🎖️Capítulo 25🎖️
El barón se acercó a ella para sujetarla del brazo y darle la vuelta con el motivo de inclinarse y besarla en los labios.
—Creo que es un buen momento para desvestirme.
—¿Por qué no me desvestís vos primero? —se lo preguntó con algo de audacia, pero con nerviosismo en su voz también.
—De acuerdo.
Celeste se quitó la insignia dejándola sobre la cómoda y regresó adónde él estaba. A pesar de la altura de los tacos, tuvo que ponerse un poco más en puntas de pie para darle un beso en los labios.
Alessandro la estrechó entre sus brazos y le correspondió el beso. Ella le desanudó la pajarita y le desprendió el primer botón de la camisa.
—Levanta el vestido —le dijo él.
El hombre se hincó de rodillas y de a una le quitó las sandalias. Se puso de pie de nuevo y volvió a besarla. Apenas se separaron ella llevó sus manos a la nuca para sacarse la gargantilla, pero él le pidió que se la dejara.
—¿Por qué?
—Porque lo encuentro más sensual.
—De acuerdo, pero me parece que será algo incómodo.
—Para nada —negó con la cabeza y le sonrió—. Oye, has quedado bajita eh —le contestó mirando su altura sin las sandalias.
Ambos se rieron y entre besos, caricias y palabras de amor se desnudaron y quedaron bajo las sábanas.
—Creo que te compraré dos gargantillas más, una con el color de tus ojos y otra con el color de los míos.
—Qué vanidad la tuya —rio con espontaneidad.
—Te queda preciosa estando desnuda —respondió dándole un beso y se ubicó entre sus piernas.
—Supongo que gracias por el cumplido —le respondió y sintió su hombría empujar de a poco en su interior.
—Alessandro...
—Celeste, por favor, no me frenes.
—No lo haré porque yo también lo quiero. Hace mucho tiempo que espero este momento con vos.
—Fui un idiota por haber esperado tanto tiempo en estar así juntos, perdóname, Celes —expresó con sinceridad y mirándola a los ojos.
—Ya pasó, no tenés que pedirme perdón, ya no estoy más disgustada o enojada con vos, solo quiero que las cosas funcionen entre los dos.
—¿No está funcionando desde hace algún tiempo?
—Sí y me gustaría que siguiera así.
Alessandro no le respondió, simplemente la besó de nuevo para dejarle saber con el beso que así sería. Intentarían que las cosas funcionaran entre ellos, porque él también estaba enamorado de ella y Celeste de él también.
—¿Te encuentras bien? —cuestionó el hombre habiendo entrado por completo en su interior.
—S-sí —abrió los ojos cuando escuchó su preocupación—. Estoy bien, solo necesito unos segundos para procesar esto.
—Tranquila, no hay apuro, bambola.
—De acuerdo, solo espera hasta que me adapte a vos, por favor.
—No tienes que suplicarme, Celes, puedo esperar mientras te doy besos —le emitió acercando su boca a la femenina.
Se besaron, más él la llenaba de besos para que estuviera cómoda y se relajara, mientras que la acariciaba para que disfrutara de lo que estaba pasando entre ellos también. A medida que Alessandro le realizaba aquellas cosas, tuvo la necesidad de bajar hacia sus pechos y sujetarlos para luego llevárselos a la boca y degustarlos.
El gemido que emitió Celeste le dio una clara señal de que estaba disfrutando del momento y de a poco fue relajándose. El barón volvió a hundirse en su interior cuando sintió que estaba a mitad de camino al haberse movido para besar su cuerpo y sus pechos, y ella gimió otra vez.
—¿Sigo? —le formuló mirándola de nuevo en la penumbra del dormitorio y vio en su delicado cuello los destellos de los brillantes que tenía la gargantilla.
—Sí, seguí.
—Esa gargantilla te queda perfecta, pareces gloriosa.
—Gracias —lo observó con atención y se ruborizó a pesar de que no le viera las mejillas sonrosadas más de lo que eran.
Alessandro la besó de nuevo y ella correspondió a aquel beso, lo abrazó por el cuello, levantó un poco más las piernas para enredarlas a la cintura masculina y él se acomodó mejor para poder amarla.
El desenfreno de pasión llegó cuando Celeste se adaptó aún más a su marido y pasaron toda la noche enredados entre las sábanas.
Quedaron rendidos, exhaustos y satisfechos como si aquella noche no hubiera sido la primera que pasaban juntos.
