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🎖️Capítulo 18🎖️

Villa Elixir

Dos días después en donde aún se encontraban solos, ya que Vitto solo había ido a verlos para visitarlos, así como también Bianca, y Alan luego de regresar de la casa de verano, el instituto al cual iba había decidido organizar un campamento de primavera, la mañana de ese día fue sorpresiva para Celeste, porque se encontró con Martín sentado en la silla del comedor desayunando con Alessandro.

—Hola, Celeste, ¿cómo andas? —Se levantó para saludarla, pero ella se sentó frente a él limitándose a saludarlo, pero luego intentó ser más cortante con el susodicho—. Estoy bien, gracias, ¿y vos?

Allí mismo, Alessandro se dio cuenta de lo que ella le estaba ocultando desde antes de ayer cuando le había preguntado quién era a pesar de que él había averiguado casi todo, porque estaba seguro de que algo se le había pasado por alto entre el abogado y su esposa.

—Bien también. Me sorprendió que tu marido me haya llamado ayer para avisarme que quería conocerme —le dijo y los ojos de la chica se clavaron en el barón.

Entrecerró los mismos porque presentía que algo raro estaba pasando.

—No tenías porqué venir tan apurado.

—Quería verte de nuevo —admitió y bebió de su café mientras la miraba con atención—. Estás más refinada, no pareces la nena de 19 años que conocí.

—La nena —susurró con ardor en su voz—, sí, porque vos podrías ser mi tío, ¿no?

El barón había entendido casi al instante el juego de palabras entre ellos y no pintaba nada bien.

—Pero no lo soy... tengo a alguien interesado en el departamento —comentó cambiando de tema.

—Hasta donde sabía, no está para alquilar.

—No, alguien lo quiere comprar.

—No lo voy a vender.

—Hace casi por lo menos cuatro meses que viven acá, es tiempo para que te desligues de ese departamento.

—¿Vos decidís lo que tengo que hacer con el departamento? —manifestó con ironía en su pregunta—. Mi papá jamás te dio la escritura del departamento, esa la tengo yo.

—Pedí una. Soy abogado, acordate.

—Sí, me doy cuenta lo gran abogado que sos, ¿no? Como los papeles que hiciste a mis espaldas, ¿o te lo olvidaste? —Le cuestionó demasiado ardida.

—Es mejor que te quedes callada porque no creo que tu marido quiera escuchar lo que hiciste conmigo.

Celeste abrió los ojos con desmesura.

—No te pases de la raya, Martín.

—Vos no te pases de la raya, vamos a contarle a tu marido lo que hacías conmigo —mintió y se reclinó en la silla y se puso de brazos cruzados—, cuando Alan se iba al colegio, ella aprovechaba en visitarme en el estudio de abogacía para coger conmigo.

La chica quedó estupefacta ante la manera de decir esa mentira, sobre todo al pronunciar aquella palabra de manera vulgar.

—¿Tú me jodes o qué? —Alessandro se dirigió al abogado—, ¿me ves cara de imbécil o de qué? —El barón lo fulminó con la mirada mientras tenía una ceja arqueada—. ¿Te crees que me importa lo que hizo antes de casarse conmigo? Señal de que no has sido tan brillante y señal de que estás mintiendo también. Ya desde el momento en que le has dicho que no la veías como la nena que conociste que olí algo raro entre tú y ella —admitió con enojo en su voz.

—¿Por qué aceptaste venir? Yo no tenía ganas de verte —confesó con incomodidad—. Querías saber quién era él, ¿no? —Le habló a su marido mirándolo—, ahí lo tenés —lo señaló con las manos—, un aprovechado, irrespetuoso y degenerado si lo pienso bien, hizo los papeles maritales a mis espaldas para casarse conmigo, llegó al departamento media hora después de que firmara los papeles que me unían a vos.

Alessandro lo miró con fijeza.

