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El apresto para el asedio

EL AZOTE DE DIOS

Capítulo 33: El apresto para el asedio


Un diluvio de agua nieve caía sobre toda la extensión del Pinnath Gelin, haciendo que los ejércitos en los alrededores maldijesen con todas sus fuerzas el embate de los elementos.

Como lo predijo Funbol, cuando los reinos enanos de las Montañas Blancas y el Druwaith Iaur, vieron al ejército de Elrond acompañar a las fuerzas de Funbol, todos los enanos decidieron sumarse a la marcha y comenzar de una vez por todas el postergado ataque al bloqueo de las chicas gato.

Funbol y Elrond estaban impresionados ante el vasto ejército enemigo situado en la cima de las Verdes Colinas de Gondor, un nombre el cual no hacia tono con el aspecto general del lugar en ese momento. El crudo invierno había despojado a todo el lugar de toda brizna de hierba y la aguanieve convirtió toda la extensión del terreno en un lodazal resbaladizo.

El ejército de chicas gato estaba conformado por cincuenta mil jinetes con arco, un ejército reducido según los estándares Famnya y considerando que estaba comandado por dos de los cuatro Generales de Urd, pero a los ojos de enanos y elfos, era de dimensiones exorbitantes.

―Creo que son la misma cantidad de enemigos que trajo Sauron a los campos de Pelenor, cuando asedio Minas Tirith ―observó Funbol, quien amargó la expresión ceñuda de su rostro al calcular la extensión del ejército enemigo.

―Entre ambos juntamos unos cinco mil soldados, más los otros veinte mil de los reinos enanos del sur ―señalaba Elrond, quien también agrió la expresión.

―Todo el terreno se ha convertido en un lodazal, no veo cómo la infantería pueda subir la resbaladiza cuesta, y ni que decir de la caballería elfo ―decía preocupado Funbol, quien tuvo que reconocer que la reticencia de los reinos enanos del sur con respecto a romper el bloqueo sí estaba fundamentada.

―No necesitamos subir las colinas Funbol. Recuerda que nuestro objetivo no es enfrentarnos al enemigo, sino llegar a Minas Tirith con la caravana de pertrechos de armas y armaduras que precisa Aragorn con urgencia.

―¡Pero Elrond, las chicas gato no nos dejarán pasar tan fácil, al final tendremos que combatir contra ellas!

―Por los informes que recibí, el enemigo prefiere situarse en terreno elevado para así tener ventaja estratégica al mandar sus fuerzas a terreno más bajo ―explicaba Elrond―, sin embargo, esa ventaja ahora está jugando en su contra, la caballería enemiga no podrá bajar con toda comodidad. Debemos aprovechar su lento descenso para organizar nuestras fuerzas y poder contenerlos.

―Entiendo, cuando veamos la ruta que tome el enemigo, las infanterías pesadas enanas les saldrán al paso. No habrá mucho riesgo ya que la caballería enemiga no avanzará a toda velocidad, de todas maneras, necesito que la caballería elfo cubra mis flancos.

Elrond asintió y como acordó con Funbol, dejó al señor enano ser el comandante de toda la operación militar. Todo esto con la finalidad que el enano ganase renombre entre los otros reinos enanos y de esta manera fortalecer más su posición cuando reclame a Aragorn e Imrahil, su derecho sobre Moria.

En las cimas del Pinnath Gelin, tanto Sora como Mizuki, estaban preocupados por cómo se veían las cosas en las cercanías de las faldas de las colinas.

―Esto no me gusta ―decía Sora, el chico demonio y joven general―, nuestros arqueros pueden disparar sin necesidad de sujetar las bridas de sus yeguas, sin embargo, con este lodazal como terreno deberán sujetar las bridas para evitar que tanto jinetes y yeguas caigan en el traicionero terreno.

―Tienes razón ―concordaba Mizuki, la chica lobo quien era la más joven general en la historia del cuarto ejército―. Además, debido a la rápida carrera que tuvimos que realizar hacia este lugar, no trajimos casi ningún tipo de infantería. Estamos en desventaja ante la endurecida y tozuda infantería pesada de los enanos.

―Mizuki, me temo que no podremos sostener el bloqueo por más tiempo.

―¡Pero Urd sama nos ordenó que ningún pertrecho de armas y armaduras lleguen a Minas Tirith!

―No veo cómo podemos cumplir dicha orden en la presente situación. Si atacamos a los enanos nos despedazarán, no trajimos muchos jinetes lanceros con nosotros.

