El Regreso de Luisana
Eduardo Antonio estaba acostado en su cama, cuando sintió una brisa en la habitación. Se sentó y miró a su alrededor, pero no vió nada raro. Se estiró y volvió a acostarse. Pero de repente, oyó una voz suave.
—Hola, Eduardo.
Nuestro aspirante a médico se sobresaltó. Se sentó en la cama y miró a su alrededor, pero no había nadie.
—¿Quién dijo eso? — preguntó.
—Eres un chico tan inocente, Eduardo — dijo la voz. — No me puedes ver, pero estoy aquí, y te necesito.
Eduardo se paró de la cama, y empezó a andar hacia la puerta. Pero entonces sintió un escalofrío. Otra voz, una voz áspera, entró queriendo protagonizar el encuentro misterioso.
—Es mejor que vuelvas a la cama. No deberías de andar descalzo por la habitación.
Eduardo comenzó a sentir una sensación extraña, como si la habitación estuviese haciendo vueltas. Entonces, una forma oscura, con unos ojos rojos, estaba frente a él. ¿Qué haría? ¿Se quedaría en su pieza o intentaría huir?
—No te asustes. Soy una amiga — dijo la forma oscura.
Pero la voz áspera volvió a apelar en la conversación.
—No le hagas caso. No le creas. Sé más listo.
La forma oscura se acercó más y más, y Eduardo se sentía atrapado.
—¿Qué quieres? — preguntó con miedo.
La forma oscura respondió con franqueza y sensatez.
—Quiero hacerte una advertencia, para tu propia seguridad.
La voz áspera dijo:
—Ella no es tu amiga. No te engañes — Eduardo empezó a sentir una sensación muy rara, como si no estuviese en su casa.
—¿Quién eres? — preguntó con voz temblorosa.
La forma oscura sonrió y dijo:
—Puedes llamarme Luisana.
Recordemos un poco a nuestra querida luisana de la voz del propio Eduardo:
Siempre cuando despierto recuerdo a mi Luisana, era tan seria pero a la vez tan dulce; cada vez que paso por la esquina donde ella me esperaba para irnos juntos a la Universidad la veo reclamándome por haberla hecho
esperar mucho tiempo con sus mismas palabras de siempre:
—Cónchale Roberto me iba a poner más negra de lo que soy.
Luisana había sido una de mis primeras amistades en el Curso Premédico, ella era una muchacha algo oscura y siniestra, pero solo era una fachada que nos mostraba su fría y calculadora mirada, la cual dejaba ver que había sufrido mucho en el pasado, tal vez a manos de su madre, la cual era fumadora y alcohólica; nunca le conocí padre alguno, pero si sabía que estaba en contacto con él, solamente por teléfono debido a que su madre lo detestaba a morir...
Y entonces, una figura, en el rincón de la habitación, se desvaneció. Y apareció una figura familiar, la de una chica, con cabello largo y ojos claros.
—Eduardo — dijo la chica.
—¿Luisana? — preguntó con incredulidad.
—Sí, soy yo. No te preocupes, todo está bien.
Luisana acercó su mano para tocar a Eduardo. Pero cuando la mano de la chica le rozó el hombro, se sintió helada y fría. Y la voz áspera dijo:
—Es una trampa. No confíes en ella.
Y entonces, en un instante, la figura se transformó en un ser extraño, con cuernos y una capa negra. La habitación se oscureció, y Eduardo sintió un terror indescriptible.
De repente, la luz de la habitación se encendió, y todo volvió a la normalidad. Eduardo se quedó atónito, sin saber qué pensar, qué sentir.
—¿Qué pasó? — se preguntó.
Y entonces escuchó una voz nueva, una voz calmada, tranquila, que dijo:
—No debes asustarte. Yo estoy aquí para protegerte.
¿Quién hacía esa voz? una figura apareció frente a él. Era un ser anciano, con barba blanca y una túnica blanca. La figura era bondadosa, amable, con una energía dulce y serena.
—Eduardo, no temas, estás bajo mi cuidado, y te protegeré. No te acerques a esa figura oscura, no le hagas caso.
Eduardo entendió, y dijo:
—Pero... ¿quién eres?
Y la figura sonrió, y dijo:
—Seré tu guía, estoy para ayudarte. No temas, todo está bien. No te acerques a la oscuridad, y no dejes que te enrede en sus trampas.
Eduardo se sentía confundido, pero al mismo tiempo, tranquilo. Se sentía protegido, y se sintió Bienvenido por la presencia de la figura blanca.
—Pero, ¿Cómo sé si puedo confiar en ti? — preguntó.
—Todo está en tu interior, en tu corazón. Si haces lo correcto, si sigues el camino del amor y la bondad, podrás estar seguro de que todo está bien. Luisana lo hubiera querido así — respondió la figura.
Y Eduardo sintió una luz en su corazón, una luz blanca y pura.
—¿A qué se refería Luisana como una Advertencia?
La figura de anciano no respondió; se limitó deambular de esquina en esquina, parecía que estuviera ignorándolo. Algo en su anterior le decía que era una especie de señal, en varios instantes puedo ver que la faz del anciano cambiaba y se convertía en alguien que él ya conocía, también su túnica blanca se empezaba a volver oscura.
Era algo muy extraño pero parecía ver a escalofrío disfrazado del doctor Fernando Alonso
II
Según todos los libros y enciclopedias de medicina que tenía Jennifer en su estantería, el proceso salud enfermedad era definido como un continuo, algo así como un largo camino que para muchas personas era infinito, en los cuales se era propenso a una desarmonía biopsicosocial que provocaba el inicio de alguna enfermedad, la cual podía tener cura o disolución de la vida en sí.