—Me dijo que era una inútil, una desagradecida y una pendeja —contestó y su marido la miró con atención acordándose de lo que ella le había preguntado también en su momento—, una estúpida por casarme con vos, que no ibas a tratarme como una mujer fina y ni a darme lujos, solo me ibas a considerar una intrusa y un estorbo, y para usarme si vos te acostabas conmigo. Esa es la verdad de las pavadas que te contó hace un rato, Martín. —Se levantó de la silla—, no quiero verte, y no insistas con que voy a vender el departamento, porque no lo haré. —Insistió con mucha molestia en su modo de hablarle.

—Lo quiero yo.

—No te lo voy a dar —le negó con la cabeza también.

—Vivís en una Villa, no seas tan idiota —dijo y Alessandro se levantó de la silla también para ponerlo en su lugar.

—No tienes derecho a insultarla, puedes insultarme a mí todo lo que quieras, pero a ella no.

—Ya entiendo por qué querías casarte entonces, porque querías el departamento —expresó convencida de aquello—. Te pido por favor que te vayas, no quiero verte.

Celeste se dio media vuelta y se fue a la cocina para prepararse un té.

Los gritos de los dos hombres se escuchaban incluso con la puerta cerrada, Alessandro mostrando su inconformidad en las cosas que decía de su esposa y Martín continuó diciéndole que era una tonta y poca mujer, pero luego de un rato todo se calmó y ella respiró con tranquilidad.

La puerta se abrió y se cerró segundos más tarde.

—¿Por qué no te atreviste a decírmelo antes de ayer cuando te lo pregunté? Sabía de él, pero obviamente no sabía de lo que había pasado entre ustedes.

—¿Crees lo que te dijo? —formuló asustada y se giró para mirarlo.

—No, Celeste. No creí nada de lo que dijo —le afirmó—. Y como lo dije en la mesa, no me importaba tampoco si habías tenido algo con él. Pero supuse que algo no estaba bien cuando me preguntaste de la nada si te consideraba una inútil y después lo nombraste. Fue un error llamarlo, pero necesitaba confirmar cómo era el tipo.

—Pero en algo tiene razón, no hay amor.

—Le dije que ibas a vender el departamento —cambió de tema.

—No decidas por mí, no te atrevas a decidir por mí —manifestó con enojo en su voz acercándose a él—, no se lo voy a vender.

—¿Por qué no? ¿Acaso piensas volver?

—Creo que... a los dos nos vendría bien distanciarnos un tiempo.

—¿Otra vez intentas abandonarme? —Su interrogación la tomó por sorpresa—, creí que estábamos bien y que podíamos conocernos mejor.

—No vayas por ahí, Alessandro. No te atrevas a ir por ahí, nadie te abandona, vos solo dejas que las cosas se marchiten. Cuando te escribí esa carta, pensé que todo iba a mejorar entre los dos y que no ibas a ser tan distante conmigo.

—¿Te olvidas lo que pasó anoche? Me invitaste a dormir contigo y yo no quise.

—¿Y por qué no? Tampoco tenías la obligación de acostarte conmigo de la manera en como los dos sabemos, era dormir, nada más —lo acorraló.

—Me conozco, una palabra va a llevar a la otra, un roce de dedos llevará a otra cosa y cada vez será más fuerte, y no podré frenarme.

—No iba a detenerte —declaró con sinceridad—, a veces siento que... estás disconforme conmigo, otras veces no lo estás, te enojas, te alegras, me odias porque soy argentina como tu mamá, intentas quererme a tu manera y después parece que te arrepentís, y ya no sé qué hacer. Yo no tengo la culpa de lo que pasó entre tus papás y el abandono que les hizo, y no podés compararme con ella. Los problemas de tus papás son solo de ellos, no de los hijos.

—Tienes toda la razón, no tendría que enojarme y tampoco compararte con ella, no es que lo haga, pero intento no pensar en esas cosas, sé que eres diferente, a pesar de que son del mismo país.

—Alessandro, tu hermana y vos son parte argentinos también, aunque no quieras reconocerlo. Vos no sabes lo que tuvieron tus papás, y solo Vitto, lo sabe y si querés respuestas vas a tener que preguntarselas a él.

—Lo sé y postergué por muchos años ese momento.

—Si querés avanzar, vas a tener que afrontarlo.

