UNA ENCRUCIJADA
Nelia les había mostrado a los elfos todos los Orbes que poseían. Cylian estaba completamente impresionado, pero, a la vez, también sentía una rabia muy profunda. Sin embargo, se mantuvo sereno mientras los Orbes estuvieran en posesión de simples mortales.
Durante milenios, los elfos eran los encargados de proteger los Orbes sagrados. Y ahora, después de que su raza los cuidara como se debía cuidar un objeto sagrado, un grupo de mortales los llevaban cubiertos con simples trapos y también iban montados a caballo. Si él fuera el portador de tan gloriosa responsabilidad, los cubriría con tela hecha con polvo de estrella y los llevaría en carrozas de oro, llenas de piedras preciosas y rindiendoles tributo a cada momento.
—¿Qué dice, majestad, nos va a ayudar? —preguntó Nelia.
—Claro que sí, solo déjenme traer un mejor transporte para los dioses. ¡Πεγασυς!
Cinco pegasos bajaron del cielo, eran de color plateado y poseían una elegancia incomparable. Cylian acarició a cada uno de los pegasos y luego puso en marcha su improvisado plan.
—Son hermosos —declaró Gessa.
—Por favor, si son tan amables de posar a los dioses en las monturas —pidió Cylian.
—Alto, no vamos a entregar los Orbes así de primeras —objetó Nelia
—Oh, no se preocupe, están en el reino de los elfos, no hay lugar más seguro. De hecho, usted debería saber que fuimos los primeros guardianes de los dioses —le aseguró Cylian.
—No es eso lo que me preocupa —replicó La Dama.
—Nelia, por favor, no hagamos enojar a nuestros anfitriones —intentó mediar Antón.
Nelia sospechaba demasiado de Cylian, pero al final aceptó de mala gana y puso los cinco Orbes en los pegasos. Cylian silbó una leve orden y los pegasos emprendieron el vuelo al instante, poseían una velocidad impresionante y salieron del campo de visión del grupo en tan solo unos segundos.
—¿Les gustaría acompañarnos a cenar? —ofreció Cylian.
—Será un gran honor cenar con los elfos —declaró Antón.
Cylian los guío hacia la ciudadela. Las calles estaban hechas de mármol dorado, las plantas tenían piedras preciosas en los tallos, incluso las casas estaban hechas de oro y madera lo que reflejaba comodidad y grandeza. Siguieron caminando a través de la mítica ciudad y la gente se detenía para observar al grupo. Los niños eran los más curiosos, ellos los observaban como si fueran animales extraños, incluso murmuraban cosas que Antón no quería traducir.
Al final del recorrido se percibía un jardín precioso, lleno de arbustos dorados que tenían la silueta de elfos con arcos. También había una fuente que tenía su propio riachuelo y, al final, se encontraba una enorme casa hecha de mármol y madera; el techo tenía ornamentos de oro y marfil, los marcos de las ventanas eran de caoba, las columnas estaban llenas de diamantes y tenían inscripciones grabadas, ciertamente esa casa incitaba a quedarse y no salir nunca.
En la entrada había dos estatuas del señor Cylian, y Nelia las observó con cierta repulsión, Antón percibió esto, pero no quiso hacer comentario por miedo a que hubiera alguna repercusión. Entraron en la casa y dos sirvientes encapuchados y con máscaras los recibieron. Cuando uno de ellos intentó tomar la espada de Nelia, la dama lo derribó con una patada.
—¿Qué intentabas?
—Oh, es verdad —exclamó Cylian —, aquí no se permiten armas, si son tan amables de entregar todas sus armas a mis sirvientes, se los agradecería de corazón.
Los viajeros hicieron caso de mala manera y entregaron todo su armamento. Nelia tenía un muy mal presentimiento, pero decidió cooperar. Antón asintió en agradecimiento. Cylian los condujo hacia el comedor; una enorme sala con una mesa rectangular de al menos tres metros estaba en el centro.
—Lamento que todo haya sido tan improvisado, usualmente no recibimos visitas de extranjeros.
—Todo está excelente —replicó Antón.
—Me alegro que lo vea así —Cylian silbó y los sirvientes trajeron la cena.
