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Invasión a las fortalezas defensivas

EL AZOTE DE DIOS

Capítulo 26: Invasión a las fortalezas defensivas


Una fuerte y glacial ventisca de nieve caía sobre la gran muralla de Mordor, el único lugar en las tierras sombrías antes pertenecientes a Sauron, que sufrían el embate del crudo invierno que mordía inmisericorde toda la extensión de la Tierra Media. Pese a esto, los guardias chicos gato haciendo gala de extrema disciplina, estaban apostados sobre la muralla y no se movían ni un milímetro, mientras seguían observando el horizonte en busca de cualquier actividad enemiga que se acercase a la colosal muralla defensiva, la cual, cubría todo el este de Mordor, desde las Montañas de las Cenizas, hasta las Montañas de las Sombras.

Las puertas del gran portalón de la muralla, situadas justo al medio de la imposible estructura se abrieron y por este lugar pasó un ejército de dimensiones muy grandes. Tomó un buen tiempo para que todo el ejército saliera del portalón y Urd, señora del cuarto ejército del Imperio Famnya, salía por las enormes y reforzadas puertas.

«Los informes de la joven General Mizuki fueron esclarecedores», pensaba Urd, mientras enseñaba un rostro feroz pero inescrutable al mismo tiempo. «A diferencia de la batalla del Amon Lanc, los humanos llevan esta vez nuevas armas y armaduras. El desastre sufrido en la batalla del paso de Minas Ithil, nos ha enseñado que no podemos permitir que los humanos se sigan armando».

La yegua pequeña y regordeta de Urd se detuvo frente a una figura delgada que vestía unas ceñidas telas de color blanco que le servían para camuflarse en el paisaje.

La yegua negra de Urd pareció encabritarse, pero su jinete permaneció en calma y sin decir una palabra.

―Urd sama, el ejército shinobi está presto a seguirla hasta el mismo infierno de ser necesario ―juró la kunoichi mientras inclinaba una de sus rodillas.

―Ai, confío en tus reportes respecto al envío de nuevas armas y armaduras a los humanos por parte de los elfos y enanos ―dijo Urd.

―La información que recolectaron vuestros shinobis bajo mi mando fueron confirmados ―aseguró la kunoichi sin cambiar de posición.

―Bien, adelántate con tus shinobis ―ordenó Urd, con lo que la chica gato dio un salto a una velocidad imposible haciendo como si desapareciese por arte de magia.

Urd, se dirigió donde sus otros generales y les dio las instrucciones pertinentes.

―General Sora, General Mizuki, ustedes irán por el sur y destruirán el gran puente del rio Harnen, deberán destruir las demás fortalezas a lo largo del Harnen, para no ser atacados por la retaguardia mientras avanzan hacia el delta del Anduin, antes deberán hacer lo mismo con la fortaleza principal del rio Poros y sus fortificaciones cercanas. Luego, sin perder tiempo se dirigirán hacia el Pinnath Gelin, o como le llaman los humanos "las verdes colinas de Gondor", desde allí evitaran que los enanos sigan enviando nuevas armas y armaduras a los humanos de Gondor.

―Así lo haremos, Urd sama ―prometieron el chico demonio y la chica lobo mientras asentían de manera marcial.

―Por otra parte, la general Chaika y yo, nos dirigiremos al norte. Barreremos con las dos cadenas de fortificaciones que resguardan Rohan. La General Chaika se ocupará de la cadena de fortificaciones que van desde Dagorlad a Dol Guldur, mientras que yo recorreré todo el camino antiguo que está protegido por las fortificaciones que van desde lo que antes era el ingreso a las puertas negras de Mordor hasta el oeste del Amon Lanc. A la altura de los campos de Celebrant. La general Chaika se dirigirá hacia los fiordos del Isen, al sur de Isengard, desde allí evitará que cualquier suministro proveniente de Eriador llegue a Rohan.

―Con estos dos bloqueos impediremos que los humanos se sigan armando ―dijo Chaika, asintiendo con decisión ante su tía.

―Por mi parte, iré hacia Lorien ―les revelaba Urd con una mirada salvaje en el fiero rostro―. Eliminaré en persona la amenaza elfo, la cual fue la que nos ha estado retrasando en el transcurso de esta campaña militar, de esta forma los humanos tampoco recibirán las armas y armaduras que les proporcionan los elfos. Ya es hora de que comience por fin la verdadera invasión a la Tierra Media y que las diosas supremas tengan misericordia de aquellos que intenten detenernos porque yo no otorgaré misericordia alguna. ¡Recuerden, somos Famnyas, con gusto devoramos a aquellos que tratan de subyugarnos!

―¡Kiai! ―gritaron centenares de miles de soldados ante la arenga de su señora, mientras que sobre la gran muralla de Mordor, el enano y obeso General Kai, veía la extensión del grandioso ejército Famnya.