―¿Qué propones?, te lo digo porque yo estoy en blanco en este momento ―decía la chica lobo, mientras se limpiaba el rostro del agua nieve que caía sobre su cara.

―Nuestros dos ejércitos están rodeados por cuatro ejércitos delante de nosotros y un ejército en nuestra retaguardia. La opción es clara, en un principio nosotros efectuábamos el bloqueo, pero ahora nosotros somos los bloqueados, necesitamos salir de este lugar rompiendo el cerco de alguna manera ―propuso Sora, quien, con sus dos alas de murciélago, cubría su cabeza como si estuviese usando un paraguas.

―Entonces, ¿iremos al Norte o al sur? ―preguntó Mizuki.

―No me gustaría ir al norte, el enemigo puede arrinconarnos contra las Montañas Blancas, pero es una opción más favorable que dirigirnos al sur hacia la península de Anfalas, ese lugar es una trampa mortal.

―Sin importar que decisión tomemos el bloqueo se acabó, no podremos impedir que los humanos reciban los pertrechos, lo único que podemos hacer es hostigarlos durante todo el recorrido, eso claro si la caballería elfo nos lo permite.

―Mi voto es por dirigirnos al norte, sin combatir a los enanos ni a los elfos, luego nos dirigiremos hacia el norte bordeando las Montañas Blancas, para reunirnos con Urd sama en Isengard, ¿qué opinas?

―Opino que Urd sama te cortará la cabeza, Sora. Yo quiero combatir al enemigo, pero tienes razón, es imposible mantener el bloqueo y nos arriesgamos a ser arrinconados contra las Montañas Blancas si los hostigamos. Si perdemos muchos efectivos en dicho intento, ahí sí Urd sama clavará nuestras cabezas en unas picas.

―Está decidido entonces, dirijámonos al Norte.

―Odio tener que retirarme como un perro, con la cola entre las patas ―dijo Mizuki con pena.

―No Mizuki, nos retiramos como orgullosos y nobles lobos, para pelear otro día ―le decía Sora mientras extendía una de sus negras alas y la colocaba sobre la cabeza de su amiga para protegerla del agua nieve.

―¡Demonios!, eres muy amable para ser un chico demonio ¿sabes? ―le decía una Mizuki ruborizada.

―Sí, ese es mi problema.

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La aguanieve no era un problema en Mordor, el cual gozaba de su propio microclima que le otorgaba un calor reconfortante a diferencia del resto de la Tierra Media que debía de soportar el crudo embate del inmisericorde invierno.

En la base de la torre oscura de Cirith Ungol, Kai, el enano obeso y general de Urd, leía los reportes que le informaban de todas las actividades que se desarrollaban en Mordor, cuando uno de los soldados le comunicó la llegada de un grupo de jinetes venidos desde la capital imperial.

―¡Deprisa, llévenme fuera de la tienda! ―ordenó el obeso enano y un grupo de fornidos soldados le levantaron y luego lo depositaron sobre un palanquín que fue llevado a continuación fuera de la tienda de comandancia general.

Kai observó la llegada de los jinetes, los cuales no montaban las yeguas esteparias del resto del ejército, sino que iban sobre los lomos de tigres los cuales volaban sin la necesidad de usar ala alguna. Dichos jinetes llevaban armaduras de color carmesí con revestimientos de oro y plata, lo mismo que sus monturas.

«¡Son los mensajeros imperiales!», pensó Kai, al mirar con atención al abanderado, el cual iba a la vanguardia y llevaba el estandarte imperial, cuya efigie era un sol y una luna tocándose, dicho estandarte ondeaba orgulloso en un mástil sujeto a la espalda del jinete.

Los otros jinetes también llevaban estandartes de magníficos diseños, más intrincados y elaborados que el estandarte principal, además, portaban elaboradas lanzas de hoja ancha.

«Urd sama...», pensó Kai mientras esperaba que el abanderado le comunicase las ordenes que traía desde la capital.

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La tormenta de nieve dio paso a una suave y gentil llovizna, la cual era acompañada por los rayos del sol que caían por todo Calenardhon. Una vez recibido el reporte de los shinobis con respecto a Edoras, la cual se hallaba desierta, el ejército de Urd había cruzado el rio Onodló o Entwash como también era llamado para dirigirse a las colinas del San Gebir, donde se hallaba apostado el ejército de Rohan junto al reciente llegado ejército de Gondor.

