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37. Encuentros ⏱

—Hola, amor. —Ver a Bill en la pantalla me da algo de paz después de esta horrorosa semana. —¿Cómo va todo?

—Parece que ya me van a dejar volver a casa. Jane ya está harta de mí.

—¡No es cierto! —grita ella desde la cocina.

—Oreo extraña su sillón, y yo... —suspiro— estoy pensando seriamente en irme de aquí, Bill. Sé que quedamos en que estaría aquí hasta terminar la post-producción, pero todo esto me está rebasando.

—Mi amor, todo va a salir bien.

—¡Ni siquiera saben quién fue! Se burló de las cámaras con esa máscara horrible que me da escalofríos recordar.

—Ya mandé para que Michael fortalezca la seguridad, pondrán un código de entrada y salida...

—¡Bill, estoy harta! Todo me pasa.

—TN, no quiero que te vayas... pero si crees que es lo mejor para ti, está bien. Tienes todo mi apoyo en lo que decidas, pero piénsalo, amor.

—Lo pensaré.

—Preciosa, ya me tengo que ir. Tengo que ir a escena.

—Ok. Adiós.

—Te amo.

Cierro la computadora sin responderle, y me recuesto en el sillón con Oreo. Jane se aproxima a nosotros y me acaricia la cabeza.

—No te vayas. Tenemos mucho que hacer.

—Extraño cuando mi vida era aburrida.

—Pero no tenías a Jane —dice, como esperando que le diga que es importante para mí; y lo es. No sé qué hubiera hecho sin ella.

El timbre de la puerta suena y Jane va a abrir. Me incorporo para ver a Michael llegar con cosas entre sus manos.

—¡Mickey! —lo recibo con un abrazo.

—¡TN!

Esta semana no ha hecho otra cosa más que cuidarme y apoyarme. Jane se queda conmigo para acompañarme, tampoco le ha gustado dejarme sin vigilancia; aunque se los agradezco mucho, a veces me siento abrumada. Cuando me separo de él, me da algo: una bolsa con mi ropa y mi teléfono.

—No encontraron huellas o algo que les sirviera. Sólo las nuestras. Tampoco software malicioso.

—¿Lo vieron todo? —pregunto abochornada al pensar en las conversaciones que hemos tenido Bill y yo.

—Sí... eso creo. Pero recomiendan que los dos cambien su número. La buena noticia es que hoy instalan el acceso en casa del señor Guillermo, y en un par de días ya puedes regresar... La mala noticia es que voy a estar cuidándote, aunque no quieras.

—Está bien... —acepto sin saber si alegrarme o no.

—¿Ya saben cómo entró? —cuestiona Jane.

—Un hueco en el ventanal de la biblioteca... Abrió y deslizó por dentro, por eso no sonó nada.

—Como una película...

—Así parece —se encoge de hombros—, pero con el nuevo sistema eso ya no va a pasar, porque...

—¡Ah, ya, Michael! —lo interrumpo, pero me arrepiento enseguida de hablarle así—... Lo siento. Es que...

—Entiendo. Es demasiado para ti. Ha sido una tras otra.

Asiento y él pone su mano en mi espalda, me siento como un hobbit que es consolado.

—Pero ve el lado bueno, podrás volver a casa —al verme tan callada, el continúa—... La detective dijo que no encontraron rastros en ti de tu agresor, sólo de Bill, como les dijiste. Piensan que la persona que entró sólo quiso asustarlos.

Le sonrío más aliviada, pero me irrita que alguien haya hecho tanto sólo para estresarnos así.

—Gracias, Michael. No sé qué haría sin ti. —Me recargo en su brazo.

—Son los únicos amigos que he tenido en años. Van a tener que pasar sobre mí si quieren lastimarlos.

...

De vuelta en casa, Michael pasa mucho tiempo aquí, en especial por las noches; a veces trae a Paulette, su esposa, y cenamos juntos. Me distrae ver a Guillermo todos los días en la sala de edición o en el estudio de grabación donde Navarro está trabajando. He estado apoyándolo para suplir a Bill en lo que puedo hacer; como Ann y Guillermo son muy pacientes, he aprendido rápido varias de sus actividades, excepto las que involucran tratar con gente... con todo lo que me ha pasado, me he vuelto más retraída que antes, por lo que suelo evitar a cualquier desconocido.

Guillermo a veces me mira compasivo, como preguntándose si hubiera sido mejor no llamarme para adaptar mi libro y traerme a esta ciudad. Las decisiones que tomamos, las circunstancias que vivimos... nunca sabemos cuál es el destino del hubiera.

—Parece que llegamos temprano, Mickey —le digo al ver todo vacío. Saco mi teléfono para revisar el mensaje de Guillermo... —¿Te dije que a las 8?

—Sí.

—Esa era la fecha, ¡ja! Era a las 9.

—Bueno, ya no han de tardar —ríe él de mi distracción—. Vi una máquina de dulces afuera, ¿quieres algo?

—Galletas. —Él asiente y sale del estudio.

Amo este lugar, ver los instrumentos musicales esperando a que les hagan cosquillas para deleitar al mundo. No recuerdo cuántas veces lo intenté, y cuántas veces fracasé: flauta, piano, guitarra... Veo el piano solo y miro a todos lados para asegurarme de que no hay nadie frente a quién ridiculizarme. Camino hacia él, me siento enfrente, levanto la tapa y toco una tecla.

—Do central —susurro al contar las octavas. Comienzo a tocar una de las pocas canciones que aún recuerdo, equivocándome más de una vez—. Estás bien estúpida, TN—río de mi torpeza, pero también la canto para hacer mi ridículo completo.

—No sabía que podías hacer eso.

Cierro la tapa de inmediato y me aplasto un dedo al girarme para ver quién es.

—¡No te asustes! Soy yo.

—¿George? —digo incrédula y me levanto para saludarlo con un abrazo, pero me detengo; no quiero más malentendidos.

