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Boda triste

EL AZOTE DE DIOS

Capítulo 9: Boda triste


En las montañas de hierro, Hanar, uno de los señores del reino, reflexionaba sobre el desastre que resultó ser la expedición de los finados reyes Garron y Haglin.

«Apenas acabamos de enterrar al Rey Haglin y extraños mensajeros del ejército tártaro vienen a nuestra morada pidiendo que formemos parte de su invasión a las tierras del sur», pensaba Hanar, mientras recordaba como los mensajeros huían ante las flechas enanas.

Hanar ya era un anciano, pero sintió volver a la juventud cuando su sangre corrió por sus venas ante la furia sentida por la propuesta de aquellos que habían asesinado a su señor.

―No creo que nos ataquen, a diferencia de otros reinos enanos como Erebor, nuestra ciudad se encuentra muy por el alto de la falda de la montaña, sería imposible, con los elevados y delgados puentes que aseguran nuestra ventaja en caso de un ataque ―se decía a sí mismo el viejo enano, orgulloso de la que tal vez fuese la fortaleza enana mejor protegida de la tierra media.

Sin embargo, esas defensas de nada sirvieron cuando los nazgul invadieron el reino y asesinaron al antiguo rey antes de dirigirse hacia el sur, y ahora los rumores hablaban de un ejército mucho más numeroso y más cruel, pertrechado cerca al mar de Rhun.

«Ya perdimos a nuestros mejores hombres contra Sauron y ahora las jóvenes promesas del reino también parecen haber perecido en la batalla del sur... Sólo quedamos viejos enfermos y mujeres en este reino, con niños que nunca han tocado un hacha o un martillo en su vida, esto es el fin, los tártaros no necesitan invadirnos... El reino ya ha caído», meditaba cabizbajo el viejo enano, cuando escuchó gritos provenientes de afuera de su habitación.

Hanar se cambió de inmediato pese al crujir de sus articulaciones y renqueando fue hacia la puerta abriéndola.

―¡¿Qué sucede, mujer?!, ¡¿qué diantres está pasando?!

―¡Es el ejército tártaro, nos está invadiendo! ―gritó la anciana y fue a refugiarse llevando un niño pequeño en sus brazos.

Hanar salió a las almenas de la fortaleza y se encomendó a su dios al ver la vastedad del ejército enemigo.

―¿Cómo fue que llegaron hasta este sitio?

―Cuando vimos llegar al ejército invasor ―respondía un guardia tan joven, que ni siquiera tenía barba o bigote―, el capitán preso del miedo, ordenó derribar los puentes, pero los enemigos llegaron cabalgando en enormes lobos blancos y majestuosos ciervos rojos con los que franquearon los abismos, luego tendieron cuerdas allí y allá y armaron sus propios puentes.

Hanar se sorprendió al oír esto, él sabía que los elfos podían cabalgar ciervos, pero al parecer los tártaros también podían montar ciervos, al igual que otras bestias.

El viejo enano vio como el ejército venia hacia ellos y utilizando enormes tubos gruesos que rugían como el trueno, hacían saltar de poco en poco los enormes goznes de la puerta principal de la ciudad. Una vez derrumbadas las puertas, comenzó el horror.

El feroz viento proveniente del Forodwaith o las tierras frías como también era llamado, se estrellaba contra las Montañas de Hierro y los abismos dispersos por todo el lugar, emitiendo un siseo agudo y constante. Ese fue el único consuelo que tuvo el antiguo reino de los enanos, ya que el viento mitigó en alguna manera los gritos de agonía y dolor provenientes del interior de las montañas.

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Al oeste, en el reino enano de Erebor, los enanos trataban de ofrecer resistencia al ejército tártaro venido del sur. Soldados iban y venían por todo el lugar y como un fondo apocalíptico, a lo lejos podía verse enormes columnas de humo de lo que antes fue el reino elfo de Thranduil y las ciudades humanas de Dale y Esgaroth.

Al igual que el reino de las Montañas de Hierro, los enanos de Erebor habían sufrido mucho tras la guerra contra Sauron ya que también su rey fue asesinado por el ejército de los nazgul y su población diezmada, y ahora, todo lo que tenían que entregar lo habían perdido en la batalla del sur.

Al principio los enanos se defendieron bien, pero el enemigo usó venenos que se propagaban por los corredores del reino gracias al empleo de unos fuelles enormes y, unos enemigos enfundados en telas negras y ajustadas, penetraron por varios lugares y procedieron a masacrar a la guardia encargada de resguardar la puerta principal. Una vez abierta la gran puerta de Erebor, solo era cuestión de tiempo para que toda la fortaleza fuese tomada por el enemigo.