Debido a las prisas por efectuar el bloqueo, el ejército de Urd, no había llevado consigo los seiscientos mil efectivos de logística que se quedaron en Mordor, que en caso de emergencia, bien podrían emplearse como ejército regular. Sumado a esto último, no contaba con los efectivos de los generales Mizuki y Sora, en el bloqueo del sur, tampoco con los soldados de Chaika, ni con los guerreros que dejó en Isengard. Aun así, el ejército de Urd sumaba la espectacular cifra de doscientos mil chicos y chicas gato junto a otras razas del conglomerado imperial.

El ejército era tan vasto, que Urd no se molestó en enviar jinetes exploradores ya que sabía que la batalla se desarrollaría a las faldas de las colinas del San Gebir.

Al cabo de un día, Urd llegó a las proximidades del San Gebir, una marcha lenta para los estándares famnyas, pero veloz para los guerreros humanos liderados por Imrahil.

―Nunca creí que vería alguna vez un ejército que empequeñeciese a los ejércitos combinados de Saruman y Sauron ―admitía Éomer que, pese a jurarse a no perder la compostura, no pudo evitar mostrar un rostro de preocupación.

―Bien, todo está marchando mejor de lo esperado ―dijo Imrahil, haciendo que Éomer le mirase exasperado.

―¿A esto le llamas ir mejor de lo esperado?

―Según los reportes que recibí de las altas águilas y las sombras aladas de Faramir, el grueso del ejército Famnya está estacionado en Mordor y sin visos de prepararse para reforzar a su señora.

―Rohan y Gondor, junto con Harad, Khand y Rhun, además de los diversos reinos esteparios, reunimos una fuerza de sesenta mil hombres ―enumeraba Éomer―. Nos superan en gran número.

―Ni siquiera alcanza a una proporción de cuatro a uno ―le contestó Imrahil―, nada mal para los hombres del oeste, y los esteparios son duros combatientes ahora que están aliados.

―Tú eres el comandante general para la batalla que vendrá, ¿cómo planeas dividir nuestras fuerzas?

―Lo óptimo es seguir en lo alto del San Gebir, tenemos tres empalizadas circundantes que rodean todo el lugar. En lo alto de cada empalizada hemos puesto a los mejores arqueros ya sean esteparios u otros aliados.

―Pero soportar un sitio sería inútil, tarde o temprano conquistarán todo el lugar, ni siquiera el abismo de Helm o Minas Tirith podrían resistir un asedio del masivo ejército de enfrente. En la anterior guerra contra Sauron, ambas fortalezas fueron traspasadas en sus defensas por el enemigo, solo Minas Ithil podría resistir un asedio tan masivo como el que intentaremos resistir.

―Tienes razón con respecto a lo inútil que sería tratar de soportar un asedio, Éomer, sin embargo, el enemigo ahora juega en desventaja, tendrá que subir las empinadas colinas y traspasar antes las fosas llenas de picas o en llamas, además, no planeo que todas nuestras fuerzas se queden quietas, mandaremos nuestras caballerías para alivianar el peso del asedio enemigo, el cual al parecer no trajo consigo la infantería suficiente como para derribar con facilidad nuestras defensas. Y lo más importante, no permitiremos que el enemigo nos rodee, concentraremos nuestras fuerzas en el sur, así tendremos toda la cascada del Rauros, cubriéndonos el flanco este, el enemigo puede cruzar ríos, pero no así toda una cascada y menos una con la extensión del Rauros.

―Eso me tranquiliza, no quisiera que el enemigo nos rodease, ¿crees que nos ataquen de inmediato?

―No me parece, tener un ejército tan grande tiene sus desventajas, deberán tomar al menos un día para organizarse, no atacarán en la noche para aprovechar en toda su fuerza a la caballería, puede que las chicas gato tengan una visión felina pero no así sus cabalgaduras.

Como lo predijo Imrahil, el ejército de Urd tuvo que asentarse en un improvisado campamento a la espera de un nuevo día, el cual parecía augurar un clima calmo y sin la presencia de nubes.

―Mañana será un día muy soleado y despejado, Urd sama ―le comunicó uno de los gatos que habían venido junto al ejército.

―Después de tantos días de nevada constante, me pregunto si esto es una señal de victoria ―dijo Urd viendo el firmamento que empezaba a oscurecerse.

―Si es una señal de victoria, implicará mucho sacrificio, el sol está más rojo que de costumbre y la luna menguante esta huraña, no quiere que la vean esta noche ―informó el gato.

Urd agradeció al gato y luego sopesó la información que tenía.

«Malditos humanos, eligieron un excelente lugar para enfrentarme, no puedo rodearlos con la cascada del Rauros cubriéndoles el flanco este».

