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Berenice (cuento de Edgar Allan Poe)

- ¡Papa, papa! - Gritaba emocionada la niña, echada en la cama, mientras el padre se acercaba a la pared del interruptor de luz - Cuéntame una historia -.

- Hija ya es tarde - tomando aire. - Échate a dormir, si no tu madre va a molestarse -.
- Un cuento, un cuento - gritaba la niña, dando saltos sobre la cama y aplaudiendo con las manos.
- Bien hija - resignado. - Te contare una historia de una niña a la cual conocí y se llamaba Berenice -.

La niña de ojos luminosos y cabellera negra se echó tranquila, mientras el padre tomaba una silla para estar más cómodo.
Berenice vivía al frente de mi casa con su abuela, sus padres habían muerto cuando tenía tres años, era ciega de nacimiento, por eso Tobías y Arnulfo la molestaban, ella no podía salir, no iba a la escuela, odiaba a los hombres, esos seres banales, simples y cobardes. Que viven para hacer felices a otros y no así mismos, preocupados en lo que les dirán, y no en que harán; pero no los odiaba por eso, los odiaba por despreciarla por ser distinta a ellos.

Cada vez que salía Tobías y Arnulfo le tiraba piedras, ellos parecían vivir pendientes de ella, como si su vida inútil y banal se redujera a hacerle la vida imposible; yo los miraba desde mi ventana, me daba cólera verlos, yo desea hacer algo, les decía a mis padres pero no asían nada. Nadie hacía algo, su abuela trataba de defenderla, le decía deja de hablar con las personas, de decirles que van a morir.

Todo inició con eso, ella se sentaba desde pequeña frente a mi casa en una vieja silla de madera, escuchaba todo, los autos, las gentes hablando si siquiera notar su existencia, a veces decían sus secretos, sus tormentos, esas cosas. Un día el padre de Tobías pasó por allí y ni bien escucho su voz Berenice le dijo:
- Señor no valla hoy a su trabajo -, el hombre voltió a mirarla olvidando el apuro que tenía por llegar temprano. - Si va a trabajar a la construcción hoy morirá -.
- De que hablas mocosa loca - grito perturbado.
- Su jefe le dirá sube al tercer piso, usted mirara hacia abajo para escucharlo mejor, le caerá el balde que usan para subir los ladrillo en la cabeza - tocándose su cráneo, - justo en esta parte -.
- Estás loca niña - riéndose de ella. - Dile a tu abuela que a los niños se les da leche en el desayuno, no cerveza -.

Ese día en la tarde nos enteramos de su muerte, fue inesperado, Tobías lloro a chorro, su madre estaba desconsolada; una chismosa del barrio que siempre para averiguando todo lo que ocurría en el barrio, les cuento esto, la mujer le creyó pero, Tobías nunca lo olvidaría. Desde ese día la gente comenzó a hablar sobre ella, a mirarla mal y decir que estaba maldita.
Los siguientes días igual, escuchaba la voz de alguien y les decía que morirían ese día, o moriría un familiar suyo, así ocurría, la gente ya no pasaba por esa casa, esa vereda, le temían. Doña Trinidad era la fanática religiosa del barrio, ella convenció a todos de que Berenice era el anticristo o algo parecido; fueron de noche a su casa, atacaron a su abuela cuento intento defenderla, se portaban como psicópatas; no llevaban antorchas, ni tridentes, llevaban palos, piedras. La ataron al poste frente a la casa, yo escucha sus suplicas, a la abuela tirada en el piso tratando de detenerlos, Doña Trinidad roció la gasolina sobre su cuerpo.
Miré el fósforo prendiéndose en su mano, cerré los ojos, cuando los abrí Doña trinidad estaba tirada muerta en la cera; todos corrían por todos lados, en segundos solo quedaban Berenice, su abuela y el cuerpo de Doña trinidad en la cera. A la mañana siguiente, al ir a la tienda por el pan, escuché a la chismosa del barrio diciendo que cuando Doña Trinidad iba a quemar viva a la niña, ella le dijo: "Morirás maldita, antes que yo, que todos y arderás en un fuego mayor con el que intentas quemarme".
Arnulfo era el nieto de Doña Trinidad, ella lo criaba junto a su abuelo; sus padres partieron a Chile en busca de una mejor vida para su hijo, cuando él se enteró por boca de su abuelo, comenzó a molestarla junto con Tobías. Los dos esperaban verla en su silla, iban siempre en sus patinetas por la cera y le tiraran los globos con su orina, pintura, entre otras asquerosidades que sus mentes podrían imaginar. Todos los días, cada día, yo miraba desde mi ventana, trataba de bajar, defenderla pero, mi madre me lo impedía, no te metas carajo, gritaba, no es problema tuyo, para eso tiene a su abuela.

