29. En el bosque 🌲
INT. HABITACIÓN. NOCHE.
ALEJANDRA se sienta a la orilla de la cama después de una de sus pesadillas. Se gira y ve a su esposo, roncando, desinteresado como siempre. Se levanta al baño y enciende el interruptor, pero la luz no prende; su esposo no lo ha arreglado por centésima vez.
ALEJANDRA
(molesta)
Todo tengo que hacerlo yo en esta maldita casa.
Jala un banco de madera hacia abajo del foco y lo trepa para apretarlo, éste enciende con una chispa roja, pero se apaga de inmediato. ALEJANDRA quita las manos con un quejido, por lo caliente del foco. Se oprime los ojos con sus muñecas para dejar de ver los centelleos de la pequeña explosión. Se recarga en el lavabo para bajar del banco. En el espejo, su imagen está observándola a ella, aunque ella no lo hace.
ALEJANDRA alcanza a ver cómo su reflejo cambia de posición para adaptarse a la suya. Con la distracción y aún deslumbrada, su pie resbala del banco; pero una mano sostiene su brazo para detener su caída.
Ella se incorpora asustada por el tacto. Entre la oscuridad y la poca luz de luna, mira a todos lados, pero no ve nada. Se gira hacia el espejo y se ve a sí misma.
La mano de ALEJANDRA acercándose al espejo...
—¿Amor? —la voz de Bill me saca de mi concentración. Levanto la mirada y lo veo parado frente a mí, aún adormilado.
—Hola.
Se acuesta en la banca del jardín techado en donde estoy y recarga su cabeza en mis piernas.
—Gracias por la aspirina y el jugo.
—De nada.
—¿Qué escribes?
—Intento hacer un borrador de guión.
—¿Puedo saber de qué?
—Ya no sé. Creo que quería hacer algo de horror, pero probablemente lo que tenía que dar miedo no quiere darlo. No sé... A veces pasa, empiezas con una idea y las cosas se van acomodando de otra forma que no planeaste.
—¿Te pasó con El Autor? —me pregunta Bill, mirándome a los ojos, a pesar de estarse cubriendo de la luz con su mano.
—En algún punto sí... —Acaricio su cabello. —¿Y tú cómo te sientes?
—No voy a decir que no lo volveré a hacer, pero debería —sonríe cerrando los ojos. Anoche se le pasaron un poco las copas, me imaginé que tendría resaca hoy, pero no se ve tan mal.
—Deberías darte un baño. Tienes que ir conmigo a comprar cosas, ya no tienes shampoo.
—Cierto, ya no tengo shampoo... —Se restriega los ojos y da un bostezo. —Me apuro entonces. —Se incorpora, dándome un beso en la mejilla. —Voy a usar el tuyo —dice al caminar de regreso a la casa con sus gestos y movimientos raros, mientras me ve. Yo le digo adiós con la mano sin dejar de reír con él. Es un payaso, literalmente, al parecer.
...
—Sólo denme... sí, cinco días, está bien. Si necesitan que regrese antes, me dicen... Ok, sí, cinco días. Gracias, nos vemos... Sí, les traigo algo —ríe antes de colgar.
—¿Qué pasa? —inquiero al dejar el cereal en el carrito del supermercado.
—Nos vamos mañana... —Entrecierro los ojos porque no sé a qué se refiere. —No vamos a perdernos en el bosque.
—¡¿En serio?!
—Sí, hay que comprar comida para llevarla. ¡Será muy divertido!
—¡Sí! —celebro. Me emociona mucho este viaje. Siempre he soñado con pasar la noche en una cabaña en las montañas, rodeada por la naturaleza. Si hubiera nieve, sería perfecto, pero aún no es tiempo de eso en el estado.
Alzo mis brazos para rodearlo, y él me carga sosteniéndome por las piernas, entonces le beso los labios. Amo cómo corresponde cada cariño que le hago, multiplicándolo hasta hacerme querer más.
—Te voy a cumplir tu sueño —murmura en mi piel; sonrío en medio de nuestro beso, acariciando su nuca—. Además, vamos a estar solos en el bosque, donde nadie nos va a interrumpir —me cuenta a medio centímetro de mi boca. Recargo mi frente en la suya y le beso la nariz.
—Te amo.
—Te amo más.
Al terminar de hacer las compras, avanzamos hacia las cajas, pero él recuerda algo de repente.
—Tengo que regresar a la farmacia. Olvidé algo.
—¿Te sientes mal?
—No, me siento de maravilla. —Él vuelve a abrazarme para susurrar a mi oído. —Necesitamos preservativos y lubricante.
Sus palabras con su cálido aliento en mi piel me abochornan, de repente creo que hace más calor. Le sonrío y él me guiña mientras se aleja, pero lo tomo de la mano antes de que se vaya.
—Me traes chocolates.
—¿Quieres unos sabor chocolate, o qué dijiste? —levanta las cejas como sorprendido. Su broma me turba; por un momento no sé cómo responderle, sólo aprieto mi labio, mirándolo fijamente.
—Ándale, sí —lo reto risueña—, de todos los sabores y texturas.
—No debiste retarme —me advierte con un susurro, después de carcajearse conmigo; luego se va tras otro guiño.
No, no debí. O tal vez sí. En lo que lo espero, abro un periódico cerca de la zona de las cajas: «Desacuerdo político desemboca en nueva amenaza nuclear», «Planeación de complejo comercial termina con dos mil hectáreas boscosas cerca de la ciudad», «Feminicidios impunes en todo el mundo», «Crecen revueltas por desigualdad», «Muere el último en su especie», «Pobreza extrema aumenta: sin oportunidad alimentaria ni educativa».
—¡Qué horror...! —murmuro como si toda esta información me quitara el aliento; siento que se me hunde el pecho.
—¡Mira quién está por aquí! —Escucho su horrible voz detrás de mí. Me giro para verlo. —¿Qué crees? Ya no necesito tu exclusiva. Ya tengo fotos. —Agita su cámara frente a mí.
—John...
Tenía la ilusión de que ya lo hubieran encerrado con Joe. Pero aquí está, libre y molestando.
—Oye, no es nada personal. Gracias por el café del otro día, pero Joe da más —frota sus dedos.
—Yo no tengo dinero que darte para que me dejes en paz, si eso quieres.
—¿Y Bill? —pregunta insinuante; yo me encojo de hombros y miro de lado para ver si hay algún vigilante cerca—. A lo mejor él sí quiere pagar.
—Él no te va a pagar por su propia tranquilidad.
—Pero por la tuya, igual y sí.
—¿Por qué no te dedicas a cosas más importantes? Seguir gente es estúpido. Haz algo que cambie el mundo, planta un árbol o algo.
—Ay, por favor, no seas ñoña. Mejor me llevo esto conmigo y me gano unos billetes.
—Imbécil..., pues disfruta mientras puedas.
—¿Lo dices por las declaraciones de Bobby? Bueno, él no tiene pruebas, es su palabra contra la mía. Así que no pueden encerrarme.
Estoy a punto de decirle sus cosas cuando veo que Bill llega por detrás de él, extrañado por el hombre.
—Tu palabra vale tanto como la de un político en campaña, John —digo su nombre con claridad para que Bill sepa quién es; entonces, él lo jala por detrás y lo alza unos centímetros sobre el suelo, sosteniéndolo por el cuello de la camisa.
—¿Qué haces aquí? —lo increpa Bill muy molesto.
—Ho... hola —John hace una mueca que parece una sonrisa preocupada.
Aprovecho la situación y tomo su cámara para quitarle la memoria; titubeo un poco, pero finalmente la parto en dos. Me imagino que si alguien me hiciera lo mismo, sería horrible; ¡pero él se lo ganó!
—¡Oye!, ¡mis fotos! ¡Todo mi día persiguiéndolos...!
—¡Ah! ¿Cómo dijiste? No te oí —insiste Bill.
