No abras la puerta a un extraño
Cuando niños nos dicen, nunca confíes ni hables con un extraño; eso mismo le digo Doña Gloria a su hijo Daniel. El cual esa noche sabría el porqué de esa advertencia, su hermano Saúl veía una película titulada "La noche de los muertos vivientes". Daniel era el mayor de los dos, y amaba ver el rostro de espanto de su hermano cuando los zombis aparecían en la pantalla del televisor. Los ánimos en el pequeño salón donde estaba el televisor se sentían exaltados; Saúl acababa de discutir con su hermana mayor por ver quien se quedaba con el control remoto de la televisión, ganado Daniel, el mayor; mientras su madre, enfrascada en la computadora, todavía arreglaba los pendientes de su trabajo como secretaria de un abogo gordo, de bigote ridículo y conversación aburrida.
Mientras los niños veían como los zombis perseguían a la joven pareja, el novio ponía el sillón para cubrir la puerta, imaginando ingenuamente que eso los detendría. Detrás de él, la novia gritaba de horror cuando la puerta fue derribada y una estampida de zombis entraba a comer sus cerebros.
El ruido del timbre de la puerta llena de terror a los muchachos, los cuales tenían sus corazones acelerados parecían estallar en sus pechos, la cancha cayó sobre el piso, mientras los dos caían del mueble.
— Abre la puerta Daniel, acaso no escuchas el timbre — gritó la madre enfadada.
— Ya voy mamá — dejando el tazón de cancha sobre el mueble. Y de muy mala gana.
— Apúrate o te olvidas de tu película — sentenció enojada. — Apagó la tele y los envío a su cama —.
Diciendo frases entre dientes fue a abrir la puerta — ¿Quién es? — preguntó.
Al no escuchar respuesta, creyó que se trataba de Kevin, el palomilla de la casa de al lado, en otra de sus bromas pesadas; sin tomarle más importancia se dirigió al mueble para continuar viendo la película.
— ¿Quién era Daniel? — preguntó la madre.
— ¡Nadie! — tomando su tazón de cancha.
La escena era perturbadora, la infeliz pareja se lanzó por la ventana del edificio para evitar ser comidos por los zombis; lamentablemente él se torció la pierna. Los zombis no tardaron en aparecer, con sus rostros secos, sus pasos lentos pero, sin duda estaban acorralados; él le entrego las llaves del auto. Vete, le dijo, ella se negó pero, no tenía opción, subió al auto y arranco; mientras veía por el retrovisor a su novio arrestándose en el piso, tratando de alejarse lo más que le era posible de los zombis. Ella no lo dudó, dio vuelta en u y aplastó a varios de esos repudiables seres, la escena era memorable.
— ¡El maldito timbre de nuevo! — gritaron los dos furiosos.
Esta vez fue Saúl quien se paró para abrir la puerta, mientras transitaba pasillo que conducía a la puerta de entrada, veía sombrío y solitario delante de él. De pronto, alguien llamó desde el otro lado, dando unos golpecitos en la puerta que llamaron la atención del niño, parecían señales, como las que asían los boys scouts para avisar si estaba en peligro.
Saúl se acercó y pegó el oído.
— ¿Quién es? — preguntó el niño.
— ¡Soy tu tía Samanta! — Respondió una voz extraña tras la puerta.
Saúl extendió una mano para abrirle, pero en ese momento, sus ojos se detuvieron en la fotografía familiar que decoraba la chimenea de la sala. Se acordó de su tía Samanta y se dio cuenta de aquella voz era muy diferente a como recordaba la voz de su tía Samanta.
Dudó en preguntar, mientras soltaba la manija de la puerta. — ¿Realmente eres mi tía Samanta? —
— Sí — respondió esa voz, esta vez en un tono más amable.
— Pero, te oyes distinta — replicó el niño.
— ¡Claro que no! — la voz reía de manera perturbadora.
Saúl miro a través de la mirilla de la puerta y diviso un cuerpo esquelético en el pasillo, como el de uno de esos zombis de la película. Dos manos grotescas, largar y deformes colgaban a ambos lados de la silueta desconocida, de lo que parecía un hombre muerto. Esa cosa, fuera lo que fuera, no era su tía.
Horrorizado y temblando, echó el cerrojo a la puerta y volvieron a tocar, con impaciencia, cada vez más fuerte; ahora también estaban rasguñando. Podía escuchar como unas uñas largas y afiladas arañaban frenéticamente la puerta, desesperadas por abrirse paso al interior; sintió una mano en su hombro, dio un grito de espanto pero, no era ese ser tras la puerta, era su hermano Daniel.
— ¡¿Qué estás esperando?! ¡Abre la puerta de una vez! — grito colérico, poniéndose rojo como un rocoto.
— ¡No! — gritó desesperado.
— ¡Entonces, yo voy a abrir la puerta! — empujando a su hermano para tomar la manecilla.
El niño le mordió la mano, pensando en detenerlo en su accionar, la puerta cedería ante los golpes violentos que ahora estaba recibiendo. Su hermano mayor se enfadó ante su accionar, aunque estaba más molesto por el ruido insoportable que producía la puerta.
— ¿Qué diablos te pasa? — gritó, mientras dirigía su mirada a su hermano. — ¿Quién está llamando a estas horas? ¿Y por qué estás tan asustado como si hubieras visto al coco?—
— ¡No, hermano! ¡No! — suplicaba el niño.
El adolecente ignoró a Saúl y cuando el vio a través de la mirilla, corrió a esconderse en el baño, seguido de su hermano menor. Los dos escucharon el sonido de la puerta abriéndose y se aseguraron de poner el pestillo, para defenderse de alguna forma de aquel ser. Después del sonido del seguro, no se oyó más ruido que el del televisor en la sala.
— ¿Hermano que haremos? — Saúl susurró en su oído, mientras se escondía en la ducha. No obtuvo respuesta.
Alguien llamó a la puerta del baño, los dos hermanos se quedaron paralizados, como estatuas; Daniel estaba recostado sobre la puerta del baño, mientras oía como trataban de entrar a la fuerza. El cerrojo sonó pero, la manecilla no giró, entonces un golpe fuerte se volvió a escuchar, esta vez fue más fuerte, la puerta se rayó y Daniel corrió despavorido asía la ducha, no sin antes pagar la luz del baño.
Se abrazó a su hermano, cuando ese ser entro divisó todo el baño; cuando el ser de forma humana, pies chuecos y manos largas entró, sus ojos alumbraban el lugar de color verde. Miró así a la izquierda, luego la derecha, asía la ducha, movió la cortina y recibió el espray de un insecticida en sus ojos; el ser retrocedió, resbalo y callo sobre el inodoro, los dos muchachos aprovecharon para salir, dejando encerrado al ser en el baño.
Justo al llegar a la puerta vieron a su madre, la cual ojerosa, cansada y con una tasa de café en la mano, veía a los dos niños aterrados; los dos hablaron, trataron de explicarle a su madre el extraño evento. Cuando la madre termino de oírles, no creyó ninguna palabra de los dos, atribuyendo todo a una alucinación producto de una película del terror; la cual aún se podía ver en el televisor encendido en la sala. Se dirigió al baño, de mano de sus hijos, cuando abrieron la puerta y encendieron la luz, divisaron el cuerpo del monstruo en el piso, desmallado por el golpe en la cabeza.
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