Solo podría mirar, ya había llamado a la policía un par de veces, sin que mi madre se diera cuenta, y nada; eso no es un asunto que competa a la policía, si no es maltratada por sus padres o está en peligro de muerte, no podemos hacer nada por ella. Admiraba mucho a Berenice, ellos la odiaban, la insultaban, le escupían y ella nada, sentada allí soportaba todo como un centinela; ese día llegaron muy lejos. Berenice estaba jugando en la vereda, como nunca antes la había visto, con una muñeca; Tobías y Arnulfo llegaban en sus patinetas.

Cuando Berenice los escucho, corrió hacia la puerta de su casa; traían cada uno un balde, esta vez dentro de ellos no habían globos, si no piedras. Berenice trato de entrar a su casa pero, cuando tomaba la manecilla de la puerta para haberla sintió la primera piedra cayendo en su cráneo. Cayó al piso, suplicando piedad los miraba, ellos no querían oírla, le seguían tirando piedra, Berenice arqueó su cuerpo, tratando de cubrir su cabeza con sus manos. Yo no soporté más, aunque mi madre me gritara, salí corriendo sin mirarla siquiera, empuje a Tobías contra la cera, le tire un puñetazo a Arnulfo, el cual tampoco se lo esperaba.

Fui donde Berenice para ayudarla a pararse, cuando ya estaba de pie grito:
- Salgan de la vereda - apoyándose en mi hombro. - Un auto va a arrollarlos -.
- Calla ciega de mierda -. Los ojos de Tobías relucían rojos de ira.

Arnulfo lanzo otra piedra sobre Berenice - Ciega maldita, ya no mataras a nadie más con tus palabras -.
- ¿Están locos acaso? - grité, mientras trataba de proteger a Berenice, poniéndome delante de ella; creyendo ingenuamente que Arnulfo y Tobías se irían sin lastimarla. - ella no tuvo culpa alguna, solo fueron casualidades -.
- Salté de allí cojudo - mirándome con desprecio. - Si no tú también vas a salir fregado como ella -.
Yo no me quité, me puse frente a ella. Arnulfo trato de tirar la piedra en sus manos pero, paro su accionar cuando me vio; Tobías en cambio no dudo en tirarme piedras a mí también. - Si tanto la quieres, terminaras como ella - fueron sus palabras, casi como sentenciándonos a muerte.

Arnulfo, como vaca que sigue al ganado, también comenzó a tirar piedras sobre nosotros. Yo cubría el cuerpo de Berenice, ella abajo calladita estaba, decía palabras que no entendía, rezara seguro, me dije. Pensando tal vez en una muerte pronta, de pronto oigo la voz de mi madre:

- ¡Cuidado con el auto! - gritó desesperada.
Cuando volteé la cabeza, miré los cuerpos de Tobías y Arnulfo sobre el pavimento, en un gran charco de sangre; frente a la casa de Berenice estaba un poste, en él estaba incrustado el auto, plomo era. El chofer no miro atrás, para ver si algo podría hacerse por sus dos víctimas, solo abrió la puerta, cuando lo hizo una botella de cerveza callo sobre la vereda.

- ¡A dónde vas desgraciado! - gritaron los vecinos enfadados, los cuales al ver la escena lo golpearon y amarraron en el poste, mientras llamaban a la policía.
Yo estaba perplejo, callado, aterrado, miré a Berenice, la cual tocaba la sangre que corría por su frente.
- Les dije que se fueran -, calló un instante, como sintiendo mi cuerpo tembloroso, mis ojos llenos de miedo. - No me temas, yo no voy a decirte cuando o como morirás. De mi boca para ti saldrá otra condena -.
Aun temeroso pregunté - ¿Cuál condena? -.
- Tú serás mi esposo -. En su mirada note una cierta sinceridad.
Así cual ella dijo paso, termine casándome con ella, luego de algunos años.

- ¿Entonces? - en un tono alterado y tímida voz.
- Si hija - acariciando su mejilla, - Berenice es tu madre -.

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