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31. Confía en mí 😔

—No quiero hacer ninguna de las dos cosas, ¿por qué quieren obligarme, Leah?

—Si fuera por mí, no tendrías que hacer ninguna. Pero las editoriales están necias.

—No quiero ver a ese hombre.

—Lo sé, pero el tipo colaboró en la edición de tu libro, él fue quien consiguió a la ilustradora.

—¡Pero yo no se lo pedí!

—Es amigo de nuestro director. Él se involucró casi solo...

—Espera, ¿es amigo del director de la editorial?

—¿No sabías?

—Dime que no me publicaron por eso.

—No, claro que no. Eso lo decidió uno de los editores, no el director. Hasta donde sé, ese hombre se enteró de tu libro hasta que supo de la película. Haz un esfuerzo, TN. Sólo quiere saludarte. Tendrás a Michael ahí.

—No creo que le guste a Bill.

—No tiene por qué saberlo.

—¡Se lo voy a decir! Sólo que no sé cómo lo tome...

—¿Y lo de El Autor e Historias de ti?

—¡Yo no elegí ese título! Más les vale que lo cambien, está horrible.

—Veré qué puedo hacer.

—Como sea, también se lo voy a decir a Bill, pero sólo a él. No voy a usar mi vida como parte de sus métodos publicitarios.

—Haré otro intento.

—Leah, cuando te conocí lo podías todo, ¿te estás dando por vencida o ni siquiera lo estás intentando?

—Cuando te conocí, eras muy insegura. Y ahora me estás exigiendo, TN. No es que me moleste. Me gusta ver que no te rindes. Pero no me digas que yo sí, porque no es fácil estar luchando con dos monstruos editoriales.

—Perdón, Leah.

—Te prometo que lo intentaré de nuevo, y seré más clara con ellos. Esto no se va a quedar así... Bueno, te veo mañana para llevarte a la presentación.

Me despido de Leah con la esperanza de que esta vez sí logre salvarme de al menos una parte de las peticiones. Ninguna de las dos cosas le va a gustar a Bill, lo sé porque no me gustan a mí. Pero tengo al pobre en la incertidumbre y me duele no poder decirle.

Luego de mi llamada, salgo de la habitación; me encuentro a Michael en la sala, leyendo un libro. Me siento frente a él.

—¿Qué lees? —pregunto al sentarme frente a él, por lo que me enseña la portada como respuesta.

El Autor, señorita. Es muy interesante.

—Qué bueno que te guste.

—Puedo imaginar al señor Bill como el protagonista; el papel le queda exacto.

—¿Tú crees?

—Sí, a lo mejor porque es buen actor, todo le queda bien de alguna forma.

—Tal vez.

—¿Te puedo decir algo? Bill ha estado nervioso por ti, cree que algo malo te pasa y no le quieres decir. Yo también he notado que tu humor no es el que sueles tener. Te ves triste, enojada, cansada...

—Lo sé, estoy en eso.

—Él te ama.

Le sonrío levemente a Michael por intentar ayudar, sé que tiene razón. Necesito hablar con Bill. Cuando Skarsgård llega por la tarde, lo hace con sushi de mi restaurante favorito. Lo veo dejar las cosas en la cocina desde la puerta, y me sonríe cuando nota que estoy aquí.

—Hola, preciosa.

Corro para abrazarlo y él me carga entre sus brazos.

—Te amo, Bill. Te adoro con todo mi corazón —le digo al mismo tiempo en que algunas lágrimas salen de mí.

—Yo también te amo. Pero me tienes...

—Lo sé. Estoy bien, ya no te preocupes por mí.

Acaricio sus mejillas y su cabello.

—No puedo no preocuparme. Necesito que me digas si hay algo mal.

—Es que... me están obligando a encontrarme con alguien que no quiero y a publicar historias con una premisa que no quiero. Es todo lo que puedo decirte ahora, pero creo que puedes darte una idea de por qué estoy enojada.

—No pueden obligarte a hacer nada de eso.

—No soy J.K. Rowling como para que me hagan caso. Pero estoy intentando que me escuchen.

—Por eso has estado tan estresada.

—Perdóname.

—No tengo nada que perdonarte.

Michael entra a la cocina, pero al verme en los brazos de Bill, se disculpa apenado.

—No te preocupes. ¿Qué pasa? —le dice él.

—Nada, sólo quería saber si me necesitan o puedo retirarme, señor.

—Nos vemos mañana.

—Acuérdate de que me tienes que acompañar a la presentación del libro.

—Me pondré mi mejor traje —sonríe antes de despedirse de nosotros.

—Ya estamos solos. Y me tienes muy castigado —Bill se queja mientras acaricia mis piernas por debajo.

—Ha sido una semana muy pesada.

—Masaje y sexo, 2x1. La oferta sigue para ti —propone sentándome en la barra de la cocina, donde besa mi cuello—. ¿Te quito el estrés?

Acaricio su nuca cuando su boca va bajando hasta mi pecho.

—Sí —murmuro excitada. Él desabotona mi blusa y empieza a lamer mi escote. El cosquilleo me inunda: siento mis músculos contraerse—. Bill —digo su nombre como un gemido.

Mete sus manos bajo mi ropa hasta desabrochar mi sostén para quitarlo y lamer mis pezones. Froto su espalda mientras lo hace, y comienzo a jadear de excitación.

—Dime qué quieres.

—No, tú dime —lo reto con una sonrisa de lado, como la de él.

—Te quiero hacer gemir y pedir más. Quiero entrar en ti. Te quiero hacer sentir bien... Te amo.

—Hazlo entonces —le respondo con un beso suave en los labios.

Él vuelve a cargarme para llevarme entre sus brazos a la cama, pero esta vez es más dulce que siempre. Sus caricias y besos, incluso la forma en que empuja su cuerpo contra el mío... todo es lento y tierno. Me dice constantemente cuánto me ama al oído y sus solas palabras me dan gran placer. Pasa sus manos por mi cuerpo, apretándome hacia él. Su sudor en mi piel, su labios rojos, sus ojos yendo de miradas amorosas a penetrantes, todo me lleva a donde sólo él ha podido. Terminamos satisfechos de habernos encontrado luego de estar tan alejada de él.

