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Sangre Derrochada

En el emocionante mundo del amor, el miedo puede convertirse en un obstáculo para alcanzar la felicidad.

Anónimo

Pronto iban a empezar las quimioterapias. Los médicos no tenían perspectivas buenas, solo lo hacían por mera formalidad, pero yo creía en la fuerte sensación de mi alma, sentía que íbamos a obtener buenas noticias tarde o temprano y me limitaba a animar a Jennifer diciéndole que tenía un arma inmortal: sus escritos tan originales, los cuales ella dictaba y yo escribía rápidamente tratando de no tener ningún error ortográfico.

Sentía una bella resurrección, y solo habían pasado pocas horas desde que empezó la primera quimioterapia.

I

Santiago Alonso.

Era una mañana a fines del mes de Febrero y ese día tocaba hacerle una transfusión de Sangre a Jen, pues las quimioterapias le habían bajado las plaquetas. Como yo era el mismo tipo de sangre que ella me ofrecí a ser su donante. Había cumplido años el 13 de enero y Jennifer me había regalado una linda pluma estilográfica con un adorno de estrella fugaz y una libreta de tapa dura. Según sus propias palabras era para "Que siempre la recordara y nunca la olvidara" esas palabras me hicieron meditar entre si era verdad que su muerte estaba muy próxima.

Me llevé al hospital mi Preciado Tesoro de pliegues de papel con el fin de escribir algo durante la estancia, pero había quedado algo débil y desorientado, por lo que decidí escribir luego.

El enfermero de guardia me indicó que abriera y cerrara El puño durante el proceso para que la sangre fluyera, cada vez que lo hacía sentía un dolor soportable pero permanente. El dolor viajaba hasta mi torso y en algunas oportunidades se reflejaba en mi sien izquierda. Lo que me calmaba era que Jenny estaba a mi lado, en ella reinaba una grandeza de ánimo y de confianza: el exceso de sacrificio enaltece, Aunque para ella los médicos Ya no le daban esperanza. Solo quedaba la desesperación, una última arma que a veces nos entrega al enemigo en nuestras manos y levantamos bandera de Victoria.

Mientras duraba el proceso cerré los ojos durante un momento para recordar el pasado, el pasado de un año atrás cuando era un fracasado estudiante de periodismo. En mí era típica la irresponsabilidad y la incompetencia para escribir cualquier cosa; sin embargo era muy soñador ¿Se necesita otra cosa para alcanzar el éxito? Creo que no.

De repente me veía en una enorme escalera, o mejor dicho, no era una escalera: era una montaña disfrazada de escalera. Empezaba a subir alegramente a Costa de fuerzas ajenas, hasta que empecé a sentirme cansado y me tuve que sentar en un escalón cuando ni siquiera había llegado a la mitad. Me sentía como Pedro cuando Jesús lo llamó mientras caminaba por las aguas; Pedro quiso hacer lo mismo pero dudó, y empezó a hundirse en el agua mientras le suplicaba al Señor que lo salvara.

—Me ahogo, me Ahogo... ¡Señor sálvame!

—¡Hombre de poca Fe! ¿Por qué dudaste?

Señor dudé porque estaba asustado por el viento, ¿Es que usted no lo ve? ¡La barca se inclinaba en vaivén hacia nuestra asegurada muerte en el Mar Rojo! ¿Es normal tener miedo? Un psicoanalista diría que sí, que es algo inherente a la vida y al ser humano... ¡Pero Jesús diría que no! Que es un terrible error, porque estás dejando que entre la duda a tu vida, Y eso es un pecado imperdonable.

Así que librándome de todos mis pecados empecé a escalar, mientras veía breves pasajes de mi vida: veía cuando dí una exposición en preescolar sobre las profesiones, también pude verme en mi graduación de bachillerato, ví la última vez que fuí a la playa y salvé a un niño de que se ahogase, y ví cuando conocí a mi amada Jennifer.

¡Ese era el pasaje más hermoso de mi vida hasta ahora! Podía verla cómo estaba antes de todos los procedimientos médicos: esbelta, feliz, con sus camisas escotadas, sus labios hinchados en labial, sus ojos brillantes, y con una sonrisa que mostraba las perlas tan hermosas que se guardaban en su boca.

Mientras pensaba en ella, Jennifer me despertó de mi éxtasis para decirme algo que en su criterio era muy importante:

—Santiago, ¡Santiago! Sabes que estaba pensando en algo — y arrugó la frente como si quisiera poner la cara de intelectual — hemos ligado nuestra sangre, es como si hiciéramos un pacto. ¿No crees que deberíamos sellarlo y pedir un deseo?

Su propuesta era algo alocada, pero era verídica, era una propuesta algo siniestra qué se daba bajo el azul de un cielo hermoso de febrero. Este idealismo que se podía encontrar en la Biblia satánica de Antón LaVey, era casi imposible de clasificar en la filosofía de la historia; sin embargo me llamaba la atención lo desconocido de la reja con un cartel que rezaba "Bienvenidos a la Mansión de los Condenados" y acepté.