«No se preocupe Urd sama», pensaba Kai. «Juro proteger Mordor en su ausencia como usted me lo encomendó».

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En el bosque de Lorien, los elfos ignorantes de la pronta amenaza que acaecería sobre ellos, se dirigían con paso triste, pero decidido hacia el sur, para de esta forma tomar los barcos que les llevarían a las tierras imperecederas para nunca más volver a la Tierra Media.

Galadriel, última de los noldor y señora del bosque de Lorien, veía con tristeza la constante marcha de su gente hacia los Puertos Grises, los canticos elfos eran tristes pero hermosos y concordaban con la ligera nevada que caía sobre el bosque en ese momento.

«Ya terminó la tercera edad de la Tierra Media», pensaba la reina de los elfos, mientras contemplaba a Nenya, su anillo de poder con una mirada triste, anillo que le fue entregado por el mismo Sauron cuando engañó tanto a hombres, elfos y enanos hace ya tanto tiempo. «Puesto que las cosas que eran ya no lo son más, debemos partir y abandonar la Tierra Media, sin embargo, cómo me hubiese gustado que nuestra partida se hubiera dado en condiciones diferentes, con los humanos y mi nieta Arwen, libres de cualquier amenaza ahora que Sauron fue destruido».

Galadriel cubrió su anillo con su otra mano y su hermoso rostro se contrajo por la pena y el sufrimiento.

―¿Mi señora? ―habló preocupado Galdorin, al aproximarse a su señora.

―Maestro Galdorin ―dijo Galadriel, y esta vez su rostro se tensó en una expresión dura y decidida―. No pienso partir hacia los Puertos Grises, mi corazón me pide a gritos volver a ver el mar, pero no pienso retirarme de Lorien, me quedaré con los elfos restantes que trabajan en las fraguas para ayudar al esposo de mi adorada nieta.

―¿Está segura de esto, mi señora? ―le preguntó Galdorin.

―Sin importar dónde me encontrase, yo siempre seré Galadriel ―dijo la reina y a continuación, se sacó su anillo de poder y lo arrojó a lo lejos.

Galadriel dio un breve suspiro y comenzó a reír como no lo hacía desde antes que viniese a la Tierra Media, miles de años atrás.

―Ahora por fin estoy libre de toda influencia de Sauron, ahora me marchitaré como algún día lo harán los arboles más jóvenes del bosque, pero, aun así, seguiré siendo Galadriel.

Galdorin, quien siempre mantenía una postura fría y distante, se inclinó en el suelo y comenzó a llorar como un niño pequeño. Galadriel se acercó al maestro armero y le abrazó como si fuese su madre.

―No hay razón para derramar lágrimas, joven maestro, de entre todas las cosas, esto era lo más necesario. Al igual que mi nieta, ahora puedo mirar libre hacia adelante sin sentir el peso de los noldor en mis hombros o la sombra de Sauron en mi corazón. Levántese, maestro Galdorin, levántese y siga dirigiendo las fraguas, que el fuego no solo de las fraguas, sino también el de nuestros corazones y voluntades, siga ayudando a nuestros amigos y aliados.

Galdorin miró la sonrisa de su reina y se enjuagó las lágrimas.

―Tiene razón mi señora, como diría Kilibin: "¡a todo vapor!", aunque no sé muy bien que significa esa frase.

―Usted aprecia mucho al maestro Kilibin, ¿verdad? ―le dijo Galadriel sonriéndole.

―Así es mi señora, pero por favor, no se lo diga al enano.

Galadriel sonrió al elfo y luego elevó su mirada a la copa de los árboles. Finos y pequeñísimos copos de nieve cayeron en su rostro y luego estos se derritieron para asemejarse a lágrimas que recorrieron el rostro de la antigua reina de los noldor.

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A diferencia del nevado bosque de Lorien, la fortaleza principal del rio Harnen, la cual se hallaba justo por encima del puente principal que comunicaba los territorios de Harad y Gondor del sur, se hallaba castigada por los inclementes y fuertes rayos del astro rey.

Nubes oscuras de tormenta a lo lejos parecían presagiar la llegada de la bien esperada lluvia, sin embargo, solo eran un engaño cruel de la naturaleza, ya que, pese a los constantes y lejanos truenos, la lluvia jamás caía sobre esas desérticas tierras. De no ser por el rio Harnen, todas las tierras circundantes no hubiesen podido sustentar ningún tipo de vida.

―Ya veo el puente fortaleza ―decía el joven general Sora.

―Por fin ―suspiraba la general Mizuki, quien se secaba el sudor de la frente―. Luego de casi una semana de cabalgar por este infernal desierto, al fin llegamos a nuestro objetivo. No entiendo cómo lo hizo Urd sama, que cabalgó más lejos hasta el sur de Harad y obligó a los haradrim a dirigirse hacia Gondor del sur cuando llegamos por primera vez a este lugar.