—¿Tienes hambre? —me pregunta mientras me acaricia el cabello. Yo asiento sin dejar de verlo. Es tan guapo y dulce... a veces siento que voy a explotar por el hermoso ser humano que es. Entonces, su barriga suena pidiendo comida, lo que nos causa gracia a los dos. Entre nuestras carcajadas, lo abrazo y le doy un beso en la mejilla—. Yo también tengo hambre, obviamente.

—Vamos entonces.

Nos ponemos algo de ropa ligera para repartirnos sushi en la sala.

—¿Estás lista para mañana? —pregunta con la mejilla llena de comida como un hámster.

—No, pero ya qué. No tengo opción.

—¿Por qué no quieres, amor? Son tus lectores, pensé que querrías conocerlos.

—¡Sí, eso me emociona!

—¿Pero...?

—Al terminar... tendré que ver a alguien que no quiero.

—¿A quién?

—Es un hombre, amigo del director de la editorial, que cuando se enteró de que yo había escrito El Autor, y que estaba haciéndose la película, se incorporó solo para la edición ilustrada. Consiguió a una ilustradora de renombre y ahora pide reunirse conmigo, y la editorial le dijo que sí sin preguntarme.

—No me gusta como suena. Pero seguro sólo es un admirador cultural —sonríe antes de meter más sushi a su boca.

—Bill, te voy a decir antes de que cualquier cosa pase. Yo conozco a ese hombre.

—¿Quién es?

—Es el hombre del que te conté... es «mi ex».

—¡¿El tipo mayor que te enamoró y botó?!

—Por eso no quería decirte. Pensé que sería tan incómodo para ti como para mí.

—¿Y qué quiere?, ¿por qué se aparece así al ver tu éxito? —dice visiblemente molesto.

—Lo mismo me pregunto.

—¿Cómo lo conociste?

—Cuando era estudiante, hice prácticas en la estación de radio en la que él trabajaba. Supongo que con el tiempo se movió a la industria editorial.

—O sólo está ahí para fastidiarte.

—No te enojes. Ya me enojé yo por los dos. —Me recargo en su hombro y froto su brazo.

—¿Y si voy contigo?, ¿o tienes que ir sola por órdenes de la editorial? —se mofa con un tono agudo.

—No me dijeron, por eso voy a llevar a Michael. Pero si tú quieres ir...

—¿Quieres que vaya?

—La verdad no, sería muy incómodo. De por sí ya será incómodo.

—Terminaría muy mal el asunto. De todas formas ya tengo que ver a tu otro ex.

—Ojalá no venga Nat u otra de tus ex novias para completar el cuadro.

—No des ideas —reímos aterrados.

—Vamos a hacer un plan para mañana. Cuando llegue, vamos a jugar y ver películas o a salir a algún lado.

—¿Quieres ir a la feria? De noche es más fácil mezclarse entre la gente.

—Tú no podrías esconderte ni aunque quisieras.

—No dudes de mis habilidades camaleónicas —presume con un guiño.

Me acuesto en el sofá, apoyando mi cabeza en sus piernas. Cierro los ojos mientras siento cómo él acaricia mis manos y se recuesta en el respaldo. Nos quedamos en silencio un largo rato, dormitando y pensando. A veces no hacer ni decir nada es lo mejor que se puede hacer.

—Bill..., gracias por estar conmigo —susurro agradecida por su paciencia en estos días.

...

—Tú debes ser Michael Voorhees.

Escucho la impresión en la voz de Leah cuando Mickey abre la puerta.

—Usted debe ser Leah, la agente de TN.

Me imagino su cara cuando están por darse las manos. Termino de alistarme al tiempo en que los oigo llamarme; entonces salgo de la habitación con mi mochila, y la saludo.

—¡Qué linda te ves! Vámonos, ya es tarde. —Su tono cambia de la emoción del cumplido a la orden, por lo que no puedo evitar reírme.

Los tres salimos de la casa juntos, Michael es el encargado de llevarnos, y Leah pasa todo el camino dictándome el itinerario: lo que debo hacer, cómo estará acomodado todo, cuántas personas se esperan... intento hacerle caso a cada cosa que dice, pero a veces me empiezo a perder entre sus oraciones, habla demasiado.

—Recuerda: primero la presentación con el invitado especial, luego la lectura de un capítulo y finalmente la firma. Cuando termines, tendrás que reunirte con...

—Sí, ya no me recuerdes eso.

—¿Le dijiste a Bill?

—Sí.

—¿Cómo reaccionó?

—Nada mal. Molesto porque me obligan a hacer cosas que no quiero, pero eso es normal.

—TN, en serio lo intenté, pero el director insistió.

—Lo sé.

—Si te hace sentir mejor, logré que no tengas que hacer la incómoda publicidad que te pedían... al menos no por hoy.

—Gracias, supongo que algo es algo.

En el momento en que llegamos a la librería donde será el evento, veo el cartel con la portada de El Autor en la entrada. Ya hay gente que tiene mi libro entre sus manos y siento un cosquilleo en el estómago. Sonrío al pensar que esas personas disfrutaron algo que hice.

—Adentro ya hay más gente —me dice Leah.

Me pone nerviosa pensar que sean más de 20 personas, odio hablar ante grupos grandes, en general odio hablar.

—Da la vuelta, Michael. Vamos a entrar por la puerta de al lado —le ordena ella.

Cuando estamos entrando, mi teléfono suena, y contesto en voz baja como Leah me lo pide, mientras caminamos a las oficinas del lugar.

—Mi amor, ¿ya estás lista?

—No —la voz me tiembla porque desde la barandilla del primer piso puedo ver a más gente de la que esperaba.

—¿Estás bien?

—No.

—Estás nerviosa, ¿verdad?

—Sí. La fila es más grande de lo que pensé.

—Tranquila, respira. Piensa que son como tus amigos, están ahí para apoyarte y conocerte. No para juzgarte.

Las palabras de Bill me relajan un poco, e intento respirar profundamente. Una chica mira hacia donde estoy y agita su mano emocionada, yo miro hacia mis lados buscando a quién saluda, hasta que me doy cuenta de que es a mí, por lo que la saludo de regreso, pero de repente siento las manos de Leah sobre mis hombros, que me jalan hacia ella para meterme a las oficinas.

—Ya cuelga —me pide.

—Tengo que irme.

—Está bien. Te llamo en un rato, preciosa. Te amo.

—Y yo a ti. —Cortamos la llamada... ojalá estuviera aquí.

Escaneo a las personas frente a mí hasta que encuentro una cara que sí conozco.