—¡TN! Cuánto tiempo sin verte.

—¡No sabía que estarías aquí!

—Llegué ayer. Vi a Ann... TN..., ¿estás bien?

—Te contó, ¿verdad?

—Sí... Pregunté por ti y me contó. No entiendo cómo es que Bill no está aquí.

—Yo lo convencí de que no regresara, de que terminara sus obligaciones.

El dedo me punza y lo meto entre mis labios como un perrito lastimado.

—Déjame ver.

—No, estoy bien. ¿Y tú cómo estás?, ¿y Lizzie?

—Ella está bien, ya retomó todas sus actividades. Yo... bien.

—No te ves muy convencido.

—Es... todo el trabajo. Mi álbum está por salir y en unas semanas estreno mi nuevo sencillo.

—¡Oye! Eso es genial. ¡Felicidades!

—De hecho quiero hablarte de eso...

—No había galletas, pero traje donas —Michael lo interrumpe al entrar.

—¡Michael!... Creo que no conoces a Michael —dudo con George—. Bueno, él es Michael, mi amigo y persona de seguridad; Mickey, él es George, mi... amigo.

—¿Eres el George del que Bill se queja a veces?

—Supongo que sí —sonríe él, un poco desconcertado tanto por las palabras de Michel, como por su corpulencia.

—No se queja de ti, sólo es... Bill, ya sabes. Pero ¿qué me ibas a decir de tu nueva canción? Recuerdo que habías grabado un video, ¿no?

—Exacto... de hecho no es tan nueva... pero luego te cuento —dice al ver a Michael.

Poco después, Guillermo llega acompañado de Ann y Navarro; los músicos comienzan a llegar a distintas horas. Cuando dan las 9, todos están listos es sus lugares para empezar a tocar. Es todo un espectáculo que nunca me cansa ni me harta de ver. Siento una mirada constante a mi lado: George me sonríe cuando lo veo, luego se gira para ver a la orquesta. Al terminar, Navarro se acerca a nosotros y nos pregunta nuestras impresiones: yo estoy encantada y sin palabras, mientras que George no cabe de felicidad de haber escuchado su canción, sus arreglos y notas, interpretados por tantos músicos.

—Ya sólo nos falta integrar tu voz. Será impecable —le asegura el compositor a Georgie—. Lástima que TN no quiere cantar para mí, su voz contrasta con la tuya, se me ocurren tantas cosas.

Yo sonrío negando. Este hombre no deja de insistir, ya le dije que no canto ni me expondré así. George me ve de lado, analizando mi expresión.

—¿No quieres?

—No.

—Ok.

—Creo que Kelly lo hará bien —acepta Navarro—, Bill me hizo una cita con ella para que te dejara en paz —explica riendo.

—¡Ah!, qué bien —respondo. No tenía idea de eso.

Cuando la tarde llega y se ha grabado una versión casi definitiva con George incluido, él me invita a comer para hablarme de la dichosa no tan nueva canción. Michael se queda en el auto esperándome afuera del restaurante, del que le pedí algo de comer.

—Hamburguesa y papas, porque somos súper saludables, Mickey.

—Mi favorito —ríe agradecido cuando dejo el paquete en el auto.

George y yo entramos para sentarnos, y pedimos algo de comer.

—¿Y entonces? —pregunto curiosa por lo que tiene que decirme.

—¿Qué?

—¡Tu canción! —le contesto entre risas por su distracción.

—¡Ah, claro! Lo siento, me distraje. Mmh... ¿Recuerdas que estaba escribiéndote una canción cuando estábamos juntos?

—George...

—Lo sé, pero también ¿recuerdas que te dije que era la más bonita que he escrito?

—¡George, no!

—TN, por favor. Si tú escribieras algo basada en mí, no me enojaría. Te dejaría publicarlo.

Me quedo pensando en que tal vez sí hay cosas en mi próximo libro que tienen que ver con él, aunque no directa ni abiertamente. Así que asiento y lo dejo ser.

—Está bien.

—Gracias... La otra, la que le envié a Bill, no va a estar en el álbum, no quiero una demanda del loco de tu novio.

Río y niego con la cabeza. Sí está loco, pero no creo que lo demandaría.

—Oye, ¿y el video que grabaste en tu visita pasada?

—Es para esta canción... TN, no hagas esa cara. Ya lo superé, en serio —me asegura, y quiero creérselo.

—Me alegra, porque me gusta ser tu amiga. Me enorgulleces con tu música.

—Míranos, qué civilizados somos.

Lo empujo en broma por el brazo por su comentario, que me hace sonreír.

—¿Quieres escucharla antes de que salga? Te la puedo cantar.

—No... —me niego—. Ya la escucharé cuando salga.

—Ahora que estamos en paz oficialmente, ¿cuándo puedo ir a ver a tu familia otra vez? Tus sobrinos son muy talentosos y tu mamá cocina exquisito. Tu hermana me odia, pero bueno...

Recuerdo cómo se puso mi hermana cuando George llegó de visita en invierno; no paraba de mencionar a Bill y la felicidad que me da.

—Ya veremos —digo después de soltar una risotada—. Oye, pusiste muy feliz a Navarro, hasta te abrazó todo emocionado.

—¿Y a ti te gustó? —me pregunta, recordándome aquella vez en el festival.

—Qué bonito cantas, Georgie. No puede ser, ¡qué odioso eres! —bromeo y él ríe.

—¿Por qué no quieres intentarlo tú? Tienes una linda voz, la recuerdo de cuando cantabas mientras arreglabas tus fotografías; yo podría ayudarte a mejorar.

—Eso no va a pasar. Nunca. No.

—Está bien, lo que digas —acepta.

—Mmh, ¿pero crees que tengo linda voz?

—Podrías quitarme el trabajo si quisieras.

—Tonto —sonrío.

...

