¿No es Real?
I
Evelia tomó a Eduardo Antonio de la mano, y lo miró a los ojos con ternura.
—Lo que viste no es real. No es más que una ilusión de tu mente. Lo que importa es lo que tenemos aquí y ahora, en el presente. No te atormentes con un sueño, una fantasía que no existe.
Eduardo asintió, pero aún tenía dudas.
—Pero, ¿cómo puedo estar seguro de que es una ilusión? Me parecía tan real, tan vivido. Tanto que podía sentir los brazos de Luisana alrededor de mi cuerpo. Yo estuve allí, estaba muy real.
—Lo sé, lo sé. Pero hay algo que no has entendido. — Las palabras de Evelia venían acompañadas de cierta incertidumbre — Las emociones tienen mucho poder, tienen el poder de engañarnos. Y ese poder es aún mayor cuando estamos dormidos. Cuando tenemos sueños, como el tuyo con Luisana, las emociones se vuelven más reales, y podemos confundirlas con la realidad. Pero el corazón sabe distinguir la verdad. El corazón sabe lo que es real, y lo que no.
Esto es algo muy importante. Tengo que decirte la verdad. Luisana murió hace tiempo. No es real, no está aquí, no puede estar en tus sueños. Es sólo una ilusión, una confusión. Pero lo que sí es real es el aquí y el ahora, y todo lo que tienes a tu alrededor. Todo lo que de verdad importa está frente a tí.
Eduardo siguió dudando, sin embargo calló y regresó a sus labores.
II
Son tantas las cosas que quiero contar pero no sé por dónde empezar. Escribir Esto me emociona y a la vez me hace sentir muy bien. Hace poco que nos conocemos, pero he empezado a sentir una conexión contigo.
Santiago J. Alonso
Es algo impropio y malévolo empezar una historia de amor contando las artimañas de un ser siniestro y malvado. La pequeña Jennifer estaba muy grave, le habían hecho un ecosonograma abdominal y habían encontrado cientos de cálculos biliares. Ya a su enorme lista de patologías se le había sumado este mal.
Tuvieron que operarla de emergencias. La doctora Evelia estuvo a cargo de todo, afortunadamente la operación fue todo un éxito. Se extendió desde las 7 de la mañana y acabó a las 12 del mediodía. El tiempo se fue prolongando debido a la incertidumbre de la doctora, la cual dibujaba entre dos pensamientos los peores escenarios posibles. Su sentido humanista le decía que tenía que salvar al paciente, pero su rabia le decía que tenía que dejarla morir.
Si no había muerto cuando se lanzó por la ventana, menos iba a morir ahora.
Evelia Martínez.
—Hola, Jennifer. Me gustaría preguntarte unas cosas, para entender cómo te sientes y qué te está pasando — esperaba que está vez todo transcurriera normalmente — Me gustaría saber más sobre tus síntomas, sobre lo que te sientes, y qué cosas han ocurrido desde el último chequeo médico, ¿Quieres decirme cómo te sientes?
Jennifer se quedó en silencio por unos momentos, pero luego rompió el hielo.
—Doctora, siento mucha fatiga y dolor de cabeza constante, no he podido comer mucho, y no he dormido bien desde hace días.
—¿Podrías decirme cuánto tiempo llevas así? — pregunté.
—Unos dos meses — respondió Jennifer.
—Entiendo, siento mucho escuchar eso.
—Deje de fingir.
—¡¿...?!
—Yo nunca le he caído bien.
—Eso no es cierto Jennifer — sabía que iba a pasar algo más desafiante que la vez anterior.
—Usted quiere que yo me muera. Pero no lo voy a permitir.
Todo pasó demasiado rápido, las ventanas se abrieron con un chirrido estrepitante, el sol se ocultó entre las nubes, la luz empezó a parpadear, algo me tapó mis ojos y no pude hacer nada. Calculo que solo transcurrieron pocos segundos y cuando volví a mirar Jennifer no estaba en la camilla.
Sin pensarlo, dejé mis implementos y calma acumulada y salí corriendo por la puerta, mientras gritaba como una loca.
—¡Señorita, por favor, espere! Regrese.
Salí del consultorio, preguntándome cómo iba a encontrarla, mientras veía cómo los pasillos del hospital estaban vacíos y sin gente. Me pregunté cómo iba a hacer para encontrarla entre la soledad de los Escalofríos. Pero seguí yendo por el primer pasillo, cuando escuché un golpe contra una puerta a la izquierda. Vi que era una habitación vacía, con una camilla en medio, y la ventana abierta. Me acerqué a la ventana y la miré, y descubrí a Jennifer, que había saltado desde la ventana, y había caído en el césped.
Era lo que mi mente quería que pasara, nada de esto era real, solo un horrendo espejismo que quería que fuera realidad.
Me asusté. Corrí a la recepción, gritando incoherencias, Pero entre mis entrecortadas palabras se entendían unas pocas oraciones.