—¡Guillermo! —Me acerco emocionada a él para abrazarlo. No lo había visto desde antes de que Bill y yo nos fuéramos a la cabaña. —¿Qué haces aquí?

—Es tu presentador, el invitado especial —me explica Leah.

—No iba a decir que no a tremenda invitación. Además, después de ti, yo soy el que mejor conoce esta historia —sonríe. Me da un gran alivio saber que él estará a mi lado.

Leah me presenta a las demás personas: la gerente de la librería, el coordinador de eventos de la editorial, los encargados de la logística y los miembros de seguridad del lugar.

—Están al tanto del problema que tienes con Joe y John, así que pueden coordinarse con Michael.

Asiento, aunque me siento muy tonta al tener tanta seguridad disponible. Sí, el tipo me lastimó, y me han estado siguiendo, pero no creo que intenten algo que requiera tanta protección.

Cuando todo está listo, hacen pasar a la gente a donde hay varias sillas acomodadas como en una plenaria, frente a la mesa que está sobre una tarima. He dado ponencias antes, pero esto es otro mundo. Guillermo me sonríe orgulloso antes de salir.

—¿Nerviosa? —me pregunta; yo asiento en silencio—. Bill tenía muchas ganas de estar aquí... está preocupado por ti. Sé que es difícil confiar en la gente, pero él te ama.

—Lo sé, gracias por recordármelo —sonrío.

—Y si de plano no puedes, pero necesitas hablar, aquí estoy yo. No te vamos a dejar sola en lo que sea que estás pasando.

Me anima escucharlo, así que vuelvo a abrazarlo antes de subir hacia la mesa para tomar nuestros lugares. Estoy tan nerviosa que siento que voy a llorar; pero respiro y pienso en otra cosa: piensa en otra cosa, piensa en otra cosa, Pennywise en tanga... Sonrío al recordar la imagen y me tranquilizo.

Los aplausos de la gente al vernos hacen que retumbe mi pecho. Guillermo comienza a hablar, agradeciéndoles por haber venido. Muchas personas que siguen llegando se quedan paradas al fondo del lugar. Noto que los que están sentados traen un brazalete amarillo en sus muñecas, pero no sé lo que eso significa.

—Encontrar El Autor fue algo que no esperaba, fue abrirme a un mundo de esos que me gustan, llenos de fantasía, incertidumbre, esperanza, de esa mezcla de planos ficticios y físicos que te dejan pensando sobre la percepción de la realidad. ¿Qué es real?, ¿cómo arreglo mi realidad?, ¿cómo hago mejor al mundo? TN nos da más dudas que respuestas, porque así es como se invita a pensar, a través de las preguntas. ¡Qué aburrido si tuviéramos la respuesta de todo! Pero qué maravilloso cuando nos dedicamos a crear para encontrar quiénes somos.

Guillermo continúa hablando sobre mi libro con una inspiración y admiración que no sabía que sentía; me llena el alma. Haber logrado que una de las personas que más admiro y respeto me vea así es mi mayor logro en la vida.

El Autor reta a sus lectores, juega con ellos, los hace partícipes de la historia como cualquier texto bien hecho, sobre todo metaficcional. Por eso ha sido un show adaptarlo al cine, nos estamos esforzando en serio, perdonen si nos queda todo feo —bromea, hace que todos riamos—. Pero vivir esta aventura con todo nuestro equipo es algo que ninguno cambiaría.

Después de su emotiva presentación, comenzamos a hablar sobre el proceso de escritura, de las ideas e inspiraciones, de cuándo comencé a escribirlo, de las dificultades y curiosidades que tengo para contar. Finalmente algunos lectores hacen preguntas, pero una duda en particular me es incómoda.

—Hola, yo acabo de leerlo porque soy fan de Bill y como él protagoniza la adaptación, me dije: ¡debo leerlo! —Otra chica delante de ella rueda los ojos, haciendo una mueca. —Entonces me preguntaba si Bill fue tu opción para que protagonizara.

—Ah... de hecho cuando yo llegué a dar mi opinión, él ya estaba ahí. No sé quién lo invitó —explico, pero todos ríen como si fuera una broma, así que sigo la corriente.

—Ese fui yo. Yo lo invité. Mi culpa —completa divertido Guillermo, levantando la mano.

—Ah, mira, hasta ahora me entero.

—¿Y te gustó la elección?, ¿cómo es?, se llevan más que bien, ¿verdad?

—Nos llevamos bien, es un actor, y ahora productor, muy talentoso y capaz. Fue una gran elección del equipo —respondo con una sonrisa sin ahondar más. Cuando veo que alguien más levanta la mano, le damos la palabra inmediatamente para cambiar el tema.

Al terminar, abro la edición ilustrada por primera vez para leerles el primer capítulo. En las ilustraciones, el Autor es muy parecido a Bill: los mismos ojos verdes y el cuerpo alto, el cabello, sus labios, su perfecta nariz. Abro los ojos sorprendida, y de inmediato le muestro a Guillermo, quien también se impacta por el parecido. Intento recuperarme rápidamente y comienzo a leer:

Entonces le di una historia y la escribí... Escribí mientras moldeaba cada palabra entre mis dedos, como dándole forma y esencia... Escribí...

Nunca había leído algo de mi autoría frente a un público así, al menos no de mis historias, esas sólo las había leído a unos cuantos, a Bill por ejemplo. Es genial compartir esto con gente tan interesada en la historia; quisiera abrazarlos a todos. Al terminar de leer, los aplausos me enternecen; les agradezco tanto.

—¡¿Por qué son tan bonitos?! —pregunto con las manos en las mejillas. Ellos ríen y yo regreso a mi lugar.

Enseguida, Leah y su equipo comienzan a organizar la firma, mientras Guillermo se despide de mí.

—Tengo que regresar al estudio, ¿quieres que le diga algo a Bill?

—No, sólo que lo veo al rato. Gracias por estar aquí. —Lo abrazo con fuerza para despedirme.

Firmo cada libro después de preguntarles sus nombres para escribirlos. Estoy tan feliz e inspirada que les dejo un dibujo garabateado a cada uno en su libro, con su respectiva dedicatoria.

—¡Eres tan linda! Siempre recuerdo cuando me tomaste una foto con Bill. —Alzo la mirada después de dibujar mi firma, entonces reconozco a la chica del parque.