Después de la noche en que el enmascarado entró a casa, me despierto muy seguido en las madrugadas. Más que pesadillas, tengo miedo de no recordar, de no poder ni siquiera defenderme. Esta mañana, salgo muy tarde de mi habitación, luego de una larga noche de insomnio, y me encuentro a Michael cerrando la puerta después de despedir a alguien.

—¿Quién era?

—Ah... un vendedor.

Estoy tan cansada que no pregunto más, aunque su actitud me pareció extraña. En el estudio, cuando George me ve somnolienta, termino por contarle cómo me siento y él hace todo por ayudarme. Me invita al cine a ver una de esas películas animadas que tanto disfruta y que siempre me ponen de buen humor.

—No mires detrás de ti... —le digo a George cuando estamos comprando palomitas. Alguien está tomándonos una fotografía.

—¿Es tu fan o mío? —bromea cuando ve que es un tipo rollizo y calvo con una cámara profesional.

—Esta ciudad está llena de ellos —le sonrío.

Entramos a la sala con Michael, que se ha negado a dejarnos solos. Supongo que es porque no conoce muy bien a George, y prefiere no arriesgarme. Aunque desde esta mañana, ha estado muy raro.

—¿Qué tienes, Mickey? —le susurro cuando están los anuncios en la pantalla.

—Nada. Todo bien, señorita.

Presiento que me está ocultando algo, pero no estoy segura de qué. Cuando la película inicia, vuelvo a poner atención a la pantalla. Algo bueno pasa en el filme, y la risa de Michael nos hace reír, a veces se ríe como Santa Claus. Mientras vemos la película, mi teléfono vibra: Bill está llamándome, pero rechazo y apago el teléfono. ¡Ésta es la mejor parte, tendrá que esperar!

Al terminar la proyección, salimos y George empieza a ser rodeado por algunas chicas; les firma autógrafos y se toma fotos con ellas, mientras yo termino mi refresco en las escaleras con Michael.

—¿Debería ayudarlo? —me pregunta él antes de meterse un puñado de palomitas de maíz en la boca.

—Como quieras.

—Nah.

De repente, se alarma y se palpa el pantalón para sacar su teléfono y contestar.

—Sí, ¿qué pasa?... No, todo bien. Bueno, algo así. Pasó algo... No, ahora estamos en el cine con el tal George... No, yo también entré... Ok, yo le digo. Hasta luego, señor.

—¿Bill?

—Que prendas tu teléfono.

Lo veo extrañada al pensar en lo que dijo: «no, yo también entré»; pero igual prendo mi teléfono. En cuanto lo hago, recibo sus mensajes:

Bill 💜
Estás ocupada, amor?

Videollamada?

Perdón por no responderte. Estaba filmando.

Y luego, entra su llamada.

—¿Bill?

—Hola, amor. Perdón por no llamar desde... ¿ayer?

—Anteayer.

—Cierto. Es que los horarios del rodaje están muy apretados.

—No te preocupes. Todo bien, corazón.

—Mmh, entonces... ¿Estás con George?

—Sí. Y con Michael.

—Has salido... mucho con él, ¿verdad? —intenta preguntar en tono casual, como sin darle importancia.

—Algo.

—Me enseñaron unas fotografías...

—Bill, ¿otra vez? ¿Te vas a poner celoso por fotografías?

—No, no, claro que no. Sólo decía... me alegra verte divirtiéndote después de todo lo que pasó.

—No sé si estás siendo sarcástico o de verdad lo crees.

—Es en serio. ¡Quiero verte feliz! Ya quiero volver, preciosa.

—Y yo quiero que vuelvas ya. Lo bueno es que ya sólo faltan dos semanas.

—Tres... Aumentaron una semana.

—Oh... Bueno. Espero que llegues para la presentación de mi libro.

—Lo haré, te lo prometo. Te amo, corazón.

—Y yo a ti. Te extraño.

Alzo la mirada y veo que George ya no puede con su alma, ha ganado mucha fama los últimos meses. Me mira con cara de «auxilio» y me levanto para decirle a Michael que lo saque de ahí.

—Tengo que colgar, Bill. Creo que se están comiendo a George vivo.

—Ok...

—¿Hablamos después?

—¡Claro!

Cuelgo después de despedirme, me apresuro detrás de Michael cuando él logra sacar a George del cine.

—Eso no pasaba antes, podíamos salir sin que te hicieran caso —le digo a George cuando estamos en el asiento trasero del auto.

—Supongo que más gente ya escucha mi música —responde encogiéndose de hombros, con una gran sonrisa—. Creo que es por tu película.

—¡Me alegra, Georgie!

Cuando llegamos a casa y bajamos del auto, escucho el maullido de Oreo; me giro para buscarlo por la entrada. Michael también lo busca. George sólo nos mira sin saber qué pasa, pero nos imita como si supiera qué buscar.

—¿Qué estamos buscando? —ríe.

—¡Allá está! —Michael señala al gato, acostado en el árbol por donde está George, quien levanta los brazos para agarrarlo.

—¿Quién eres? ¡No te conocía! —le dice a Oreo.

—Es Orfeo. Me lo dio Bill. Pero puedes decirle Oreo.

—Oreo, qué bonito estás, pero ve con tu humana antes de que huelas el odio que me tiene tu dueño —le explica al pasármelo.

—Oreo sólo odia a la gente mala, y los dos sabemos que eres un ángel —bromeo, pero George sonríe con mis palabras; entonces reparo en que se pudo mal interpretar, así que me despido rápido de él—. ¿Te pedimos un taxi?

—Lo pedí en el camino, ya casi llega. Entren, yo los veo mañana.

Le digo adiós con la mano y Michael entra detrás de mí.

...

No recordaba lo divertido que es George, me hace reír tanto con sus bromas tontas, que cada noche empiezo a dormir un poco más. Lo malo es que con todo el trabajo y todo el esfuerzo que hago para no llorar en el día, he estado llegando tan cansada a casa que muchas veces ya no hablo con Bill... no quiero molestarlo con mis lágrimas, no quiero preocuparlo en su trabajo. Me imagino que a él le pasa igual, porque rara vez me llama, pero cuando logramos coincidir, platicamos hasta que ya no podemos más.

