LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
El dragón embistió al dios por tercera vez, pero éste no se dejaba. Tomó a la bestia por los cuernos y enterró su espada en el ojo izquierdo del dragón. La criatura rugió de dolor, aturdiendo a todo aquel que pudiera escuchar su lamento.
El dios Eldur terminó el trabajo incendiando su propia espada y clavándola definitivamente en la frente del dragón, el cual se desplomó en la tierra y provocando un gran temblor. El primer dragón había sido derrotado.
Nimag no esperó más y se unió a la batalla con un ataque de catapultas. Cientos de piedras volaron por los aires e impactaron de lleno en las torres y muros del castillo de Asími.
—¡Ha llegado el momento de que nuestro imperio se alce victorioso! —clamó el rey de Nimag. Un hombre robusto con piel ceniza, pelo negro y un ojo de vidrio. Vestía una armadura negra con detalles en rojo. Llevaba en lo alto la bandera de su reino. Una tela de color verde y en el centro estaba el escudo; un castillo negro con dos siluetas de dragones a los costados.
—¡¡¡Ataquen!!!
El ejército de Nimag rompió filas y corrió hacia el castillo. Hanna dió la orden de disparar hacia abajo. Las flechas salieron a toda velocidad e incapacitaron a varias filas del gran ejército, pero aún así no pudieron evitar el choque de espadas en la parte inferior del monte.
Kara hacia la cuenta de sus bajas, mientras Duncan le cubría las espaldas. Sam y Gessa luchaban juntos y no se separaban bajo ningún motivo. Los arqueros tenían que ser demasiado precisos si no querían herir a algún aliado. Los elfos fueron los encargados de disparar hacia la contienda, mientras los hombres de los reinos libres disparaban al gran ejército.
—¿Cuál es el plan? —cuestionó Nelia.
—Seguir con vida —respondió Duncan.
—Debemos acabar con mi hermano —comentó Eldur, a través de las mentes de los miembros del santuario.
—Que gran idea, ¿Cómo no se nos había ocurrido? —espetó Kara.
—¡Kara! No ofendas a los dioses —la reprimió Farina.
—No, ella tiene razón. Nosotros no hemos hecho nada y creo que es momento de intervenir —declaró Havod.
—Debemos cortar este problema de raíz —dijo Nayira y los demás asintieron.
¡Libre! ¡Soy libre!
Râk había salido al mundo de los hombres.
El segundo dragón embistió a Eldur y clavó sus largas y afiladas garras en su cuerpo. El dios del fuego había caído. El sol resplandeció de tal manera que dejó ciegos a aquellos que lo veían, incluso varias ráfagas de fuego caían del cielo. Los volcanes hicieron erupción y los bosques se incendiaron. Mina lloró la muerte de su hermano y en su furia invocó vientos despiadados. El dragón no pudo mantener el vuelo y cayó sobre el ejército de Djevel. Rugió con gran furia y se elevó de nuevo.
—Es hora de pedir ayuda a mis pequeños —dijo Mina y silbó. El viento susurraba Miles de voces y se alejaba más allá de las montañas y del reino de Adarop. Atravesó bosques, mares y barrancos, exclamando auxilio.
Miles de aves y algunos cientos de insectos respondieron al llamado y acudieron al campo de batalla. Mina les ordenó atacar a la gran bestia alada. Las águilas rasgaron, los tucanes picaron y cientos de abejas entregaron sus vidas para derribar al dragón, el cuál, escupió fuego sobre las aves que ahora caían calcinadas.
Vita se enfureció y el cielo se llenó de nubes doradas. La diosa de la guerra gritó y relámpagos golpearon al dragón. Las aves de Mina huyeron de vuelta a su hogar. Havod suspiro y extendió su brazo. El dragón se quedó inmóvil y, después de unos segundos, empezó a convulsionar. La escena fue cruda, pues el dragón sintió tanta desesperación que soltó un rugido gutural que quedará grabado por siempre en las mentes de todos los presentes. Finalmente la bestia cayó muerta.
—¿Qué fue lo que le hizo? —preguntó Nelia, sorprendida.
—Detuve la circulación de su sangre. Es una muerte horrible, pero no tuve opción.
Los viajeros miraron con horror al dios del mar, quien les demostró que ni los seres más poderosos del mundo tienen piedad cuando sus mentes se ven presionadas.
La batalla continúo por horas, el ejército de Nimag avanzaba lentamente, pero cada vez comía más terreno. Los dioses bajaron la rampa del monte y se encargaron de limpiar el terreno. Las fuerzas de la oscuridad menguaban, pero no había tiempo de reabastecerse. Las flechas comenzaron a agotarse, los hombres se cansaban y perecian injustamente. El rey Engel ordenó que evacuarán a mujeres y niños hacia las cavernas de plata que estaban debajo del monte; esos pasajes los llevarían lejos de la batalla y tal vez podrían aguantar unas semanas si no detenían esta masacre antes.
