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🎖️Capítulo 26🎖️

Villa Elixir

La vida de casados de Celeste y Alessandro iba muy bien, habían basado su relación en la confianza y la fidelidad mutua, habían dejado todo lo malo atrás, sin embargo, en la mitad del mes de mayo los ciudadanos y pueblerinos supieron de la llegada de la anterior novia del barón, Gemma, que se instalaba en el pueblo una vez más.

Celeste entró al despacho de su marido luego de darle unos golpecitos a la puerta.

—¿Querés que sigamos hablando de lo que planeaste para mi hermano?

—No ahora, Celeste, por favor, no estoy de humor.

—¿Querés contarme?

—No me vas a solucionar nada contándotelo, así que, prefiero que no.

—Sé que no te voy a solucionar algo, pero podés ser sincero conmigo. Lo que te preocupa desde hace días atrás, también me preocupa a mí, ¿o no?

—No —dijo tajante y le clavó la mirada—, no te concierne. Lo de tu hermano se verá en los primeros días de junio, hay tiempo para eso aún, solo es cuestión de organizarlo todo bien y hacer unas llamadas, nada más.

—¿Volvió el Alessandro frío y déspota? —preguntó con énfasis y acercándose más al escritorio.

—Si me sigues insistiendo, sí y te repito que no estoy de humor, no quiero hablar ahora, por favor, retírate.

—Tan solo es hablar, nada más.

Alessandro golpeó el puño contra el escritorio y Celeste dio un respingo echándose para atrás. Se dio media vuelta y se fue de allí. El barón suspiró y se apretó el puente de su nariz cuando agachó la cabeza.

El cambio repentino de humor por culpa de su exnovia, lo estaba alejando de nuevo y de a poco de Celeste. Gemma era altanera, soberbia y egocéntrica, características que lamentablemente no había visto cuando salía con ella. La última vez que se vieron fue en el palco del teatro en Bari y haberla visto después de un tiempo prolongado, le sentó como una patada en el estómago, se irritó apenas la vio, pero trató de no hacerle ver el cambio drástico de humor que tenía encima por culpa de ella.

Esta vez, era parecido el encuentro inevitable, volvía luego de unos meses y se presentaría también en el festival del vino en Bari, donde Celeste y él estaban invitados como los barones de Ostuni.

Alessandro se levantó del asiento y salió de la oficina con rumbo a donde casi siempre encontraba su esposa, en la cocina, pero se sorprendió y alzó las cejas al no verla ahí.

—Sabina, ¿dónde se encuentra Celeste?

—En el cuarto, creo que me dijo que iba a acomodar unas ropas.

El italiano salió de inmediato de allí para ir directo hacia el cuarto de su esposa.

Entró sin golpear y miró la ropa que estaba sobre el diván de los pies de la cama.

—¿Qué haces?

—Acomodando mi ropa.

—¿Te irás?

—¿Estás curioso por saberlo? ¿Se te fue el malhumor de recién?

—Lo siento, no era mi intención responderte como lo hice.

—Quisiera saber lo que te pasa.

—No es un problema sinceramente.

—¿Entonces? —Lo miró a los ojos.

—Sé por los demás que ha vuelto Gemma.

—Tu expareja —respondió y él asintió con la cabeza.

—Estará en el mismo festival al que iremos en Bari.

—El del vino.

—Exacto, y sé cómo es ella y sé cómo eres tú, y no me gustaría un escándalo en público.

—El que tuvimos la noche de la ópera no lo fue, y perdón si no querés un escándalo, pero si ella comienza a decirme ciertas cosas, no esperes que me quede callada.

—No quiero que te rebajes a su altura, ya sabemos cómo de arpía es.

—¿No querés que me rebaje o no querés que yo quede como una ridícula o que los demás hablen mal de mí?

—Todo eso que dijiste, no quiero nada de eso.

—Me querés callada y que me insulte entonces.

—Lo que intento decirte es que, si ella dice algo fuera de lugar, seré yo quien la ubique.

—Gracias, pero sé defenderme sola —contestó con seriedad y segura de sí misma.

