban desvestirla y prepararla para el gran día.

Bianca se encontraba allí dentro para que no se sintiera sola con gente que no conocía y para la argentina fue un alivio.

La peluquera era la más bruta de las tres, puesto que cuando le desarmó la trenza y le cepilló el pelo, fue tironeándoselo a propósito. El motivo era que no le caía bien la nueva mujer que había llegado a la Villa, sin siquiera conocerla. La detestaba de tan solo saber que el nuevo barón había elegido una extranjera para casarse y no alguien de su propia nacionalidad.

—No seas bruta, Mariola, la estás lastimando —le contestó seria Bianca a la peluquera.

—Lo siento, a veces no mido que tiro el pelo.

—Deberías saberlo bien, eres estilista profesional y de hace años —se lo recalcó con énfasis.

Ante las palabras de la mujer, esta aflojó el mal trato con el cabello de la chica y procuró que todo fuera moderado.

Varias horas después, Celeste estaba lista. Tenía el vestido de novia nuevo, de encaje bordado con piedras como el que ella siempre había querido, los zapatos eran a su gusto, el peinado y velo también y el ramo era con sus flores favoritas.

Por otro lado, Vitto estaba terminando de ayudar a Alan en su cuarto y luego lo hizo con su hijo en el suyo cuando tuvo que acomodarle la pajarita y prenderle un par de insignias de su título nobiliario.

—¿Cómo te sientes? —Quiso saber su padre.

—Estoy normal, ¿qué estabas esperando?

—Algo de nervios por lo menos.

—No los tengo.

—Ya los tendrás cuando sepas que llegó a la capilla —rio con gracia palmeándole el hombro.

—No sé lo que estás intentando hacer, pero no te va a resultar conmigo, padre —emitió tajante y acomodándose el saco.

—Esa chica es mi ahijada y te pido que la trates bien, a los dos, pasaron por cosas horribles, no necesitan tu desprecio, sobre todo, Celeste, no necesita tu altivez o tu seriedad.

—Ya tiene aclarado que no tiene porqué tocarme.

—Qué simpático señor Frumento —acotó su padre con ironía—. Bruto como tú solo.

—Soy realista —dijo con sequedad acomodándose la pajarita de color negro—, vinieron por algo que no estaba en los planes de ninguno.

—Vinieron porque también lo quise, ellos no tienen a nadie más allá y no iban a tener un futuro bueno donde estaban, mi mejor amigo me lo pidió y acepté, y no me arrepiento, son mis ahijados también, no voy a darles la espalda. Y lamento mucho que tú te comportes como un crío de cinco años, cuando deberías ser un caballero con tu esposa.

—Si los querías ayudar, lo podías hacer sin la necesidad de un matrimonio de por medio.

—¿No te has puesto a pensar que si mi amigo me pidió la unión era por algo? —cuestionó mirándolo a los ojos—, yo sí lo pienso y no me gusta nada lo que estuve pensando.

—Pues ese es tu problema.

Alessandro abrió la puerta y la dejó abierta saliendo de su dormitorio para caminar hacia la sala principal donde estaba decorada con arreglos florales en tonos blancos, rosados, lilas y borgoña, que era el color que le gustaba al barón. El aroma de los claveles era el que predominaba en la sala puesto que las otras dos flores no tenían perfumes, la orquídea y el tulipán.

—¿Qué le parece todo, señor Frumento? —Le preguntó Sabina.

—Delicado y de buen gusto —admitió.

—Me alegro, señor —respondió contenta—. La señora las eligió, son sus flores favoritas y los colores también, y el borgoña el suyo, señor.

—Bien —fue la única palabra que le salió decir.

Estaba malhumorado y con una sensación de nervios injustificados también, no quería dar el brazo a torcer, no quería confesárselo a su padre, porque estaba más nervioso que el día en que había firmado los papeles del casamiento por civil.

Bianca se acercó a su hermano para abrazarlo por la cintura y sonreírle apenas lo miró a los ojos.

—Estás perfecto, eres como el muñeco del pastel, lástima que tú no quieres ser mordido aún por Celeste —expresó con cariño, pero con picardía también.

—Muy graciosa tú.

—Estoy diciendo la verdad —le dijo y le prendió el boutonnière con tres tipos de flores en tamaño pequeño con follaje. Las mismas eran del ramo de Celeste.

—Ahora sí te ves como un novio a punto de ir a esperar a su novia en el altar —manifestó con alegría y se abrazó a su brazo para salir de la Villa—. Nos vamos, seguro que habrá invitados en la capilla.

Bajaron con el coche hacia el pueblo y lo dejaron aparcado unas calles atrás de la iglesia. Cuando los hermanos salieron del vehículo y comenzaron a caminar, los pueblerinos se acercaron a él para felicitarlo y el barón con mucha amabilidad se los agradeció.

En la Villa, Celeste quedó sola dentro del cuarto teniendo un leve ataque de pánico que fue gracias a Alan que se calmó y abrió la puerta estando en el pasillo Vitto que la esperaba para llevarla a la capilla.

—Estás preciosa —le dijo con alegría—, tu papá estaría contento de verte también, estoy seguro de que lo está y que está orgulloso de ti, y de Alan —les confesó a ambos acariciando sus mejillas.

—Gracias —respondió la joven con la voz quebrada y Alan ni siquiera pudo hablar, solo se limpió los ojos con las manos.

—¿Lista?

—Sí —asintió con la cabeza también.

Los tres salieron de la Villa ante las miradas atentas de los pocos empleados que habían quedado allí y se sintieron felices de poder presenciar dicho acontecimiento, porque estaban creídos que la joven no era como se rumoreaba en el pueblo y en la ciudad, una intrusa que había llegado para traer problemas.

Apenas entraron al coche, que estaba decorado con pequeños ramos de flores en los extremos externos y dentro en el parabrisas trasero un ramo a lo largo, Vitto encendió el motor y fueron hacia el pueblo donde se encontraba la capilla. 

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