—Nada, ya me voy.
Bill está muy enojado, algunas personas empiezan a notar la escena, por lo que susurro su nombre, recordándole dónde estamos. Él mira a su alrededor y suspira, su expresión empieza a relajarse hasta que baja a John.
—No te quiero volver a ver cerca de nosotros —le advierte con una sonrisa falsa, al mismo tiempo en que le acomoda el cuello de la camisa—. Lárgate antes de que me arrepienta.
John se va después de verme como si quisiera matarme, enojado por haber roto su memoria.
—Vámonos de aquí —le pido a Bill al tomarlo de la mano para avanzar con él hacia la caja.
...
Al atardecer, después de guardar el equipaje, me quedo boca abajo en la cama con Oreo, mientras Bill prepara lo que Guillermo le encargó hacer antes de que nos vayamos. Acaricio al gato, que empieza a ronronear.
—Ojalá fuera un gato.
Hace días que no he tenido tiempo sola, ni tranquilidad; me empiezo a sentir abrumada. Espero que el viaje a la cabaña acomode mi mente. Cierro mis ojos, con la mano sobre la suave barriga de Orfeo, que sube y baja con su respiración y ronroneos. Es tan relajante, que me quedo dormida. Entre sueños, siento cómo Bill se acuesta a mi lado para abrazarme, sube su pierna sobre mí y besa mi mejilla; entonces me acomodo para acurrucarme con él.
La alarma suena en la madrugada, no pensaba quedarme dormida tanto tiempo. Nos despertamos a las 3 de la mañana.
—Alístate, hay que salir —su voz termina de despertarme.
—¿Por qué tan temprano?
—Para llegar temprano allá y disfrutar todo el día. Ann y Guillermo nos dieron cinco días, bueno, a mí.
—¿Cuántas horas de camino son?
—Muchas, qué bueno que eres paciente, ¿verdad? —roza mi nariz con la punta de su dedo.
—¿Michael sí va a poder cuidar a Oreo?
—Sí, vendrá a verlo y a darle de comer diario, cuando revise la casa.
—Qué bueno, a estas alturas no creo que le gustaría salir de aquí.
—Anda, hay que irnos.
Bill me apresura para que salgamos en punto de las 4, aún es de noche en la calle, todo es silencioso y está muy solo. Abrazo a Oreo, dándole un beso en su cabecita.
—Te voy a extrañar.
—Cuida todo, gato ninja —se despide Bill con una caricia en el lomo.
Cerramos la puerta y subimos al auto con nuestras maletas. Me siento preocupada de dejar sola la casa y a Oreo, sobre todo después de habernos encontrado con John esta tarde. Bill debe notar mi preocupación, pues me toma de la mano.
—Va a estar bien —sonríe—. Michael se va a encargar, se va a llevar nuestras computadoras con él, y los vecinos están al tanto de que hay un tipo metiéndose a las casas; no creo que sea tan idiota como para volverlo a intentar.
—Sí, tienes razón.
—Además, él no sabe que no vamos a estar. También por eso salimos en medio de la noche.
—Como unos prófugos —bromeo.
—Nos escapamos de todo el estrés que hemos tenido —me regala un beso en los labios antes de encender el auto. Así comenzamos el trayecto hacia la cabaña.
...
El camino es largo, pero con Bill nada es aburrido. Él me cuenta muchas cosas de su vida y hace bromas de todo, es como una cátedra de todo lo que debo esperar en mi tiempo con él. Mucho de lo que me dice me confirma cosas de las que ya me había dado cuenta; estos meses he descubierto lo dulce e inteligente que es, talentoso, divertido, gracioso, necio, apasionado, de carácter fuerte y decidido; es noble, seguro, honesto, hace todo por la gente que aprecia, es el alma de las fiestas, pero a veces es imposible aguantarlo cuando quiere que lo noten; aunque es humilde, reservado, y en ocasiones hasta tímido, le encanta que reconozcan su trabajo y esfuerzo... Lo miro atenta, contemplándolo mientras habla; él se da cuenta.
—Hace poco recordé cuando leí esa lista sobre mí en tu cuaderno. ¿Ha cambiado? —me cuestiona.
—Le he agregado muchas cosas.
—¿Me dejarías verla?
—Tal vez.
—Si yo hiciera una lista sobre ti, te dejaría verla.
—Probablemente yo no querría verla.
—¿Por qué?
—No sé, me da curiosidad, pero creo que preferiría no saber qué piensan de mí. Ya sé que soy genial de todas formas —bromeo.
—Ya te contagié la vanidad —ríe—. Pero es cierto, eres muy interesante; tienes muchas historias que contar, eres creativa, inteligente, ingeniosa; tienes un humor retorcido y sarcástico, pero además eres dulce y amable, te gusta ayudar a las personas y crees que todo sería mejor si pensáramos más en los demás, aunque a veces te pasas del límite y te descuidas a ti misma.
—Estoy en eso, Bill.
—Lo sé, porque también eres fuerte y sabes defenderte, y sé que aunque no te gusten los conflictos, sabrás cuidarte. También sé que te gusta estar detrás de las cámaras, y pasar desapercibida, aunque muchas veces no lo logras, porque te gusta reír y hacer reír a los demás.
—Oye, me estás contando tu lista, dije que no quería saberla. Tramposo —reclamo cuando lo veo sonreír por su travesura.
—Fue sólo una parte de todo lo que pienso de ti... Ahora dime qué has puesto de mí.
—No, bueno, cuando lleguemos.
—También sé que eres muy mala cocinando —bromea sin bromear.
—Cállate —los dos nos carcajeamos porque es cierto—. A veces lo intento.
—Y amo que lo intentes.
—Haría muchas cosas por ti.
—Y yo por ti.
Después de un par de horas en carretera, el día comienza a aclarar, el amanecer nos alcanza; la luz del sol ilumina las puntas de los árboles. Me quedo viendo por la ventana con ganas de hacer muchas fotografías del paisaje, hasta que Bill se estaciona en la orilla del camino.
—¿Qué pasa? —le pregunto extrañada.
—Me imaginé que querías bajar, conozco esa mirada de: «¡es precioso, necesito tenerlo!», así me ves a mí —bromea.
—¡Ja!, don vanidad presente.
En cuanto bajamos del auto, hago un montón de fotografías: las flores silvestres, los bichos, las hojas de otoño, todo me parece motivo perfecto. Cuando me giro para verlo, avanzo hacia él saltando, retozando, estoy tan feliz de estar con él. Bill ríe y me carga al tenerme frente a él. Me abraza moviéndome de un lado a otro, por lo que tengo que sostenerme fuerte de su espalda.
—Si me tiras, tendré que tomar medidas drásticas.
—¿Como qué?
—Ya no habrá sexo.
—No, por favor, eso no —actúa desesperación.
—No es cierto, no me voy a castigar yo sola, ¡duh! —le respondo con un beso en la mejilla.
Seguimos nuestro camino con música: armamos una playlist en la que combinamos canciones que le gustan a cada uno, y otras que nos recuerdan al otro.
—Qué cursilería estamos haciendo, Skarsgård.
—La verdad sí —reímos de nosotros mismos.
—Falta que me regales flores o animales de peluche; no, por favor.
—Bueno, deja aviento las flores que traía para ti —dice al fingir que lanza algo por la ventana—. ¿Por qué no?, por cierto, además de porque es cursi.
—Porque las flores ya están muertas, ya las cortaron, y porque los animales de peluche no sirven para nada.
—¡Y ahí está!
—¿Qué?
—Tu lado práctico y racional. Eres una contradicción andante.
—¿Por qué me dices así? —río con sorpresa.
—Porque a veces eres muy... emocional.
—¿Sí?
—Pero anotado, nada de flores.
—¿Bill? —lo llamo y él gira el cuello un poco para verme—, de ti aceptaría todas las flores del mundo si quisieras dármelas.
Él sonríe, estirando su brazo para acariciar mi mano.