Los enanos pensaron que el enemigo los capturaría y los llevaría como prisioneros, de la misma forma que hicieron los orcos y los nazgul cuando los llevaron a Mordor, sin embargo, vieron para su horror que los tártaros no tomaban prisioneros.

―De seguro Ryu, ya ha cumplido su objetivo en el este ―decía Sakura―. No tenemos tiempo para preparar los cuerpos de los vencidos y hacer la recolección pertinente, vamos al norte y acabemos con las Withered Heath y luego vamos a las montañas grises.

El ejército de Sakura se dirigió al norte, seguros de la victoria, ya prepararían las tácticas de terror con los cuerpos de sus enemigos cuando regresasen.

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En los reinos del Sur, tanto humanos como elfos y enanos, se preguntaban la causa de que toda comunicación con los reinos del norte, que limitaban al este de las montañas de Angmar fuese interrumpido de manera brusca.

Más que el miedo producido por el repiqueteo de los tambores enemigos y los lúgubres sonidos emitidos por los cuernos de guerra, era este silencio el que más oprimía el corazón de los habitantes del sur.

―¡Ya debería haber habido noticias de los enanos del norte! ―gritó Gimli impaciente ante la falta de noticia alguna.

―Los elfos del sur del bosque verde, dicen que hubo una batalla en el reino de Erebor, pero son noticias no confirmadas ―dijo Legolas preocupado por lo que pudo haberles pasado a los hijos de Elrond.

Aragorn sujetó la mano de su esposa para tranquilizarla. Era Arwen, de todos los presentes, la que estaba más angustiada por el destino de Elladan y Elrohir, sus dos queridos hermanos.

Aragorn hubiese querido decirle algo más que simples promesas de que sus hermanos llegarían sanos y salvos, pero ante la falta de cualquier noticia verificable del norte, era poco lo que podía hacer.

Hurin entró al salón del trono y anuncio que Éowyn había llegado a Minas Tirith.

Desechando cualquier pensamiento pesimista, tanto Aragorn como Arwen, compusieron sus rostros y fueron a recibir a su amiga.

Éowyn y Arwen se abrazaron como si fuesen hermanas y luego Éowyn saludó a Aragorn, Gimli y Legolas.

―Que agradable tenerte aquí, Éowyn ―afirmaba Arwen, feliz por la presencia de la mujer que se había convertido en su amiga en los casi cuatro años luego de la derrota de Sauron.

―Y yo me encuentro muy dichosa de estar en Gondor, porque pronto me uniré en matrimonio con Faramir.

Aragorn ordenó que comunicaran a Faramir la llegada de su prometida y luego todo el grupo subió al palacio real.

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Faramir, quien contaba los días para que Éowyn llegase a Gondor, partió a Minas Tirith apenas el mensajero le comunicó el arribo de su prometida.

―¡Éowyn, mi amor! ―exclamó lleno de felicidad apenas divisó a su prometida y fue donde ella y la cubrió con un fuerte abrazo.

Éowyn, ruborizada, acarició el rostro de Faramir con sus dos manos y luego lo besó. Aragorn y Arwen sonrieron felices ante la escena, lo mismo que Legolas, aunque este suprimió un poco la sonrisa por el carácter flemático que tenían los elfos.

La raza de Gimli no era flemática como la de los elfos, pero él tampoco sonrió debido a que consideraba un tanto extraño celebrar la boda en Minas Ithil, cuando bien podría hacerse en Minas Tirith.

―Rey Aragorn ―dijo Éowyn muy roja, luego de que Faramir la liberase de su tierno abrazo―, mi hermano lamenta no haber podido venir conmigo, pero promete que estará en minas Ithil sin falta para la ceremonia nupcial.

―Entiendo Éowyn, estoy muy feliz por ti y por Faramir, puedes estar segura que en todo Gondor jamás encontrarás un mejor hombre, comandante y esposo que él.

Faramir hizo una reverencia a Aragorn y luego volvió a concentrar sus atenciones en su prometida.

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Los preparativos para la boda de Éowyn y Faramir comenzaron de inmediato en Minas Ithil. Agog y sus orcos estaban sorprendidos ante el despliegue de mayordomos y sirvientas que colgaban cadenas de flores por encima de los altos y diagonales almenares de la fortaleza, para ellos, cosas como una ceremonia nupcial era algo desconocido.

―Si pusieran este empeño en los preparativos de la guerra, en vez de esta extraña fiesta, de seguro hubiesen derrotado al gran ojo cuando trató de conquistarlos en Pelennor ―escupía Agog a sus orcos de confianza y estos berrearon felices de la ocurrencia de su caudillo.