Como se lo había afirmado horas antes a su esposa, Alessandro le hizo el amor una segunda vez para dejarle más claro lo mucho que estaba enamorado de ella. Terminaron quedándose dormidos alrededor de las cuatro de la madrugada hasta las diez de la mañana del día siguiente en donde se dieron una ducha, se vistieron, fueron a desayunar y luego pasearon por Bari. Se sacaron fotos, caminaron por las callecitas pintorescas tomados de la mano, almorzaron en un restaurante al aire libre, continuaron paseando a pie, compraron varias cosas y saludaron a quienes los saludaban también.
El lunes luego de desayunar, Alessandro condujo hacia Ostuni, pero pasaron primero por Puglia, para que Celeste conociera un poco del pueblo.
—Si quieres, cuando vayamos a Bari de nuevo para la degustación de vinos, nos quedaremos unos días aquí, ¿te gustaría?
—¿Y tu trabajo?
—Podría dejar a cargo a un conocido que trabaja en lo mismo que yo, por eso no habría problema. Y si estás pensando por tu hermano, tiene gente a su alrededor para que lo cuide también, como me lo has dicho antes, eres su hermana y no su madre.
Celeste se mordió el labio inferior y supo que tenía razón.
—Está bien, si crees que no vas a tener problemas con tu trabajo y Alan estará bien, acepto.
—Alan sabe cuidarse solo, te lo aseguro, y como te he dicho antes, hay gente con él.
—Lo sé, es un chico muy inteligente y sé que no le molestaría que yo me vaya de viaje, casi siempre me dice que tengo que disfrutar más y no estar pendiente de él.
—Y tiene toda la razón, pero entiendo también que por las cosas que ambos pasaron y que te tuviste que hacer cargo del hogar, de tu padre y de él, sigas estando preocupada y tratando de cuidarlo siempre que puedes.
—Cambiando un poco de tema, aunque es relacionado a mi hermano.
Alessandro la miró fugazmente y luego regresó la vista al camino que estaba delante de ellos.
—¿Qué pasa con él?
—Me contó hace unas semanas atrás que tienen un proyecto en el instituto y no saben dónde reunirse para empezar a realizarlo.
—Si el grupo en el que Alan está es de varios chicos, tienen varias casas para elegir.
—Le dije que arreglara un día y un horario para que fueran a hacerlo en la Villa, y le dije también que como estabas tan enojado conmigo, no ibas a decir nada cuando los vieras porque te ibas a tener que morder la lengua.
—¿Y ahora que no estamos distanciados los dos qué harás?
—Ya sabe que pueden venir a hacer el trabajo práctico, pero no me confirmó nada todavía.
—Tenías que haberme pedido permiso primero.
—No desde que nos llevamos bien —le comentó pasando la mano por la nuca masculina y enterrando los dedos en su cabello—. ¿Te gusta Aless?
—Sí, bambola, me gusta —le expresó levantando los hombros y llevando hacia atrás la cabeza—, pero no dejas que me concentre.
—Lo siento —le respondió y puso su mano sobre el regazo de ella.
—No lo sientas, no has hecho nada malo, pero es por precaución.
—Sí, claro. Lo entiendo.
—A no ser que quieras que aparque en un rincón y ya sabes lo que pasará —susurró seductor con una sonrisa de lado.
Celeste se ruborizó por completo, dentro del auto, a plena luz del día, estando solos, sintió que se sofocaba de repente.
—Me gustaría más en un lugar cómodo, no pretendo que sea siempre en lugares así, pero lo prefiero por ahora, más cuando solo dos veces lo hicimos.
—Perfectamente entendible, entonces cuando lleguemos, nos iremos derechito al cuarto —rio ante la expresión que le había puesto su esposa apenas terminó de decirle aquello—. Tranquila, Celes. No haremos nada hasta la noche, si es que quieres, por supuesto.
—Supongo que sí.
—¿Has estado cómoda las dos veces que lo hemos hecho? ¿Te gustaron?
—Ya sabes que sí me gustaron y estuve cómoda, y supongo también que a medida que pasen los días me acostumbraré a esto nuevo.
—Lo harás, bambola —le dijo acariciando su mejilla.
Continuaron paseando dentro del coche mientras Celeste sacaba fotos del paisaje y dos horas más tarde llegaron a la Villa.
Los recibió Sabina junto con Bianca que estaba a la expectativa de lo que le diría su cuñada cuando se vieran. Frutilla se fue enseguida a los pies de su dueña y esta la alzó en sus brazos.
—El señor Vitto se fue a buscar a Alan al instituto —les avisó la mujer.
—Gracias, Sabi —le contestó la chica con una sonrisa.
—Tú —le habló su cuñada—, me contarás cómo la pasaron —entrelazó el brazo con el suyo y la arrastró hacia el cuarto.
—No quiero que mi hermana sepa de nuestras intimidades —acotó tajante Alessandro.