Urd frunció el ceño y salió a la entrada de su tienda personal, a continuación, ordenó que le comunicasen a Runos y Mara, que se dirigieran ante su presencia.

―Runos, Mara, ustedes juntos con sus hermanos y hermanas, deberán dirigirse al San Gebir y rodear toda la empalizada defensiva, lleven con ustedes a jinetes lanceros ―ordenaba Urd―, quiero que vean si hay trampas en las cuestas de las colinas.

―Como usted ordene, Urd sama ―contestaron los dos lobos gigantes al mismo tiempo y haciendo una reverencia.

―No quiero que tomen ningún riesgo, el jinete que lleven irá sin armadura para agilizar su paso, solo irá con ustedes para reforzar su labor de búsqueda de trampas escondidas y para detener cualquier proyectil que les arroje el enemigo.

―¿No quiere que saltemos la empalizada y observemos como es todo por dentro? ―preguntó Runos.

―No, de eso se encargarán los pocos efectivos que pueden volar ―les dijo Urd y a continuación despachó a los lobos, luego le ordenó a una chica zorro que le preparase un aperitivo muy ligero.

La chica zorro fue a cumplir sus obligaciones y junto con su señora, eran las únicas en la tienda, la guardia personal de Urd se había quedado en el bloqueo de Isengard para esperar a Chaika por órdenes de su comandante.

Luego del aperitivo, Urd salió de su tienda y ordenó que todo efectivo que pudiese volar se presentase ante ella.

Urd quedó decepcionada de que muy pocos efectivos dominasen esa técnica mágica, pero igual haría empleo de ellos. Ante ella se hallaban en fila unas dos docenas de efectivos que aparte de chicas gato, pertenecían a diversas razas.

―Ustedes deberán volar y observar la distribución interna de todo el lugar ―les encomendaba Urd―. Vuelen muy alto, no quiero alertar a los humanos, tampoco tomen riesgos, si ven a las altas águilas o a las extrañas monturas de Minas Ithil, vuelvan de inmediato y sin confrontar al enemigo.

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Imrahil leía satisfecho en su tienda los informes que acababan de entregarle sus capitanes, su ejército podría considerarse mucho mejor al de Urd, debido a la variedad de efectivos, cada uno agrupado en batallones especializados en el área que le tocaría combatir.

«Las chicas gato solo poseen jinetes arqueros y lanceros, al menos casi la totalidad de su ejército es de estas unidades. Urd basará toda su estrategia en sus números exorbitantes y la fuerza apabullante... Nosotros los hombres del oeste, estamos acostumbrados a combatir en desventaja numérica. Es como si la anterior guerra hubiese sido un simple calentamiento para lo que se nos avecinará el día de mañana. Pronto le demostraré a Urd lo que significa enfrentarse a un verdadero ejército, no más fuerzas conformadas por enanos demasiado viejos o jóvenes para combatir ni elfos más preocupados en ir a las costas blancas y de bajos números ni humanos separados por la angurria o la ambición propia. Esta vez, no solo combatirá contra hombres, sino contra un deseo: el deseo de prevalecer ante el enemigo».

El llanto de un bebé obligó a Imrahil a dejar sus pensamientos y a continuación salió de su tienda.

El campamento no solo estaba conformado por soldados, también se encontraban las familias de aquellos que iban a combatir. Imrahil, sabía que no sería muy popular, pero consideró que esto sería lo más apropiado para así evitar que cualquier guerrero sintiese el deseo de huir. Con sus familias dentro del campamento y sin posibilidad alguna de escapar, se aseguraba que todos no solo combatiesen el día de mañana, sino que también lo dieran todo de sí. Incluso sus hijos estaban presentes dentro del campamento, para así mostrar a todo el mundo que, si la batalla se perdiese, también el señor de Dol Amroth y su linaje caerían junto con sus demás hombres.

«No, no solo será el deseo de prevalecer frente al enemigo, también será el sentimiento de proteger aquello que más queremos: nuestras familias».

Apenas tejió estos pensamientos, cuando le avisaron de exploradores Famnya recorriendo la empalizada exterior.

Imrahil no pudo evitar un estremecimiento al ver a los enormes lobos blancos con sus jinetes ataviados solo con pieles blancas y usando máscaras de cerámica de patrones extraños, diseñados para introducir el miedo en el corazón de los hombres.

―Solo disparen una que otra flecha si se quedan demasiado quietos en un solo lugar ―ordenaba Imrahil―, sospecho que necesitaremos hasta la última el día de mañana.

CONTINUARÁ...

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