—¡Sí me acuerdo! ¿Alcanzaste a llegar a casa antes de la lluvia?

—No, terminé empapada. Pero valió la pena —ríe. Recuerdo bien ese día, porque acababa de comprarle a Bill el libro que le regalé.

—¡Qué gusto verte! Gracias por venir.

Se despide de mí con un abrazo y se toma una selfie conmigo. El proceso se repite varias veces, pero de formas tan únicas como las personas que vinieron.

—William Wilkes... —Un hombre vestido de blanco me deja su ejemplar.

—Hola, Will. Gracias por venir.

—Es una suerte que haya sido en esta librería. Queda a dos cuadras de mi trabajo.

—¿En serio? ¡Qué bien! Es el destino.

—Exacto... Llegaré justo a tiempo para mis pacientes.

—¿Eres médico?

Él asiente sin dejar de sonreír.

—Si algún día necesitas uno, aquí estoy. Es lo menos que podría hacer por la mujer que me ha dado tantas horas de emociones.

—Me alegra oírlo. Pero yo no salvo vidas como tú.

—La mía sí. No sabes lo estresante que es mi profesión. Poder leerte me devolvió la vida. Soy tu fan número uno —me explica educadamente, sereno.

Sus palabras me sorprenden, me hacen creer que voy por buen camino en expresarle a las personas algo. Le doy la mano y él me sonríe agradecido. Es bueno saber que llegó gente muy diferente entre sí, aunque la mayoría de las personas comentan que me conocieron por la película, aun cuando no se ha estrenado.

—¿Cómo te llamas? —pregunto cuando me ponen el libro en la mesa.

—Rodrigo.

Levanto la cara y ahí está él: sus ojos azules, fijos en mí, me traspasan el alma. Pero finjo no conocerlo.

—Gracias por venir —digo mientras firmo su ejemplar sin ningún garabato ni personalización. Cierro el libro y se lo regreso.

—¿Un café? —Guardo silencio, pero el continúa—: Claro, un smoothie... de frutos rojos. O un latte. ¿O prefieres un buen postre?

—Disculpe, ya puede avanzar —le pide Leah cuando lo ve inmóvil.

Su piel es más pálida de lo que recordaba, y sus ojos más tristes. Han pasado ya unos años desde ese entonces, debe tener más de 50 años ahora.

—¿Señor?

—Leah...

—Creo que la señorita Leah no sabe quién soy. Teníamos un acuerdo.

Leah me observa y entiende que lo conozco, que es el amigo de su jefe y que esto es más incómodo de lo que pensó. Mira a Michael, haciéndole una seña para que esté al pendiente.

—Ah, no te preocupes, sólo vine por mi firma. Esperaré por aquí para nuestra reunión.

Rodrigo se aleja entre los estantes, pero por alguna razón siento lástima por él. Después del momento incómodo, vuelvo a ver hacia la fila: continúo platicando con ellos, con una sonrisa, intentando olvidar el episodio. Sin embargo, noto cómo Michael se acerca más a mí, y Leah comienza a hablarle.

—Eco es mi favorita. —Una dulce pequeña de piel morena me abraza por el cuello, y le doy un beso en la mejilla. —Dile a Kelly que es genial.

—Oye, pero no lo leíste sola, ¿verdad?

—No, mi mamá me lo leyó.

—Tuvimos que saltarnos algunas partes —me explica su madre riendo, así que respiro aliviada. Mi plan nunca fue que las escenas restringidas terminaran en manos de una niña.

—Menos mal. Oye, yo le doy tu mensaje a Kelly, eso la va a alegrar mucho.

—Dile que sea fuerte como Eco y que no se rinda.

Estoy segura de que a Kelly le gustará oír ese consejo. Le sonrío de nuevo y le escribo un mensaje más extenso en su libro:

Gracias por acompañar a Eco en el viaje.
Recuerda ser lista, fuerte, creativa
y perseguir tus sueños como ella :)

Cuando me doy cuenta, la fila ha terminado, pero aún hay gente al fondo y afuera de la librería que parecen esperar.

—¿Y ellos, Leah?

—No alcanzaron brazalete.

—¿De qué?

—Te dije en el auto, ¿no me oíste?... No me oíste. Bueno, 100 brazaletes a los primeros en llegar garantizaban la firma. Hay al menos otras 30 personas que se quedaron a esperar a ver si nos apiadábamos. Otros ya se fueron.

—¿Podemos apiadarnos?

—Ya sabía que me ibas a hacer algo así. —Rueda los ojos y camina con los de seguridad. —Organicen la fila.

Me quedo otra hora firmando libros y saludando gente; la mano se me empieza a entumecer, mi energía social se está acabando... sin embargo, ésta debe ser una de las cosas más felices que he vivido. Ver a gente tan alegre e inspirada me hacen sentir que hice algo bueno en el mundo. Cuando firmo el último ejemplar, Leah me lleva de ahí y me despido de los que aún están en la librería.

—Eso fue tan hermoso —musito cansada, pero emocionada.

—Me alegra que te haya gustado, porque estoy organizando varias en nuestro país, y otras más en éste.

—¿En serio?

—Sí. Hay que aprovechar la promoción que te da la película... En fin, al mal paso... el tal Rodrigo te está esperando en la cafetería de la librería.

—¿Puedo hacer una llamada primero?

—Toma, pero no tardes.

Leah me regresa mi teléfono, que me quitó antes de que empezara la presentación. Me entristece que no pude tomar mis propias fotografías, pero al menos ella sí. Cuando reviso, tengo una llamada perdida de Bill.

—¡Amor!, ¿cómo te fue?

—Ojalá hubieras estado aquí, fue genial. Fue lo más bonito que me ha pasado.

—¡Me alegra que te haya gustado! Yo también hubiera querido estar ahí contigo. No sabes lo orgulloso que me haces sentir... Oye, estoy llegando a casa, ¿ya vienes?

—No, tengo un pendiente.

—Aquí te espero entonces... desnudo, en la cama —bromea con una voz grave que me hace reír.

—Te amo.

—Yo te amo más.

Escuchar a Bill siempre me da energía, tiene algo en él que me hace querer hacer más y más. Leah me distrae de mis pensamientos, conduciéndome junto con Michael a la cafetería. Cuando entramos, veo a Rodrigo ahí sentado, hojeando su ejemplar con una taza de té.

—Cualquier cosa, me dices y lo pateo fuera de aquí —me dice Michael, a lo que yo asiento.

