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Carta Obligada a Mis Adversarios

Noté que parpadeaba más de la cuenta, su tez rosada se estaba volviendo blanca; empezó a perder el equilibrio y se desmayó en pleno Acto de Grado. Sentí que me habían soltado los pies; me quité la toga y empecé a tropezarme con toda la multitud para tratar de llegar hacia donde estaba ella.

Yo corrí a verla, pero sus compañeros no me dejaron; muchos empezaron a acusarme de su recaída, de que yo era la única persona que la llevaba al borde del estrés y no estaba pendiente de su bienestar. Mientras hubiese hombres así en la tierra sería una impostura hablar de libertad, de belleza o de revolución. Tenía fiebre, sabía que no había dormido en los últimos días, pero también tenía en cuenta que ella sufría De insomnio; de repente empezó a invadirme este único pensamiento espantoso:

—¡Está muerta!

Jennifer tenía pulso, pero pensaba que mi presencia la estaba matando, arrugaba la frente y al examinarla notaba que tenía moretones en todo su cuerpo. Un claro signo de leucemia.

Leucemia: Cáncer en la Sangre.

¡Pero ninguno de sus innumerables exámenes médicos decían que ya sufría de leucemia! ¡Creo que ya empezaba a entender porque ella no creía en la benevolencia de Dios! ¡Tantas personas en el mundo y le das el amargo gusto de ganarse la lotería de todas las enfermedades! Empezaba a comprender Porque al principio de nuestra relación siempre estaba cansada, con ojeras, pálida y había bajado de peso. Pero... ¿Por qué cuando estaba conmigo su faz se iluminaba? ¿Era yo una especie de cura? ¿De antídoto? Eso solo lo podría saber si iba al hospital.

Una ambulancia llegó al instituto y la llevaron de emergencias a una clínica Privada. Al principio pensé que tenían razón todos sus compañeros: el único culpable de la recaída de Jennifer era mi persona; pero luego comprendí que no podía dejar que otros dictaran lo que tenía que hacer y tomé un taxi rápidamente para llegar al hospital.

Allá estaban sus padres en la sala de espera, que claramente ya me habían aceptado como parte de su familia. Esperamos amargamente por varias horas, hasta que un médico, que venía acompañado de varias enfermeras salió a darnos noticias. Su expresión denotaba primicias preocupantes.

Yo no quería escuchar nada. Y me limité a ponerme mis audífonos y escuchar música: empecé a recordar cuando quise entrar en la orquesta sinfónica; audicioné un par de veces pero siempre desafinaba por naturaleza, no hacía distinción alguna de notas entre unas y otras melodías. Mi profesora siempre me interrumpía inmediatamente con siseos, sarcasmos o el estepitante sonido de un silbato. De esta manera abandoné lo que sería una gran carrera como artista musical.

Pero sentí que estaba siendo descortés con los médicos, y sentí ese estrepitante sonido de aviso para quitarme los audífonos.

Claramente era leucemia, de un tipo específico que no recuerdo. Solo sé que ya estaba avanzada, y que había tenido que morir hace un mes atrás. Los médicos no se explicaban como aún seguía con vida, pero yo internamente sabía la respuesta, solo que mi discreción me permitió guardármela en lo más profundo de mi alma.

—¿Quieren verla? — preguntó el doctor.

—Entra Santiago, — me dijo su padre — nosotros vamos dentro de un momento.

Sentí que iba a entrar en una entrevista de trabajo. Tenía miedo de que cuando entrara no me reconociera, o peor aún, que me hiciera culpable de su desgracia. Pero me consolaba recordando los paseos juntos, nos habíamos enriquecido mutuamente de las cosas más naturales, y ellas como si fueran semillas se iban ramificando rápidamente. Pero algo siempre me hacía vacilar, mi mente siempre ha sido algo retorcida: ¿Y si al entrar me conseguía con mi profesora de orquesta y me reprendía o criticaba por mi desafinada garganta? No podía aceptar la sentencia de los médicos, ni podía permitir que mi querida Jennifer la sepultaran en una fosa común, así que entré pese a mis miedos más profundos, que sabía que tenía que enfrentar solos.

Ahí estaba durmiendo en una pulcra camilla.

A pesar de su cara pálida se veía hermosa, ahora siento que mi mente me estaba haciendo declarar cosas estúpidas e ingenuas ¡Era una niña tan inocente con algo de rencor en su corazón! Tenía su cabeza recostada sobre la almohada y sus párpados cerrados se asemejaban al Cuarzo resplandeciente. Me arrodillé y empecé a orar, sentía que era lo único que podía hacer en esta situación. Me llené de una humildad que sentí que era fingida y empecé a pedir... "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis" decía la Santa Biblia. Mientras más oraba veía que en la oscuridad de mis ojos cerrados se vislumbraba un camino, que a mi parecer se hacía cada vez más infinito y no parecía tocar el horizonte. Solo llevaba cuatro, seis, ocho y diez meses de trabajo, con una inmensa montaña de apuntes que contenían la esencia de los secretos del éxito. Pero no entendía por qué escribía todos los días algo diferente, pero sobre todo que le agradara a ella.