—Tuve que repetir esa escena como tres veces porque mis líneas estaban muy rebuscadas. El guionista tuvo que intervenir y cambiarlas —ríe mientras me cuenta de su día.

Los ojos se me cierran, pero él tiene mucha energía hoy, a pesar de que allá ya es más tarde.

—Te voy a dejar dormir... —dice con una sonrisa al verme tan cansada.

—No, háblame. No me dejes... —le pido, extrañando la paz que me da.

—Está bien. Te voy a contar de lo linda que eres cuando estás dormida... ¿TN? —escucho su voz a lo lejos, como entre sueños, y me pierdo.

Al despertar por la mañana, veo su mensaje: una captura de pantalla, en donde ya estoy dormida mientras él sigue despierto. Me río de su ocurrencia y le envío un corazón.

Así pasan varios de nuestros días, pero cuando sólo faltan dos semanas para verlo otra vez, me despierta el timbre de la casa; cuando salgo a abrir, Michael ya está en la puerta.

—Está dormida, ¿en qué puedo ayudarla?

—Sólo vengo a darle un aviso. Es importante.

Reconozco ese tono presumido, ese acento...

—¿Nat? —me sorprendo al ver a la ex de Bill en mi puerta, detrás de Michael.

—¡TN!... ¿Ahora sí puedo pasar?

Michael me mira y asiento. Nat entra a la casa y me sigue hasta la sala, donde le ofrezco algo de tomar, pero se niega. Me siento frente a ella, intrigada, mucho.

—¿A qué debo tu visita?

—Vine a ver a unas amigas y creí que debía pasar a saludar.

—Bill no está.

—Pero vine a verte a ti. —La miro sin entender nada. —Ya sé que no fui la más justa contigo. Que tú no tuviste la culpa de que mi relación con él terminara. Tú sólo fuiste por el mundo y pasó. El caso es que quiero que veas en mí a una compañera.

—Gracias... esto es muy raro, la verdad. No sé qué decirte...

—Voy a ir al grano: Bill está viendo a otra mujer en NY.

—¿Qué?

—Una de mis amigas lo vio con otra mujer.

—Tal vez es una amiga y...

—Tú sólo eras una amiga. Si ya lo hizo una vez, puede hacerlo de nuevo. Además, los vio en plan muy cariñoso.

—Oye, Nat. Gracias por el aviso, pero no...

—No crees que te haría algo así, entiendo. Yo tampoco lo creí.

—Lo siento, Nat. De verdad yo no quise lastimarte.

—No fue tu culpa. Ya lo olvidé. Estoy saliendo con alguien más; pero quería advertirte, como compensación, por todo lo que te hice pasar. En fin, sólo quería decírtelo... Por cierto, ya leí tu primer libro. Eres buena. No dejes que lo que él haga te detenga.

—Gracias. Lo aprecio mucho viniendo de ti —sonrío medianamente, intentando ocultar la perturbación que me causó su advertencia. Debe ser un error, debe haber alguna explicación.

—George y tú... siempre me parecieron una linda pareja. Aunque honestamente, tampoco lo necesitas a él.

Se levanta para despedirse dándome un abrazo; esto es tan raro. Ella sale de la casa y entra a un auto que la estaba esperando.

—Bill no te haría eso —lo defiende Michael a mis espaldas.

Suspiro y regreso a mi habitación para prepararme e ir con Guillermo.

—Bill no te haría eso —repite Michael en el auto.

—Te oí la primera vez.

—Pero aún así estás dudando.

—No... sólo estoy pensando. Confío en él.

Me quedo esperando una explicación por el resto de la semana, porque Bill no habla de nada al respecto, y de verdad no quiero ser la persona que lo molesta por nada. Sin embargo, termino por ausentarme de mis redes, porque han comenzado a etiquetarme en una fotografía donde él le está acariciando la mejilla a una chica, y se me rompe el corazón. Las notificaciones aparecen varias veces al día: «¿Nueva relación?», «TN también ha estado saliendo con George otra vez», «Ya han de haber roto, y nunca confirmaron si sí andaban, ja!». George me ve triste e intenta hacerme sonreír; él también está enterado de lo que pasa.

—Debe haber una explicación.

—Y quisiera saberla —respondo intentando contener las lágrimas.

—¡¿Por qué esas caras?! —interviene Guillermo—, ¡Navarro ya tiene la versión final de una de sus canciones! Quiere que vayan a escucharla.

Seguimos a Guillermo con el compositor, que está platicando con Ann: alcanzo a escuchar el nombre de Bill entre ellos, pero guardan silencio en cuanto llegamos.

—Qué bueno que llegan. Les voy a enseñar algo genial. Atentos —dice el maestro al reproducir la canción.

La orquesta con la voz de George, mis letras, su música... es hermoso, cada segundo, cada arreglo que los dos convinieron, cada sonido y silencio, es precioso. George y yo sonreímos, no podemos evitar celebrar juntos cuando termina. Guillermo aplaude y choca manos con todos. Ann abraza a Navarro por los hombros mientras le dice «maestro»; y George me toma desprevenida, me levanta para abrazarme. Cuando pasa todo su entusiasmo, él se queda quieto, mirándome.

—¡Qué divertidos están sin mí! —la voz de Bill irrumpe en la habitación, por lo que George me baja de inmediato.

—Bill...

—¿Vieron un fantasma? —pregunta al vernos callados; nadie lo esperaba hoy.

—Pensé que terminarías la próxima semana.

—Ya no fue necesario. Terminamos en un mes, como se acordó al principio... ¡Hola, amor! —me dice sarcástico, abriendo los brazos.

—Bienvenido —lo saluda Guillermo en primer lugar.