—Vamos a estar en esta mesa —me asegura Leah.

Camino hacia Rodrigo con pasos inseguros, verlo es como regresar en el tiempo y ser esa chica impresionable por todo. Me siento frente a él, sin decir nada. Él levanta la mirada del libro y me sonríe; me señala el smoothie que pidió para mí, decorado con frambuesas.

—Debes tener sed.

Luego le hace una seña al mesero, que pronto trae una crème brûlée también para mí.

—Come, ¿o ya no te gusta?

—Intento ya no comer tanta azúcar —miento.

—Por una vez más que lo hagas, no pasa nada. ¿Quieres que te pida algo de comer?

Niego con la cabeza antes de dar un sorbo al smoothie; veo cómo sonríe. No puedo evitar notar que ya no es ni la sombra de lo que solía ser, hay algo mal.

—Me analizas, ¿verdad? Te has de estar preguntando qué hago aquí.

—Algo así.

—Son bonitas, ¿no? —me dice al señalar el libro—. Es una edición impecable, digna de tu novela. Siempre supe que llegarías lejos. Siempre me ha gustado cómo escribes.

No sé qué quiere, intento descifrar su conducta, sus miradas, sus palabras, pero es como si estuviera vacío... incompleto.

—¿Qué quieres?, ¿por qué apareces de nuevo y te metes en mi trabajo?

—Yo sólo te conseguí a una de las mejores ilustradoras. Es mi forma de redención. No fui justo contigo... Te ilusioné, te enamoré, te...

—Sí, ya sé. ¿Y por qué ahora te preocupas tanto por eso? Viviste muy bien con la culpa.

Los dos nos quedamos en silencio un momento, choco la cuchara con el postre que ni siquiera he probado, y doy un par de sorbos más a la bebida por la sed que me provocó el haber hablado tanto en la presentación.

—¿Quieres saber por qué vine hasta aquí? —me pregunta, yo asiento en silencio—. Porque siempre me diste alegría. A veces todavía creo escuchar tu risa en la lluvia, y me preguntaba qué estabas haciendo.

—¿A eso vienes?, ¿a robarte mi alegría en la etapa más feliz y plena de mi vida?

—Sí. Pero no porque quiera molestarte... es porque lo necesito.

Lo miro confundida y entrecierro los ojos, esperando una explicación.

—Estoy enfermo, TN. Tengo cáncer.

Tardo en asimilar sus palabras; cuando lo hago, me siento horrible por lo que dije. Me siento mareada. El corazón se me encoge, no sé qué decirle.

—No tienes que decir nada —sonríe—. Sólo dime que me perdonas.

Guardo silencio un momento, buscando las palabras.  Me cuesta decir que lo perdono, pero supongo que es la última vez que tendré que hacerlo, porque no quiero volver a verlo.

—Si te hace sentir mejor, te perdono... Pero vas a estar bien, ¿no?

—Es terminal. Si me quito el sombrero, esto se vería peor —bromea. Ahora entiendo mis sospechas, esto está mal. Trago saliva, acongojada por su situación—. Ver que estás bien y que eres feliz me hace sentir que tal vez no me vaya al infierno por aprovecharme de ti.

—No te aprovechaste. Yo decidí —intento convencerme a mí misma para no recordar lo basura que me sentí en ese tiempo—. Aunque sí fuiste un patán.

—¿Me dejas ser patán una última vez y pedirte algo?

—¿Qué? —titubeo.

—Una noche contigo.

Abro los ojos sorprendida, no doy crédito a lo que escucho. El mareo acrecienta en mí. Esto es peor de lo que imaginé, es horrible y me dan ganas de romperle la nariz, pero está tan débil que terminaría matándolo de un golpe.

—¡Estás muy mal! —Me levanto de la silla, mas él toma mi mano.

—Por favor. No te vayas.

La vista se me nubla al haberme levantado tan deprisa, pero el malestar no me impide tragarme las lágrimas de indignación que se mezclan con las de coraje y tristeza; sólo quiero salir de aquí ya. Él se levanta también sin soltarme.

—Por favor.

Jalo mi mano con fuerza para que me suelte hasta que él cae sobre la mesa, está tan débil. Voorhees y Leah se acercan a mí deprisa; me sostengo del brazo de Michael para recuperar mi equilibrio y respiro profundo. No sé qué hacer, si ayudarlo o gritarle; Rodrigo se incorpora avergonzado y nos mira, parece sorprendido de ver a mis acompañantes.

—TN... lo siento, perdóname. Es que...

—Suerte con tu vida, pero no te vuelvas a aparecer en la mía.

Camino lejos de ahí con Michael y Leah detrás de mí hasta que subimos al auto, pero a pesar de sus preguntas y preocupaciones, no digo nada en todo el camino. Todo me da vueltas mientras contengo las ganas de llorar lo más que puedo. Me siento usada otra vez, herida, humillada. Sólo quiero estar sola y llorar. ¡¿Cómo uno de los mejores días de mi vida terminó así?!

Cuando Michael frena delante de la casa, bajo sin hablar una palabra y entro; camino directo al jardín, donde me siento en la banca a llorar. Me recuesto: el cielo está nublado, las luces de la casa brillan, pero todo se ve borroso, creo que son las lágrimas en mi cara. Oreo llega corriendo a mí; lo acaricio mientras se revuelca juguetón en el pasto. Cierro los ojos hasta que me quedo dormida en el frío de la noche.

...

Despierto en mi cama mullida, bajo las cobijas. La habitación está oscura todavía, pero la luz del pronto amanecer que empieza a colarse me deja ver el rostro de Bill, dormido a mi lado; él está sujetando mi mano.

Me incorporo para ver la recámara, como para asegurarme de que estoy a salvo, entonces Bill siente mi movimiento y despierta.

—TN.

—Hola.

—¿Cómo estás, amor?

—Tengo ganas de vomitar.

Me levanto mareada de la cama para correr con tropiezos hasta el baño. Él se apresura detrás de mí y sostiene mi cabello mientras vomito en el inodoro. Frota mi espalda, pero la sensación tarda en irse; los ojos se me llenan de lágrimas de nuevo por el malestar.

—Tranquila, ya pasó, amor.

Respiro profundo, cerrando los ojos. Me levanto del piso con su ayuda para lavarme el rostro y los dientes varias veces.

