🎖️Capítulo 3🎖️
Ostuni, Italia
Tres días después de que Vitto se comunicara con Celeste por teléfono, él y su abogado se encontraban dentro del despacho del segundo, intentando que el primero entrara en razones por algo que estaba dispuesto a llevar a cabo casi sin el consentimiento de su hijo, un hijo que rara vez se ponía de acuerdo con su padre y que la mayoría de las veces terminaban discutiendo.
—A tu hijo no le gustará nada esto que vas a hacer, Vitto.
—Lo sé, pero ya hablé con él y aunque tuvimos una fuerte discusión, terminé haciendo lo que me parecía correcto. La Villa necesita una nueva mujer.
—Puede elegir a alguien de aquí —comentó el abogado.
—Sabes bien porqué lo estoy haciendo —lo miró fijamente.
—Sí, pero no es la manera.
—No hay otra manera, Michele —lo miró con determinación.
—Yo lo dudo, pero tú sabrás lo que haces —levantó las manos en señal de tratar de no insistirle más a su cliente de toda la vida.
—¿Puedes preparar los papeles y los certificados de matrimonio?
—Sí, pero llevará tiempo.
—Apura los papeles, yo sé que puedes hacerlo. Es más, me gustaría que ambos firmaran el mismo día, ¿puede ser?
—Podría ser posible.
—Mientras tanto, comunícate con tu hija para que los papeles de la joven sean entregados en sus manos y que los firme delante de ella.
—¿Qué intentas hacer? —formuló intrigado y uniendo las cejas.
—Ya sabes bien lo que acordé con mi mejor amigo, no puedo negarme y aunque te parezca una locura para mí no lo es. Tengo otro motivo por el cual quiero que ellos dos se unan en matrimonio.
—Creo que solo estás viendo tu propio bien y no el de ellos, ni siquiera sabes si se gustarán o si llegarán a algo más. Ya sabemos que Alessandro no es un hombre muy amable y comprensivo.
—Le daré un escarmiento a mi hijo, uno que espero, termine doblegándolo.
—No siempre te salen bien esas ideas que tienes, Vitto y creo que estás cometiendo un error, entiendo que tu amigo te lo pidió y tú lo aceptaste, pero me parece que les harás daño a ambos —admitió con preocupación en su voz.
—El único daño que hubiera, sería el no casarlos y que Alessandro se llene de odio, más del que tiene encima.
—Y a esa chica la vas a terminar condenando, porque vivirá bajo la sombra de alguien que el pueblo y la ciudad terminó por repudiar falsamente.
—Lo entiendo bien, pero no puedo negarme porque me lo pidió mi mejor amigo, incluso, creo que, si él no me lo hubiera pedido, iba a hacer algo por sus hijos. No están pasando un buen momento económico, tú ya sabes de esto Michele.
—Lo sé, pero sigo diciéndote que cometes un gran error. Aún así, intentaré preparar los papeles para que los dos los firmen el mismo día.
—Hazlo pronto porque ya pasaron tres días desde que hablé con ella y le aseguré que no pasaría la semana.
—Le diré a mi hija que empiece a tramitar los papeles y que viaje a Buenos Aires.
—Te lo agradezco, Michele. Mientras tanto acelera tú los papeles de mi hijo para que el día que Celeste quiera de la semana en que tu hija vaya, firmarán ambos.
—¿La llamarás de nuevo para preguntárselo? —cuestionó muy curioso.
—No sería mala idea, lo haré.
Vitto se retiró del despacho de su abogado y cuando se metió dentro del coche emprendió el regreso a la villa.
La misma se encontraba casi en la cima del pueblo de Ostuni, que estaba pintado de blancas casas y árboles, con callecitas empedradas y muy pintoresco, tenía encanto y parecía sacado de un cuento de hadas, sus habitantes eran alegres y amables.
Vitto se había criado allí, junto con su familia y luego junto a su esposa e hijos, unos hijos que ya eran adultos. Su hija Bianca, tenía veinticinco años y vivía en una de las casitas del pueblo, había querido independizarse y vivir de lo que había estudiado, agronomía, y en el pueblo era necesario tener una persona que supiera de agricultura de manera profesional para que los habitantes pudieran trabajar la tierra de buena manera. A Bianca no le interesaba mucho el título de baronesa, pero de vez en cuando acompañaba a su padre a algunos eventos.