Celeste lo dejó con aquellas palabras en el aire para que pensara y recapacitara también, ya no quería ser su última opción o bien la persona con la que se desquitaba cuando tenía malhumor, ya no lo toleraba más.

Pasó por su lado y salió de la cocina para caminar hacia el pasillo que conducía a las habitaciones porque se había olvidado de correr las cortinas hacia los costados para que entrara claridad en su cuarto.

Alessandro reaccionó cuando la chica estaba a la mitad de camino. La siguió con determinación, ella lo vio venir con pasos ligeros y no le dio tiempo a preguntarle lo que necesitaba porque en cuanto se puso frente a la joven, la tomó por las mejillas, levantó su rostro para él inclinarse y besarla en los labios. Celeste abrió con asombro los ojos, jamás se habría esperado que la besara así.

—Abrázame por el cuello —le susurró entre beso y beso, y la abrazó por la cintura con un solo brazo ya que la mano libre abrió la puerta del dormitorio para entrar.

Frutilla bajó de inmediato de la cama y comenzó a ladrarle, y a tironearle la botamanga del pantalón.

El barón la puso contra la puerta cerrada y acarició su silueta por encima de la ropa hasta llegar al trasero y apretarle las nalgas por encima del jean.

La argentina casi gimió contra su boca y dejó que su marido bajara con sus besos hasta el cuello.

—Alessandro... —suspiró su nombre con la voz entrecortada.

—Bambola (muñeca) —susurró en sus labios cuando la besó de nuevo.

A Celeste, que ya entendía bastantes frases y textos en italiano gracias a su hermano quien le enseñaba, le pareció lo más bonito que Alessandro le dijera.

—Yo... no sé qué hacerte —respondió con sinceridad.

—No tienes que hacerme nada, solo quedarte conmigo, por favor —confesó frenando los besos, mirándola a los ojos y luego besó sus manos.

Los ojos de Celeste se llenaron de lágrimas y agachó la cabeza.

—En parte quiero volver, para que Martín no pueda conseguir el departamento, yo tengo la escritura, y estoy segura de que habrá chantajeado a alguien para tenerla él también, algo que no le corresponde y que tengo pensado dejarle el departamento a Alan cuando tenga la mayoría de edad —expresó con firmeza—. Pero también tengo miedo de que se invente algo y nos saque a mi hermano y a mí, alegando de que no soy la dueña del departamento, papá me lo dejó a mí, hay papeles legales que constatan de que es mío, y no quiero enfrentar su carácter de nuevo.

—¿Qué te hizo? —La voz de Alessandro sonó seria.

—Intentó pegarme una cachetada cuando le dije que no iba a casarme con él porque ya estaba casada y le dije también que no iba a aceptarlo tampoco porque me doblaba la edad. Fue ahí cuando me insultó y luego amagó con cachetearme. Alan fue valiente y le dijo que si no se iba le partía una silla en la cabeza —rio ante las palabras que recordó de su hermano—, Alan siempre intentó defenderme.

—Ese chico tiene los principios bien claros. Mucho más que los que yo tenía, sabe bien cómo se debe de tratar a una mujer a pesar de que yo lo sé también y no quise hacerlo.

—Quiero ver el lado positivo de las cosas, no te duró tanto.

—Con respecto al departamento, no tienes porqué viajar, se pueden averiguar cosas desde aquí también, recuerda que soy barón y tengo poder.

—Vos mismo dijiste que no ibas a usarlo más —levantó las cejas cuando escuchó aquellas palabras.

—Es lo que te he dicho, pero también puedo cambiar de parecer. Si Martín intenta algo con ese departamento, lo sabré, si busca la manera de falsificar tu firma, lo sabré también, es su palabra contra la de un barón y dudo mucho que quiera meterse con uno. —Notificó con veracidad—, pude haberlo invitado aquí para conocerlo mejor en persona, pero se olvida que tú no estás sola —recalcó con honestidad en su voz.

Celeste lo abrazó por la cintura y se echó a llorar.

—Gracias —su voz retumbó contra la tela de la camisa y él la abrazó por los hombros.

—Bambola... perdón por todo lo que te he hecho pasar.