Comieron hasta que no pudieron más, fue un gran banquete. Cylian apenas y probó un bocado, en cambio Sam repitió tres veces un platillo. Y tenía razón en hacerlo, no sabía cuando volvería a degustar un festín de es a magnitud.
—Cuando hayan terminado, me gustaría que me acompañen a tomar una taza de té en mi jardín. Tenemos asuntos de que hablar.
—Será un honor.
Siguieron al elfo al jardín y la imagen que este proyectaba, les recordó demasiado al santuario, incluso Cylian tenía su propio quiosco. Los sirvientes prepararon la mesa y sirvieron el té.
—Te recuerdo que el mío es con miel —dijo Cylian a su sirviente y esté asintió.
—¿Por qué no se lo ordenó en su lengua? —cuestionó Nelia.
—¡Nelia!
—Ja ja. No sé preocupe, veo que eres una mujer muy desconfiada.
—Soy atenta a los detalles, es todo
—Mejor hablemos de cosas más importantes…
Guidu se acercó a la pequeña reunión que se estaba llevando a cabo, pero como no entendía la mitad de las cosas que estaban diciendo al poco rato se quedó dormido y sus ronquidos eran bastante molestos. Cylian ordenó que se lo llevarán, pero el troll era bastante pesado y no pudieron moverlo, así que la charla continuó.
—Nimag se ha hecho muy poderoso y aún más con la ayuda de las sombras de Rak —comentó Cylian —. Sin embargo, no veo como mi pueblo pueda ser de utilidad.
—Mi señor elfo, usted debe ayudar en esta guerra, los elfos son parte de éste mundo.
—¡No me salga con eso! Yo sé bien que los humanos no podrán ganarle al ejército oscuro, pero mi pueblo es primero y no los obligare a luchar en una guerra que ellos no pidieron.
—¿Y qué hará cuando Djevel salga? Él sabe que su pueblo está oculto; tarde o temprano los encontrará y no habrá nadie que pueda detenerlo.
—Señorita, usted está colmando mi paciencia.
—¡Usted es un…!
—¡Suficiente, guardias!
Los guardias los amenazaron con arcos y lanzas. Cylian dio la orden de encerrarlos. El alboroto despertó a Guidu y al ver lo que estaba sucediendo, intentó agarrarlo con sus largos brazos, pero antes de que pudiera tocar al elfo, este sacó una espada y con una gran velocidad y precisión le cortó la cabeza al troll.
—¡No! —gritó Dara con dolor.
—¡Cometes un error Cylian! —exclamó Nelia.
—Al contrario. Los dioses están seguros ahora. Llevenselos —ordenó Cylian mientras limpiaba la sangre de su espada.
Los guardias los llevaron a los calabozos que Cylian tenía en su propia casa. El aire olía a podrido y además no había luz, así que Alec vió una oportunidad y la aprovechó, se volvió invisible y se apartó del grupo. Encerraron a los demás en las celdas y los guardias abandonaron la habitación.
—Bien hecho, Antón —masculló Nelia.
—¿Cómo iba a saber que nos iban a encerrar?
—Pero sí podíamos saber, ¿Qué pasó con la habilidad de Gessa? —preguntó Nelia.
—Yo… —Gessa se sintió sumamente avergonzada.
—La tengo yo —dijo Sam, cubriendo a Gessa.
—¿Acaso no viste todo esto? —lo abordó la Dama.
—¡No, no puedo ver nada a futuro desde que usted abrió las malditas puertas del infierno!—replicó el muchacho.
El semblante de Nelia cambió considerablemente, no podía mantener quieta su mirada, se sentía triste, llena de irá, y sabía que todo esto era culpa suya.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Kara.
Ningún mentor le respondió, incluso la líder, Daiana, estaba con una mirada de impotencia y dijo lo único sensato que podía salvarlos.
—Ahora dependemos de un milagro.
—Gracias por llamarme de ese modo —dijo Alec. Todos se alegraron de ver que aún seguían en el juego.
—Busca las llaves y trae las armas —ordenó Nelia.
—Por favor —agregó Daiana.
—Volveré en cuanto pueda.
Alec se marchó rápidamente con la esperanza de que su habilidad no lo abandonará cómo le había pasado a Sam.
Hanna había conseguido el rastro de los caballos, había bajado de Topacio para observar mejor el suelo. Las huellas seguían frescas y sabía que estaba bastante cerca.
Cuando llegó a la fogata, se percató de las grandes huellas que Guidu había dejado. Hanna las siguió esperanzada, pero cuando el rastro se había terminado, solo había un muro de piedra. La chica no comprendía como el rastro se había detenido justo en ese lugar. Buscó alguna runa, algún mecanismo o algo que estuviera oculto en la roca, pero no había nada.
Hanna se empezaba a desesperar y golpeaba la pared con frustración. No podía creer que toda su familia se alejara de ella en tan solo un suspiro. Las lágrimas salían sin oposición alguna, al final, Hanna se sentó en el suelo frío, esperando quedarse dormida y tal vez morir congelada. De pronto, unas esferas de luz se manifestaron frente a Hanna, la chica no entendía lo que estaba pasando, nunca había visto cosas semejantes.
—¿Qué son? —se preguntó Hanna.
Las luces atravesaron a Hanna, provocandole una sensación de paz y calma sumamente reconfortantes, y cuando la chica volvió a posar su mirada en ellas, las luces comenzaron a elevarse sobre la pared de roca. Hanna no sabía cómo ni porqué, pero algo en su interior le decía que debía seguir esa esfera de luz.
Hanna comenzó a subir la pared. Tenía que ir con cuidado, pues la nieve y el viento volvían demasiado complicada la escalada. A pesar de las adversidades, Hanna logró subir a la cima de la montaña. Las esferas de luz estaban quietas, como si esperaran que la chica las tocara. Hanna extendió su brazo, pero antes de que pudiera sentir de nuevo la paz y la calma, las luces desaparecieron, y con la inercia de su movimiento, tocó la pared o al menos eso parecía.
Hanna percibió una extraña sensación en su mano, como si estuviera tocando una tela muy fina. Decidió volver a tocar y entonces se dió cuenta de que eso no era una pared, era alguna especie de hechizo, su mano había traspasado la roca como si esta fuera agua. Hanna no sabía a dónde conducía aquello, pero a lo lejos escuchó una voz que gritó "no" y esa voz era la de Dara, ese acontecimiento le dió la motivación necesaria para entrar, así que, tomó coraje, cerró los ojos y se internó por completo en aquel muro.
El bardo llegó a una llanura entre montañas rojas, las cuales se seguían derrumbando, piedras enormes caían desde sus puntas, provocando un camino tumultuoso. Dane caminaba con cautela, atento a cualquier peligro que podía estarlo acechando.
Cuando el suelo dejó de temblar, Dane desenvainó su espada, listo para cualquier peligro emergente. Llegó a las puertas de un bosque muerto, los árboles estaban cubiertos de ceniza, unos se desvanecían con solo tocarlos y algunos tenían ciertas formas similares a las que tomaría una persona doblegada, cosa que asustó al bardo.
—¿Qué es este lugar, Achlys? —preguntó Dane con un temor creciente.
—Este lugar es el jardín de nuestro anfitrión.
Dane pasó saliva, pero se mantuvo firme a pesar de todo.
—¿Qué tan cerca estamos de él?
—Oh, no estamos lejos.
Atravesaron el bosque lentamente, Dane trataba de no tocar las ramas, ya había hecho polvo varias de ellos con tan solo rozarlas. Después de caminar por un par de minutos, en las lejanías, se apreciaba una puerta brillante, imposible no verla, a pesar de que Dane sospechaba fuertemente de que había detrás de esa puerta, decidió continuar.
La puerta tenía unas características bastante peculiares; estaba hecha de oro, pero el metal era de un color oscuro, aún con eso la puerta emitía un brillo incandescente, también tenía la forma de una pirámide y justo en la punta había una runa, era la misma runa que Dane había tocado en la puerta de Odphira.
—¿Cruzamos? —cuestionó el bardo.
—Él ya te está esperando desde que llegaste.
Dane entró y la puerta se cerró detrás de él.
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