―Urd sama es Urd sama ―dijo Sora de manera grave y de forma lacónica―. Siento pena por los elfos de Lorien al norte, el ejército shinobi va con Urd sama, ellos son conocidos por no conocer lo que es la misericordia, también van con nuestra señora los nekoi, los jinetes negros en sus altos y delgados caballos negros, esos jinetes con sus negras armaduras no saben lo que es la piedad.

―Mejor no pensemos en eso, aboquémonos a la estrategia que planificamos ―dijo Mizuki, mientras que con una señal de su puño indicaba al resto del ejército que tomara un breve descanso antes de la mortal marcha hacia el puente fortaleza.

«Tienes razón», pensaba Mizuki, tratando de no reflejar emoción alguna en su joven rostro. «Sospecho que Urd sama nos envió al sur para que ella pudiese regodearse a placer con la masacre, incluso mandó a su sobrina Chaika a dirigirse luego hacia el sur de Isengard, antes de llegar a Lorien, Chaika no es muy afecta de disfrutar con la masacre».

Tomar el puente fortaleza sería una labor fácil o difícil dependiendo de la estrategia previa al ataque a la intimidante estructura. A todos los caballos se les ataron ramas que producirían mucho polvo, con lo que harían creer al enemigo que contaban con números más grandes de los que tenían en realidad, algo que en cierto punto era innecesario, debido al enorme ejército que contaban en realidad, pero una medida muy útil para causar pánico al adversario. También colocaron muñecos sobre los caballos que no tenían jinetes para remarcar el efecto de unas hordas más grandes de lo que en realidad eran.

El puente fortaleza estaba fortificado, y aunque podría tomarse gracias a la superioridad numérica con la que contaban, decidieron aplicar la ya muy conocida eficiencia Famnya. El punto débil de la fortaleza radicaba en estar sobre el mismo puente, cuando los soldados y vigías enemigos estuviesen distraídos por el ataque enemigo, las hordas Famnyas ensamblarían navíos construidos con anterioridad y luego los harían embestir a las columnas, columnas que se desplomarían debido al choque y al intenso calor de las embarcaciones que estarían prendidas en llamas.

Béllego, comandante del puente fortaleza, fue llamado por su fiel caballero Halbargo, quien le indicó que un multitudinario ejército de caballería se acercaba a la fortaleza.

―¡No, es imposible, no puede haber un ejército tan grande en la tierra! ―gritó Béllego, al ver las docenas y docenas de miles de jinetes acercándose a la fortaleza.

La estrategia de los generales Sora y Mizuki, funcionó a la perfección, todo al interior de la fortaleza era un caos y los vigías no notaron que varias chicas y chicos gato empezaban a ensamblar en las orillas del rio los navíos ligeros que llevaron con ellos.

―¡Los navíos ya están listos! ―gritaba un chico gato―. ¡Deprisa, coloquen las ramas secas y el alquitrán!

Una vez listas las naves, condujeron estas hacia las columnas en curso de colisión y antes de que estas se estrellasen prendieron el alquitrán.

―¡Rápido, tomen los botes pequeños y marchémonos de aquí! ―gritaban varias chicas gato, al ver asegurada la estrategia de sus generales.

Varias sacudidas se sintieron en la fortaleza, haciendo que todos los soldados se sumergieran todavía más en el miedo.

Béllego seguía ordenando a sus hombres conservar la calma, sin imaginarse que pronto él y todos los demás soldados en la fortaleza, ya sean hombres de Gondor o sus aliados de Harad o Khand, morirían sin siquiera haber cruzado espadas con las chicas gato.

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La fortaleza se derrumbó más rápido de lo que supusieron Sora y Mizuki, provocando un estruendo tal que hizo que sus yeguas se encabritasen.

―Salió mejor de lo esperado ―confesaba Mizuki con una sonrisa que mostraba unos dientes que aún podían considerarse de leche.

―Ahora crucemos a la otra orilla, tú dirígete al este y yo lo haré al oeste ―decía Sora―. Destruyamos todas las fortalezas al margen del rio, luego tomemos el camino de Harad y hagamos lo mismo con el puente fortaleza del rio Poros al norte.

―Antes tendremos que destruir las fortalezas que se encuentran en la orilla sur del Poros ―señaló Mizuki―. Luego de destruido el puente fortaleza, recién nos dirigiremos al delta del Anduin.

―Sí, por eso no debemos desperdiciar tiempo. ¡Vamos!

El ejército de chicas gato comenzó a cruzar el rio asemejándose a una gigantesca marabunta de hormigas, que, imparables, luego se dirigirían hacia el este y al oeste del rio Harnen.