De repente sentí una respiración profunda cerca de mí.

—Algunos libros están escritos y guiados por la mano de Dios.

Cuando miré estaba despierta, sus ojos tenían un resplandor azulado. No podía entender como una persona atea ahora me decía que era un escritor que había sido tocado por la mano de Dios.

—¡Mi amor! ¿Cómo te sientes? — y la tomé de las manos con delicadeza.

—No te hagas el sordo, sabes muy bien que me escuchaste. Necesito que escribas una carta para Pedro y Greicymar con tu don caído del Cielo estrellado.

—Es la primera vez que te oigo a hablar de Dios, pensé que no creías en el Omnipotente.

—Qué hable de él y que te digas que tienes un don venido del cielo, no significa que crea en él. Simplemente me he dado de cuenta que tengo que aprender a vivir con su sentencia. — su cara se arrugó por un signo de dolor — Y ya su sentencia ha sido dictada, y tengo que acoplarme a ella.

—No digas eso, no te llenes de pesimismo.

—No es que sea pesimista, solo estoy siendo realista.

En ese momento sentí que ya no era necesario hablarle poéticamente: sus respuestas eran concisas y prácticas, y podían encontrarse en cualquier parte del mundo. Era la reacia actitud de una persona desahuciada que esperaba su desconocido destino. Era como si hubiera recibido las instrucciones de su supervisor y debía cumplirlas al pie de la letra.

—¿Quiénes son ellos? — le pregunté para cambiar de Tema.

—¿Quiénes son quién? — volvió a preguntar con una típica sonrisa pícara. En sus labios se esbozaba una débil sonrisa.

—Pedro y Greicymar.

—Son las personas que te acusaron de mi desmayo.

Yo de verdad no lo podía creer. Ella Me pedía que derramara mi lírica para expresarme hacia las personas que me habían hecho sentir lo peor del planeta. Era una solicitud difícil de aceptar ¿Cómo iba a realizar ese milagro? Yo escribía para sentirme satisfecho conmigo mismo, lo hacía cuando estaba feliz, triste o algo me incomodaba; pero en esta oportunidad tenía que escribir algo dulce a unas personas que me habían tratado como si fuera una mierda.

—Siente mi mano. Escucha mis palabras. Me necesitas... Y yo te necesito.

Esas palabras fueron indispensables para aceptar el reto. Jamás había perdido la fe desde aquel día en que por primera vez salvé a un niño pequeño de una ola gigantesca en la playa de San Andrés. Sabía que había llegado con un propósito, también sabía que no era un esclavo de mis fuerzas, era esclavo de mis pesadas palabras, ¡De mis manifestaciones libres de amor! Así que decidí sacar mi Pluma y Vida de mi bolsillo y empezar a redactar lo que sabía que sería una mezcla de felicidad, tristeza y arrogancia.

Hace poco mi madre me había contado de lo impresionada que estaba por la muy baja estatura de los niños que entraron este año a cursar el bachillerato; ¡Para tener 12 años aparentaban tener 7 u 8! Pero eso para mí no era nada nuevo, porque si queremos hablar de pitufos, tengo en la mente a la persona indicada, y no es mi Querida Jennifer la protagonista de esta nueva Carta, Sino dos personajes algo extraños y grotescos.

Si quisiéramos cantar el himno en la Universidad y se pidiera formar columnas por orden de Tamaño, del menor al mayor, ella estaría de primera con vista a la Bandera. Su estatura era diminuta, tanto que a veces ni la lográbamos divisar
en la Universidad; aparte de su corta estatura, tenía una faz algo achinada, una expresión que cambiaba de las sonrisas a la seriedad de manera fugaz, y siempre que trataba de explicar cualquier concepto su vocabulario se entrelazaba con muletillas innecesarias que colmaban el auditorio de interrogantes.

Esta carta tenía que ser una de las primeras redactadas para que brillara con hermosura junto con la de mi Amiga Jehovalis, pero como siempre mi enmarañada mente sufre de intrépidos "Bloqueos de escritor" que son como un vaivén: vienen y van. Así como puedo escribir todos los días, hay días en que no me apetece escribir ni una línea; y eso era lo que me había pasado, aún no era el tiempo de esculpir estas dobles personalidades algo difíciles de sobrellevar en sinceridad de la noble y la pura.

