UN ÚLTIMO MOMENTO DE PAZ
Al cruzar el portal se encontraron de frente con el monte Kástro. El nombre del primer rey de Adarop. Uno de los reyes más grandes que han pisado nuestro mundo. Después de la desolación de Djevel, el rey Kástro impulsó a su pueblo a no rendirse y formó uno de los reinos más grandiosos. Tardó décadas en poder construir el castillo de Asími, ubicado en la cima del monte, rodeado por una escalinata de mármol de color esmeralda.
El ejército anunció su llegada con trompetas y subió el monte. Su marcha hacía retumbar el suelo. Los centinelas del castillo, distribuidos en nueve torres no daban crédito a lo que sus ojos veían, el pueblo élfico se unía a los hombres por última vez. La muralla magnífica de Asími estaba hecha de una de las piedras más duras conocidas por el hombre, la obsidiana.
El rey de Adarop, Engel, salió despavorido de la sala del trono. Corrió hacia la muralla y mientras sus soldados esperaban la orden para disparar, el rey sonrió triunfalmente.
—¿Abrimos fuego mi señor? —preguntó el primer oficial.
—No digas tonterías. ¡Abran las puertas!
Los guardias acataron la orden, pero no comprendían el porque el rey recibía con los brazos abiertos a un ejército salido de la nada. Las fuerzas élficas entraron a la ciudadela y detrás de ellos iban los dioses. El rey Cavill salió a recibir a los nuevos aliados.
Engel y Cavill se arrodillaron ante los dioses casi al mismo tiempo. Los guardias hicieron lo mismo, al igual que los elfos. Havod alzó la mano para pedir alto, pero a su hermano, Eldur no le pareció divertido que los mortales dejarán de arrodillarse.
—No seas arrogante, Eldur. En esta forma somos mortales y como mortales debemos mostrar respeto.
—¿A quién debemos de agradecer el repentino apoyo? —cuestionó Cavill con una sonrisa.
—Saludos grandes reyes de Adarop e Yrano. Yo soy Havod…
—Sabemos quién es, ¡oh! gran dios de los mares. Por favor dígame quién ha sido aquel que lo ha liberado de su prisión —enunció Engel.
—Déjenme presentarles a aquellos que han abierto nuestras prisiones.
Los miembros del santuario dieron un paso al frente y el rey Cavill desenvainó su espada al ver a Nelia. De no ser por los vientos de la diosa Mina la dama podría tener clavada una espada.
—¡¿Qué hace ella aquí?!
—Mi señor, nuestra hermana, Nelia, ya no representa ningún peligro. Ahora es una aliada —manifestó Daiana.
—¡¡¡Dígaselo a las ruinas de Syrah!!! —exclamó Cavill.
—Tiene razón —musitó Nelia —. Ningún castigo es suficiente para reponer las vidas perdidas en esa batalla, pero por favor, permítame enmendar mi error. Si es necesario que pagué con mi vida, que así sea.
—Seamos razonables. Dejemos de pelear entre nosotros y enfoquemos nuestro odio y resentimientos hacia el verdadero enemigo —declaró Vita.
El rey Cavill se calmó por fin y Mina lo liberó de sus vientos. El rey Engel pidió a sus soldados que reajustaran las guardias con los nuevos aliados. Mientras, él tendría una charla con los dioses y los miembros del santuario. El rey los condujo hacía la sala del trono. Ésta tenía unos ventanales los cuáles recreaban la leyenda de Kástro.
—Me alegro mucho de tener más aliados en estos tiempos oscuros —dijo Engel.
—Todos necesitamos amigos hoy en día —comentó Daren.
—¿Qué saben de Nimag? —cuestionó Daiana.
—Están cerca. Mis vigías los vieron a menos de dos días. Volvieron aterrados, juraron que nunca habían visto el valle cubierto de negro.
—¿Negro? —preguntó Sam.
—El más grande ejército que verás en tu vida, muchacho.
—¿Cuál es el plan, dioses? —cuestionó el rey Cavill.
—Enfrentarlos —respondió Vita.
—Naturalmente, no creo que hubieras dicho otra respuesta —comentó Eldur.
—Temo que no hay plan todavía, altezas —declaró Nayira.
—¡¿Entonces vamos a esperar a que nos masacren?! —exclamó Engel.
—No, nosotros podemos hacer frente al ejército de Nimag —declaró Kara.
—¿Qué hay del ejército de Djevel?
—Eso es más complicado.
—Debemos recordar que para que un dios se manifieste en este mundo, debe ser mortal.
—Djevel debe convertirse en mortal. Cualquier arma podría dañarlo.
—No es tan sencillo, debe ser herido con el mismo metal que mata a sus criaturas.
—¡ένα! —exclamó Engel.
—Bien, tenemos el arma, ¿Qué hay de la batalla?
—Mi castillo es impenetrable —se jacto Engel.
—¿No cree que está confiando de más, su alteza? —lo cuestionó Antón.
—Para nada. El castillo magnífico de Asími nunca ha sido tomado y está vez será igual ¡Morten!
Un guardia bastante corpulento se acercó a su rey. Hizo una reverencia a los dioses y se puso firme.
—Dígame, ¿Qué desea, alteza?
—¿Los soldados están preparados?
—En posición y listos para la batalla.
—Dales una cena rica, hay que fortalecer esos corazones —Morten se fue corriendo.
La reunión terminó. Habían acordado afinar los detalles a la primera luz del día siguiente. Salieron de la sala del trono y llegó la hora de la cena.
Al parecer el rey Cavill no fue el único en acudir al reino de Adarop. La mayoría de los pueblos libres llegaron a castillo de Asími en busca de asilo, a cambio ofrecían soldados que pudieran defender. Los pensamientos de la gente se dividían en dos grandes grupos: los que pensaban que podían tener una oportunidad y vencer y los que rotundamente creían que el final estaba más cerca que nunca.
El ambiente estaba tranquilo. Algunas luciérnagas se atrevieron a explorar los espacios del castillo. Los soldados hicieron un recuento de todos las fuerzas aliadas. La cifra final llegó a poco más de doscientos mil soldados dispuestos a dar sus vidas.
La noche transcurrió tranquila y la luna dió paso al sol naciente. El mundo libre podía presumir de un día más de vida. Los miembros del santuario se dividieron en los grupos que consideraron adecuados. Dara, la cuál estaba en un punto sin retorno de su embarazo, fue directo a la enfermería acompañada de Farina. Alec y Antón fueron con los capitanes de regimiento, intentando ayudar en la estrategia militar. Daren, Kara, Sam y Gessa se ofrecieron para ir a las primeras líneas de defensa.
Hanna y Daiana se dirigieron a las torres de arquería. Hanna aprovechó para hablar, quizá por última vez, con su mentora.
—Quiero hacerte una pregunta.
—Lo que quieras.
—¿Por qué nos salvaste? Ya sabes, de Tragovac.
—Era una injusticia que ustedes estuvieran con ese ente. No podía permitir que estuvieran solas. Simplemente no podía permitirlo.
—No lo entiendo.
—Te contaré algo que nunca se lo he contado a nadie. Antes de unirme a la misión de los dioses, yo tenía a alguien muy especial, mi padre. Él me enseñó las bases de la persona que soy en este momento. Íbamos juntos de cacería, hacíamos fogatas cada noche y me contaba historias fantásticas. Era el mejor narrador de cuentos del mundo...
Daiana se quebró un instante, pero continúo su relato.
—Un día, él fue a cazar temprano, sería una sorpresa por mi cumpleaños, pero esa fue la última vez que lo ví con vida. Fui a buscarlo y cuando lo encontré, el alma se escapó de mi cuerpo. Vi a mi padre sin sus pertenencias, golpeado y con una puñalada en el pecho.
Hanna se quedó estupefacta. Nunca vio a su mentora tan triste.
—Por un tiempo estuve deprimida, incluso intenté acabar con mi vida, pero no pude. Sabía que si él estaba mirándome, no quería que hiciera eso. Así que seguí con mi vida hasta que encontré un nuevo propósito y ese propósito fue hacer de este mundo un lugar más bueno. Gracias a ese propósito encontré una nueva familia, y encontré unas hijas maravillosas.
Hanna la miró con admiración y la abrazó con fuerza. Deseando que ese momento no se acabará nunca.
—Te quiero mucho, hija.
—Y yo a ti, mamá.
—Estaré contigo hasta el final, no importa el que.
Ambas se abrazaron y por un instante Hanna se sintió como la niña pequeña que había sido abandonada junto con su hermana, pero está vez, su madre había vuelto y estaba más presente que nunca.
Lamentablemente, ese momento no duraría para siempre, un gran golpe de la vida las volvió a su realidad.
El suelo comenzó a temblar y los cuernos comenzaron a sonar, poniendo al castillo en alerta. Todos salieron para observar lo que ocurría. Engel pidió el reporte, pero el primer oficial tampoco sabía con exactitud lo que estaba sucediendo.
—¡¿Es Nimag?! —preguntó Engel a sus vigilantes.
—Es peor —declaró Havod —. ¡Prepárense! Es mi hermano. La batalla va a dar comienzo.
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