En la tranquilidad de la habitación solo quedaron abrazados y en silencio, pero la voz de Bianca se escuchó desde el pasillo y ambos salieron para recibirla.

—¡Hola! Vengo a llevarme a mi cuñada para un día de compras —les dijo apenas los vio acercarse a ella.

—No necesito más ropa que la que ya tengo.

—Ve con ella, te hará bien salir, Celeste.

—Yo... no sé.

—Por favor, tengo todo el día libre de hoy porque mañana debo viajar al pueblo vecino para una reunión agrónoma, así que, podemos tener un día de chicas —admitió contenta y entrelazó un brazo con el suyo—, dime que sí, me aburre comprar sola —le hizo un puchero y bajó las cejas.

—Está bien, te acompaño.

—¡Fantástico! —La abrazó por el cuello.

—Voy a buscar un abrigo y la cartera.

—Te espero.

Mientras la chica iba al dormitorio de nuevo, los hermanos se quedaron charlando en la sala.

—Veo que no estás tan ogro con ella.

—No la dejes sola, Bianca, te lo pido por favor.

—¿Qué está pasando? —cuestionó preocupada.

—Desde hace bastante tiempo recibo amenazas, no puedo contarte más, pero trata de estar con ella.

—Lo haré, no te preocupes, ¿le vas a dar dinero o la extensión de la tarjeta?

—No tiene extensión de mi tarjeta.

—Deberías darle una, Alessandro, no seas un agrio.

—Tú no te preocupes por eso, no estoy siendo agrio con ella.

—¿Acaso pasó lo que estoy pensando?

—No, pero tuvimos un gran avance y no puedo negarte de que me ha agradado mucho.

—Ay, me alegro mucho por ustedes —le contestó muy contenta—. Pero, insisto en que tienes que darle dinero.

—Tiene el dinero en la cuenta que le abrí, que jamás lo tocó, así que, insístele en que se compre algo.

—¿Y por qué no se lo dices tú? No seas así, en serio, no seas así con Celeste, hace ya casi cuatro meses que están casados, jamás te vi darle un cariño, nada. Solo la falsedad de besos y abrazos el día de la boda.

—No tenemos por qué demostrarlo en público. Lo que ahora tenemos está siendo verdadero, ninguno de los dos lo está fingiendo.

—Pues me alegro la verdad, porque Celeste no es esa asquerosa de Gemma.

—No la nombres, por favor, ni siquiera me la hagas acordar. Hasta hace pocos minutos atrás, Celeste quería volver a su país.

—¿Por qué? —Abrió más los ojos con asombro—. Ni siquiera tiene más familiares allá. Ella y Alan están bien con nosotros.

—Cometí el error de invitar aquí, por así decirlo, a Martín, el abogado de su padre, para conocerlo, hace dos días atrás la escuché nombrarlo y aunque yo sabía quién era, necesitaba verlo cara a cara. Tiene intenciones de aprovecharse de ella, le quiere comprar el departamento que tienen en Buenos Aires, y le está insistiendo en que se lo tiene que vender sí o sí, pero le he dicho que se quedara tranquila, que no estaba sola y que el barón iba a tomar cartas en el asunto.

—Vaya, vaya, por fin te veo en acción, Alessandro —declaró con firmeza Bianca—. ¿Qué sientes por ella después de estos meses que pasaron juntos? Puede que no estén enamorados todavía, pero por la manera en cómo me dices las cosas, están bien y con ganas de conocerse mejor.

—Ambos tenemos ganas de conocernos más, te lo diré más claro, me obligaron a casarme con una mujer que no estaba en mis planes y me encontré con una chica que no esperaba, es muy diferente a las mujeres de aquí, incluso distinta a quien fue mi expareja.

—¿Y eso es malo o es bueno? —Levantó una ceja observándolo.

—Es bueno, creo que lo es, solo quiero que a partir de ahora se exprese más conmigo.

—No se expresa porque tú de un principio actuaste con seriedad y haciéndola a un lado, más que tu esposa, es tu sombra. ¿Eso quieres en tu matrimonio o alguien que camine a la par tuya?