—Empieza tú primero — Dijo Jenny entre risas — No tengas miedo, Porque si Dios no existe, menos el Diablo.

No me había gustado su última frase, porque considero una blasfemia renegar del Padre, sin embargo su elocuencia me persuadió, pero le permití a ella que empezara el ritual.

—Mejor empieza tú, recuerda que soy un caballero.

Y ella hizo la apertura, exclamando unas palabras algo contradictorias a su ateísmo:

—¡Señor del Universo! Mi amigo y yo estamos aquí para unirnos a tu grey. Espero que nos aceptes. Como muestra de nuestra gratitud enlazaremos nuestras almas para que en un futuro no muy lejano nos volvamos a encontrar. Ya que yo moriré pronto; pero espero cuando eso ocurra me guardes un pequeño puesto en tu cielo estrellado.

En ese momento hubo un estruendo en una sala contigua qué me sobresaltó, Jennifer se burló de mi mediocridad y me animó a continuar. Nos tomamos de los meñiques, los cuales mojamos con una pequeña gota de sangre y procedimos a pedir nuestro deseo.

—Pide lo que más desee tu corazón — me aconsejó con una sabiduría de chamán del Amazonas.

Los dos cerramos los ojos por unos segundos y pensamos en nuestro deseo con fuerza; mientras más amor sintiera el corazón, más probabilidades había de que se cumpliese nuestro anhelo.

Al abrir los ojos nos preguntamos mutuamente que habíamos pedido; Jennifer no quería revelarlo porque según sería mala suerte y no se cumpliría; pero yo quise violar esta regla y me precipité a incitarla a que me preguntara lo que más deseaba mi corazón en ese momento.

—Está bien Santiago Alonso — dijo con algo de fastidio — ¿Qué fue lo que pediste? ¿Cuál es el anhelo más profundo de tu corazón?

Cuando iba a responder sentí un dolor en la garganta, a veces soy algo insistente, pero es por esta defectuosa virtud que siempre logró mis determinaciones. Me sentía como un hombre culpable de un crimen que tenía que cancelar 500.000 libras por daños y perjuicios. No quería decirlo directamente así que me limité a preguntarle lo que muchas veces en el pasado le había formulado:

—¿Estás enamorada de mí?

—¿¡...!?

Su sonrisa se desapareció por completo, se notaba que su mutismo duraría por un lapso indefinido de tiempo. Se notaba que sus emociones habían retrocedido por un sentimiento de nostalgia, ya no quería hacerme más daño, Aunque yo mismo me buscaba las respuestas que no quería escuchar. Durante las atracciones turísticas lanzaba largas carcajadas, pero cuando llegaba el momento de la verdad de decir "sí, acepto" durante la boda, su mente se embriagaba de sueños de miedo, los cuales se precipitaba a representar ciegos torbellinos que eran extremadamente peligrosos como una posesión demoníaca.

—Entonces ya sabes lo que he pedido — le dije.

Y no volvimos a tocar el tema durante lo que restaba de día. Sentía que había tenido el momento de declararme y lo había arruinado "¿Qué os parece? has vuelto a cagarla" era la frase que danzaba irónicamente por mi cabeza como un etéreo avión de Guerra. Había sido demasiado vehemente en mi determinación; había envejecido drásticamente en un día.

II

La noche caía, y Jennifer sentía que su fin era cercano. Las sombras de la muerte se cernían sobre ella,
como una tormenta oscura y amenazante. Su corazón se desplomó en el vacío, y sus ojos se nublaron de amargura.

La muerte era el fin de sus sueños,
de todos sus planes y deseos. La muerte era el final de todo lo que había sido, y Jennifer se sentía sola y aterrorizada.

Pero en ese momento, una luz se abrió en su corazón, y la paz del amor la inundó por dentro. La luz era una presencia divina, que la hizo sentir comprendida y querida. Jennifer sintió una calma inesperada, y las sombras de la muerte retrocedieron.

Jennifer sentía la paz del amor, La noche era oscura y profunda, temblaba en el vértigo del miedo. La muerte era una sombra que se aproximaba, y no sabía qué hacer.

La oscuridad se hizo más densa,
y Jennifer sintió la muerte respirar sobre su piel. No había nada más allá de la oscuridad, ninguna esperanza, ninguna luz. Sólo la noche oscura, vasta y abrumadora, que la cubría como una manta pesada.

Las horas se arrastraban lentas y pesadas, y el tiempo se había detenido. Pero entonces, a través de la oscuridad, vio una pequeña llama temblorosa, una llama que brillaba en la noche, y algo en su interior le dijo:

—Confía.

Y Jennifer sintió una fuerza desconocida que traspasó sus tuétanos. Seguramente era su Madre y su hermano Eleazar dándole fuerzas para soportar la adversidad.

Esta vez no se había ido al Cielo Estrellado por haber cerrado la relación con Santiago, esta vez su muerte era real. Había dejado de respirar.

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