—Y ahí está de nuevo mi novia sentimental.
Su tono exagerado me divierte; aprieto su mano entre las mías, antes de soltarlo para que se concentre en la carretera.
—Perdón por ser tu novia sentimental.
—Amo tu lado racional y amo que seas emotiva, princesa. Excepto cuando tu yo no-práctico te impedía dejar a George.
—Ya olvida a George. Se me hace que le traes ganas.
—Obvio, voy a terminar dejándote por él.
—¡Ya sé! Haré un cuento de eso.
—¿Qué?
—No, será una novela —continúo explicando—. Una llena de romance y drama, donde el antagonista estará inspirado en mí, porque los mantendrá separados porque le fastidia su felicidad. Soy una genio.
—¿Me vas a unir con tu ex en una novela? —se carcajea por mis planes tontos—. ¿Por qué eres así, TN?
—Y en la novela, te va a escribir una canción que se llame «Estocolmo» —digo con seriedad, aunque pronto Bill me contagia la risa que no puede apagar.
—No creo que le guste la idea —niega risueño.
—Probablemente no. Pero él no tiene por qué saberlo —le digo con un guiño exagerado.
Después de otro par de horas, nos detenemos a descansar y comer algo fuera del auto. Esta vez es más difícil encontrar cafeterías porque estamos más lejos de la ciudad.
—Parece que hay una gasolinera como a dos kilómetros —me asegura él, viendo el mapa en su teléfono.
—Qué bueno que no he tomado tanta agua, si no, tendría que irme a esconder entre esos arbustos —digo con el sándwich en la mano, antes de tomar un sorbo de mi termo.
—Hubiéramos pedido una de esas cosas que sirven para que orines parada —se burla y casi hace que escupa lo que estoy tomando.
—¡Oye, sí! Para la próxima —continúo riendo.
Cuando retomamos el camino, encontramos la gasolinera para llenar el tanque. Unos minutos después, más adelante, da la vuelta en un camino más pequeño, fuera de la carretera. Poco a poco nos adentramos más en el bosque.
—¿Ya llegamos? —pregunto emocionada al ver cada vez más árboles a nuestro alrededor.
—Ya casi. Cuando veas la cabaña embrujada, es que ya llegamos.
—¡Sí!
Unos doscientos metros más hacia adentro, por fin puedo verla: es preciosa, como sacada del rompecabezas.
—¿Es esa?
—No. La nuestra tiene más asesinos seriales —dice muy serio, aunque luego se le escapa una sonrisa de lado.
—Menos mal que tenemos a Pennywise.
—No vino, dijo que qué aburrido el bosque donde no hay gente que asustar, más que nosotros.
—Tendremos que cuidarnos solos entonces.
—Menos mal que fuiste amable con todos en el camino.
—He visto muchas películas de terror, sé lo que no se debe hacer. Si encuentras gente rara y mala, no los hagas enojar, sólo sé levemente amable y aléjate rápido. —Bill se ríe mientras niega. —Búrlate lo que quieras, pero ya salvé tu vida. De nada.
—Me encantas, TN.
En cuanto estaciona el auto frente a la cabaña, me comen las ansias por bajar a verla, pero antes lo abrazo y beso su mejilla.
—¡Qué emoción! —le digo mientras aprieto su cara.
—Te va a dar un ataque.
—Ya me está dando.
Bajo del auto y subo corriendo las escaleras de la entrada; desde ahí, me doy cuenta de que a un costado de la casa se puede ver un lago que no había notado.
—¡¿Es en serio, Skarsgård?! —le grito desde donde estoy. Él me mira, parado a un lado del auto y asiente.
—Es bonito, ¿verdad?
—¡Es casi tan bonito como tu carita preciosa!
Vuelvo a bajar las escaleras para ir con él. Lo tomo de la mano y lo jalo hasta el lago; ahí me agacho para tocar el agua, está helada. El otoño ha estado haciendo de las suyas aquí, pues se siente la humedad fría en el aire y la tierra; a pesar de la luz del sol de esta mañana despejada, no se siente mucho calor. Ahora entiendo su consejo de empacar ropa más abrigadora.
Bill se agacha atrás de mí para abrazarme y besar mi cuello. Nos sentamos en la tierra a ver el lago iluminado por el sol. Estando entre sus piernas, me recargo hacia atrás, en su pecho; él acaricia mis manos entre las suyas.
—Gracias por traerme.
—¿Qué quieres hacer primero? Caminata, dormir, besarnos, sexo... —ríe al decir la última opción y me aprieta entre sus brazos.
—Caminata. Quiero explorar todo antes de explorarte a ti.
Regresamos a la cabaña para meter nuestras cosas. Por dentro es tan linda como por fuera: es un lugar muy iluminado por los ventanales en varias paredes; en la sala hay una chimenea de piedra que hace ver todo más acogedor; eso y la habitación son mis partes favoritas, pues cuando llegamos a ésta, veo que la cama está a un lado de una amplio muro de cristal, por el que se puede ver el paisaje del lago en todo su esplendor.
—Bill...
—Dime que te gusta, por favor. Me costó trabajo decidir cuál sería el mejor lugar.
—Es perfecto.
Camino hacia el mirador, entonces me giro para verlo a él.
—No sé qué vista me gusta más —le sonrío; creo ver algo de sonrojo en sus pómulos.
Él se me acerca, me abraza emocionado para cargarme y hacerme cosquillas, caemos en la cama riendo de su locura. Con él sobre mí, no sé si ver su rostro iluminado por el sol o la vista a nuestro lado.
—Te amo —le digo sin poder dejar de mirarlo—. Me parece una falta de respeto que seas tan guapo.
Él ríe de mi comentario y hunde su cara en mi cuello. Primero me hace cosquillas con su nariz, luego sus besos... Sus manos acarician mi cintura y recorren mi cadera.
—Te amo más —me asegura con su mirada dulce, que cambia cuando me sonríe de lado y agrega—: Te voy a comer toda.
—Wow, qué cambio de tono. ¿Has considerado ser actor? —bromeo al acariciar su mejilla y acomodar sus cabellos.
—No, prefiero la ingeniería, o la medicina. Tal vez, filosofía.
—Buenas elecciones.
—¿La actuación qué?
—Sí, ¡eso qué!... Vamos a caminar, ¿sí?
Él asiente. Al incorporarse, toma mi mano para levantarme, entonces salimos de la cabaña con algo de agua, comida y mi cámara.
...
—Si cargaste tu teléfono, ¿no? —inquiero al recordar que a veces es muy distraído con eso, pero él no dice nada—. ¿Bill?
—Tenemos 20 por ciento.
—¡Bill!
—Pues no tuvimos mucho tiempo para que recordara la batería.
—Bueno, no importa. Sólo no nos alejemos mucho.
—Déjame enviarte el mapa para que lo tengas tú también. —Bill se detiene y comienza a mandarlo, pero se tarda más de lo que esperaba. Noto algo de tensión en él, está muy concentrado, hasta que de repente abre sus ojos sorprendido y me mira. —Ay, no.
—¿Qué pasó?, ¿Bill?
—Es que...
—¿Qué? —digo asustada.
—Nada, ya te lo envié.
—¡Skarsgård! —le reclamo riéndome del susto que me dio.
—¡Tu carita! —Me abraza inclinándome hacia abajo mientras me besa la mejilla. —¿Te asusté?
—No, sólo se me subió el estómago al pecho. Nada de qué preocuparse.
Seguimos avanzando, pero en algunos puntos nos detenemos a hacer fotografías o a ver los animales que nos encontramos. Vemos árboles con ramas bajas que se nos antoja escalar; yo lo hago con su ayuda y luego él me sigue. Nos quedamos sentados en una rama por un rato, desde donde se ve el lago también. Entonces, en medio de la tranquilidad, una ardilla comienza a acercarse, mas Bill me advierte que no la alimente.