—Primero que nada, quiero que hable más conmigo, que se exprese, que hable sin miedos.

—Pues eso se lo vas a tener que decir tú, demostrarle que la quieres, no cuesta nada, Alessandro. No seas insensible, tienes tu carácter fuerte y una personalidad que abruma a los demás, pero no tienes que ser así con Celes.

—Me cuesta, pero estoy tratando de ponerle temas de conversación para que ella reaccione.

—¿Qué pasa que no viene? —formuló la mujer refiriéndose a su cuñada.

—Voy a ver que sucede.

El italiano caminó hacia el cuarto de su esposa para golpear la puerta y preguntar si podía pasar.

Ella le pidió un minuto y cerró la maleta metiéndola detrás de la puerta del vestidor. Se acercó y le abrió.

—¿Estás bien?

—Sí, no encontraba la cartera.

Alessandro la miró con fijeza porque no le creía del todo, la esperó a que saliera de allí.

—Tienes la cuenta del banco a tu nombre y dinero en ella. Gástalo, Celeste.

—No sé usar una cuenta de banco y no tengo necesidad de comprarme algo.

—Sí, la tienes, porque a partir de hoy es oficial el título. A partir de hoy haré uso del título de barón.

—Podés ir sin mí, podés ir a donde te inviten sin mí. Ya los dos nos dimos cuenta de que no encajo en lugares así.

—¿Te refieres a la noche de las copitas de más? —cuestionó con gracia.

—Sí, por eso, creo que no estaría bueno acompañarte en algún evento.

—No puedes pensar así, y es normal cuando no estás acostumbrada a beber alcohol, pero volviendo al tema de ahora, no te lo estoy pidiendo como barón sino como tu marido, cómprate ropa.

—Hace dos días atrás me dijiste que no podía salir de acá y que si lo hacía tenía que ser en compañía de alguien, o con vos o con un guardaespaldas, pero Bianca es mujer, ¿te crees que le van a hacer caso a una mujer?

—Sí. El pueblo y la ciudad la quieren.

—Y a mí me repudian —sus ojos se pusieron vidriosos—. Y llegué a pensar que disfrutabas la manera en cómo me humillan.

—No lo disfruto para nada, pero no puedes estar aquí siempre, si sales es con alguien, simple.

—Entonces, quiero que vengas vos también con nosotras.

Celeste habló con firmeza, con seriedad y sin atisbos de dudas en su voz. Quería ver si era capaz de aceptar algo así impuesto por ella, quería que la entendiera, quería que la respetara y que la amara también. Quería todo con él. No quería ese trato indiferente que casi siempre la hacía a un lado, aunque las cosas estaban cambiando entre ellos. Siempre se había catalogado ella misma como esposa de nombre y no por algo más, no de todo lo que implicaba ese título. Por eso quería irse de ahí, por una parte, agarrar a Alan e irse de regreso a su país natal, aunque no tuvieran nada cuando llegaran, prefería estar sola que con un marido que no la tenía en cuenta a pesar de las situaciones entre ellos que hacía que se entendieran un poco más.

—De acuerdo, iremos los tres, al fin y al cabo, no iba a ir al banco hasta después del mediodía.

La argentina abrió más los ojos sorprendiéndose, pero no le dijo más nada. Solo asintió con la cabeza y cerró la puerta para caminar a la par suya hacia la sala.

—Iré con ustedes —notificó Alessandro.

—Entonces los dejo solos, hago mal tercio.

Su risita puso nerviosa a Celeste.

—No, quiero que vengas, en definitiva, vos tenés que comprarte lo que necesitas.

—Pero puedo ir otro día.

—No, los tres o nada.

—Está bien —contestó su cuñada.

Los tres se metieron dentro del coche del barón, estando este conduciendo hacia la ciudad. Habían tomado el camino trasero donde conectaba la villa directo a la ciudad, sin pasar por el pueblo de Ostuni. Las personas dentro del vehículo estaban en silencio hasta que a Bianca se le ocurrió preguntar por la fecha de cumpleaños de Celeste.