En cambio, Alessandro, el hijo mayor tenía veintinueve años y vivía en la villa junto con su padre y la servidumbre. Trabajaba en el banco del pueblo, una casa acondicionada para que fuera una pequeña sucursal del banco central de la ciudad donde estaba Vitto. No usaba el título de barón y no tenía intenciones de desempolvarlo para ir a eventos u obtener beneficios, aunque siempre los ciudadanos y los pueblerinos, le daban regalos e invitaciones y algunas veces lo llamaban milord. Prefería quedarse trabajando detrás del escritorio antes que hacer actos de presencia en fiestas. Alessandro era técnico en gestión de bancos y empresas financieras, lo que era una gran ayuda para los que vivían allí, puesto que les facilitaba las cosas y no debían moverse tanto para poder tener sus ahorros respaldados.
Vitto y sus hijos eran los que regían el pueblo y las ciudades que estaban dentro del título nobiliario, todo lo que sucedía, bueno o malo debía ser resuelto por ellos, aunque el hombre mayor daba la cara por sus hijos, pero no le disgustaba porque le agradaba lo que hacía.
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Buenos Aires, Argentina
Giuseppina tocó el timbre de aquel departamento bonaerense y la chica que lo habitaba junto a su hermano, le abrió la puerta cuando miró por la mirilla que se trataba de una mujer. Sabía bien que era la persona de la que el señor Vitto le había comentado.
—Hola, debes ser la mujer que el señor Vitto me nombró.
La fémina quedó sorprendida y asintió con la cabeza seguida de una sonrisa amable.
—Pasa, te estaba esperando. No sabía el día, pero supuse que vendrías antes de la fecha que elegí para firmar los papeles. Por favor, sentate. Disculpame que te hable así, si te molesta, hablo con formalidad.
—No te preocupes, te entiendo de todas maneras.
—¿Puedo ofrecerte una taza de café, té, agua?
—Si tienes café, una taza estaría bien.
—Perfecto.
—Mientras tanto me pondré a trabajar.
La mujer se sentó y apoyó su portafolio en la mesa seguido de varios papeles más.
—¿Estas son las cosas que te pidió Vitto que tengas a mano?
Celeste giró la cabeza para mirar la mano de la italiana.
—Sí.
—Bien —comentó y encendió la cámara de su teléfono móvil para sacarle fotos—. Los trámites casi están listos, con esto de ahora estaría completo, cuando ambos firmen se sellaría la unión.
Alan se encontraba dentro de su cuarto terminando la tarea para mañana y paró la oreja contra la puerta escuchando con atención lo que aquella mujer le decía a su hermana, salió de allí estando asustado y sorprendido por lo que Celeste estaba haciendo.
—¿De qué unión hablás? —cuestionó intrigado.
—Tu hermana se casará —respondió Giuseppina por ella.
—¿Te casas? ¿Con quién? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Me vas a dejar? —Los ojos de Alan se llenaron de lágrimas ante la angustia que estaba sintiendo en aquel momento.
—No, Alan, no te voy a dejar. ¿De dónde sacas esas cosas de que te voy a dejar? —Frunció el ceño ante lo que le decía su hermano—. Que me vaya a casar no quiere decir que te voy a abandonar.
—Casarse es juntarte con alguien más e irte de la casa.
—No siempre pasa eso.
La abogada sintió que había quedado excluida de repente de la conversación entre los hermanos.
La argentina creyó que le debía una buena explicación a su hermano y era mejor hacerlo a solas.
—Perdón que haya surgido esto, pero prefiero que vengas mañana, si te parece bien, tengo que hablar con Alan y antes que hacerte esperar es mejor que nos veamos mañana para terminar con esto, si no te viene mal.
—No, para nada. Discúlpame tú por hablar de más, creí que lo sabía.