—No te la vas a quitar de encima.
—Pero es que es tan bonita.
—TN, no.
Comienzo a sacar algo de mi mochila lentamente a pesar de su advertencia.
—Pero si te muerde, luego no llores.
—No me va a morder.
—¿Cómo sabes?
—Ash, bueno, ya.
—Hay que bajar antes de que traiga refuerzos.
Bill baja del árbol y le aviento mi mochila para bajar sola.
—¿Estás enojada por lo de la ardilla?
—No.
—¿Segura?
—Sí. No estoy enojada. Te lo juro —aseguro sonriendo—. ¿Por qué crees que estoy enojada?
Él se encoge de hombros y yo lo tomo de la mano para seguir caminando. Pero de repente, él se detiene para sacar de mi mochila un trozo de manzana que le lleva a la ardilla. Me quedo viendo cómo ésta baja despacio agarrándose de la corteza hasta que toma la comida de entre sus dedos, y se echa a correr árbol arriba otra vez. Bill se gira hacia mí y lo cuestiono con la mirada, levantando una ceja.
—A lo mejor tenía hambre —me responde con una mueca. Ya a mi lado, vuelve a tomar mi mano para llevarla hasta sus labios.
Luego de caminar unos cuantos metros más, nos encontramos con una vieja casa, quizás más grande que nuestra cabaña, pero muy descuidada y carcomida por la naturaleza: sus paredes están llenas de humedad y maleza.
—Parece abandonada —dice él mientras tomo una fotografía; se ve tan sombría.
Los dos avanzamos hacia allá, nos asomamos por las ventanas rotas, que están tan maltratadas como la puerta que cuelga de una bisagra, entreabierta. Bill se cuela por ahí y yo lo sigo.
—Te encargo que si ves un libro en latín u otra lengua que no conozcas, NO lo toques —le aconsejo exagerando un poco.
—Le quitas la diversión a todo, ya iba a hacer invocaciones —responde divertido.
Hay muchas hojas y ramas regadas por todas partes, sobre todo en el piso, que se interrumpe por una escalera cubierta de polvo. Pongo mi pie en el primer escalón y cruje, pero al poner todo mi peso, pienso que me va a aguantar.
—¿A dónde vas? —pregunta algo preocupado.
—A ver.
—Ven acá.
—Sólo voy a ver.
Él comienza a subir también, pero la madera cruje más fuerte, lo que lo hace regresar a su lugar. Yo lo miro desde unos escalones arriba, y él vuelve a intentar subir; lo hace despacio para alcanzarme pronto en el primer piso.
—Eres una curiosa.
—Pero si tú también estás aquí de chismoso.
—Tengo que cuidarte —hace una mueca de obviedad fingida.
Nos movemos hacia las habitaciones: todas están tan terrosas y silenciosas como la planta baja; si no fuera por la luz del sol, esto se vería muy tétrico. Entro a la última recámara del pasillo, en la que sí hay algunos muebles sucios y podridos por la humedad del ambiente: una cama sin colchón, un ropero abierto y un tocador con un espejo lleno de más polvo. Hago fotografías del lugar, mientras Bill lo inspecciona.
—Mira, qué buena suerte, por si olvidaste el tuyo —me dice alzando un bolígrafo del tocador.
—Deja ahí.
—¿Por qué?
—Porque esto es muy...
—¿De película de terror?
—Es justo el momento en que escuchamos un ruido dentro de la casa y algo empieza a perseguirnos —levanto mis brazos, moviendo mis dedos como si fueran garras.
Él ríe y pasa su índice sobre el espejo polvoriento, en cuya superficie escribe: «Lávame», con la figura de un pequeño fantasma a un lado.
—Eres el escéptico del grupo, hay dos opciones: eres el primero en morir o vives lo suficiente para creer —le explico riéndome, pero él me carga para besar mis labios.
—Vámonos de aquí antes de que te tire en esa cama vieja y seamos los que mueren por tener sexo en un lugar que no deben —dice con esa sonrisa que me encanta.
Paso mi pulgar sobre su mejilla y le acaricio un mechón de su cabello. Al bajarme, toma mi mano de nuevo; pero cuando lo sigo, me parece ver una sombra en el espejo, igual de alta que Bill. Giro el cuello para ver los rincones de la habitación, mas todos están vacíos como antes.
—Sí, definitivamente, vámonos de aquí —me aferro a su brazo y bajamos las escaleras con cuidado. En cuanto pisamos la planta baja, lo jalo deprisa afuera.
—Hey, ¿qué pasa?
—Nada, de repente no me sentí cómoda ahí.
—Mi chica valiente ya se cansó.
—Sí, mucha aventura por un día —le sonrío.
Bill no cree en nada de esas cosas paranormales, y yo nunca he visto algo que me haga creer, pero sería muy soberbio para mí desdeñar las posibilidades. Sin embargo, ha sido un día largo, ninguno de los dos ha dormido lo suficiente; las ilusiones ópticas y la vibra vieja pueden hacer que tu cerebro se confunda.
—Hay que regresar, no queremos que los seres de la oscuridad nos atrapen —bromea con sus enormes ojos muy abiertos. Miro de nuevo la cabaña y Bill lo nota, así que besa mi mano antes de empezar el camino de regreso.
—¿Quién habrá vivido ahí?, ¿por qué estará abandonada así?, ¿y qué rayos con que sólo haya quedado un bolígrafo? Qué creepy.
—No lo sé, amor. Pero estoy seguro de que si no lo averiguas, te inventarás tu propia historia.
—Ya me conoces, Bill. —Lo abrazo por la cintura y él besa mi cabeza. —¿Sabes? Todo esto me recordó a un webcómic que estoy leyendo.
—¿Ah, sí?
—Sí, es un poco tétrico, es sobre un lago maldito... Pero no te quiero hacer spoiler. Mejor luego te lo enseño. Creo que te va a gustar mucho.
—Si tú lo crees, yo confío en ti.
Ni de salida ni de regreso, perdemos de vista el lago, porque su orilla es la forma más fácil de orientarnos, así que cuando nos cansamos de las ramas, nos acercamos al agua para seguir el camino a su lado. Llegamos a la cabaña minutos después; al instante, caemos rendidos en los sillones por el cansancio de nuestro paseo. Veo mi teléfono: apenas son las 3 de la tarde; estuvimos caminando como cinco horas.
—¿Bill? —lo llamo, pero no me responde; giro mi cuello para verlo; mis piernas están tan cansadas que me acerco a él sin levantarme del piso, descalza—, ¿Bill?
—¿Uh? —un quejido es lo único que sale de su boca. Él ha dormido menos que yo y estuvo conduciendo toda la madrugada. Su cansancio es más que obvio. Le quito las botas y le doy un beso en la frente, al acariciarle el cabello.
—Te amo.
...
—¿Qué haces, preciosa? —pregunta por la tarde, al acostarse a mi lado en la cama.
—Notas... para que no se me olvide todo lo que vimos hoy.
—¿Tienes hambre?, ¿qué preparamos?
—Nada. —Dejo mi cuaderno a un lado y me acuesto para abrazarlo.
—Pero yo sí tengo hambre —ríe de mi indisposición.
—Perdón... ¡Vamos entonces! Preparemos algo rico.
Después de quedar limpios y cómodos, él quedó hambriento por la caminata, así que come como pocas veces lo he visto.
—Acuérdate de que debe alcanzarnos para cinco días —le recuerdo al verlo comer tan ansioso.
—Pero puedo pescar.
—¿Sabes pescar? —pregunto extrañada e incrédula. Su afirmación me hace abrir los ojos, asombrada. Este hombre me sorprende todos los días.
—¿Por qué me ves así? —sonríe.
—Señor, hay muchas cosas que todavía no sabemos del otro.
—Por eso te traje aquí —me dice con un guiño.
Cuando terminamos de comer, o más bien de cenar, encendemos la chimenea y nos recostamos en el sofá. Me acomodo entre sus piernas para recargarme en su pecho.