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Muy al Norte, al este de Dagorlad, las hordas de Urd y Chaika esperaban mientras que los shinobis entregaban sus reportes de inteligencia.

―Urd sama, como puede ver por los dibujos que le hemos entregado, todas las fortalezas siguen un patrón de construcción similar, sino del todo igual ―le informaba Ai.

―¿Por qué construirían los humanos sus fortificaciones de manera tan similar? ―preguntó Chaika.

―Por la misma razón que nosotras lo hacemos en las islas del este del imperio, para agilizar su construcción ―le respondió Urd―. Aunque sospecho que estas fortificaciones humanas son de establecimiento permanente a diferencia de las nuestras, no importa, lo que los humanos consideraron una ventaja pronto se tornará en beneficio nuestro.

Urd se colocó el casco junto con la máscara intimidante, y Chaika, con una señal de su mano, ordenó a los banderilleros que comunicasen a las hordas estar prontas para partir.

Todo el suelo vibraba ante la marcha rápida de la caballería Famnya, los cascos de las yeguas esteparias chocaban con un sonido lúgubre contra el duro suelo mientras hacían saltar el polvo y pequeñas piedrecillas, al mismo tiempo que el fuerte viento de las planicies de Dagorlad sacudía los ropajes de los jinetes, quienes tensaron los músculos y endurecieron los rostros ante la fría mordedura del gélido soplo invernal.

El enorme ejército se separó en dos, Chaika se dirigió a su primera fortaleza y tal como lo había planeado con Urd, empezó a rodear la fortificación en una marcha que rodeó en un círculo perfecto la estructura, al mismo tiempo que arrojaba sus flechas por encima del muro.

Los defensores de Rohan y Rhun, disparaban sus flechas, pero estas eran detenidas por las pompas de seda que llevaban los jinetes. Una vez verificado el punto débil de la fortaleza, Chaika y sus hombres se dispusieron a atacar en serio.

Con la ayuda de pequeñas catapultas que antes fueron construidas y ensambladas para este ataque, procedieron a derribar el punto débil de la fortaleza, por si esto fuese poco, también arrojaron muchas flechas y proyectiles incendiarios, las cuales obligaban a los soldados a dirigirse a apagar el fuego y, distraídos como estaban, no se daban cuenta que los shinobis y kunoichis penetraban subrepticios por las murallas y abrían el portalón principal.

Así, con dos puntos de entrada, las fuerzas de Chaika entraban con facilidad en la fortaleza, los jinetes lanceros empalaban a placer a quienes se les cruzaba en su camino. Al ser las fortalezas defensivas tanto en Rohan como en Gondor, puntos alejados que debían retrasar la marcha del enemigo, estas no recibieron los suministros necesarios de armas y armaduras que fueron forjados por los elfos y enanos, al menos, no en suficiente número.

Después del incendio de la fortificación, Chaika examinó con cuidado las pocas muestras de nuevas armas y armaduras que llevaban los humanos.

―Que magnificas espadas, sus hojas no son tan elaboradas como las hojas de nuestras katanas, pero aun así son un trabajo digno de admirar y temer ―decía Chaika impresionada al ver una gladius y una espada de damasco, lo mismo que un hacha francisca y el arco largo junto a la ballesta pesada.

―Como nos dijo Mizuki, sus armaduras ahora les dan gran movilidad y protección ―dijo Amane, viendo con respeto las armaduras de placas romanas para la infantería y las armaduras góticas para los caballeros.

―Las armaduras de los caballeros les protegen en su totalidad, o casi ―decía Chaika con una mirada escrutadora―. Ya sé dónde se encuentran los puntos débiles de estas. Amane, es seguro que con cada minuto que pase, los humanos reciben más y más de estas nuevas armas y armaduras, retomemos nuestra marcha hacia el norte sin perder más tiempo.

Amane asintió y a la señal de su amiga y comandante, el ejército de Chaika partió al norte hacia la siguiente fortificación, dejando tras de sí las ruinas de la fortificación por la cual salía una columna de humo negro, lo mismo que el hedor de la carne quemada.

CONTINUARÁ...

Notas finales del autor: Lo del ataque al puente fortaleza del Harnen, lo tomé de una vieja estrategia vikinga, que consistía en lanzar barcos en llamas a los castillos que protegían estrechos pasos de agua y dejar que el fuego hiciese todo el trabajo.

Los hermosos castillos japoneses a diferencia de los europeos, solo se erigían para una batalla en particular, luego se abandonaban, por eso hay tan pocos castillos enteros en Japón y todos siguen un mismo patrón de construcción.

La táctica de rodear un castillo en círculos mientras se arrojaban flechas hasta descubrir el punto débil, era una táctica que usaban los mongoles.+

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