—No te preocupes, hoy en la cena se lo iba a decir, pero es mejor que se haya adelantado la conversación que tenía pendiente con él.
Celeste acompañó a la abogada hasta la puerta una vez que esta guardó todo y se saludaron, diciéndole que estaría allí a las cuatro de la tarde del siguiente día.
—¿Con quién te casas? —Volvió a preguntarle—. ¿Con el tarado del hijo del pizzero?
—No, con ese no.
—¿Con quién entonces? ¿Con Martín? Ese te lleva el doble de tu edad.
—Tampoco, aunque el abogado ya me ofreció casarme con él.
La cara de su hermano fue una interrogación y se quedó callado.
—¿Te pidió matrimonio? —formuló uniendo las cejas.
—Sí, pero ya está. —Emitió sin darle más detalles—. No es con él tampoco.
—¿Entonces? —Le hizo un gesto facial de intriga y queriendo saber.
—Con el hijo del tío Vitto.
—¿En serio?
—Sí —tragó saliva con dificultad.
—¿Y lo conoces por foto? Creo que nunca me contaste de él.
—No te lo conté porque no era tan importante y mi mente no estaba para cosas como las de ahora. Y no, no lo conozco por foto tampoco. Solo me caso.
—Una razón tenés.
—Papá le pidió a Vitto que aceptara que yo me case con su hijo y su amigo le dijo que sí.
Los dos se quedaron callados. Hasta que Celeste reanudó la conversación.
—Vitto se ofreció a pagar las deudas también.
—A cambio de que te cases con el hijo.
—No, fue algo que nuestro papá le pidió a él y vivir en Italia. Los dos, vos y yo.
—¿Y si no quiero?
—No hay otra opción, Alan. Vení, vamos a sentarnos —le comentó ofreciendole un asiento y ella se sentó frente a él—. Hace unas semanas atrás hablé con Martín, para pedirle que te cuidara durante la mañana para yo poder conseguir un trabajo, pero me dijo que no podía —pausó la conversación y luego volvió a hablarle—, ante lo que me contestó y que vos te terminaste lastimando, decidí que lo mejor era aceptar lo que me dijo Vitto, quiero que vivas bien y seguro. Y sobre todo, sin pasar necesidades.
—¿Y vos? —Quiso saber su hermano.
—Hago lo correcto. Lo que papá quería para los dos.
—No veré más a mis amigos —los ojos del adolescente se llenaron de lágrimas de nuevo.
—Nadie te asegura eso, Alan —le acarició las mejillas para reconfortarlo y le dio un beso en la mejilla y otro en la frente.
—¿Qué haremos allá? No conocemos a nadie.
—Sí, al tío Vitto y nos terminaremos por acostumbrar, es lo que hacen los Albarelos, ¿o no? A pesar de las dificultades siguen adelante, y nosotros tenemos que hacer lo mismo, esa es una de las cosas que nos enseñó papá, a no caer.
Celeste lo abrazó por el cuello y Alan lloró en su hombro.
—¿Estás más tranquilo? —Se preocupó por él y lo miró a los ojos, el jovencito asintió con la cabeza y ella le quitó las lágrimas—. No te dejaré solo, te lo aseguro, Alan. Si esto me tocó, le haré frente y vos me vas a acompañar, para que los dos tengamos un poco de tranquilidad.
—Está bien —dijo con la voz trémula—. Pero no me gustó que decidieras eso.
—Se lo pidió papá a Vitto y fue un poco difícil negarme también, no solo por lo que nos está pasando sino porque fue lo último que quiso para nosotros. ¿No te parece?
—Sí, pero... —Volvió a llorar—, pero no es justo.
—Mi amor, casi nada en la vida es justo y tenemos que aprender, y a enfrentar las situaciones que nos tocan de la mejor manera posible. ¿Querés una taza de chocolatada? Así te ponés mejor.
—Bueno —la barbilla le temblaba aún y su hermana trató de hacerle lo mejor que podía, reconfortándolo con una taza de su chocolatada preferida.
Después de haber calmado a su hermano, lo ayudó a terminar la tarea, mientras deseaba que las cosas fueran bien para los dos a partir de aquel momento.
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