—Oye, olvidé darte lo que me pediste en el supermercado.
—¿Los preservativos de todos sabores? —bromeo.
—No, esos te los doy luego —dice moviendo sus cejas—, esos son para envolver tu regalo.
—Cállate —sus palabras hacen que me ponga roja de risa... o de vergüenza.
—Hablaba de tus chocolates. Están ahí —señala un paquete en la mesa de la cocina; me levanto para agarrarlos y regreso a mi lugar con él, donde tomo una barra después de abrir el paquete.
—¿Quieres?
Él niega, sólo observa cómo destapo mi chocolate y comienzo a degustarlo.
—¿Seguro que no quieres? —vuelvo a ofrecerle cuando su insistente mirada me intimida, pero él vuelve a negar.
De repente, agarra mi mano para chupar mi barra; luego besa mis labios y acaricia mi mejilla... entonces vuelve a contemplarme. Por un momento me desconcierta lo que hizo, su silencio, su mirada, aunque pronto me doy cuenta de lo que le pasa.
—¿Qué quieres?
—Nada, sólo verte.
Chupo la barra frente a él y noto cómo muerde su labio, sin dejar de verme. Creo que su mente está en modo perverso. Pasa su mano por su entrepierna disimuladamente y acaricia mi cintura. El que estemos sólo en ropa de dormir ayuda mucho con nuestras ganas. Como sus ojos no se separan de mí, chupo el chocolate como si fuera él para provocarlo; detono lo último que lo detenía, pues Bill se acerca hacia mí para besar mi hombro desnudo, quitándome la barra y el paquete de chocolates para ponerlos a un lado: no quiere que nada le estorbe.
—Te voy a hacer de todo —me dice como si me advirtiera—. Te voy a hacer gritar —susurra mientras besa mi cuello con pasión; nunca lo había escuchado decirme esas cosas, pero la calidez de su aliento en mi piel, en mi oído, hacen que mi cuerpo se contraiga. Entonces mete sus manos bajo mi delgado blusón para sostener mi torso, sin dejar de pasar su lengua y labios por mi cuello.
—Bill... —mi respiración se empieza a agitar; aprieto sus brazos cuando él me acerca hacia su cuerpo.
—Ven.
Me toma por las piernas para que me siente en él. Se acomoda entre los cojines para tenerme a horcajadas sobre su pelvis: mis nervios se exaltan cuando siento su pene debajo de mí, y sus manos sujetando mi cintura.
—La primera vez que estabas así sobre mí, estábamos jugando —me recuerda, avivándome el pensamiento—. Te quité rápido para no incomodarte. Pero no sabes lo bien que se sintió.
En medio de los recuerdos, muevo despacio mi cadera para frotarme con él hasta que lo hago soltar un gemido. Mi corazón se acelera poco a poco, pues las sensaciones que me da su cuerpo provocan que no pueda detenerme, y continúo balanceándome sobre él.
—Bill... Bill...
Al mirarlo tan perdido, con los labios entreabiertos, todo en mí se sensibiliza más. Me apoyo en su torso para moverme con más fuerza, pero cuando lo hago, él me toma de las manos y se incorpora para besarme. Respira acelerado en mi cara, sus jadeos llenan mi piel. Sentirlo debajo de mí es tan placentero que muevo la cadera por instinto, queriendo más de él.
—Espera, te quiero hacer algo —dice con la voz entrecortada.
Me toma por la cintura y me separa de él, pero yo no quiero dejarlo ir. Él sonríe de lado cuando nota que no suelto sus brazos.
—Confía en mí —me pide, así que lo dejo levantarse muy a mi pesar.
Me deja sentada en el sofá mientras se quita la camiseta para dejar su torso desnudo, del que no aparto mis ojos; aprieto mi labio, me recorren las ganas de abrazarlo. Él recarga su rodilla en el sofá junto a mí y toma mis piernas; con besos y caricias, se hace lugar entre ellas hasta que se acomoda sobre mí.
—Eres adorable —susurra al darme un beso en los labios; yo lo tomo por la nuca para seguir, pero él recorre sus boca por mi cuello, mis hombros, pecho, vientre, hasta que llega a mi cadera. Me hace hace sonreír por cómo me cosquillea con su nariz.
—¿Qué haces?
—Nada, ¿estás relajada?
—No, tú me estresas —bromeo.
—Ahora te quito el estrés...
Me jala de la cadera para que termine de acostarme; en esta posición ya no puedo verlo, sólo sentirlo. Él acaricia mis piernas y besa la parte interna de mis muslos, siento su lengua y labios pasar por mi piel, cada vez más arriba, hasta que siento un beso en mi vulva. Encojo mis piernas y los dedos de mis pies por la excitación, que aumenta cuando presiona su cara contra mí, sobre la ropa interior: me hace jadear de deseo.
—Voy a quitar esto, ya está muy húmedo. —No puedo verlo, pero estoy segura de que sonríe con ese brillo travieso. Pone sus manos a cada lado de mi cadera para deslizar mi ropa interior por mis piernas hasta quitármela.
—¡Holaa! —dice animado y no puedo evitar reírme de lo bobo que es—. Moría por conocer aquí.
—Ya cállate —respondo sin parar de reír, nerviosa.
Él sube su rostro para verme a los ojos, con su gran sonrisa. Le acaricio la mejilla y lo atraigo por la nuca para besar sus labios.
—Eres un tonto.
—Pero así me amas.
Mientras me besa, baja su mano por mi cuerpo hasta tocar mi vulva, sus dedos acarician todo, y se deslizan sin problemas; sus caricias hacen que mi útero se contraiga, pidiendo más de él. Gimo su nombre sin separarme de sus labios, como si mi alma le gritara cuánto lo desea. Sus dedos tocan con suavidad mi clítoris y luego se hunden dentro de mí... primero uno, luego un par; me provoca un escalofrío que hace que arqueé mi espalda.
Su mirada es penetrante, como si en mis ojos descubriera todo de mí. Doy gemidos que parecen quejas por lo que me hace sufrir de deseo; se toma todo el tiempo para hacerme quererlo más. Sus largos dedos me acarician tan bien que no quiero que los quite nunca, pero lo hace, y los pone en sus labios.
—¿Qué haces? —le pregunto con el poco aliento que tengo, pero él no responde, sólo se mete los dedos a la boca y se inclina para besarme. Mete su pulgar entre mis labios, me hace chuparlo como a un chocolate.
Todo esto es demasiado para mí, jamás había experimentado esto; me hace sentir tan excitada como nunca. Aprieta mi cintura y choca su bulto contra mi vulva lentamente, varias veces; su erección es más notoria.
—Amor —murmura a mi oído mientras jadea sobre mi cuello.
Aprieto su espalda con mis dedos, que luego recorro hasta su nuca; él me sonríe y vuelve a bajar para estar entre mis piernas. Es tan alto que no cabe en el sofá, por lo que tiene que acomodarse en la alfombra. Subo una pierna sobre el respaldo del sillón y él sostiene la otra sobre su hombro. Pronto empiezo a sentirlo más cerca, pero de repente se asoma para ver mi cara.
—Por eso no quería chocolate, ya tengo mi postre.
—Me vas a matar, Skarsgård —digo desesperada, riendo por su broma tonta; pero suspiro por la horrible espera en la que me tiene.
Escucho su risa una vez más, antes de sentir sus besos sobre mis ingles; un espasmo recorre mis piernas por el cosquilleo, sobre todo cuando sus labios se desplazan lentamente hacia mi vulva... Es lento y cariñoso, con sus besos tiernos como los que me da en las mejillas o la frente. Poco a poco se abre paso entre mis labios y recorre suavemente con su lengua. Sus besos no se detienen. Cuando su nariz choca con mi clítoris, aprieto sus dedos y el sofá para controlarme. Él sostiene mi mano y empieza a lamerme el clítoris en círculos con la punta de su lengua, al mismo tiempo que me estimula con su pulgar.