—Nunca te pregunté por tu cumpleaños, ¿cuándo es? —Quiso saber con alegría.

—Dentro de poco —fue lo único que le dijo.

—¿Podrías decirlo? —insistió su cuñada.

—El 8 de mayo.

—Ya... es la semana que viene, ¿y pensaste en algo?

—¿En qué? —Curioseó.

—En festejarlo.

—No tengo ganas de un festejo.

—Sé que la situación es rara, pero no es malo festejar un cumpleaños, ¿antes lo festejabas?

—Sí. Me llevaba a la pastelería de un hotel de Buenos Aires a merendar. Después cuando nació Alan, nos llevaba a los dos —rio con nostalgia en su voz—. Cuando las cosas no empezaron a ir bien, obviamente, ajustamos muchas cosas, salidas, viajes, y todo lo demás. Lo empecé a entender cuando tenía catorce años y terminé por hacerme cargo de Alan y de papá, y un poco de las cosas del hogar.

—Como cuando intentabas cocinar y hornear esa tarta de café, ¿no? —habló Alessandro y ella lo miró.

—Sí, como eso también.

—¿Has viajado a otros países? —Volvió a preguntar Bianca.

—No me acuerdo mucho, era chica, me acuerdo de los últimos viajes que hicimos, Brasil, Uruguay, México, Colombia, el sur de Argentina. Estábamos bien económicamente por lo que pude intuir con los viajes y cosas que me compraba y luego nos compraba a los dos, pero cuando papá enfermó, de a poco las cosas no fueron yendo bien, hasta quedar con deudas —comentó y quedó incómoda con lo que les había contado porque después de eso, había aparecido Vitto con lo que le dijo del trato con su padre y todo había sido raro, y apresurado.

Bianca vio la manera en cómo estaba Celeste y cambió de tema drásticamente para no hacerla sentir más incómoda y avergonzada de lo que ya creía que estaba la joven.

—¿Y Alan cuándo los cumple?

—En junio. El 24. ¿Y ustedes?

—Yo el 20 de julio —dijo Bianca.

—El día del amigo en Argentina.

—El 7 de mayo —acotó Alessandro.

El viaje no fue tan largo y el hombre estacionó en una de las calles alejadas del centro de la ciudad para poder caminar. Los tres se bajaron del coche y comenzaron a recorrer las calles, Bianca arrastraba a su cuñada de tienda en tienda, ella compraba y la joven solo se limitaba a darle el visto bueno o no tan bueno en cómo le quedaban las ropas que se probaba.

—¿Por qué no te pruebas esta falda? —La descolgó del perchero y se la mostró—, mira qué linda que es, se te vería preciosa —admitió y se la acercó a su cuñada.

—Bianca, no. Por favor —le respondió con algo de incomodidad y angustia en su voz.

La italiana la miró con fijeza a los ojos y asintió con la cabeza mas no le dijo algo más.

—Señor Frumento, ¿le apetece un café? —Le ofreció la dependienta.

—No, gracias. Ofrécele un té a la señora.

—No tenemos té —su voz sonó un poco asquerosa.

—No pasa nada, no tengo ganas de tomar algo.

—¿De tomar? Será beber, señora Frumento —casi se rio ante la manera de cambiar el verbo cuando se refería a bebidas.

«Y si sabes que significan lo mismo, ¿por qué tenés que recalcarlo?», tuvo unas tremendas ganas de decirle Celeste, pero se calló, como casi siempre lo hacía para no generar discordias, para no generar odios innecesarios entre la familia Frumento con los ciudadanos y los pueblerinos porque ella no tenía derechos para discutir o imponer, ni siquiera para opinar o defenderse cuando la atacaban injustamente por ser de la misma nacionalidad que la madre de los hermanos Frumento.

—La semana pasada tenías té —dijo Bianca saliendo del probador—, y tú me ofreciste uno.

—Se nos agotó.

—No tengo sed, estoy bien así —remarcó de nuevo—. Gracias.

Alessandro quedó disconforme con la respuesta que le había dicho la mujer que atendía la tienda, puesto que supo que estaba mintiendo.