No quise preguntarle más a fondo que era lo que sentía ella al releer este concepto que había estudiado en el primer año; ya me conocía la respuesta que me iba a dar y le iba a deprimir nuevamente. Así que decidí hacer una dinámica algo original: preguntas y respuestas, ella me preguntaría de Literatura y yo le preguntaría de Medicina; para así matar el rato y conocernos más a fondo.
Pasamos horas en ese feedback de temas algo curiosos: ADN y ARN, Macromoléculas, Parkinson, Choque Espinal, Pares Craneales, Anatomía del Corazón...
¡Anatomía del Corazón!
Jennifer era demasiado inteligente, así que empezó ordenadamente a explicarme todo lo referente al sistema cardiovascular: que su órgano central era el corazón, tenía un tamaño aproximado de un puño cerrado, pesaba entre 300 y 350g en condiciones normales, estaba formado por cuatro cavidades: dos aurículas y dos ventrículos, y que está ubicado entre el espacio mediastínico un poco inclinado hacia la izquierda...
En Sí su charla me estaba aburriendo, porque nos quería saber nada referente a la anatomía del corazón, bueno, en realidad solo quería saber cómo se sentía su corazón conmigo. Esperaba que sus reiteradas respuestas algún día cambiarán por lo que mis oídos querían oír:
—¡Te amo Santiago! ¡Te amé desde la primera vez que pisaste mi casa y me besaste con ternura! ¡Quiero que te quedes conmigo hasta que mi corazón deje de latir! ¿Estás dispuesto a hacerlo?
Y yo simplemente la besaba para aceptar su propuesta.
Permanecí inmóvil durante un largo rato. Durante varias semanas tuve una fiebre acompañada de delirio; mi madre imaginaria solía decirme que repetía el nombre de Jennifer durante noches enteras, en la lúgubre locuacidad de la enfermedad y la sombría obstinación de la agonía. Ella por otro lado no podía visitarme, su prolongado reposo y cuarentena se lo impedía; no obstante me llamaba todos los días para conocer mi evolución.
Mi imaginaria madre solía decirme que dentro de poco habría una boda cerca de la calle, y su instinto maternal le indicaba que sería la mía con Jenny; durante varios días me habló de su boda con el idiota de mi padre; no sé si lo hacía para entretenerme o para que no me olvidara de él, lo cierto es que tenía muchos años que no sabía de su paradero.
—¿Sabes Santiago? Mi madre y mi tía no querían que me casara con Alonso, ellas estaban empecinadas en que me arruinaría la vida, y se formara la tumba con esa preocupación. El día de la boda se vió atacado por la cólera de mi tía, quién me decía que estaba cometiendo un terrible error. Mi madre ya no pudo hacer nada porque mi terquedad era inmensa, y simplemente me dijo que yo era responsable de mi vida y de los futuros actos que fuera a hacerme mi futuro esposo.
A veces no le hacía caso, esperaba que se diera cuenta de mi indiferencia y dejará de hablarme de recuerdos tan polvorientos que no era necesario desempolvar... Pero la emoción y la euforia con que narraba era más fuerte y terminaba escuchando su relato hasta el final. Mi madre era un ángel, soportaba en silencio y toleraba el mutismo. Nunca antes me había hablado esa suave voz, sus palabras eran como notas musicales que se acoplaban orondamente al pentagrama del artista con batuta dispuesto a dirigir la orquesta sinfónica.
—En aquella época mi familia decía que las bodas eran reuniones íntimas, y no permitía la invitación a amigos; solamente era admisible a la entrada toda la familia por la parte paterna o materna. El arreglo de papeles, la iglesia y la alcaldía ofrecían siempre alguna complicación de dos o tres días; pero al final la fecha del casamiento se dió para el 17 de agosto. Los testigos fueron unos desconocidos que mi madre y mi tía consiguieron en las afueras de la alcaldía; Claro está decir que ellas intentaron hasta el último momento persuadirme de que cancelara las nupcias. Pero ya sabes el resultado.
El resultado habían sido 10 años de matrimonio disfuncional, ligado al abandono de Fernando Alonso.
El pasado se le aparecía con mirada del presente; a veces clandestinamente mi madre se iba a la cocina a meditar sobre el terrible error que había cometido. Los adolescentes Siempre tomamos decisiones al azar, sin saber cuáles seran las consecuencias o si los resultados serán para bien o para mal. Pero siempre se consolaba de esta fatalidad al saber que todos los golpes en ciertas cuestiones de ética la habían llevado a tener a un gran tesoro que admiraba con regocijo.
Ese tesoro era yo, su hijo Santiago Alonso. Tal vez sea un poco egoísta no nombrar a Evelia, pero ella nunca será mi madre biológica.
Entre el egoísmo y el deber, entre hojas de papel y lápices sin punta pasé una semana completa en cama. Durante toda esta semana no supe nada de Jennifer. Esperaba que se hubiera dejado gotear por la benevolencia del omnipotente, o que tal vez hubiera cambiado el agua amarga de su alma por agua fresca de manantial. Durante este lapso de tiempo pensé mucho ¿Iba a soltarla? ¿Iba a dejarla ir?
La respuesta era no.
Decidí estar con ella durante todo su proceso, al menos le sacaría una que otra sonrisa, le haría compañía a su soledad, y así los tres meses de reposo se irían volando como las hojas del calendario; 24 horas para ella era para mí un día, tres días para ella eran 72 horas... Y Aunque ustedes creen que es una conversión exacta de la aritmética; sus matemáticas no eran perfectas ni exactas, hasta les puedo confesar que utilizó una calculadora para obtener este resultado.
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