Me acerco a él y lo abrazo, ésta no era la vibra que esperaba de nuestro encuentro. Está molesto por haberme visto en los brazos de George, y yo estoy triste por su ausencia y los rumores. Ni siquiera me da un beso. George hace una mueca por el momento incómodo. Ann se acerca a abrazarlo para darle la bienvenida, seguida por el director y Navarro.

—Estábamos celebrando porque el maestro nos acaba de enseñar la primera pieza terminada. George hizo un gran trabajo —señala Ann, intentando calmar los ánimos.

—Sí vi que estuvo haciendo un gran trabajo. Gracias por la dedicación, George —su tono amargo es notorio, y me irrita.

—Bueno, es que... como tú estabas ocupado haciendo un gran trabajo al otro lado del país, pues yo tuve que cubrirte. Ya sabes, regresarte el favor que me hiciste el año pasado.

Me giro para ver a George después de su contestación. Me sorprende que eso haya salido de él; después de que se fue a Londres, parece que ya no está dispuesto a que lo hagan menos. Los dos se miran molestos y la tensión nos abruma a todos.

—¡Ok! ¿Por qué no nos tomamos el resto del día? —interviene Guillermo—. Ya hace hambre. ¿Quién quiere ir a comer?

—Yo creo que Bill y yo pasamos, ¿verdad? Hay que... desempacar sus cosas —digo tomándolo de la mano.

—Buena idea. Entonces, vámonos, George. —Ann lo toma del brazo y lo lleva con ellos. Él me mira al irse y luego a Bill.

Cuando nos dejan solos, caminamos en silencio al auto, donde Michael ya nos espera. Al entrar, Voorhees me dice:

—¿Qué tal la sorpresa, eh?

—Sorpresiva —respondo con una sonrisa que se me borra muy rápido, pues Bill se sienta en el asiento del copiloto, me deja sola atrás.

Fue una pésima suerte que nos viera así a George y a mí, pero no hice nada malo. De nuevo él hace más drama que yo, aunque yo también tengo motivos para enojarme. Me empiezo a hartar.

Cuando llegamos a la casa, le agradecemos a Michael, quien por primera vez en varios días podrá volver temprano a su casa.

Bill entra con sus maletas a la sala y ve a Oreo sentado en el respaldo del sofá; lo veo sonreír al cargarlo.

—Sobreviviste bien. Hierba mala nunca muere, ¿verdad? —bromea; Oreo empieza a ronronear.

—Te extrañó —le digo, refiriéndome a mí también. Los dos lo extrañamos.

Él se gira y deja al gato en el sofá para abrazarme; me da un beso en la frente.

—Pensé que te perdía. Otra vez. Te vi en peligro frente a mis ojos sin poder hacer nada. Y no me dejaste regresar por ti.

—Tenías que terminar tu trabajo. Además, estoy bien. —Le correspondo el abrazo, recargándome en su pecho. Ya ansiaba estar entre sus brazos.

Toma mis mejillas y me acaricia, me mira a los ojos como analizándome.

—¿Segura que estás bien?

Me quedo pensativa, y decido no ocultarle mi malestar. Niego con la cabeza en silencio: no estoy bien. Él vuelve a abrazarme y frota mi espalda.

—Quería estar aquí todos los días, contigo. Ya estoy aquí para ti, puedes decirme cómo te sientes. —Toma mi mano y me lleva a la habitación para sentarnos en la cama a platicar, como solemos hacerlo desde que nos hicimos amigos. Le cuento todo lo que he tenido que vivir, desde el estrés por Oreo, las pruebas médicas que registraron cada parte de mi cuerpo, los análisis para asegurarse de que estuviera bien, los cambios en la casa, las investigaciones, el no poder tener ni un rato en paz para mí sola, el tener miedo de quedarme dormida, el ver en mi mente todo el tiempo esa horrible máscara, la incertidumbre por mi seguridad, el sentirme sola a pesar de nunca estarlo... son tantas emociones que exploto en lágrimas. Lloro tanto como no lo había hecho ni en mis noches en la cama, saco todo lo que había estado intentando ocultar. Bill me mira sin saber qué decirme, pero noto que se le enrojecen los ojos al verme tan triste, su expresión me hace ver que le duele lo que le cuento.

Me abraza y recarga su cabeza en la mía hasta que mis lágrimas se detienen. Toma un pañuelo del buró y me lo da. No ha dicho nada en todo el tiempo, sólo escucha. Me hace sentir a salvo así, rodeada por sus piernas y brazos. Yo sé que me puedo defender sola, atravesé la vida sola por años, estoy completa por mí misma; pero también sé lo acompañada y feliz que me siento cuando estoy con él. Es único.

—Nunca me harías daño, ¿verdad?

Su silencio me intranquiliza, hasta que lo rompe:

—Nunca, princesa.

...

Anoche tuvimos una madrugada de plática, caricias y abrazos, después de cenar la ensalada y las köttbullar con puré de papas que le ayudé a preparar. Fue como si nada hubiera pasado; excepto que no llegamos más allá esta vez. Creo que le preocupaba cómo reaccionaría si me tocaba, luego del allanamiento de hace un mes; pero esta mañana, me despierta con besos en el cuello y los hombros.

—Amor. Princesa... —Acaricia mi cintura y respira detrás de mi oído.

—Bill... —digo su nombre adormilada, sonriente por las cosquillas que me hace.

—Despierta, TN.

—Ya desperté —le sonrío cuando me giro para verlo. Extrañaba ver sus ojos verdes al despertar, y su cabello revuelto por la almohada. Se incorpora y toma mis manos para que también me siente; entonces me desperezo y paso mis manos por mi cabello. Él me da esa mirada que extrañaba tanto, dulce.

—¡Te tengo una sorpresa!

—¿Qué es?

—Cierra los ojos... ¡No hagas trampa! —me dice entre risas cuando los abro un poco.

—¿Ya?