Tantas sensaciones envían electricidad por todos los músculos de mi cuerpo, hacen que mueva la cadera, buscando más de él. Grito su nombre excitada... él se levanta para abrazarme y besar mi boca.
—Dime lo que quieres.
—¿Qué? —mis ideas están tan agitadas como mi respiración.
—Dime lo que quieres —repite en mis labios.
—A ti. Hazme el amor.
—Ven aquí.
Me toma de las manos para levantarme y me carga hasta la habitación. Le beso el cuello y el oído en todo el camino, mientras él no deja de acariciar mis piernas. Al llegar a la recámara, me acuesta en la cama con delicadeza; se acomoda sobre mí despacio para seguir besándome.
—Llevo meses queriendo hacerte esto —me explica entre jadeos.
—¿Meses?
—Me volvía loco pensar que estabas con él, que te tocaba, te besaba y te hacía...
—Cállate —le pido, con mi índice en sus labios.
Rodeo su cintura con mis piernas, atrayéndolo a mi cuerpo. Doy un gemido al sentir su erección en mi piel desnuda, aunque él aún tiene ropa. Lo veo a los ojos y le señalo su cadera con la mirada; él me entiende, pues en seguida se levanta a un lado de la cama para quitarse los bóxers: me encanta cómo está listo para hacerme suya.
—Holaa —lo imito mordiéndome el labio; él sonríe con una expresión que mezcla orgullo y sonrojo. No es la primera vez que lo veo, pero me gusta tanto como hace unas noches, cuando lo toqué y probé antes de la fiesta... Se ve tan firme que mi útero se contrae de excitación.
Se acerca al borde de la cama y se inclina para tocarme otra vez: sus dedos resbalan en mi vulva. Me doy cuenta de lo cerca que está su pene de mi cara, así que lo acaricio con mis manos y luego con mis labios. Los dos movemos la cadera en busca de más hasta que él se separa para abrir el cajón del buró.
—Esta porquería, pensé que los había puesto aquí —se queja molesto, revolviendo el cajón casi vacío, desesperado por no encontrar lo que busca.
—Revisa el de abajo.
En cuanto me obedece, me ve con una sonrisa, sacando una caja de preservativos.
—Te vi guardarlos ahí —le explico, sentándome en el borde para quitarle la caja y abrirla yo misma. Creo que sus ansias lo hicieron olvidar dónde los había puesto—. Ven —le pido que se acerque, entonces le pongo yo el preservativo.
—Es sabor algodón de azúcar —bromea con una sonrisa al acariciar mi cabeza.
—Mentiroso.
—Pruébalo —me reta y me hace privar de risa—. Con sabor a palomitas de maíz, ¡pop!, ¡pop! —juega con su voz de payaso—. Edición limitada circense.
—¿Por qué eres así? —pregunto entre risas, tumbada de espaldas en la cama.
—Porque me gusta verte feliz —musita a mi oído cuando vuelve a inclinarse sobre mí.
Pone sus manos en mis muslos y los acaricia para separarlos, acomodándose entre ellos. Besa mi oído y mi mandíbula. Me toma por la espalda y me recorre sobre la cama para que su largo cuerpo quepa en el colchón.
—¿Fuerte o lento? —sonríe por todas las veces interrumpidas en que me ha preguntado eso.
—De todas las formas que hemos querido.
—Juntos.
Acaricio sus mejillas al subir mis piernas sobre su cadera.
—Te amo —le sonrío—... Detenme, estoy teniendo un momento cursi que no me va a dejar disfrutar tu salvajismo —bromeo.
—No te preocupes, lo vamos a repetir las veces que quieras.
Amo su risa, amo todo de él, su piel brillante y su cabello húmedo por su transpiración. Besa mi cuello, recorre mis hombros y clavículas; muerde los tirantes de mi ropa para deslizarlos con la boca. Llena de besos dulces mi pecho hasta que descubre mis senos con su nariz y comienza a succionar mis pezones, haciéndome soltar un gemido mientras acaricio su cabello.
Se toma su tiempo consintiéndome, antes de volver a mirarme a los ojos; así, sus dedos regresan a mi clítoris con delicadeza, rozándolo con suavidad, hasta que la excitación me provoca decir su nombre jadeando, como un ruego para que siga. Sus grandes ojos verdes se fijan en los míos y sonríe; en medio de su mirada, detiene sus caricias para acomodar su miembro. Es entonces cuando lo siento... Siento cómo se desliza dentro de mi cuerpo con un gemido acompañado por mi nombre; la sensación placentera me hace cerrar los ojos y gemir al igual que él.
—¡Bill! —me sostengo de su espalda. Es como un alivio sentirlo por fin dentro de mí.
Comienza a moverse lento sin dejar de contemplarme. Toco su pecho y lo froto mientras movemos nuestros cuerpos en sintonía. Por cada empuje que da, escucho los ruidos que hace, el esfuerzo en su garganta que saca roncos gemidos; es como música para mis oídos y para mi piel, que se eriza al oír lo excitado que está. Tenerlo dentro es mejor de lo que imaginaba. Sentir cómo me llena se vuelve más excitante cuando lo veo a los ojos, cuando sus labios dicen mi nombre. Lo amo tanto.
Se detiene un momento aunque yo sigo moviendo mi pelvis; sale de mí para tomar mis piernas y ponerlas sobre sus brazos. Lo miro un poco desconcertada, mas él me sonríe.
—Qué bueno que eres flexible —agradece sofocado.
—No mucho, así que apúrate —le reclamo con una sonrisa, con mi voz igual de agitada que la suya.
Él vuelve a entrar, pero la diferencia en la posición hace que llegue más profundo; mi cuerpo lo oprime por la estimulación. Al empujar de nuevo su pelvis contra la mía, me sostengo de la cama para no terminar rasguñándolo, todo es tan intenso que siento que me falta la respiración. A cada momento lo hace más y más fuerte, aumenta la velocidad, siento que me tiemblan las piernas. Aunque la mayor parte de su peso recae en sus brazos a cada lado de mí, aún puedo sentir su enorme cuerpo sobre el mío; es algo que no cambiaría por nada. El crujir de la cama, aunado a mis gemidos y gritos con su nombre, lo excitan más e intensifica sus movimientos. Siento que todo se nubla, hay un zumbido en mis oídos, jadeo en busca de aire hasta que escucho su voz.
—Amor, preciosa —me llama y abro los ojos para ver la preocupación en su cara—. ¿Estás bien?
—Sí —digo con dificultad. Él acaricia mis mejillas y mis labios.
—¿Me detengo?
—No —niego con la cabeza.
Cuando baja mis piernas, aprieta mi cadera con suavidad; se acerca a mi rostro para besar mi boca.
—Te amo —dice fuerte, con la voz que le queda, y me sujeta por la cintura—. Ven, ven —me pide entre sus brazos; entonces me da la vuelta, para hacerme quedar sobre él.
Así se incorpora para sentarse, como si no pudiera estar diez segundos sin besarme, es tan dulce cómo acaricia mi boca con sus labios rosados. Yo lo abrazo por el cuello y comienzo a moverme sin soltarlo; siento sus manos en mi espalda, pues rodea mi cuerpo con sus brazos.
—Me gusta cuando me abrazas. Siempre me ha gustado —le declaro al oído.
—Y a mí abrazarte.
Mientras me muevo, mi clítoris roza con su piel... siento venir otro orgasmo. Pongo mis dedos en su pecho, lo empujo ligeramente para que se acueste; en esa posición, toma mi cintura entre sus grandes manos. Desde ahí, no deja de ver cómo mi cuerpo rebota sobre el suyo; se muerde el labio y jadea excitado. Verlo así vuelve a encender todo en mí.