―Veo que se encuentra de buen ánimo, jefe Agog ―dijo Éowyn, mientras se acercaba a Agog y sus orcos, los cuales estaban de visita en minas Ithil para discutir asuntos relativos a las provisiones con Faramir.

Mismamente señora Éowyn ―dijo Agog, tratando se sonar pomposo―. Veo que pronto Faramir y usted serán los señores de Minas Morgul... Minas Ithil.

―Así es ―asintió Éowyn frunciendo un poco el ceño―, espero que usted asista a la boda.

Los orcos de Agog bufaron, pero luego se contuvieron al ver el rostro amenazante de su caudillo.

―Los orcos no entendemos esto llamado boda, sin embargo, mayormente disfrutamos una buena fiesta en la que haya una buena pelea.

―La comida del banquete será del agrado de usted y sus hombres, en cuanto a la pelea, la Reina Arwen ha contratado a unos luchadores enanos que de seguro lo entretendrán.

JA, esos no son más que payasos que fingen una lucha. En las fiestas orcas, una fiesta no lo es, a menos que muera un orco como mínimo en nuestras alegres disputas muy buenas ―dijo Agog, y Éowyn puso cara de preocupación ante el desastre que podría resultar la fiesta con la presencia de Agog y sus orcos.

―No se muy preocupe, señora Éowyn ―dijo Agog, adivinando el pensamiento de la mujer―, en Mordor tengo mucho harto que hacer como para entretenerme en sus extrañas festividades, sin embargo, me gustaría que nos guardase algo de ese banquete que usted habló.

―No se preocupe, jefe Agog ―le aseguró Éowyn, tratando de esconder el alivio que sentía al saber que ni Agog ni sus lugartenientes irían a la boda―. Le prometo que iré a la torre de Cirith Ungol, para llevarle lo mejor del banquete.

―Bien, señora Éowyn, mis orcos necesitan mucha carne ahora que el ejército tártaro arruinó los campos de Nurn. Los cerdos y demás animales son faenados en Mordor, pero el banquete de su boda será bien recibido por mí y mis lugartenientes ―concluyó Agog y haciendo la misma exagerada reverencia de cuando era esclavo de los nazgul, se despidió de Éowyn y fue a buscar a Faramir para hablar con respecto a la dotación de animales para los orcos.

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Para alivio de Faramir, el día de la boda llegó volando y ni Agog ni sus brutales orcos asistieron a la boda. Éomer, el hermano de Éowyn, vino como lo prometió.

Pero sin duda la presencia más imponente era la que ofrecían Elrond, señor de Rivendel y suegro de Aragorn; y Celeborn junto con su esposa Galadriel, ambos señores del bosque de Lorien y Amon Lanc, además de ser los abuelos de Arwen.

Gandalf, quien sería el que celebrara la unión en matrimonio de Faramir y Éowyn, estaba vistiendo un limpísimo manto blanco cuando de repente su anillo de poder le transmitió un sentimiento de agonía y dolor.

―Me pregunto qué fue eso ―se dijo a si mismo preocupado, pero sus dudas no tuvieron que esperar mucho, porque un joven guardia entró donde se hallaban los reyes y los demás invitados incluyendo a los novios.

El guardia tenía el rostro cubierto en sudor y fue directo donde su rey.

―Mi rey, disculpe la intromisión, pero hay un orco que desea una entrevista.

―Pensé que Agog y sus orcos no vendrían a la boda ―dijo extrañado Aragorn.

―No mi rey, no es un orco del caudillo Agog ―tartamudeaba el guardia―. Este orco viene de Carn Dum, de las montañas de Angmar.

Aragorn y los demás presentes que habían escuchado las nerviosas palabras del guardia se sorprendieron ante esto.

―Dile al orco que este no es el momento para una entrevista, que espere hasta que finalice la boda al menos ―susurraba Aragorn, pero de pronto las puertas se abrieron y un colosal troll entró de improviso al enorme salón.

―¡Estúpido, Bullgas, espera hasta que nos den el permiso para entrar! ―gritó de pronto un trasgo pequeñísimo, el cual vestía de manera más colorida que un bufón de la corte.

El pequeño trasgo, al ver a toda la gente mirándole, hizo una exagerada reverencia y con la ayuda de un bastón más largo que él, llamó la atención del troll y le ordenó a que esperara fuera del salón.

―¡Mis disculpas o gran Rey Aragorn, señor de Gondor! ―se excusaba el trasgo mientras se acercaba donde Aragorn―. ¡Estos trols lugareños no tienen la inteligencia que tienen mis señores del este!, yo soy Egul, humilde servidor del gran Turok, barriga de piedras preciosas, líder de la confederación de mercaderes de las montañas de Angmar y las montañas nubladas hasta Moria.