—No, espera.... Ok, ¡ya!

Abro los ojos y veo frente a mí, entre sus manos, una pequeña caja turquesa con un listón blanco de satín...

—¿Qué es esto?

—Ábrela —me sonríe.

Deshago el nudo para confirmarlo.

—¿Es un desayuno? —le sonrío, y él asiente.

Al abrir el empaque, encuentro un colgante de corazón, con unas discretas piedritas incrustadas, que lo hacen brillar. Es sencillo y precioso.

—Déjame ponértelo —me pide al tomar el collar. Hace mi cabello a un lado y abrocha el colgante por detrás para después besar mi cuello. —Se te ve lindo, tal como lo imaginé —asegura sonriendo—. Le haces un favor.

—No tenías que hacerlo.

—Quería hacerlo.

—No me lo voy a quitar nunca —le digo feliz.

Me da un beso en los labios, y otros más en la nariz y mejillas.

—Te extrañé, princesa.

Le sonrío llena de amor. Desde anoche le ha dado por decirme «princesa», creo que nunca me había dicho así.

—¿Nuevo mote?

—¿No te gusta?

Me encojo de hombros antes de abrazarlo. Él me toma por la cintura, me besa los labios hasta que me acuesta y se acomoda sobre mí, haciéndose lugar entre mis piernas; yo lo rodeo con ellas.

—Bill... —jadeo su nombre en cuanto él frota su miembro contra mí, me hace gemir. Hace tanto que no sentía esta excitación.

Aprieto su espalda, luego paso mis manos bajo su camiseta hasta quitársela; toco su torso desnudo mientras él besa mis clavículas y cuello.

—TN. Mi amor. Jag älskar dig så mycket —me dice agitado.

Sigue empujando contra mi cuerpo, como si estuviera penetrándome, ninguno puede dejar de gemir; me toma de las muñecas y me inmoviliza contra el colchón para moverse más fuerte.

—¡Bill! —grito su nombre con dificultad. Tengo tantas ganas de sentirlo dentro de mí. —Házmelo...

Él me quita el short de la pijama y vuelve a frotar su cuerpo con el mío. Pasa su mano por mi vulva al hacer a un lado mi ropa interior, y acaricia mi clítoris con su pulgar hasta que me deja lista para el siguiente paso; enseguida desliza sus dedos dentro de mí... siento sus caricias en mi interior.

—Extrañaba tocarte —jadea en mi oído y la piel se me eriza. Cuando quita sus dedos para sostenerme de la cintura y cadera, vuelve a empujar su miembro contra mí cada vez más fuerte. Jalo de su ropa interior para que se la quite.

—Hazlo, te quiero dentro —le suplico agitada, muero de ganas de que entre en mí.

—Ya voy —sonríe travieso—, yo también te necesito.

Su teléfono suena sobre el buró, pero él no hace caso. Baja un poco sus bóxers y besa mi mandíbula; muerde mis lóbulos con suavidad mientras acaricia mi vulva con su pene. El teléfono suena otra vez y voltea a verlo, entonces frunce el entrecejo, molesto; su mirada amorosa cambia totalmente al agarrar el teléfono para aventarlo contra la puerta, lleno de furia. El ruido del golpe y su conducta hacen que me sobresalte. Me quedo pasmada al verlo así, sin entender por qué lo hizo. Se ve enojado. Me mira a mí, serio, sin decir nada, intentando relajarse. Yo tampoco sé qué decirle...

—¿Una llamada indeseada? —pregunto, queriendo calmar el momento.

—Mucho.

Se quita de encima de mí y se echa de golpe en la cama, a mi lado; se pasa las manos por la cara y el cabello.

—¿Qué tienes? —mi voz casi se quiebra, insegura de si debo preguntarle algo.

—Te amo. De verdad te amo. Con todo mi ser —sus ojos me dicen que algo pasa. Sus palabras suenan casi como una confesión, como si hubiera hecho algo malo.

—¿Bill?

—Jag är så ledsen...

—¿Tú qué? —pregunto sin entender la última palabra.

—¿Tienes hambre? Vamos a desayunar algo. —Se levanta de la cama para entrar al baño y me deja con más dudas que respuestas. Recuerdo el aviso de Nat y la fotografía que andaba rondando: el estómago se me sube al pecho. Me levanto para tomar los pedazos de su teléfono: la pantalla se quebró toda, y el cuerpo se abrió; me imagino que tiene remedio, pero será difícil arreglarlo. Incluso el golpe dejó una marca en la puerta. Me siento en la cama a intentar unir las piezas; entonces mi teléfono vibra también, lo tomo para ver qué pasa:

George Grant
Espero que te guste y que no te
meta en problemas. Dile a Bill que
no quiero ofenderlos. Abrazos

Abro el link de YouTube que mandó adjunto a su mensaje, y me encuentro con su video, la canción que escribió para mí: «Mis palabras»...

Despertaste algo que jamás había sentido;
les cuento de ti y se quejan de tantas palabras,
las mismas que se apenan cuando te veo.
No sé cómo, no sé cómo decirte que te amo,
que los besos que te he dado en mi mente
quiero hacerlos realidad.
Y cuando por fin ahora te digo, no me pienso separar.
Las palabras que escribiste, las leo como marcadas en mi piel.
Perdóname por amarte así, sé qué es rápido para ti,
pero me enamoré sin saberte,
y no te quiero perder otra vez.

La canción es linda, y me halaga que en algún punto se haya sentido así por mí. En el video sólo está él, cantando en un bosque, iluminado por supuestas luciérnagas. Hay escenas de él acostado en el cofre de un auto, donde está tocando su guitarra. También aparece haciendo algunas fotos a una chica. Sonrío al recordar esa noche. Para él significó tanto, y para mí fue la noche en que pensé que jamás volvería a hablar con Bill.

—Ya terminé, por si quieres bañarte también... ¿TN? —la voz de Bill me hace reaccionar—. ¿Todo bien?