Con mis palmas apoyadas en su torso, puedo moverme mejor; dejo que sus manos guíen un poco mi cadera para que él pueda disfrutar. Me inclino hacia él, mientras me toma por el trasero pegándome a su cuerpo; siento el palpitar de su pene y de su corazón. Su dedos se aferran a mi piel y sus músculos se tensan. Arquea su espalda y echa su cabeza hacia atrás, presionándola contra la almohada. Su rostro rojo y desencajado me provoca contracciones, que me hacen intensificar mis movimientos más y más entre jadeos, no puedo detenerme.
—¡Bill! ¡Bill!
—Sigue, amor... ¡TN! Así...
Su voz agitada entre sus labios abultados mientras lo monto con más fuerza, el sonido de nuestros cuerpos chocando, la sensación de su piel rozando con mi clítoris y el aroma de la tierra húmeda combinado con la madera de la cabaña y la loción de Bill... todo me da vueltas en la cabeza hasta que los dos gemimos en el mayor orgasmo. Él da un grito ahogado y grave que hace saltar mi pecho.
Me sostengo de sus brazos extasiada, para finalmente caer rendida sobre su torso... siento su respiración bajo de mí. Los dos nos quedamos quietos, intentamos recuperarnos con sorbos de aire... Con la poca energía que me queda, me muevo de encima de él para que pueda quitarse el preservativo. Después de un minuto sin decir ni hacer nada, más que volver a respirar con normalidad, acaricia mi cabello.
Me cubro la cara para intentar que mi mente vuelva en sí. Estoy exhausta, sin mencionar que mi cuerpo está muy sensible después de tanto estímulo, incluso tengo que ir al baño. Cuando regreso, él se acomoda a mi lado, abrazándome por detrás, besa mi mejilla varias veces y acomoda su cabeza sobre la mía.
—¿Estás bien, amor?
—Sí, ¿y tú?
—Nunca he estado mejor.
Acaricio su brazo sobre mi cintura; admiramos el paisaje nocturno a través del ventanal. El panorama se ilumina con un relámpago que anuncia la inmediata llegada de la lluvia.
—Me gusta cuando llueve —le cuento.
—Lo sé, te he visto disfrutarlo. ¿Te acuerdas cuando terminamos todos mojados en el parque?, o la vez en que llegaste empapada a mi departamento —ríe.
—¡Qué buena memoria tienes!
—Algo... Y creo que mi buena memoria nunca olvidará ningún detalle de esta noche.
Me giro para verlo a la cara y sólo puedo pensar lo afortunada que soy. Amo a este hombre. Acaricio su mejilla y le doy un beso en los labios.
—¿Qué vamos a hacer mañana?
—Hay un río cerca de aquí. Podemos ir a explorar.
—Suena divertido —le sonrío, me encanta descubrir cosas y aun más con él.
Los ojos se me cierran de cansancio por tanta actividad, fue un día agotador, aunque hermoso; Bill también se ve exhausto. Me acurruco entre sus brazos bajo las cobijas hasta quedarnos profundamente dormidos.
...
—¡Qué dem...! Esto no se va a quedar así, eh.
Bill cruza el río hasta donde estoy, con paso amenazante, por lo que yo huyo de él.
—Ven acá, ven acá —finge un tono enojado para gritarme.
—¡No, ya! —río de cómo me persigue con la ropa empapada, después de que lo mojé cuando estaba agachado en la orilla.
—Ven, dame un abrazo. —Me atrapa con los brazos abiertos y me carga sobre su hombro.
—No, ya me voy a portar bien —digo entre risas.
Él se mete al río y me baja para que me moje como él. Nos salpicamos agua con las piernas o aventando piedras, que hacen que las gotas salga volando hasta nosotros. Afortunadamente, es de baja profundidad y la corriente es lenta, lo que nos permite juguetear aquí sin peligro.
Ya que terminamos cansados de tanto reír y jugar, nos acostamos en la orilla a ver el cielo entre las ramas. Él dobla sus piernas y yo subo la mía a su rodilla, al tiempo en que él toma mi mano, para llevarla hacia sus labios.
—Hay que regresar; si vuelve a llover, todo se va a llenar de lodo como en la mañana.
Después de los juegos, le da por ponerse adulto responsable, así que decidimos volver a la cabaña. Cada minuto en el bosque ha sido bien gastado desde que llegamos, ojalá no tuviéramos que irnos de aquí nunca.
He pasado mucho tiempo con él y a veces necesito de mi tiempo a solas, por lo que en una de las tardes, me siento cerca del lago a leer. En estos meses, él ha entendido que cuando me alejo, no es porque esté enojada o triste, generalmente sólo estoy recuperando energía anímica. Amo que comprenda eso y me dé mi espacio.
—Oye, ¿quieres pasta? —escucho su voz cuando está cayendo el atardecer. Asiento al verlo a mi lado, y enseguida toma mi mano para levantarme de un salto. Mientras caminamos hacia adentro, lo abrazo por el torso y lo acaricio. Él sabe también que después de darme mi tiempo, regreso a él más cariñosa.
—No quiero irme nunca —le confieso estando acostados frente a la chimenea.
—Yo tampoco, aunque extraño la cerveza —ríe.
—A veces no sé cómo nos enamoramos. Somos muy diferentes. Odio tu forma de tomar y fumar.
—Y yo odio que tardes tanto en confiar en mí. Siempre estoy hablando, pero hay muchas cosas que tú no me cuentas.
—Créeme, eres de las personas a las que les he confiado más cosas.
—Lo sé. Aun así, quiero saber más.
—¿Qué quieres saber?
—¿Por qué quisiste ser escritora?
—Me gusta crear mundos, me ayuda a entender a las personas. Y amo cuando de alguna forma, algo de lo que hice toca el alma o la mente de alguien.
—Te gusta inspirar a la gente.
—Supongo. Me gusta ayudarlos a ver el mundo desde otras perspectivas, para re-crearlo y hacerlo mejor.
—¿Piensas inspirarme para dejar mis vicios?
—Eso es algo que tú decides, yo no pienso cambiar nada de ti.
—¿Por qué odias eso de mí?
Suspiro, e intento girarme para darle la espalda, pero él no me deja. Me mira esperando una respuesta.
—Es... por tu salud.
—Hay algo más, ¿verdad?
—No quiero hablar de eso.
—TN, por favor —me pide, así que le contesto después de pensarlo mucho.
—Mi padre era alcohólico, murió cuando yo era niña. No recuerdo mucho de él, y lo poco que recuerdo es lo horrible que era con mi mamá.
—Amor...
Vuelvo a intentar darle la espalda y él me deja hacerlo. No me gusta hablar de eso, no quiero que me vea mientras me compongo para regresar a mi presente. Acaricia mi brazo y besa mi cabeza.
—Entiendo... ¿Alguien más lo sabe?
—¿De aquí?... Sólo Guillermo... Cuéntame algo tú, por favor —le pido para cambiar de tema.
—Algo para hacerte sonreír: cuando terminemos la película, quiero aventurarme a dirigir mi propio guión.
Lo miro a los ojos, ilusionada de que cumpla sus sueños; amo eso de Bill.
—¡¿Terminaste tu guión?!
—No —ríe de sí mismo—. Sigo en eso.
—¿Me dejas ayudarte?
—Todos los días me ayudas aunque no lo sepas... pero si quieres escribir conmigo, sería un privilegio y honor tenerte a mi lado —expone con un tono ceremonioso que me hace sonreír. Me acurruco con él y junto mi cara a su pecho. Él me abraza, frotando mi espalda—. Jamás te haría daño. Lo juro.
Aunque le creo y confío en él, no le daría ningún poder sobre mí. Sé que en el fondo entiende que no puedo entregarme al cien a nadie, más que a mí misma. A pesar de la melancolía que despertó en mí, me alegra que quiera saber más de lo que guardo, que quiera entrar en mi mente y corazón como él me deja entrar al suyo siempre.
...