—Ven a acostarte —me pide al tomarme de la mano. Escucho la preocupación en su voz aunque procura mantenerse apacible.

Me recuesto e intento dormir mientras él me acaricia. La sensación de haber sacado lo malo y la tranquilidad que me da su compañía me hacen dormir un poco más.

...

—No comió nada, señor.

—¡El postre y la bebida!

—Cierto, ese hombre lo pidió para ella.

—Pero apenas lo probó.

—Voy a llamar a un médico.

La vorágine de voces me despierta y me incorporo en la cama. Cuando abro la puerta, veo a Leah y Michael junto a Bill en el pasillo.

—¿Qué pasa?

—Amor, ¿cómo estás?

—Bien. —Tomo su mano para ver la hora en su reloj: las 9 de la mañana. —¿No vas a ir al estudio hoy?

—No. Te voy a llevar al médico.

—¿Por qué?

—Anoche estuviste muy rara, ¿ya no te acuerdas?

Niego con la cabeza, sólo recuerdo haber vomitado en la madrugada; seguro tantas emociones y no haber comido bien fueron muy malos para mi estómago.

—Estoy bien, ¿por qué traen esas caras?

—¿Entonces no quieres ir al médico?

—No, estoy bien, Billy. —Él me abraza, frotando mi espalda y brazos. —Pero tengo hambre.

—¿Quieren que prepare algo? —pregunta Michael.

—No, yo me encargo. Gracias por venir. No les quito más su tiempo —responde Bill. Está molesto, se nota en su voz.

—¿Señor?

—Tómate el día, Michael. Muchas gracias —continúa serio, antes de caminar hacia la cocina.

Los dos me miran preocupados, les desconcierta la actitud de Bill tanto como a mí.

—Te llamo más tarde, TN. Dime si puedo hacer algo por ti.

—Creo que ya hiciste suficiente, Leah —interviene Bill a lo lejos.

—Gracias, Leah. No te preocupes, yo te aviso.

Les agradezco a los dos cuando salen de la casa; entonces veo a Bill en la cocina, donde está abriendo el refrigerador.

—¿Qué se te antoja?

—¿Bill?

—Tenemos huevo, queso, jamón, ¡jugo de naranja!

—Bill.

—¿Quieres jugo? Yo quiero jugo de naranja.

—¡Bill!

—¡¿Qué?!

—¿Por qué los trataste así?

—¡Le pago a Michael para que te cuide y no lo hace! ¡Y Leah te pone en peligro! Por eso.

—Estoy aquí, ¿no? A salvo. Él me trajo a casa y ella estuvo al pendiente. Los dos me acompañaron todo el tiempo.

—Ese hombre te puso algo en la bebida... estoy seguro.

—Yo también lo sospecho.

—Pero tú no quieres ir al médico.

—Estoy bien.

—¿Y si vuelve a intentarlo?

—No creo, está muriéndose. Preferiría pensar que no pasó nada. Por favor. Estoy un poco harta de todo esto, ¿sabes?

Él suspira con mi abrazo.

—Tienes una suerte...

—¿Muy mala o muy buena?

—Mala.

—¡No!, buena. Estás conmigo, y tengo gente que me quiere y se preocupa por mí. No te enojes con Michael, lo hiciste sentir culpable... y a Leah —le explico.

—Es que no puedo creer que el drama nos persiga así.

—Es quien escribe nuestra vida —bromeo.

—Al menos ya nos dejó liberar la tensión sexual —completa sonriente mi broma. Me gusta verlo más relajado.

—Bill, quiero borrar de mi memoria lo que pasó, y voy a decir que ayer fue uno de los días más hermosos de mi vida.

—Ojalá hubiera estado contigo.

Sostiene mis mejillas y se inclina para besar mis labios. Sus manos bajan por mi cuello para acariciarlo, pasando sus pulgares por la línea de mi mandíbula; amo esa sensación de cariño que reemplaza todo lo malo.

—Vamos a desayunar —me sonríe con un beso tierno, entonces ponemos manos a la obra.

...

Bill me habló en la mañana para
contarme por qué no vendría.
Perdóname por dejarte sola. Me
alegra que estés mejor. Te mando
un montón de abrazos, no dejes que
te roben los buenos recuerdos de ayer!

El mensaje de Guillermo me saca una sonrisa mientras estoy en la sala con Bill, viendo una película de comedia; ninguno de los dos suele tenerlas como primera opción, pero son efectivas en días de estrés.

—¿Quieres ir a la feria? —le pregunto al pasar mis dedos por su cabello mientras está recostado sobre mi pecho.

—¿Segura?, ¿cómo te sientes?

—Ya te dije que estoy bien.

—Bueno... cuando acabe la película. En la noche.

Bill y yo salimos a la feria, cerca de las 8 pm; él insiste en que le es más fácil mezclarse así por la oscuridad y la cantidad de luces neón, que no sirven para iluminar tanto como sirven para adornar los juegos.

Pasamos el rato entre el olor de las palomitas y el algodón de azúcar; subimos a un par de atracciones que nos arrancan carcajadas por la adrenalina, e incluso hacemos que unos payasos se ahoguen cuando les disparamos agua en la boca; él no puede evitar sus travesuras y me moja a mí también, pero su maldad le cuesta caro cuando termino por vencerlo.

—¡Ja! Es el karma, Skarsgård —me mofo al agitar frente a él, el oso pardo que gané. Él sonríe negando con la cabeza.

—Ya vámonos.

—¿Por qué?, apenas empezaba. Iba a ganar ese unicornio esponjoso para ti.

Salimos de la feria directo al estacionamiento. Fue una noche exitosa para su camuflaje, pues apenas lo reconocieron algunas personas. Se esforzó demasiado en no llamar la atención, controló su voz y casi no hacía ademanes moviendo las manos como suele hacerlo cuando está emocionado.

—¿Te aburriste? —le pregunto mientras vamos de regreso a casa.

—No, fue muy divertido. Pero... —Frena en una calle poco transitada, cerca de casa.

—¿Qué pasa?

Se acerca a mí para besar mis labios con ternura; reparte besos en mis mejillas, nariz, párpados... me sonríe y apoya su frente sobre la mía.

—Quería llenarte de besos.

—Toma. —Le extiendo el oso que gané, y lo sostiene. —Ya sabes que no me gustan tanto, pero éste te va a recordar cuánto te amo y cuánto te agradezco por alegrarme cuando todo está mal. Es como tú.