—Te voy a enseñar algo, pero no te enojes, ¿sí?

Le doy mi teléfono y él lo sostiene al sentarse a mi lado. Lo abrazo por la espalda y beso su hombro.

—Dijo que te dijera que espera no ofendernos. La terminó de escribir cuando todavía estábamos juntos. Ahora sólo quiere ser mi amigo —le cuento para evitar malas reacciones; después de cómo rompió su teléfono, es claro que hoy no tiene buen humor.

—Es bonita.

—¿Verdad? La guitarra suena muy bien —desvío su atención a lo instrumental.

—Su voz. A veces no sé cómo te enamoraste de mí, el tipo es perfecto. No te merezco.

—Yo no te merezco. —Acaricio su espalda desnuda, húmeda por el baño que acaba de darse.

—No, no me mereces. Mereces a alguien mejor.

—¿Bill?

—¿Y si regresas con él?

—¿Qué?

—Nada... no sé qué digo. Ve a alistarte. —Se levanta de la cama para buscar su ropa. No sé qué le pasa, pero no me gusta nada. Entro al baño, triste por su actitud. No quiero ponerme igual que él, no quiero pelear, pero voy a terminar explotando si sigue así.

...

Pasamos por varias calles en silencio, hasta que se detiene enfrente de un local nada ostentoso.

—Creo que no te había traído. Venden los mejores hot dogs del mundo.

Bajamos después de que Bill se estaciona, pero cuando intenta abrir la puerta, alguien lo detiene del otro lado.

—Estamos cerrados.

—Pero...

—Pero si están ahí, déjenos entrar, por favor —intervengo antes de que el pobre tenga más razones para decidir que hoy es un mal día.

El señor se asoma para verme mejor y me pregunta...

—¿De dónde es tu acento?

Lo miro extrañada y le contesto de dónde soy, temerosa de que me haga alguna grosería, pero en lugar de eso, abre la puerta y nos deja pasar.

—Disculpen, es que... tenemos una invitada y la situación es complicada.

—Sólo queremos un par de hot dogs, no vamos a molestar a nadie —dice Bill.

—Claro, por acá.

Caminamos al mostrador para hacer nuestro pedido. Cuando él está diciéndole al señor lo que quiere, me distraigo por una niña castaña como de 8 años, que está en una de las mesas, mientras una señora le habla.

—Anda, dime tu nombre. Tu... nom-bre —le habla pausadamente, tanto que me es difícil entenderla incluso a mí.

—No la entiendo, señora —dice la pequeña en mi lengua materna—. Habla muy raro, ¿se le hinchó la lengua? —sus palabras me hacen reír y ella alcanza a escucharme—. ¿Me entendiste? —me pregunta entusiasmada.

—Sí —me acerco a ella y me siento a su lado—. ¿Cómo te llamas?

—Rocío. ¿Y tú?

—TN.

—¿La estás entendiendo? Llevo tiempo hablándole y nada. Entró al local sola, sucia. Creemos que viene de la frontera —me dice la señora.

Bill se acerca a la mesa y se queda parado sin saber qué pasa.

—¿De dónde vienes? —inquiero para saber más de Rocío. Ella me cuenta que viene de mi mismo país, que cruzó la frontera junto a su tío, pero que la patrulla fronteriza lo detuvo.

—Me dijo que corriera lo más rápido que pudiera para encontrar ayuda y ir con mi mamá. Me dijo que si nos atrapaban juntos, también me iban a encerrar, lejos de él... Yo nada más quiero encontrar a mi mamá —la voz de Rocío se quiebra y empieza a llorar, angustiada. Las lágrimas le limpian las mejillas por donde van pasando. Acaricio su cabeza y ella me abraza, me enternece su dolor, así que la rodeo con mis brazos también.

—¿TN? —Bill llama mi atención para saber qué pasa. Le cuento a él y a los dueños la historia de Rocío—. Hay que llamar a las autoridades para que la cuiden —sugiere Bill inocentemente.

—¡No la van a cuidar! —respondo.

—Ella tiene razón. En el mejor de los casos la van a regresar rápido, pero lo más seguro es que la dejen encerrada en algún lugar, sin su familia hasta que «arreglen» su situación... y en esos lugares sólo humillan a la gente —le explica la señora del lugar.

—¿Sabes dónde vive tu mamá? —le pregunto.

Rocío se separa de mí con los ojos muy abiertos y busca entre su ropa hasta sacar un papel arrugado.

—¡Aquí! ¿Me llevas? ¡Por favor! —me suplica juntando sus manitas. Veo la dirección en el papel y se la enseño a los demás, pues no reconozco esos rumbos.

—Está al oeste, como a 5 kilómetros de aquí —responde el hombre que nos abrió la puerta—. ¿Creen poder llevarla? A nosotros ya nos tienen en la mira por ayudar gente.

Observo a Bill, pidiéndole con la mirada que diga que sí, pero él niega con la cabeza.

—Somos extranjeros, es muy arriesgado.

—¡Bill, por favor! Es sólo una niñita.

—Deja de verme así, ya sabes que no puedo decirte que no cuando me ves así.

—Míralo, Rocío, como si él fuera un helado que quieres que te compren.

Rocío imita mi mirada suplicante y Bill acepta después de dar un suspiro.

—Bueno, ya.

—Gracias —le sonrío—. Hay que limpiarte antes de llevarte con tu mamá —le explico a la niña, entonces ella sonríe y alza los brazos para volverme a abrazar, emocionada por la noticia.

La llevo al baño para limpiarle la cara, ayudarla a lavarse y quitarse la tierra que se quedó guardada entre las costuras de su ropa, como recuerdos del camino tortuoso que tuvo que recorrer a manos de los coyotes y la intemperie.

—La arena me entraba a los ojos. Los helicópteros son muy ruidosos... en la noche se oyen más, hacen tracatracatraca en tus oídos y las luces te dejan ciega —me cuenta mientras le cepillo su larga cabellera—. Mi mamá no quería venir, pero dijo que sería lo mejor para mí, porque así podía traerme después y ya no tendría que soportar a su jefe. Decía que le daba muy poquito dinero, y ya no podía comprar nada, y siempre llegaba llorando. Una vez lo vi tocándole las piernas mientras ella lloraba mucho, entonces entré para patearlo, pero él me aventó y me encerró en el ropero.

—Pero ya vas a verla otra vez. Y seguro eso no volverá a pasar —intento animarla, aunque es una niña muy valiente, y me siento muy pequeña a su lado. Me recuerda que a pesar de todo lo que he pasado, hay gente que tiene mayores problemas que los míos.

En minutos, termino de amarrarle el cabello en una coleta, que le adorno con mi listón, y salimos del baño.

—Toma, para el camino —la señora le regala un paquete de comida a Rocío, y otro a Bill—, y por ayudar.

La niña se despide de los dos señores con un abrazo y sale con nosotros. Ya cómoda en el asiento trasero del auto, Bill la mira por el retrovisor.

—El cinturón —le dice, pero ella no le entiende; entonces se gira para abrochárselo él mismo—. El cinturón de seguridad —le repite.

—¿Está enojado?

—No sé —le respondo. Bill me mira, no le gusta quedarse sin saber, así que le traduzco todo.

—No estoy enojado —sonríe al verla por el espejo.

—Pues aunque esté enojado, es muy guapo, ¿es tu novio?

—Sí, se llama Bill. Es lindo, ¿verdad?

—Sí —asiente efusivamente—. ¿Es de aquí?

—¡No! Es de Europa.

Rocío se queda pensando...

—Como Harry Potter.

—Sí... pues, de por ahí.

—¿Qué dicen de Harry Potter?

—Nada importante. Rocío cree que eres guapo.

Bill se ríe y la vuelve a ver por el espejo.

—Gracias —le dice en nuestro idioma, sorprendiéndonos a las dos.

—¡Se estaba haciendo tonto!

—¡Tú aquí diciendo que es guapo, y te entendió todo! —bromeo con ella y sus mejillas se pintan de rojo.

Le hago más preguntas a la niña para saber más de ella y tranquilizarla en un país desconocido, en medio de dos extraños. Bill me mira continuamente sonriendo.

—Mira, éste es mi gato. Se llama Orfeo, pero Bill le dice Oreo —se lo presento enseñándole una fotografía en mi teléfono.

—¡Como la galleta!... ¿Puedo conocerlo?

—Claro. Aquí está encima de Bill. A veces se le sube en la cabeza cuando él sigue dormido. —Rocío estalla en risas con la imagen. —Y él lo corre, como si se enojara, pero se le pasa rápido y lo levanta para acariciarlo —le explico mostrándole otra foto de Bill con Oreo. Ella sonríe enternecida.

—Lo quiere mucho.

—Sí. Y lo extraña cuando tiene que salir de viaje, pero se hace el rudo.

Pronto llegamos a la dirección del papel que nos dio Rocío, el lugar es muy diferente a lo que conocía del resto de la ciudad.

—Quédate aquí. Yo voy —le digo a Bill, pero él no quiere dejarme sola, hasta que le insisto de nuevo.

—Ok, pero aquí estoy vigilando.

—Despídete, Rocío.

—Adiós, Bill. Gracias por todo —hace uso de su mejor pronunciación y Bill le entiende perfectamente. Ambos se abrazan como despedida.

—Adiós, Rocío. Cuídate y pórtate bien... —luego se dirige a mí—. TN, con cuidado, amor.

—Es esa puerta, Bill. No te preocupes.

—Te veo desde aquí.

Las dos bajamos del auto y nos acercamos a la puerta, pero un tipo se nos pone en el camino.

—¿A dónde, muñecas?, no eres de por aquí, ¿verdad?, ¿qué buscas?

—Nada, con permiso.

Intento rodearlo, pero él se vuelve a meter.

—¡Qué bonito collar traes, eh! ¿Vienes con ese gringo? —dice señalando a Bill, que ya se bajó del auto, dispuesto a interceder.

—Oye, estoy buscando a su mamá. Así que no queremos problemas. Le dijeron que vive aquí.

—¿Eres la hija de Reina?

—¡Sí! ¡Ella es mi mamá!

—Ah, perdona. Vayan, se va a poner bien contenta.

El hombre se quita de nuestro camino, por lo que podemos acercarnos a la puerta, pero antes de avanzar más, me giro y le advierto:

—¡Oye! Deja en paz al gringo, viene conmigo.

—Ni hablar entonces... —Levanta las manos en son de paz, alejándose de Bill y de nosotras.

Tocamos la puerta y una mujer con los ojos rojos, llenos de lágrimas, abre de inmediato; la cara le cambia por completo cuando ve a Rocío.

—¡¡Mamá!!

—¡Rocío! —La carga para abrazarla, luego toma su cara entre sus manos para asegurarse de que está bien. —¡Pensé que no te volvería a ver! ¡Mi niña!

—TN y Bill me ayudaron. Mira, allá está —señala a Bill, que está recargado en el frente del auto, viéndonos.

—¡Gracias por esto! ¡Muchas gracias!

Reina se deshace en agradecimientos, pero yo sólo niego en silencio, sonriéndole. De repente siento que alguien toma mi mano... Bill.

—¡Gracias a los dos!

—De nada —responde Bill, y se pone en cuclillas para quedar a la altura de Rocío. Los dos se miran fijamente y se sonríen, como si se estuvieran comunicando con los ojos. Entonces él extiende los brazos y ella lo abraza por el cuello.

*~*~*~*~*
Algo de dramita para amenizar (?). Las tequieromucho 💜 Muchas gracias por leer, por sus mensajes y por sus votos que me animan mucho 🤧
Por cierto, ¿ya están viendo Clark? 🤭

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