—No te preocupes, solo le contaré la sorpresa que me diste de la ópera.
—¿Fueron a la ópera? —Alzó las cejas quedándose sorprendida.
—Sí y usamos el palco de tu mamá.
—Cuéntame de eso, por favor —le expresó con emoción y ambas caminaron hacia el cuarto de la joven.
—¿Quiere algo para beber y comer, señor?
—No, Sabina, te lo agradezco, nosotros ya hemos almorzado.
—¿Cómo les ha ido el viaje?
—Muy bien, superó mis expectativas y las de ella creo que también.
—Me alegro, señor. Si me disculpa, seguiré acomodando lo que había dejado.
—Ve tranquila, Sabina.
Varias horas después de reencontrarse de nuevo con Alan y Vitto, y haber cenado, Celeste y Alessandro estaban dentro de la cama, abrazados y charlando luego de hacer el amor.
—Le dije a Alan que cuando quisiera podía traer al grupo con el hará el trabajo práctico del que me comentaste.
—¿Se lo dijiste? —le preguntó sorprendida.
—Sí y me dio las gracias.
Ambos se quedaron callados y fue el hombre quien habló de nuevo.
—El cumpleaños de Alan es en junio, ¿verdad?
—Sí, el 24. ¿Por?
—Porque como parte de su regalo de cumpleaños me gustaría entregarle el título de Sir. No puede tener la de barón porque ese es un título solamente para los descendientes directos, pero sí puedo otorgarle ese título —le respondió pensativo y luego continuó hablándole—. Lo he estado pensando desde hace semanas atrás, un título así es para las personas que no poseen títulos nobiliarios, pero que sepa que tienen algo para aportar a la sociedad. Y creo que con catorce años que cumplirá, es una buena edad para que lo nombre Sir Alan Albarelos, tiene agallas, es bien directo con sus palabras y no le teme a nada, sin contar con que se enfrenta a cualquiera con tal de defender lo que quiere.
—No pensé que tuvieras intenciones de otorgarle un regalo así.
—Las tengo y por eso te lo estoy comentando, para que lo sepas, el día posterior a su cumpleaños tengo pensado hacer un pequeño evento para su nombramiento.
—¿Alguien más sabe de esto?
—Mi padre y mi hermana también, y ahora tú. ¿Te gusta la idea?
—Sí, pero me parece algo que no tenés porqué hacer.
—Pues lo quiero hacer, formará parte del círculo de la aristocracia también, podrá asistir a cualquier evento que tenga ganas de ir o a los que estemos invitados también, una insignia así es un prestigio.
—No lo dudo, pero no entiendo por qué lo querés hacer.
—Porque pertenece a mi familia también y porque quiero que mi cuñado tenga privilegios también, sin contar con que tiene el respaldo de su padrino, mi padre.
—No va a poder creerlo cuando se dé cuenta que el evento es para él. Muchas gracias —le expresó con honestidad y acercándose a él para darle un beso en la boca—. Sé que una vez te enfrentó porque yo le pedí que al día siguiente te pidiera perdón. ¿Qué te dijo?
—Me dijo que sabía usar la escopeta porque su padre le enseñó y que me iba a hacer saltar si te ponía una mano encima de manera inadecuada. —Su cara fue seria—. No me disgustó lo que me respondió, pero sí me dio miedo su actitud y comprendí que ese muchachito no le tiene miedo a nada y ni a nadie.
Celeste se quedó perpleja ante las palabras de Alessandro y se carcajeó echándose sobre el colchón.
—Alan no sabe usar la escopeta y nuestro papá tampoco le enseñó a tirar —se lo comentó entre risas.
—Se la concedo por buen mentiroso entonces —rio él también ante las palabras que escuchó de su esposa.
Alessandro aprovechó la ocasión de las risas para ponerse encima de ella y mirarla a los ojos.
—Te pondré las manos encima de forma adecuada y más —le habló seductor cerca de su oído.
—Me gustaría eso —lo abrazó por el cuello y le dio un beso en los labios.
Frutilla, que estaba dormitando en el piso, comenzó a gruñir cuando escuchó algunos gemidos provenientes de su dueña, pero ninguno de los dos le prestó atención. Bufó, gruñó entre dientes y trató de dormir otra vez cuando escuchó silencio en la habitación ya que los amantes gemían entre sus bocas para terminar en un orgasmo que hizo que Celeste clavara sus uñas en la espalda masculina y Alessandro se aferrara a la cabecera de la cama con una mano y con la otra de uno de los muslos de su esposa. Luego de aquello unión de cuerpos, terminaron rendidos y durmiendo abrazados.
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