—¡Señorita, hay una persona que ha saltado desde la ventana de la habitación número 15!
Y la secretaria me miró con cara de preocupación ¡Vaya, vamos a llamar al personal de emergencia! Y yo asentí con la cabeza, y me sentí tan impotente, porque no había hecho nada para evitar que ella se lastimara, y eso me hizo sentirme muy mala.
Poco después, llegaron los médicos y los enfermeros, y nos preguntaron qué había pasado. Les dije que había visto cómo salía corriendo y saltaba por la ventana, y ellos me dijeron que yo debía acompañarlos a la habitación. Subimos por las escaleras y entramos a la habitación. Lo que vi me dejó atónita.
La puerta estaba abierta, y la habitación estaba vacía. Pero, en el piso, había un papel, con una carta escrita, que decía: "No me consideren una persona desesperada, sino una persona sin esperanza." Y seguía leyendo la carta, y no podía creer lo que estaba leyendo.
La señorita Jennifer había dejado una carta para los médicos y los enfermeros. Y a mí me dejó una segunda carta, con el membrete diciendo: "Por favor, dígale a Santiago, que no es su culpa. Y que espero poder ser mejor en mi próxima vida."
Lloré, me sentía tan mal, y no sabía qué hacer, no podía pensar en nada más que en cómo había fallado. No había podido ayudarla, ni hacerla sentir mejor. No había sido capaz de hacer nada. Y estaba segura de que había sido la peor médico del mundo, y que no merecía seguir ejerciendo. Dejé la carta, y salí corriendo del hospital, llorando, y no sabía qué hacer, ni adónde ir.
No podía hacer nada. Lo hecho hecho estaba. En medio del llanto, sentí que alguien me agarraba de la mano. Me volví a ver una persona mayor, alguien de unos 80 años, con una mirada dulce y cariñosa, que me dijo lo siguiente.
—No tienes por qué sentirte así. No siempre tendremos las respuestas, pero debemos seguir intentando ayudar a los demás. No te sientas mal por lo que está pasando, sigue intentando hacer el bien. No puedes solucionar todos los problemas del mundo, pero siempre puedes hacer una diferencia en la vida de alguien más. No te rindas, y no te des por vencida. Tienes que perseverar, y seguir intentando ayudar a las personas que están a tu alrededor.
Yo sentí que la persona era la sabiduría misma. Me disponía a abrazarla por sus enormes consejos repletos de indulgencia, cuando lo hice sentí un calor en mi estómago, y empecé a sentir el aura tensa, cuándo abrir los ojos y me alejé de la anciana me dí de cuenta de que no era ninguna anciana. Lo que vi ante mis ojos se los dejo a imaginación.
Después de ver esto salí de mis enmarañadas fantasías mortales y me dispuse a seguir con mi trabajo.
III
La doctora Evelia era una mujer de unos 40 años, con un porte atlético y una mirada profunda, como si pudiera ver en los corazones de la gente. Tenía el pelo castaño, y la piel morena, como si hubiera pasado mucho tiempo al sol. Y sin embargo, parecía muy alegre, como si hubiera una fuerza ilimitada en su ser.
Tenía las manos pequeñas y las uñas rojas. Cuando la doctora escribía, su mente estaba conectada con la mente de sus pacientes; parecía que la doctora Evelia no estaba escribiendo, sino que le hablaba directamente al desahuciado, sin necesidad de decir nada. Cuando terminaba, sentía que había logrado dar un paso más en la solución del caso.
Fernando Alonso y ella eran inseparables en un pasado muy lejano, su país de las maravillas era inalcanzable para los enemigos y los Verdugos; sin embargo no podían ignorar que los caminos de la vida se separarían por arte de magia.
Un día, Fernando decidió irse a escribir una novela al extranjero, y la doctora Evelia decidió quedarse en el hospital, para ayudar a sus pacientes. Al principio, todo iba bien, pero, poco a poco, los días se hacían más largos y más solitarios, Evelia empezó a sentir que su alma estaba vacía, que necesitaba algo, o a alguien.
Cada vez que ella pensaba en Fernando, sentía un dolor, era como si tuviera cáncer de tuétanos o una arritmia sinusal en la válvula mitral. Pero no sabía por qué, pues Fernando la había cambiado por un manojo de papeles mugrientos, ¿Cómo era posible que estuviera sintiendo ese vacío? Y, con el tiempo, el vacío empezó a convertirse en algo que la acompañaría cada 6 días que le tocaban sus Guardias en Emergencias.
Evelia tenía que salvarle la vida a la hija de su ex-jefe; aparte de esto era el jefe directo de Fernando Alonso en la Editorial Esmeralda, y por si fuera poco la felicidad de Santiago estaba en juego, para ser más intuitivos colgaba de un péndulo de cristal que se rompería tarde o temprano.
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