Las bajas eran incontables, muchos hombres buenos perecieron ese día. Y sus nombres se olvidaron con el tiempo. Alec fue uno de ellos. El muchacho sacrificó su vida para salvar a un joven soldado que iba a ser la cena de un licántropo.
Los dioses se encaminaron hacia el mundo de su hermano y Hanna observó una oportunidad única. Abandonó su puesto y corrió hacia el establo. Daiana y sus compañeros le preguntaban que hacía, pero la chica no les prestó atención. Ella ya tenía fijo su único objetivo. Montó a Topacio y cabalgó monte abajo. Hanna le comunicó su plan al caballo y este incremento su velocidad.
Avanzó a través del campo de batalla, esquivando a los demonios que intentaban atacarla. Sacó una navaja y asesinó a todo tipo de monstruos. Los dioses ya se habían internado al mundo de su hermano por uno de los agujeros y Hanna iba detrás de ellos.
Dane recuperó la conciencia, desorientado, no sabía dónde se encontraba, hasta que lo vio. Frente a él a unos trescientos metros se abría un agujero que daba al mundo humano. El bardo creyó ser víctima de otra alucinación, pero no era así. Sin embargo, la poca alegría se desvaneció al sentir como el suelo comenzó a retumbar y varios gritos y rugidos se escucharon detrás del bardo. Dane volvió la vista y observó un gran ejército detrás de él.
Llegó la hora, hijos míos. ¡Ataquen!
Dane se incorporó y tomó su espada; pensó que quizás tomar el mango de esta lo llenaría de valentía, pero no. El bardo se sentía aterrado, su gran temor estaba cumpliéndose. Estaba solo frente a una gran calamidad. Sabía que su final estaba cerca, sin embargo, corrió con todas sus fuerzas de vuelta a su mundo, quería ver a Hanna una última vez. Cuánto más se acercaba intentó imaginarse a su lado, pero las habilidades que el dios del mar le obsequio seguían sin servir.
El ejército de sombras lo perseguía muy de cerca, Dane no podía detenerse y seguía intentando usar su habilidad. Las criaturas gritaron de furia al igual que él. Corrió y corrió con desesperación, pero al final tropezó. Los monstruos vieron su oportunidad y aceleraron el paso, un último bocadillo antes de la batalla siempre era bien recibido.
Dane se incorporó a duras penas y se preparó para la inminente embestida. Mató de un tajo al primer monstruo que se abalanzó sobre él. Luego, siguiendo las indicaciones de su primer instructor, se cubrió el pecho cuando el hocico de un perro infernal trató de morderlo. Dane no se percató del Iskalec que lo estaba acechando por la espada. La sombra lo derribó con facilidad y antes de que pudiera darle el golpe de gracia, una flecha de luz lo desvaneció. Hanna llegó en su ayuda, como la primera vez.
—¡Hanna! —la chica desmontó de Topacio y esté relincho con algarabía. Se acercó al bardo. Dane sonrió al ver ese destello en sus ojos que lo volvía loco. Extendió los brazos para abrazarla, pero la chica tenía otros planes. Mantuvo su distancia y sin previo aviso lo abofeteó con fuerza. Dane cayó de bruces contra el suelo. Hanna lo ayudó a levantarse y lo abrazó como si fuera a desaparecer frente a ella. Topacio relinchó de nuevo, mientras se apoyaba en las patas traseras, y Dane le acarició el hocico.
—¡Tú! —exclamó la chica— . ¡Eres un vil y sucio…! jamás en mi vida… ¡jamás en mi vida estuve tan feliz de ver a alguien!.
—Tambien te extrañé
—No vuelvas a dejarme, ¿Sí?
—Nunca en la vida.
Hanna comenzó a llorar y Dane le acarició el cabello. A pesar del sudor y la sangre de monstruo que tenía, Dane podría jurar que tenía un aroma a flores, las flores más hermosas que podría encontrarse en el camino. El bardo le limpió una pequeña lágrima que recorría la mejilla de Hanna. Ambos se miraron fijamente y no pudieron resistirse a la tentación de besarse. Ese beso duró menos de un pequeño instante, pero ellos lo sintieron como si pasarán toda la vida juntos, unidos por el mismo sentimiento que podría erradicar todos los males de este triste e injusto mundo.
—Te quiero —le susurró Dane al oído. Hanna sonrió y lo besó de nuevo.
—Yo a tí.
—Será mejor que salgamos de este maldito lugar —Hanna asintió. Montaron en Topacio y Dane le acarició cerca de la oreja —. ¿Estás listo para otra aventura amigo?
Topacio se levantó en sus patas traseras y relinchó con gran vigor pues nunca se sintió tan bien. El bardo lo espoleó y fue como si Topacio fuera un caballo joven de nuevo, pues salió galopando a toda velocidad. Dane nunca había visto cosa semejante en su caballo, pero se dejó llevar por el momento lanzando un grito de emoción que fue acompañado por el relincho de su fiel compañero.
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