Hoy no quiero caricaturizar nada; Ahora mis recuerdos me llevan al pasado, Sí, pienso en el pasado ¡Pienso en el pasado cuando era una ignorante en muchas cosas y ni siquiera sabía hacer amigos! Simplemente me encerraba en una cúpula de cristal donde ese día algo extraño, mientras hacía una fila para inscribirme en la Universidad me conseguí con una niña muy extrovertida, que no tuve que preguntar a que se dedicaba para ver que era bailarina.

Me refiero a Greicymar Leal, esta niña tenía su rostro impregnado en pecas innecesarias; su cabello en ese entonces era castaño, liso y muy largo; tenía unos labios extremadamente grandes, como si los tuviese hinchados, y andaba de un lado a otro como inquieta esperando que fuese su turno para entregar los recaudos de la inscripción; imagínate por un momento la criatura más rubia, mas argentinada y más etérea que se te haya aparecido en tu vida, ¡Qué encanto! de seguro tu mente se llenará de una presencia luminosa y milagrosa, de algún ángel recién llegado a la tierra, pero no era nada de eso por el estilo...

Era Greicymar Leal que vestida con atuendo llanero salía al escenario a
danzar con ímpetu. Si muchos decían que ese rostro blanco sonreía y tenía
una forma precisa, mentían descaradamente porque cuando bailaba falazmente no tenía un rostro propio, en realidad no tornaba una forma precisa; pero bajo la luz de la luna podía entornarse con dolorosa rapidez todos los rostros maravillosos que pudieras imaginarte.

Claro, ese era su lindo aspecto, que no era nada comparado con su voz grave
y su vocabulario algo obsceno; aún recuerdo que ese día en la fila entablé
conversación con ella para pasar el rato y que diera tiempo de que llegara
nuestro turno rápidamente. Tenía una bolsa pequeña de plástico de la cual iba sacando brillo de uñas, polvos compactos, pestañas postizas, colitas para el cabello y me iba explicando con delicada paciencia el uso de cada uno de ellos.

De esta manera conocí a esta figura un tanto alocada.

Ahora, Pedro, el novio de Greicymar, era todo lo contrario a ella; es un
muchacho con una cara redonda y seria, hasta puedo confesar que en un
principio pensé que nunca pestañeaba o no cambiaba de expresión; era muy inteligente, tanto que eso puede explicar ese abultamiento algo prominente en su bóveda craneana. Tenía una retención de información impresionante, pero hablaba y explicaba de forma lenta, tan lenta que me daba sueño a media clase.

Aun así, Leonel y yo siempre le preguntábamos sobre cualquier tema mientras lo que decía lo anotábamos en nuestras libretas como apuntes para el examen final.

Pedro era muy lento mientras Greicymar camina muy rápido; Greicymar era demasiado chistosa mientras que Pedro casi ni reía; la voz de los dos era algo grave; Pedro era bajito y Greicymar le ganaba en tamaño; mientras que Pedro le
ganaba en conocimientos a quien fuera. Era un don que él tenía.

Ya casi no quedan palabras para describir esta metamorfosis algo vertiginosa; Frente a la puerta melancólica del colegio, en un futuro no muy lejano, se puede escuchar una voz característica; algo parecido a un chapoteo sordo o a un abrir y cerrar estruendoso de un oxidado armario; si quisieras acercar tu vista al salón de clases más hacinado y repleto de curiosos, ahí estaría Pedro
impartiendo seminarios y explicando con sabio denuedo los ribetes de médico del siglo XX cuando reinaba en Venezuela la dictadura de Juan Vicente Gómez.

Por una feliz y a la vez ingrata coincidencia me he quedado sin papel; siento que los días han pasado volando sin razón, y cada día siento que mis fuerzas se renuevan. Esto es una señal de que pronto Pedro, Greicymar, Leonel y yo nos reuniremos en breve para planear como estará estructurado nuestro próximo Proyecto Científico.

Soy tan miserable poeta cuando escribo las cosas a mala gana, pero en este momento sentía que las palabras habían salido de la mente de Jennifer. Con algunos toques de ficción, claro está, pero toda la carta había sido escrita por su imaginación. Empecé a sentir que ella y otras personas miraban el cielo, pensando que era un espejo gigante, sus sombras trataban de agarrar lo inalcanzable, pero en este momento inalcanzable para mí era entregar esta carta.

Tuve que caminar más de lo acostumbrado para encontrar el hogar de estas dos figuras de mármol, al llegar al apartamento que alquilaban me atendió su casera, era una señora con un labial rojo fuerte y la cara demacrada. No supe que decir cuando los tuve a los dos frente a mí, pero escuchaba al oído las palabras de mi amada Jennifer:

—Ya fue suficiente, promete que estás flores llegarán a su Destino.

Coloqué la carta en sus manos y me retiré sin decir palabras. Había cumplido con la promesa, a regañadientes lo confieso, pero había cumplido.

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