—¿Bill? —lo despierto con un beso en la mejilla, pero él se vuelve a dormir—. Bill, mira la niebla hoy. —Le acaricio la mano, emocionada. Pocas veces he visto algo así.
—¿Qué?, ¿cuál niebla? —Abre los ojos confundido, volteando hacia donde le señalo.
Por el ventanal de la recámara, se ve el paisaje cubierto por una niebla densa que se mueve lento, como si un monstruo en el lago estuviera respirando y despidiera vaho por el frío del bosque.
Me levanto de la cama, tomo mi cámara y salgo corriendo al balcón para hacer muchas fotografías. Estoy tan concentrada en lo mío, que me sorprende sentir de repente algo cálido en mis hombros: Bill pone mi suéter sobre mí y frota mis brazos.
—Sólo vi algo así en la cima de un cerro, pero en medio de un bosque es más espectacular —le explico con una sonrisa. Él se sienta a verme con atención sin decir nada, me sonríe y sus ojos se llenan de dulzura. —¿Qué tienes?
—Quiero escucharte.
A pesar de la niebla, salimos a caminar un poco, bien abrigados y con más cuidado que otras veces. Nos quedamos cerca de la cabaña para no perdernos; me toma de la mano y balancea mi brazo mientras recorremos el camino.
—¿Qué te ves haciendo en cinco años? —me pregunta.
—No lo sé, espero seguir escribiendo. Tal vez hacer más guiones. Fundar una editorial. Hacer un doctorado. Hay muchas cosas por hacer —le sonrío—. ¿Y tú?
—Quiero un Oscar.
—Lo vas a tener. Estoy segura.
—O un Golden Globe, algo. A veces creo que no me toman en serio... Me he esforzado por ser versátil, he hecho drama, horror, series, personajes grandes, secundarios... pero siguen diciendo: el hermano de..., el hijo de..., miembro de la familia tal.
—Es algo lento, debes ser paciente. Probablemente sigan diciendo eso hasta que estés anciano.
—Soy paciente. He trabajado duro, pero parece que nunca es suficiente.
—Me recuerdas a mí antes de que reconocieran mi trabajo. «¿No soy lo suficientemente buena para esa beca?, ¿no soy buena para que me publiquen?» —me imito a mí misma.
—Los que te dijeron que no seguro se dieron de topes cuando te vieron aquí. —Me abraza por los hombros y besa mi cabeza.
—Sé que alcanzarás todos tus sueños —lo animo. Estoy dispuesta a apoyarlo como pueda—. Y entonces ellos dirán: ¿cómo no lo vimos antes? ¡Es genial!
—Tal vez no soy tan bueno.
Es extraño escuchar eso de él: titubeo al dar un paso cuando lo oigo.
—No digas eso. Nunca. No dejes que te afecte. Si no fueras bueno, te aseguro que Guillermo no te habría elegido. —Lo tomo de la mano. —Él vio algo en ti, Bill, y te confío el peso de su proyecto porque sabe que eres capaz, y lo sorprendiste haciendo más de lo que cualquiera de nosotros imaginó. Eres el hombre más valiente que he conocido. Estoy orgullosa de ti.
—Tú me pusiste el ejemplo.
Se emociona tanto con lo que le digo, que me carga y reparte besos en mis mejillas y cuello.
—Te amo —dice en mis labios mientras me besa. Pongo mi dedos en su rostro, pero él sonríe con un respingo.
—Estás helada —ríe, pero yo meto apenada mis manos entre mi ropa.
—Perdón.
—Tu otra mano no estaba tan fría.
—Era la que estabas agarrando. Ésta se quedó fría —le explico.
—Vamos adentro para que te calientes.
Me pone de vuelta en el piso, tomando mi mano fría para frotarla. Cuando regresamos a la cabaña, preparamos té y subimos a acurrucarnos en la cama. Nuestras pláticas y bromas siguen en besos y caricias, hasta que terminamos haciendo el amor más de una vez.
—¿Te gusta esto?
—Sí —contesto entre gemidos.
—¿Quieres más?
—Sí... ¡sí! ¡Bill! Más fuerte.
—¿Así? —pregunta jadeando excitado, mientras la cama choca contra la pared.
—¡¡Sí!! Sigue, sigue...
—Eres hermosa... me encantas. Amo.... ah... amo estar dentro de ti —murmura con esfuerzo—. Ah... amo hacerte..., TN. Me encantas.
La forma en que aprieta las sábanas me dice cuánto placer siente, es tanto como lo que me hace sentir a mí. De pronto me mira a los ojos con seriedad.
—Necesito algo.
—¿Qué... qué pasa, amor?
—Quiero que me detengas cuando te sientas incómoda, cuando algo no te guste. Quiero que seas muy honesta conmigo.
—Ok.
—¿Promesa?
—Sí, te lo prometo.
—¿Me detengo?
—No, sigue. Déjame montarte.
La sinceridad que me pide me hace sentir protegida y amada. Él quiere asegurarse de que lo que me hace no me incomoda o lastima; porque suele ser muy intenso cuando estamos haciéndolo. Me fascina cómo se ocupa en satisfacerme y yo a él; siempre me escucha y se interesa en mí.
—¿Cómo era George? —me pregunta después de una de las muchas veces en que terminamos.
—¿En serio, Bill? Ya tienes que dejarlo ir, no te voy a recomendar con él —bromeo para no terminar enojada.
—Lo siento, amor. Es que...
—¿Qué quieres saber? —Recargo mi cabeza en mi palma para escucharlo. Él es un hombre honesto, así que le corresponderé para que cerremos ese ciclo.
—¿Te trataba bien?
—No —niego titubeante, porque no lo había confesado antes—... muchas veces evitaba estar con él, porque me lastimaba.
—¿Cómo que te lastimaba? —Se incorpora molesto—. ¿Qué te hizo?
—Oye, tranquilo. No es que me golpeara, es que... era muy descuidado, no esperaba a que yo estuviera... lista. No me tocaba antes lo suficiente, sólo lo metía. Era incómodo y muy difícil tener un orgasmo así. Dolía mucho. La primera vez me mordió y créeme, no fue placentero. Sólo quería que se detuviera, pero las palabras no me salían.
—¡Ese estúpido! Lo voy a... Eso no está bien, TN. No te golpeó, ¡pero te agredió, mi amor! Te lastimó.
No lo había pensado así. Me quedo callada viéndolo a los ojos, se ve molesto, preocupado al mismo tiempo.
—Si hubiera sabido...
—No tenías por qué saber eso. No era de tu incumbencia... Ahora tampoco tendrías por qué saberlo, pero aquí estoy diciéndotelo. Yo no quiero saber de tus ex. No quiero pensar en eso ya.
—Lo siento. Creo que mi lado... chismoso... se adueñó de mí. Pero es bueno saber para que yo no cometa nunca ese error. Quiero saber qué te gusta y cómo —dice al besar mi cuello—. Quiero ser experto en ti.
—Buena suerte... aunque vas por buen camino —sonrío, recordando todos los orgasmos que me ha dado en tan poco tiempo. Le acaricio la nuca y él se acerca para rozar mi nariz con la suya.
—Quiero que te sientas cómoda y segura.
—Te amo, Bill... Te voy a decir algo, pero por favor no te pongas insoportable.
—¿Qué? Lo prometo.
—Cuando estaba con él..., pensaba en ti, imaginaba que estaba contigo. Eso lo hacía más fácil.
Él me ve atento, sorprendido, pero luego se le ilumina el rostro con una sonrisa y una mirada traviesa. Nunca llega su comentario triunfante o engreído, sólo silencio; en medio del cual, se inclina para acariciar mis labios entre los suyos.
~*~.☆.~*~
Una disculpota por la tardanza, pero tengo un anuncio que hacerles. Se los dejo aparte. Espero que hayan disfrutado el capítulo y que haya valido la pena; por fin se le hizo a ese par 😗
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro