🎖️Capítulo 30🎖️
Dogana Resort
Habitación
A la mañana siguiente el primero en despertar fue Alessandro y salió de la cama para pedir el desayuno en el cuarto. Cuando colgó, se dirigió al baño para darse una ducha y luego salió con una toalla alrededor de la cintura. Vio a Celeste dormir plácidamente y sonrió al verla tan tranquila después de la noche anterior que tuvieron. Si tenía que catalogarla, diría que había sido fogosa y quizás se quedaba corto porque no solo era así, sino que le había mostrado su lado cariñoso también.
La joven se movió y abrió un poco los ojos para estirarse.
—¿Qué hora es?
—Las ocho.
—¿Ya nos vamos? —Se sentó en la cama.
—Todavía no. He pedido el desayuno a la habitación.
—Está bien.
—¿No quisieras quedarte hasta el lunes?
—¿Hasta el lunes? Tengo que llevar a Alan al instituto.
—Mi padre o mi hermana lo pueden hacer —le dijo poniéndose la ropa interior.
—No sé.
—Es sí o no, Celeste. Creo que tu hermano te está pidiendo a gritos que vivas tu vida también sin preocuparte tanto por él.
—¿Hablaste de eso con Alan? —cuestionó abriendo más los ojos y levantando las cejas quedándose sorprendida.
—No, pero me doy cuenta. Lo vas a terminar ahogando de tanto que lo persigues.
—No lo persigo.
—Lo haces, no te das cuenta, pero lo haces, yo lo veo de afuera y tu actitud es de una madre y no de una hermana.
—Lo crie y creo que es normal que lo sienta así.
—Claro que sí, pero el chico necesita despegarse de ti también, necesita vivir su vida de adolescente con amigos.
—Algo que yo no tuve —susurró.
—No —respondió y se sentó en el borde de la cama del lado de su esposa—, pero puedes disfrutar de otras cosas —le acarició la mejilla—. ¿No te gustó lo de anoche?
Celeste sintió las orejas y mejillas arder, y entreabrió la boca.
El golpe en la puerta rompió la burbuja que se estaba formando entre ellos dos y la cama.
—Servicio de habitación, ya regreso —le dijo, dándole un fugaz beso en los labios.
Ella se tiró de nuevo en la cama y él cuando dejó el carrito en el cuarto se metió desde los pies para subir sobre su esposa. Le besó la cara interna de cada muslo y llevó la lengua a su centro. Celeste abrió con desmesura los ojos.
—Se nos enfriará el desayuno.
—Podemos calentar el café luego, hay una cafetera.
—No es lo mismo.
Sintió otra sensación de calor en su bajo vientre.
—Alessandro, no sigas, me incomoda un poco.
—¿Y lo de anoche no? —preguntó y alzó la cabeza para mirarla a los ojos y ver cómo estaba ruborizada.
—Lo de anoche fue a oscuras.
—Ni tanto, yo veía la expresión de tu rostro cuando lo disfrutabas.
A la chica se le incendiaron las mejillas y quedó muda.
Su marido subió quedando cara a cara y comenzó con un beso en los labios para bajar por el cuello y los pechos.
—Estás muy vestido.
—Y así me quedaré —le sonrió.
Se desabrochó el pantalón con ayuda de Celeste, le puso el preservativo y se ubicó entre sus piernas al tiempo que la ayudó a ella a poner sus piernas alrededor de su cintura.
Villa Elixir
El lunes regresaron a la villa y en esa misma semana Alan se juntó con sus amigos del instituto para realizar el trabajo práctico en la casa del Barón. Celeste se estaba terminando de arreglar el pelo en un chunguito para recibir a su hermano y sus compañeros de curso, pero primero abrió el estuche de terciopelo que le había dejado Alessandro sobre el tocador. Eran aros, unos preciosos aros modernos de brillantes. Cerró la cajita y la guardó dentro de uno de los cajones del vestidor, lugar que todavía no tenía nada extravagante o sofisticado, tan solo pocas prendas que había usado para un par de eventos. Salió del dormitorio y se encontró con su marido que la arrinconó contra una de las paredes del pasillo para besarla con pasión.
—Es una lástima que tengan que venir estos tres pubertos y destruyan la tranquilidad que hay en la casa.
—Querés tenerme solo para vos.
—Sí —le sonrió mostrándole sus perfectos y blancos dientes.
La besó abrazándola por los hombros y le dio picos en la mejilla y cuello.
—Van a llegar en cualquier momento, Aless —le dijo entre risitas y dándole besos en la boca luego de que él regresara sus labios a los de ella.
—No se van a horrorizar por ver unos besos.
—La clase de besos que me estás dando no son para que adolescentes de casi 14 años los vean —respondió con seriedad y él le sonrió de lado mientras la miraba con atención.
—Se acabó la tranquilidad —bufó cuando escuchó el coche de su padre.
Celeste se rio y se separó de él para sacarle el labial que tenía en los labios.
Su padrino, Vitto, había traído a los chicos por la tarde de ese jueves luego de la salida del colegio.
Los tres adolescentes se enfrentaron al dueño de la villa y a su esposa. Pero quien intimidaba era Alessandro con su semblante serio y distante. Miró a cada uno y les habló:
—Buenas tardes, jovencitos. Espero no escuchar una risa o murmullo porque han venido a realizar un trabajo del instituto —su voz hizo temblar a más de uno y Celeste se carcajeó ante las caras que ponían.
—Aless, no seas así con los chicos, no hay estudio sin un poquito de diversión, deja de ser serio porque los estás asustando.
Para los tres adolescentes era la primera vez que veían tan de cerca al barón y a la hermana de su amigo, si bien la conocían ya, tenerla muy cerca hizo que los tres le sonrieran embelesados.
—Baronesa —le reverenció uno y le siguieron los otros dos.
—No —abrió más los ojos—, solo soy Celeste para ustedes y para los demás, acá ninguno tiene que tratarme de usted o reverenciarme, por favor, solo quiero que me llamen por mi nombre.
—Come il colore del cielo (como el color del cielo) —dijo uno de ellos.
—Certo, come quel colore (Sí, como ese color) —le sonrió.
Los chicos se quedaron sorprendidos ante la fluidez con la que les habló en su idioma y los tres le sonrieron mucho más.
—Sei bellissima (Eres bellísima) —habló con honestidad, pero con respeto, Romeo.
—Grazie (Gracias) —les sonrió de nuevo.
—E anche sorridi (Y también sonríes) —quedó encantado, incluyendo a sus dos compañeros.
—Chiudi la bocca, perché potrebbe entrare una mosca (Cierra la boca, porque capaz que te entra una mosca) —declaró Alessandro cortando el momento de fascinación que tenían los tres adolescentes por su esposa.
—Pueden ponerse en el comedor para que estén más cómodos —les ofreció la joven mientras los guiaba.
La chica iba por delante del grupo y Alan le metió un codazo a Giulio para que dejara de mirarle el trasero a su hermana y los otros dos se rieron.
Los cuatro se sentaron y sacaron las cartucheras, las carpetas y los libros, sin contar con que tenían a mano sus teléfonos móviles por si necesitaban más información. Por otro lado, Celeste regresó a la entrada donde todavía estaba Alessandro.
—Creí que te habías ido a la oficina.
—No me gustan nada, sobre todo el último que te miraba el culo —echó humo de las orejas.
—Si eso decís, entonces vos también me lo mirabas —se carcajeó.
El barón quedó sorprendido ante la espontaneidad con que se rio y fue una de las pocas veces que la vio feliz de verdad.
—Yo soy tu marido, tengo derecho a verlo, lo puedo hacer las veces que quiera, ese púbero tiene las hormonas alborotadas.
—Vos fuiste adolescente también, es normal que miren, Aless.
—Las chicas lo hacen también.
—¿Te miran también? Me imagino que lo hacen y no está mal.
—No hablaba de las chicas de ahora, hablaba de tu adolescencia.
—Estoy más que segura que lo hacían, pero no fue mi caso, el único hombre que vi desnudo fue a vos, así que por mi parte no puedo decirte mucho.
El barón vio que Celeste se alejaba de él.
—¿Adónde vas? —La siguió por detrás.
—A la cocina, les voy a preparar una merienda.
—Soy un chico más, quiero la merienda yo también.
—¿Estás celoso? —le preguntó entre risas—. Ya estás grande para actuar así —lo miró con atención—, pero si querés te puedo llevar un café con algo dulce.
—Me parece bien —le dijo y se acercó a ella para besarle la frente—, nos vemos en unos minutos —salió de la cocina y Sabina la observó con una sonrisa de alegría.
Celeste quedó emocionada ante su actitud y sonrió de felicidad.
—Parece que el señor está de buen humor, ¿verdad?