—¿Por qué no dejas que los demás se preocupen por ti, Celeste?

—No estoy acostumbrada a eso, sé que estos días que pasaron lo hiciste tanto vos como tu hermana, mi hermano y tu papá, pero no me siento cómoda cuando me cuidan porque siempre creí que eso era mi deber.

—Pero ya no. Puedes preocuparte y cuidarnos, pero tienes que aceptar que los demás se preocupen por ti también, yo quiero cuidarte y protegerte —declaró poniéndose frente a ella y acariciando una de sus mejillas.

—Está bien, lo aceptaré, pero con una condición.

—¿Cuál? —Alzó una ceja mirándola intrigado.

—Que yo también le responderé si me humilla o dice cosas para insultarme de alguna manera.

—De acuerdo, tú ganas —le dijo abrazándola por los hombros y apretándola contra su cuerpo.

—Gracias, ¿ves que no fue tan difícil decirme lo que te estaba pasando? —le cuestionó mientras lo miraba a los ojos.

—Tienes razón, pero si antes no te lo he dicho fue porque no quería que te preocuparas, aunque sé que mi humor no era bueno y no debí contestarte como lo hice.

—Ya me dijiste por qué estabas así, no tenés que repetírmelo.

—¿Qué ropa estás acomodando?

—Son prendas nuevas que Bianca me trajo la vez pasada y recién ahora me las puse a acomodar.

—¿Usó la extensión de mi tarjeta?

—No lo sé, supongo que sí —se quedó un poco cortada ante la pregunta.

—Espero que lo haya hecho.

—¿Por qué?

—Porque estas son cosas que tendría que pagar yo y no tu cuñada.

—Con lo que Guido me da de las tartas estoy ahorrando.

—Lo sé, pero ese dinero puedes gastarlo donde quieras, pero deja que yo te pague lo que quieras, con esto que te digo no pretendo manipularte o tenerte bajo control, puedes hacer lo que quieras, puedes hornear tartas y armar ramos de flores, puedes no hacer nada también, eres libre Celeste, y si quieres ahorrar ese dinero, lo puedes hacer mientras gastas de lo que tengo.

—No entiendo a lo que quieres llegar.

—Las prendas que tu cuñada te compra no están al alcance de un ahorro común y corriente, ¿me entiendes ahora?

—Ah, son ropa de marca, lo sé y sé también que mis ahorros no pueden amortiguar una prenda de alguna de esas marcas. Estoy ahorrando no solo para mí sino para pagarle unas clases particulares de contabilidad a Alan.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—Nunca me lo preguntaste y él me pidió que averiguara por un profesor.

—¿Lo encontraste?

—Sí, pero todavía no lo llamé. Necesitaba saber algunas cosas porque yo no las entiendo, nunca me fue bien en esa materia.

—¿Tiene examen?

—No, es sobre ese trabajo práctico que te comenté hace días atrás, el que tienen que presentar con el grupo de compañeros para dicha materia.

—¿Cuándo acordaron reunirse?

—No me dijo todavía, pero sé que la presentación es a mediados de junio.

—Pues entonces dile que se reunirán aquí el fin de semana siguiente al festival de vinos.

—¿Estás seguro? —inquirió sorprendida.

—Lo estoy, es más, que vengan al mediodía para que almuercen y estén más activos para prestarme atención.

—¿Prestarte atención? —Inclinó la cabeza y frunció el ceño.

—Sí, yo les daré la clase de contabilidad, soy banquero y sé de cuentas, balances, arqueos de caja y todo eso.

—¿Estás seguro de que vas a poder darles la clase a un grupo de cinco adolescentes? —repitió con dudas.

—Muy seguro.

—Bueno, entonces se lo voy a decir. Gracias por ofrecerte a enseñarles.

—De nada —le comentó con una sonrisa y luego le dio un beso en la boca.

El beso iba aumentando de intensidad hasta que Celeste se olvidó de acomodar la ropa y él de volver al despacho para terminar de llenar unos papeles bancarios. Lo único que querían en aquel momento era amarse de nuevo y así lo hicieron, cayeron en la cama y estando semidesnudos, se amaron con pasión.

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