Se acercó a uno de los percheros de vestidos y fue mirando con atención cada uno hasta que encontró el que le gustaba, color cielo con falda por la mitad de las rodillas y con volados, y levemente ajustado al cuerpo, lo más lindo era el estampado, con flores amarillas y escote corazón.

—Te lo pruebas —expresó con firmeza el barón.

—No vine para comprarme algo.

—Te lo pruebas, Celeste —repitió sin prestarle atención a lo anterior que le dijo.

—Es hermoso el vestido —contestó Bianca con alegría—. Ve al probador —la animó.

—No creo que le entre, es talle único —susurró la dependienta, pero la argentina la escuchó.

Y con bronca fue a probárselo para poder comprobar si le entraba o no.

Cerró la puerta y lo colgó, y de a poco se desvistió para sacarlo de la percha y ponérselo. No pudo cerrar del todo el cierre que tenía en la espalda.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó su cuñada.

—Ya salgo.

—Muéstranos cómo te queda, por favor —respondió y Celeste se mordió el labio inferior.

Era la primera vez en mucho, mucho tiempo que se ponía ropa nueva. No iba a negar que le gustaban esas cosas, pero habían sido algo muy secundario cuando se debían priorizar otras cosas más importantes. Y sabía que la ropa nueva iba a traer, posiblemente, una discordia.

La muchacha abrió la puerta del probador y salió ante las miradas atentas de los tres. La mujer que atendía la tienda se quedó boquiabierta cuando la vio, Bianca dio palmaditas y Alessandro no pronunció palabra alguna, solo inspeccionaba.

—Te queda bien.

Bianca casi le grita.

—Creo que te ves hermosa, el vestido te queda divino.

—Gracias —replicó la chica y se giró en sus talones haciendo que los volados se movieran con gracia y delicadeza.

Minutos posteriores y saliendo del probador, Bianca estaba pagando por sus ropas mientras que Alessandro pagaba el vestido de su esposa.

—Creo que voy a tener que envolverlo para regalo —le notificó la dependienta a Celeste refiriéndose al vestido.

En silencio, la argentina se lo entregó y se quedó esperando detrás de ellos.

—Disfrútalo —confesó el barón entregándole la bolsa en sus manos.

—Gracias —habló incómoda.

Apenas salieron de la boutique, caminaron unas calles más y luego regresaron a la residencia. Al cabo de media hora, dejaron a Bianca en su casa en el pueblo y ellos subieron hacia la colina donde se encontraba la villa Elixir.

—No te dije que vinieras con nosotras para que me compraras algo —intentó justificarse.

—Ya lo sé y no sentí que tu pedido fuera como una obligación para que te comprara una prenda.

—Te lo agradezco de verdad —le repitió Celeste.

Alessandro se acercó a ella y la besó en los labios. Con una sonrisa, ella se giró en sus talones para ir hacia su cuarto, pero él la siguió.

—¿Qué te parece si me acompañas al festival que se realizará en Bari?

—¿A cuál? —Lo miró expectante.

—Tenemos una invitación para fines de mayo allí, es un festival para degustar vinos que el pueblo prepara. Y me gustaría que te estrenes el vestido que te compré.

—Bueno, me lo estrenaré para ese día e iré con vos si querés —le sonrió.

—Lo quiero —contestó regalándole otra sonrisa—, me iré al trabajo —se acercó a su boca para darle otro beso mientras la tenía sujeta de las mejillas—. Cualquier cosa me llamas, cerca del teléfono de línea hay una agenda, está el número del banco o el mío personal.

—De acuerdo —asintió con la cabeza.

Frutilla se acercó también y este la levantó en sus brazos para acariciarle la cabeza y luego se la entregó a su dueña. Alessandro se fue de la Villa al tiempo que Celeste y su mascota lo despedían desde la entrada.

¡Hola! El capítulo de hoy creo que amerita un aplauso y alegrías para Alessandro que se está comportando como todo un caballero y hermoso con ella. ¿Será que pronto habrá un acercamiento entre ellos más íntimo? ¿Qué opinan?

¡Las leo! 😊

Un besito, 💜🦋🍁

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