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🎖️Capítulo 5🎖️

Brindisi, Apulia

Aeropuerto

El tío Vitto, como Alan y Celeste solían llamarlo a pesar de que era el padrino de ambos hermanos, les abrió la puerta del asiento trasero para que subieran con rumbo a la Villa luego de un largo vuelo desde Buenos Aires.

Habían llegado muy temprano y ese mismo día era la boda religiosa entre el hijo de Vitto y Celeste, puesto que el civil se había hecho a la distancia pocos días atrás.

Alan estaba un poco asustado y no era para menos, era el más chico, estando por cumplir sus 14 años, su cambio había sido tremendo desde que su padre había muerto y los dos se cuidaban mutuamente. Los reflejos de las luces de las calles golpeaban el rostro temeroso del jovencito y su hermana le tocó el brazo para mostrarle el celular con un mensaje.

"Yo también tengo miedo."

Alan la miró a los ojos y encontró tristeza e incertidumbre. Agarró el celular de su hermana y le respondió:

"Pero te casaste igual."

Fue directo en su mensaje y ella cerró los ojos.

"Si nos quedábamos y comenzaba a trabajar, ¿quién te iba a cuidar? No tenemos a nadie más. Y si no aceptaba Vitto pagar todo lo de papá, tenía que salir a trabajar y me llevaría mucho tiempo en ahorrar para pagar lo que se debía y mantenernos al mismo tiempo. Papá y Vitto acordaron esto, y te pido disculpas por no pensarlo mucho, pero vi la mejor solución."

Alan leyó el mensaje de su hermana y después la miró de nuevo a ella, le puso el celular sobre sus muslos, la abrazó por el brazo más cercano y apoyó la cabeza sobre el hombro, intentando cerrar los ojos.

—Perdón también... Por ser demasiado chico para mantenerte y no salir a trabajar —le susurró y Celeste lo escuchó con claridad.

—No tenés que pedirme perdón, yo tendría que pedírtelo porque ni siquiera te pregunté lo que querías, pero como te dije antes, si papá lo quiso así, vamos a tener que darle el gusto —le acarició la mejilla y le dio un beso en el pelo para luego apoyar su mejilla en la cabeza de su hermano.

Vitto los observó por el espejo retrovisor y les habló en un español bastante fluido para que no se sintieran desencajados en un nuevo país.

—Alan —lo llamó y el jovencito levantó la vista hacia él—, hoy para el casamiento de tu hermana te pondrás un lindo traje, te lo mandé a confeccionar en la misma sastrería que nos hicimos los trajes Alessandro y yo. Te verás como todo un caballero —le sonrió para que el chico sacara una sonrisa también.

—Gracias, pero no era necesario. Celes me compró un saco y un pantalón antes de viajar.

—No hay problema, se pondrá el traje que le mandaste a hacer —fue la chica quien intervino.

—Quería ponerme lo que me compraste.

—No pasa nada, Alan —sonrió—, podrás usarlo en otro momento.

—Está bien —le dijo él y tragó saliva con incomodidad.


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Ostuni, Apulia

Villa Elixir

El recorrido llegó a su fin y quedaron frente a la fachada de la imponente Villa. Celeste quedó impresionada y Alan se asomó echándose hacia delante para mirar mejor el frente de la residencia.

—Parece sacado de un cuento antiguo, ¿no te parece? —Le preguntó su hermano.

—Sí.

—Nunca vi algo así, sólo en las películas y cuando tenían esas casas era porque vivían personas de la aristocracia.

—¿A qué te referís con aristocracia? —Frunció el ceño mirándolo.

—A esos títulos raros que la gente tiene.

—¿Hablás de títulos nobiliarios? —cuestionó.

—¿Qué es eso? —Unió las cejas sin tener idea de lo que su hermana estaba hablando.

—Los títulos nobiliarios son esos como duque y duquesa, rey y reina, y así los demás.

—A esos me refiero, parece la casa de uno de esos que tienen esos títulos —anunció con entusiasmo dando en la tecla.

Celeste solo se echó a reír de la ocurrencia de su hermano.

—Ves muchas películas, Alan. Esto no tiene nada que ver con títulos nobiliarios. Solo sé por Vitto que mi marido es banquero, nada más —le acomodó el pelo que lo tenía desprolijo.

El hombre regresó al coche para abrir la puerta trasera y ambos bajaron.

—Ya tengo sus maletas, ahora entremos para que les presente a las personas que trabajan en la Villa.

—De acuerdo —sonrió una vez más la joven.

Los hermanos quedaron uno al lado del otro mientras que el hombre hacía las presentaciones, los nuevos integrantes estrechaban las manos de los empleados sin mucha emoción, aunque algunos parecían estar contentos con la llegada de ambos.

—Sabina, ¿ayudarás a Celeste con sus cosas? —Le preguntó Vitto.

—Por supuesto, señor Vitto —le hizo una reverencia—, será un placer —anunció con una sonrisa la joven que oscilaba los treinta años.

—¿Hablás español? —formuló sorprendida Celeste.

—Sí, señorita. Para nosotros es nuestro segundo idioma —emitió la mujer y Vitto carraspeó.

—Otros decidimos borrar por completo ese idioma, puesto que no nos corresponde saberlo —dijo una de las señoras más grandes—, en todo caso, quien llega nuevo debe tomarse la molestia de saber de manera fluida italiano —dijo con hostilidad.

—Luisa... —la nombró Vitto quedando perplejo.

Scusi, signore Frumento, però non lavorerò più qui (Perdón, señor Frumento, pero no trabajaré más aquí) —su voz sonó tan seria y seca que se quitó el delantal y lo tiró al piso.

La mujer se dio media vuelta y desapareció de allí. Cuatro personas más hicieron casi lo mismo que Luisa, dándole una disculpa a Vitto, renunciaron a sus trabajos.

—Perdón... —giró la cabeza para mirar al dueño de la Villa—, no pensé que nuestra presencia iba a traer renuncias.

—Ni yo tampoco, Celeste. —Le aseguró—. Lo dejaré claro de ahora en más —les habló a las otras cinco personas—, se hablará en español, quien quiera hablar nuestro idioma, deberá traducir luego para que Celeste y Alan los entiendan también. ¿Está claro? —expresó mirándolos.

—Sí, señor Vitto —dijeron los cinco.

—Quien quiera renunciar, lo puede hacer. Nadie les obligará a permanecer en un lugar donde no están cómodos.

Los cinco se mantuvieron en el lugar y Vitto volvió a hablar.

—En ese caso, a partir de ahora seremos nueve personas dentro de la Villa.

—Alan y yo podemos aprender más italiano —confesó Celeste a su suegro y a los demás—, no queremos obligarlos a que hablen español, nosotros podemos aprender italiano, por eso no habría problemas —les explicó—. No queremos exigirles algo que no tendrían que hacer estando justamente en su propio país.

—La entendemos —anunció Domenico—, no nos será un inconveniente hablar español, teniéndolo como un idioma más entre nosotros.

—Está bien —le regaló una sonrisa.

—Sabina, acompaña a Celeste a su cuarto por si quiere descansar un par de horas y Romolo, acompaña a Alan al suyo porque me parece que es el más cansado de todos.

—Sí, señor —dijeron los dos y cada uno llevó a los argentinos a sus respectivos dormitorios.

Mientras los vio alejarse del hall de entrada, clavó la mirada en su mayordomo.

—¿Dónde está? —Alzó una ceja.

—En su oficina, señor.

Vitto luego de darle las gracias y pedirle a los demás que siguieran con sus labores para estar bien organizados en el día para la ceremonia nupcial, se encaminó hacia donde se encontraba su hijo.

—¿Acaso piensas trabajar hoy también? —cuestionó mordaz.

—Sí, hasta que sea la hora del enlace.

—¿No piensas conocerla mucho antes? —Quiso saber.

—No tengo ganas de conocerla antes.

—Te obligo a que lo hagas, aunque sea por cortesía. No seas así, Alessandro. La chica no te hizo nada.

—Aceptaste con tu amigo que su hija y yo nos casáramos, ¿crees que no me hiciste nada? —Lo miró furioso—, quizás no ella, pero tú sí porque sabías bien qué opino al respecto de lo que ambos sabemos. Y aunque ella no hizo nada en mi contra, tiene la misma nacionalidad que la ligera de mi madre —dijo con sequedad.

—No te atrevas a hablar así de ella, ya te dije mil veces que lo que tuve con ella, no te incumbe a ti —escupió tajante y golpeando un puño contra el escritorio.

—Pero se olvidó del hijo, ¿no? —Le arremetió y el hombre calló—, si quieres que la conozca, la espero en una hora aquí y me importa un cuerno si está cansada —le respondió volviendo a firmar y sellar unos papeles bancarios.

Alessandro, era banquero y a su vez barón de los pueblos y ciudades que iban desde Bari hasta Lecce. El título a pesar de tenerlo por herencia, no solía ejercerlo y mucho menos ahora que se había casado hacía pocos días atrás y por civil. No iba a permitir que el título lo usara alguien que compartía nacionalidad con su madre, una mujer a la que con los años le tomó rencor por haberlo abandonado con tan solo 13 años, a él y a su padre para irse con otro hombre.

Con los años terminó por convertirse en un hombre distante, frío y serio, alguien que era de pocos afectos y que no solía demostrar emoción y cariño frente a los demás. Era calculador e imponente, no soportaba las mentiras y tenía sangre caliente. Y toda esa personalidad debía tener un rostro sin igual, Alessandro era esculpido tanto de cara como de cuerpo, su complexión era atlética con músculos, de pelo castaño oscuro tirando a negro, una nariz perfecta, unos ojos azules, unos labios carnosos en forma de corazón el labio superior, la mandíbula era semi cuadrada y lo terminaba con un poco de patillas y unas cejas negras semi gruesas. Pero lo que más imponía era su altura de casi dos metros.

—Una cosa más, ni se te ocurra pedir nietos —contestó demasiado serio.

—Yo no pediré nada... —le declaró—. Solo será cuestión de tiempo —habló entre dientes sin que su hijo lo escuchara.

—Más te vale.

Minutos después, Vitto se encontró con Sabina para que le avisara a Celeste que en una hora tenía que presentarse en la oficina de Alessandro para conocerse.

Pronto la mujer reanudó su caminata hacia el cuarto de la muchacha para darle el aviso.

—Señorita Celeste, perdón que la moleste de nuevo, el señor Vitto me acaba de informar que dentro de una hora su marido quiere conocerla dentro de la oficina.

—Por favor, me gustaría que me llames Celeste.

—De acuerdo —asintió con la cabeza también.

—Decime... ¿Cómo es o qué debo esperar de él? —interrogó con nervios—, vos lo conoces desde hace años y quiero saber a quién me enfrento.

—El señor Alessandro es... —se quedó callada—, pues... El señor Alessandro es impredecible, creo que esa es la palabra que más le queda.

—¿Impredecible? —Quedó estupefacta y abrió más los ojos levantando las cejas—, ¿cómo tengo que tomar esa palabra?

—Es como un huracán, cambia de estado de un momento a otro. No es bipolar, tiene temperamento y a veces puede llegar a ser amable. Jamás hubo irrespetuosidad por su parte hacia nosotros, pero es como todas las personas, tiene momentos malos y momentos buenos, es un hombre derecho al que no le gustan las mentiras y las faltas en los demás.

—Entiendo —la escuchó con atención—, ¿tengo que vestirme de alguna manera o crees que así estará bien? —formuló queriendo saberlo.

La joven llevaba un jean, un suéter de hilo con un par de zapatillas y en el pelo una trenza común. No llevaba aros ni ninguna joya o accesorio.

—Estás bien así, Celeste. Acuérdate que dentro de unas horas vienen a prepararte para la unión, la capilla está a unas calles de aquí, por lo que... No sé si sabes que las novias de aquí deben caminar por las calles hacia la iglesia.

—No tenía idea de eso —abrió un poco más los ojos.

—Si el camino es largo, obviamente se va en coche, pero si son solo pocas calles, lo hacen a pie.

—Está bien. Haré lo que sea necesario.

Ante las palabras de la joven, Sabina creyó que la chica pensaba que su llegaba aquí era para casarse con el barón y ser una sirvienta o que debía de hacer las cosas por obligación por miedo a un regaño.

—Celeste, discúlpame que te lo pregunte, pero... ¿qué crees que pasará una vez que te cases por iglesia con el barón?

—¿El barón? —Su pregunta fue inesperada para ella porque solo sabía que su marido era banquero.

—¿El señor Vitto no te lo ha dicho? —Fue Sabina quien cuestionó dudosa.

—¿Qué cosa tenía que decirme?

—Que tu marido es el barón de Ostuni. En realidad, es el barón desde Bari hasta Lecce. Su padre lo es también, pero le cedió varias cosas a su hijo, cuando contraigas matrimonio con él por la iglesia, el título será completamente del señor Alessandro.

Celeste negó con la cabeza y volvió a hablar:

—No sabía nada de eso.

—Perdón si fue sorpresivo, es posible que más adelante te lo irían a decir, pero creí que tenía que hacerlo porque vi la preocupación en tu rostro cuando me dijiste que ibas a hacer lo necesario. Celeste, no serás una sirvienta casándote con el señor Alessandro, serás la señora de la Villa.

—Entiendo —asintió con la cabeza también.

—Te ayudaré a desempacar mientras se hace la hora para conocer a tu marido.

—De acuerdo —su voz sonó trémula.

Entre ambas pusieron la ropa y lo que había traído con ella de productos personales dentro del vestidor, no era mucho y cuando terminaron, Sabina se ofreció a cepillarle el pelo y hacerle una trenza más prolija para que estuviera un poco más arreglada para el dueño de Villa Elixir.

La argentina se había quedado sentada y con un sinfín de pensamientos de cómo sería su marido, y de cómo sería tratada por él. Pero, tan solo haberse dado cuenta que no estaba para recibirlos en el momento de su llegada, le dio una idea de cómo era en verdad y ante aquel pensamiento supo que no era del todo de su agrado tenerla ahí.

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