—¿Soy como un oso?

—Eres tierno y dan ganas de abrazarte, pero de hecho puedes comerte al mundo. Por eso sé que siempre estarás para protegerme cuando te necesite.

—Esa descripción podría servir para ti también —ríe—; y sí, siempre estaré para ti.

...

Ha pasado casi una semana desde la firma de libros. Bill ha estado muy ocupado con Guillermo y los encargados de edición, mientras que yo he estado escribiendo como nunca; los terribles y buenos episodios en mi vida me han dado ideas para lograrlo. Además, Leah ha estado al pendiente de mi trabajo para ayudarme con la selección de cuentos que formarán mi próximo libro; y Michael suele acompañarme a mi librería preferida para escribir, en lo que él espera tomando café. En una de esas tardes, me pidió perdón por «no cuidarme, por fallarnos a Bill y a mí»; se sentía culpable, triste por lo que me pasó, pero no fue su culpa; estaría perdida sin este grandulón.

Por las noches, me encuentro con Bill para cenar, casi siempre llega agotado, con los ojos a medio cerrar por el tiempo frente a las pantallas. No obstante, cuando llegamos a la cama, nos contamos todo; me gusta escuchar sus ideas para la edición de la película, las cosas que se le ocurren para su propio guión e incluso los argumentos que Freyja le ha enviado de posibles proyectos como actor. Me llena que me inspire así, y que a él le guste escuchar lo que he hecho, los nuevos libros que he encontrado, las historias que he leído y que nos dan ideas a los dos. Es como si nuestras mentes se conectaran, como si estuviéramos unidos en muchas formas que pocos conocen.

—Jane me llamó. ¡Vamos a hacer el guión juntas! —le doy la noticia; él abre los ojos y la boca lleno de emoción. Se abalanza sobre mí para abrazarme, siento que me aplasta.

—¡Perdón! Es que esa es muy buena noticia. Ya quiero leer lo que harán.

El guión garantiza que estaré más tiempo aquí, con un trabajo.

—¿Y si vuelves a protagonizar?

—Recomiéndame, diles que soy bueno... no, el mejor actor que has conocido —bromea con un guiño.

Le acaricio la mejilla, y él quita un mechón de mi cabello para descubrir mis ojos. Poco a poco se hace lugar entre mis piernas, al tiempo en que lo recibo con una sonrisa; rodeo su cadera con ellas para apretarlo contra mi cuerpo; él me sonríe de lado cuando su miembro roza conmigo, pero el vibrar de mi teléfono llama mi atención, así que estiro el brazo para apagarlo... entonces alcanzo a leer:

Espero verte mañana en la reunión.
Es bueno ver el cielo del otro lado del
mundo otra vez

El mensaje de George me desconcierta y Bill lo nota en mi expresión.

—¿Qué pasa? —inquiere, pero cuando le enseño el mensaje, sus grandes ojos lo delatan—. Se me olvidó.

—¿Qué?

—George llegó hoy. Mañana es la reunión con el compositor y debes estar ahí.

—¿Se te olvidó?

—Sí.

—Suena como algo importante... ¿una reunión con el compositor se te olvidó?

—Sí, se me olvidó avisarte.

—¿Seguro?

—Sí, ¿no me crees o qué?

—Bill...

—Es en serio. ¿No me crees? —se queja, quitándose de encima de mí, y se gira para no verme.

—¿Estás haciendo un berrinche?

—No.

—¿Entonces?

—Estoy racionalmente molesto porque no confías en mí. Porque crees que soy un loco celoso de tu ex.

Me acerco a él y acaricio su cabello.

—Yo no creo eso. Pero sé que no te agrada... ni siquiera a mí me agrada —río.

—Pues no, pero no te ocultaría una reunión así porque sí. —Se gira para verme.

—Lo sé. Te creo. Perdóname por sonar como si no lo hiciera.

—Perdóname tú por olvidarlo. He estado con la cabeza muy llena de cosas.

—No soy quién para juzgar eso —vuelvo a sonreírle—. Ven. —Lo abrazo, acariciando su brazo para consentirlo. —Te amo.

...

Llego al estudio tomada de la mano de Bill: él balancea divertido mi brazo; reímos como unos niños cuando jugamos a «no pisar las líneas del suelo», porque él me da un pequeño empujón para que pierda. Pero entonces mi teléfono suena, interrumpiendo nuestro momento. Tengo que contestar cuando veo que es Leah.

—Malas noticias, TN. Llevé nuestra selección a la editorial, pero quieren incluir cuentos que tú no quieres.

Suelto la mano de Bill y me alejo unos pasos frente a su mirada desconcertada. Le digo que se adelante, sin embargo, prefiere esperar.

—¿Los cuentos de...?

—Sí. Y obviamente no les he podido quitar la idea de que te inspiraste en él para escribirlos. Quieren vender tu vida como un cuento de romance, es una estupidez. Tu trabajo es tu trabajo, independientemente de lo que te inspire o no. Y tu privacidad no debe ser su marketing.

—¡No puedes dejarlos, Leah!

—Te juro que estoy intentándolo. Pero si no lo logro, debes estar prevenida.

—Si no lo logras, diles que renuncio a su contrato y que los voy a demandar. ¡Estoy harta de que me tengan de su pendeja! Ni siquiera les consta si me inspiré en él o no.

—No te voy a dejar sola, aunque me lleve el tren a mí también. Te lo prometo.

Leah me ha ayudado con esto, me dolería que se sacrificara por mí; pero los administrativos de la editorial se han estado aprovechando de mí desde que El Autor ganó tanta popularidad.

Me giro para entrar al estudio, y noto que Bill sigue esperándome en la entrada. Camino a su lado sin poder verlo siquiera.

—Hey, aquí estoy. ¿Qué pasó?

—Te dije que te adelantaras —le reclamo al entrar.

—Oye, ¿qué te hice?

—Nada, déjame tranquila —me desquito con él sin poder evitarlo.

Estoy tan molesta y preocupada que sólo quisiera poder romper algo, que me dejaran sola. Bill camina detrás de mí sin decir nada hasta que llegamos a la cabina de grabación, donde el director nos mostró las canciones que envió George. Cuando abro la puerta, me llevo una sorpresa: ahí ya está él, tocando la guitarra y cantando. Me quedo en la entrada hasta que él se da cuenta de mi presencia y deja de tocar con una desafinación que me hace respingar.