—Sí, desde que volvimos de Apuglia que está feliz, pudimos resolver las discusiones por culpa de Gemma.
—Se nota. Tengo la certeza de que la villa volverá a su esplender otra vez —comentó.
—Es lo que más me gustaría, Sabina, vivir feliz con él —declaró al tiempo que ponía en la bandeja todo lo necesario—. Iré a llevarles la merienda.
Luego de dejarles las tazas y varias clases de dulces, se dirigió al despacho para dejarle un café y los mismos dulces a su marido.
—Acá tenés tu merienda, chico grande —se la dejó en un rincón del escritorio.
—Gracias, ¿has visto el regalo que te dejé en tu dormitorio?
—Sí, me encantan, pero no creo que pueda usarlos.
—¿Por qué no? Tengo varios sobres de eventos sociales y puedes usarlos, así como también usar linda ropa, acordamos en que debías comprarte prendas de vestir y tan solo el día que fuiste con Bianca y conmigo lo has hecho.
—No quiero gastar tu plata.
—Lo deberás hacer, Celeste, ya hablamos de este tema también, no quiero volver al pasado —le contestó y ella asintió con la cabeza.
—Y supongo que Alan se tendrá que quedar con tu papá o con tu hermana, y tampoco tengo que preocuparme por eso, y tengo que pensar un poco en mí, ¿no?
—Tú misma te has respondido todo —le admitió dándole la razón—. Y yo seré el que se preocupe por ti y te cuide, es mi responsabilidad como esposo tuyo que soy, Celeste.
—Nos cuidaremos mutuamente —le sonrió y él se levantó de la silla para acercarse a ella—, tenés que tomarte el café antes de que se te enfríe.
—Después lo beberé.
Antes de que la muchacha le dijera algo más, tocaron a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó Alessandro.
—¿Mi hermana está con vos?
—Sí —afirmó—, Celes, ¿podés ayudarnos con algo de contabilidad? No entendemos un pomo —se quejó.
—Ahora voy, Alan.
—Yo les daré una clase magistral —respondió con sarcasmo caminando hacia la puerta.
—¿Les explicarás vos? —Frunció el ceño.
—Sí, quedarán mudos y quietitos haciendo el trabajo práctico —rio por lo bajo.
Los dos salieron de la oficina y se dirigieron hacia el comedor.
—¿Qué está pasando aquí? —cuestionó con seriedad y los tres se levantaron de las sillas.
Alan se carcajeó cuando los vio cómo se habían puesto de pie como tres resortes.
El Barón se acercó a ellos y los observó con atención.
—Van a tener que sentarse si quieren que les explique sobre la asignatura.
Los tres se sentaron de nuevo.
—¿Dónde están los balances? —les preguntó.
Simone le acercó la carpeta con algo de miedo.
—¿Usted nos explicará? —quiso saber Romeo con algo de intriga.
—Así es, mi esposa no sabe mucho de este tema.
—Celeste sí sabe de contabilidad —refutó Alan y Alessandro lo fulminó con la mirada.
El chico se quedó callado y dejó que su cuñado les explicará.
—Les indicaré los paso a paso —los observó a cada uno, incluyendo a Alan.
—Gracias, señor —respondió por los demás y por él, Giulio.
Cuando después de media hora tuvieron su clase magistral por el barón y este les dejó varios ejercicios para que practicaran y luego pudieran hacer el trabajo práctico bajo su supervisión, Alan se excusó con ellos para alejarse y hablar con su cuñado.
—Me di cuenta después de lo que intentabas hacer, perdón.
—No pasa nada, pero controla a tus amigos.
—Ya les dije que otra vez no los traigo si no dejan de mirarla.
Alessandro se rio por lo bajo ante las palabras del chico.
—Ve con los demás, en un rato iré para ver cómo avanzan con el trabajo del instituto, ¿cuándo lo tienen que presentar?
—El jueves que viene, pero aprovechamos en adelantarlo porque tenemos otros exámenes.
—Bien. Si hoy no llegan a terminarlo, pueden venir mañana o el sábado.
—¿En serio? —Levantó las cejas y abrió más los ojos quedándose sorprendido ante el ofrecimiento del barón.
—En serio —le dijo—, ahora vuelve con tus amigos.
El adolescente solo asintió con la cabeza y le regaló una sonrisa, se giró en sus talones y regresó al comedor mientras que el italiano iba a la cocina para estar con Celeste.
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