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DESPUÉS DE LA TORMENTA

Después de lo sucedido en la puerta de Odphira, los viajeros salieron del lugar para ver si con el aire fresco podían despejar su mente y decidir qué harían ahora.

La puerta se encontraban alejadas de cualquier reino conocido, específicamente en las montañas de Snieg, un lugar donde ningún humano se ha atrevido a ir, pues, según las leyendas, los elfos habitan las montañas y cualquiera que no sea un elfo termina muerto o es capturado para ser tratado como esclavo. De momento, solo eran leyendas.

Para la buena fortuna de los viajeros, cerca de esas montañas se encontraba un refugio, un lugar donde poder reposar y reflexionar sobre las acciones que tomarán a partir de ahora.

Tuvieron que ubicarse con las estrellas y después tuvieron que volver por los caballos. Tardaron más de un día en llegar a la isla donde "El tiburón negro" náufragó. Recogieron un par de frutas y agua dulce y retomaron el camino rumbo al refugio.

El clima era tempestuoso, las lluvias azotaban el camino y los viajeros tenían que buscar alguna cueva húmeda o a veces no había más remedio que caminar bajo la lluvia. Después de tres días de un tortuoso camino, llegaron a su objetivo.

Cuando tocaron a la puerta, una mujer con cabellos color avellana y ojos penetrantes de un color semejante al dorado salió a recibirlos. Ellos no dijeron ni una palabra y ella solo asintió, como si supiera todo lo que ellos habían vivido. Dejaron amarrados a los caballos y bajaron a la Dama, Nelia, la cual seguía inconsciente.

Entraron y lo primero que los recibió fue  un calor acogedor que provenía de la chimenea. Un hombre flacucho estaba sentado leyendo un libro con el título de "Runas antiguas más poderosas". Daina recogió los abrigos y los llevó a otro cuarto.

—¿Quién es, Daiana? —preguntó el hombre flacucho.

—Invitados de honor —contestó la mujer.

El hombre se volvió y quedó pálido al ver quiénes eran los invitados. Posó su mirada en cada uno de ellos, y su piel pareció volverse transparente cuando vió a Nelia.

—Muchas gracias por recibirnos, lamento no haberles avisado con antelación —dijo Alec.

—Ustedes son bienvenidos cuando quieran.

—Ustedes sí, pero ella no —el hombre señaló a Nelia con reproche.

—Eso ya lo hablaremos después, Antón —Daiana se percató de la mirada de pesadez, tristeza y odio en los ojos de Dara, pero también le sorprendió que Hanna tuviera esa misma mirada —Veo que han pasado por demasiadas cosas… bastante duras.

—Un momento, ¿Dónde están Osvál y Vito? —preguntó Antón.

Daiana le dirigió una mirada asesina al anciano y después intentó consolar a sus discípulos.

—Mis muchachos, ustedes no tienen la culpa de lo que sea que haya pasado, la vida puede estar llena de tristeza, dolor y oscuridad, pero en cada uno de nosotros está el cómo vamos a enfrentar esas situaciones con la frente en alto.

Algunos sonrieron y otros solo asintieron, la única que no hizo ninguna acción fue Hanna; ella solo se quedó mirando la pequeña llama que había en la chimenea.

—Por favor, si no es molestia, ¿Podrían darnos algo de comer? —pidió Alec.

—Enseguida muchacho, siéntense —exclamó Antón y acudió a la cocina a paso acelerado.

Daiana sacó unas mantas de un ropero y se las entregó, cuando llegó con Hanna, le tocó el hombro.

—¿Quieres hablar? —le preguntó, pero la chica se quedó mirando las llamas.

—Ha estado así desde que salimos de Odphira —le comentó Gessa.

—¡Odphira! —exclamó Antón —¿No me digas que es lo que creo que es?

—Vuelve a la cocina Antón.

Gessa suspiró y asintió levemente la cabeza. Daiana se puso tensa de golpe, pero no los agobió con preguntas que era obvio que ellos no querían responder en ese momento.

—Lo intentamos todo, pero… —los ojos de Alec comenzaron a llenarse de lágrimas y Daiana solo tocó su hombro en señal de apoyo.

—No sé qué fue lo que han tenido que vivir en todo este tiempo, pero necesito que me cuenten todo lo que pasó. Primero coman. Será una larga noche.

Después de andar por caminos empinados, caminos que eran difíciles de cruzar para los caballos, atravesando peñascos, y llevando el peso de su fracaso en sus hombros, después de mucho tiempo los viajeros tuvieron un instante de paz.

En un lugar donde no había más que tierra áspera, un calor que sentías que te cocinaba lentamente y un aire tan denso que los pulmones se volvían negros con sólo aspirar aire unos segundos, en ese lugar, se encontraba el bardo.

Dane estaba exhausto, había caminado lo que él contaba como una hora y había matado a dos criaturas que parecían perros hechos de fuego y carbón. Deseaba con toda su alma un poco de agua fresca, y algo para hacer que el aire no se sintiera como respirar fuego.

—¿Cómo carajos voy a salir de aquí? —pensaba él.

Avanzaba con lentitud, llevado más por su fuerza de voluntad que por que él quisiera caminar. El único consuelo que le quedaba era que Hanna estaba a salvo.

—Hanna, ojalá pudiera verte otra vez.

Por estar absorto en sus pensamientos el bardo cayó en una zanja, provocando un fuerte impacto cuando su cuerpo golpeó el suelo.

Dane se provocó una herida en su cabeza y en otras zonas de su cuerpo que no quiso verificar, pero no hacía falta, pues el dolor era bastante intenso. El sonido que provocó el golpe fue escuchado por monstruos cercanos que acudieron con prisa en busca de comida.

El bardo sabía que no tenía mucho tiempo, intentó incorporarse, pero cuando su pierna quiso soportar el peso de su cuerpo se derrumbó del dolor.

—¡Mierda! —gritó con impotencia.

Los monstruos ya estaban cerca y Dane desenvainó la espada, no se las iba a dejar tan fácil a esas criaturas. Con ayuda de la espada y las paredes de piedra se pudo poner de pie, con la pierna derecha apoyada en una roca.

—¡Vengan malditos bastardos! —exclamó.

El primer monstruo era como un alce erguido y saltó con una fuerza impresionante e iba directo a la cabeza de Dane, pero él lanzó un tajo que le cortó la cabeza al monstruo.

El siguiente tenía una cabeza de serpiente, pero su cuerpo era humanoide, salvó que sus brazos eran demasiado largos. El bardo estaba listo, el monstruo se impulsó con sus largas extremidades y golpeó el rostro de Dane, provocando que perdiera el equilibrio y cayera de espaldas. El monstruo sacó unas garras retráctiles y se las enterró en la pierna derecha. Dane gritó de dolor, pero tuvo que concentrarse en sobrevivir, a pesar de la horrible sensación que estaba experimentando, logró cortar la mano del monstruo y este chilló.

Un líquido viscoso de color verde salpicó a Dane, la criatura lo atacó con su brazo sano, pero Dane logró esquivarlo, rodó por el suelo y clavó su espada en el pecho del monstruo.

Dane se recostó y respiró con dificultad. Se palpó la pierna herida y sintió como la sangre le escurría. El bardo suspiró profundamente y observó la gravedad de la herida. Al ver cómo la carne estaba separada en varias secciones decidió dejar de verla. El dolor se volvía insoportable y poco a poco se le comenzó a nublar la vista.

—Hanna…

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