—Perdón —sonríe al verme tapar mis oídos—. Hola.

—Hola.

George se levanta, a punto de avanzar hacia mí cuando Bill aparece a mi lado de repente.

—Bill.

—Buenos días. Ya viene Guillermo con el señor Navarro. En cinco minutos —dice mi novio mostrándonos su teléfono—. ¿Cómo has estado, George?

—Bien, las cosas van mejor. Mi hermana ya está recuperándose en casa... La animó mucho tu llamada —dice dirigiéndose a mí.

—Me alegra.

—¿Y tu nuevo disco? —lo cuestiona Skarsgård.

—Sigo trabajando en él.

George se nota incómodo, debe estar avergonzado por la canción que le envió a Bill sobre mí; y él debe seguir molesto.

—Espero que selecciones bien las canciones que incluirás —le aconseja más como una advertencia.

—Lo haré.

Pronto escuchamos la voz de Guillermo, que se acerca con alguien más: los dos hombres (el director y el compositor) entran a la sala, donde somos presentados.

—¡Me alegra mucho conocerlos! Escuché sus canciones y me maravillaron, son unos jovencitos muy talentosos.

George y yo le sonreímos apenados. El señor Navarro debe ser una de las mentes más prestigiosas en las bandas sonoras cinematográficas; es un hombre mayor, calculo de más de 70 años, su cabello blanco corona una expresión gentil.

—Me gustaría hacer unos arreglos para que combinemos las composiciones instrumentales con las canciones; pero son mínimos, les aseguro. Hay mucha pasión y autenticidad en su trabajo, que me daría pena tocarlo si no es con ustedes... TN, entiendo que tú escribiste las letras... son preciosas. Son como un himno.

—Gracias, señor —me sonrojo con el halago mientras juego con mis dedos.

—Y George... eres un genio musical. No sé cómo más describirte. Me impresionaron.

—Gracias —la gruesa voz de George se quiebra un poco al agradecer, la emoción debe estarlo inundando.

—¿Qué son ustedes dos?, ¿son novios? Porque un trabajo conjunto así de bueno implica una conexión espiritual que...

George y yo nos miramos sorprendidos por el comentario. Ni siquiera me atrevo a ver a Bill. Guillermo interviene ante tal momento de incomodidad para aligerar el ambiente.

—No, no son novios. Lo eran cuando las hicieron, pero ya... sólo son amigos.

—Ay, perdonen la intromisión de este viejo —se disculpa con una risa—. No quise incomodar. Pero ya saben lo que dicen: «donde hubo fuego...», seguro fue un noviazgo muy bonito, si los dos son así de creativos.

—Lo fue —confirma George mirándome; yo no sé dónde meterme.

—Bueno, ¿por qué no hablamos de negocios? —exclama el director para cambiar el tema.

El señor Navarro comienza a platicar de los ajustes que planea en una jerga que yo apenas comprendo, pero de la que George hace anotaciones. Me giro para ver a Bill por primera vez desde el momento incómodo y le sonrío; pero él me mira serio, suspira, y dirige sus ojos a otra parte; por lo que vuelvo a ver al compositor, apenada; enseguida escucho la puerta abrirse y cerrarse: Bill dejó el cuarto, me dan ganas de ir tras él, pero opto por quedarme. Es mejor dejarlo solo un rato.

—Claro, mira, el piano es mi apoyo, la base de mis composiciones, así que si pudieras darme un poco más de eso en ésta, aquí y aquí... —le explica Navarro a George señalándole sus partituras—, te lo agradecería.

—Está bien, entiendo, señor —George anota las peticiones con una sonrisa—. No se me había ocurrido, ¡quedará muy bien! —Levanta la cabeza de su libreta para mirarme risueño. Me alegra que la música lo haga tan feliz. —Va a resaltar mejor tus letras, TN.

Cuando la reunión termina, George se disculpa y sale del cuarto, pero antes de cruzar la puerta, pone su palma en mi hombro.

—Qué buen chico, va a llegar lejos. Muy talentoso —comenta Navarro—. Seguro hacían una pareja bonita —insiste, por lo que miro a Guillermo en busca de auxilio.

—Ahora hago bonita pareja con mi novio, señor.

—Ay, y yo aquí de entrometido. Lo bueno es que tu novio no oyó mis tonterías —ríe—. ¿También es músico?

—No, es actor. Es Bill.

—¿El señor Skarsgård? —Asiento, y él abre los ojos avergonzado—. ¡Entonces sí oyó! Dile que disculpe a este vejestorio.

—No se preocupe, él es comprensivo —le sonrío para no contrariarlo más.

Prácticamente la reunión está terminada, así que me disculpo, despidiéndome del señor Navarro con un apretón de manos más la promesa de que nos volveremos a encontrar pronto. Al salir, busco a Bill en los lugares que suele estar, hasta que lo encuentro en el jardín, con George. Los dos están fumando un cigarrillo y platicando... Me pregunto qué tanto se dirán. En cuanto salgo al jardín con ellos, ambos apagan sus cigarros, como si fuera la directora de su escuela de niños rebeldes.

—¿Tanto miedo les doy? —Los dos sonríen compartiendo una mueca. —El señor Navarro ya se está despidiendo, por si quieren ir.

—Yo sí, voy a pedirle una fecha para que nos reunamos —dice George al regresar deprisa al estudio.

Bill me mira sin decir nada.

—¿Qué tanto hablabas con George?

—Nada.

—Ah, ¿nada?

—Sí, nada —responde serio; se apresura a regresar al estudio, pero lo tomo de la mano para que me mire.

—Perdón por lo de hace rato.

—¿Por tus regaños o porque te querían volver a emparejar con George?

—Lo segundo no fue mi culpa, ya le dije que tú eres mi novio, y el señor don excelentísimo Navarro te manda decir que lo perdones, por favor. A mí perdóname por lo primero.

—TN, sigues ocultándome algo que te estresa y en lugar de dejarme apoyarte, te enojas conmigo. Ni siquiera me has dicho lo que pasó en tu reunión con el tal Rodrigo. ¿Cómo te ayudo a superar tus problemas si no confías en mí?

La molestia en su voz me encoge el corazón, me deja callada. Él niega con la cabeza ante mi silencio y entra al estudio... dejándome sola en el jardín.

~..~
No olviden dejar su estrellita, bbs
Las amo 💖

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