Gimli se sintió insultado, pero fue detenido por Legolas antes de que iniciase una pelea.

―¿A qué has venido, Egul?, ¿qué mensaje me envía tu señor Turok para interrumpir esta boda? ―preguntó Aragorn ceñudo.

―El asunto que me trae, es la buena voluntad de mi señor Turok, él me manda a avisarle respecto a la suerte que corrieron los reinos enanos del norte, y los reinos humanos y élficos junto a ellos.

Un rumor fuerte se propagó por todo el salón y Aragorn pudo presentir que todo esto no terminaría nada bien.

―Rey Aragorn, mi señor Turok, fue en persona al este para entrevistarse con los reyes y señores del norte, sin embargo, todos los reinos enanos fueron conquistados por el ejército tártaro, lo mismo pasó con Thranduil y las otras ciudades humanas.

Un silencio sepulcral vino después de las palabras de Egul, para después ser remplazado por un mar de gritos confusos.

Aragorn pidió calma y mandó al diminuto trasgo a proseguir.

―Todos los reinos cayeron. Las Montañas de Hierro, Erebor, Withered heat, las Montañas Grises, Thranduil, Dale y Esgaroth ―informó Egul y luego puso cara de pena―. Lamento informar que ni un solo elfo, humano u enano logro sobrevivir.

Arwen se llevó las manos a la boca y su padre fue donde ella, mientras que Galadriel pese a que mantenía un rostro inescrutable fue abrazada por su esposo.

―¿Cómo pudo pasar esto? ―dijo Aragorn apesadumbrado.

―El rey Garron de las Montañas Grises y el Rey Haglin de las Montañas de Hierro crearon la alianza del norte. Junto con los humanos y los elfos de Thranduil, bajaron es sus respectivas flotas por el Celduin y el Carnen para atacar a los tártaros, pero fueron eliminados por el enemigo, luego este, en represalia, se dirigió al norte y conquistó todo a su paso.

―¡¿Entonces dices que no hubo sobrevivientes?! ―gritó Éomer consternado por la noticia.

―Así es, señor caballero ―dijo Egul quien no sabía que hablaba con el rey de Rohan―. No sobrevivió nadie de la batalla en Rhun y nadie sobrevivió en la invasión del norte. Mi señor Turok negoció con los tártaros para que enviase su buena voluntad a ustedes grandes reyes y señores.

―¿A qué te refieres? ―preguntó Aragorn mientras escuchaba los gemidos de su esposa detrás.

―La Montaña Solitaria ya no lo es más ―dijo Egul, esta vez con el rostro lleno de miedo―, ahora hay un gigantesco bosque con los cuerpos de los humanos, orcos y elfos empalados donde antes estaba la antigua desolación de Smaug.

Aragorn sintió que sus fuerzas le abandonaban y luego Egul dando un silbido ordenó al troll a entrar al salón.

―Rey Aragorn, aquí le traigo la buena voluntad de mi señor Turok, barriga de piedras preciosas ―dijo el trasgo y a su señal el enorme troll depositó unas sábanas blancas que envolvían algo en su interior.

Egul se aproximó y destapó el contenido. Era el perforado cuerpo del Rey Garron y los restos desmembrados y a medio comer del Rey Haglin. Junto a ellos, se encontraban los cadáveres aplastados de Elladan y Elrohir.

―¡No! ―gritaba Arwen mientras su padre trataba de que no corriese donde los cadáveres de sus hermanos.

Galadriel se soltó del agarre de su esposo y fue con toda calma donde los cadáveres de sus nietos, luego se inclinó sobre ellos y comenzó a llorar.

Elrond y Celeborn entonaron un triste canto elfo, mientras que Gimli entonaba un canto fúnebre enano. Legolas se acercó a Aragorn y lo llevó junto a Arwen, entonces Aragorn despertó del shock y abrazó a su desconsolada esposa.

En las afueras de minas Ithil, empezaba a caer una suave nevada, algo muy raro debido a la proximidad del lugar con la tierra calurosa de Mordor, y a medida que los suaves y diminutos copos caían lentos sobre el suelo cálido para luego desintegrase, una ceremonia nupcial se desarrollaba en el salón real de Minas Ithil, una triste boda sin música, risas, bailes o banquete alguno.

CONTINUARÁ...

Notas finales del autor: me disculpo con los fans de Arwen y Galadriel, no quería hacer llorar a la "reina del atardecer" o a la "reina del amanecer", pero fue el General norteamericano William Tecumseh Sherman quien acuñó la frase: "La guerra es el infierno".

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