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27. ¡Felicidad! 😊

Pasamos la noche sin dormir mucho, las alarmas para bajar la hinchazón del tobillo de Bill con hielo, y los recordatorios para sus analgésicos, nos despiertan varias veces.

—Te dije que no tenías que hacer esto, yo podía...

—Shh, yo quiero hacerlo, quiero ayudarte. No hubiera dormido tranquila de todas formas, sin saber cómo estás.

Después de que se toma su medicina, apago la luz y vuelvo a acostarme a su lado, lo tomo de la mano mientras intentamos dormir de nuevo.

El resto del tiempo en la locación, el equipo ayuda a Bill para que grabe las escenas que le faltan sin hacer mucho esfuerzo. Por fin, su asistente se siente el tipo más útil del mundo, pues Bill le pide agua, café, toallas, todo lo que él suele hacer solo. Pero a pesar de nuestros cuidados, al final de nuestro tiempo aquí, Bill no ha podido recuperarse al cien.

—Te debo esa caminata en el bosque.

—No te preocupes, ya me la repondrás cuando te sientas mejor.

De regreso a la ciudad, su asistente Josh conduce el auto de Bill para llevarnos. Nos detenemos una vez para cargar gasolina, comprar comida y usar el baño. Me gustan las cosas que uno puede encontrar en las tiendas de las carreteras: generalmente son las mismas que en cualquier lugar, pero las ves diferente cuando estás en medio de la nada. Me encuentro con ellos fuera del auto cuando salgo de la tienda, con café para los dos y algo de comer.

—Negro como tu alma y con crema para Josh. ¿Todo bien en el baño?

—Digamos que... qué bueno que no tuve que sentarme ahí —recuerda Bill.

—Al menos tienen material de lectura, las paredes estaban llenas de porno.

—¿Y lo leíste todo, Josh?

—La mitad —ríe.

—Con razón te tardaste tanto, y yo ahí abandonado.

—¿Abandonaste a mi bebé por andar leyendo perversidades? —finjo indignación.

—¡No!, espera... ¿Bill es tu bebé?

—Sí..., tengo que cuidarlo. Pero no cambies el tema. Lo dejaste solito.

—¡No!, no lo abandoné —contesta nervioso.

—No puedo creerlo.

—Qué falta de lealtad —agrega Bill con seriedad.

—Cuánta crueldad hay en tu corazón.

De repente, los dos reímos por la cara que pone Josh, entonces entiende nuestras bromas.

—Perdónanos, Josh, es que tu cara fue épica —se mofa Bill.

—Puedes elegir lo que quieras de la comida, te has ganado el privilegio —le ofrezco al darle mi bolsa con lo que compré.

Josh se relaja y continuamos con el viaje de regreso. Al menos esto les ha servido a Bill y su asistente a conocerse mejor, después de meses sin colaborar, a pesar de ser equipo. Skarsgård puede ser pesado en ocasiones, pero siempre es amable con él. Me gusta eso de Bill; hay tanto que amo de él.

...

Luego de más de una semana de haber regresado de la locación, el tobillo de Bill se ha terminado de recuperar casi totalmente; durante este tiempo ha estado acudiendo a fisioterapia, recomendada por los doctores del estudio, para asegurarse de que está sanando completamente. He pasado todos estos días en su departamento para estar al pendiente de él, y Josh lo ha acompañado cuando no puedo estar con él en el estudio. Pero ahora que ha mejorado, puedo regresar a casa.

No quiero dejarlo, desde que nos dijimos lo que sentimos el uno por el otro, nuestra relación ha sido aun mejor que antes. Él es tan tierno y dulce, sin atosigarme; sigue siendo el mismo bromista tonto que me gusta tanto y le agradezco eso, que sea él. Me había estado enamorando poco a poco al mismo tiempo que él; pero tenía miedo de aceptarlo: primero por mi horrible relación con George, y después porque me asustaba pensar que él también jugaría conmigo. Sin embargo, su forma de ser y la sinceridad de sus sentimientos, me han ayudado a aceptar cuánto lo adoro, y no quiero dejarlo solo aquí.

—¿Segura que quieres irte?

—No, no quiero dejarte, pero la casa de Guillermo me sirve mucho para escribir mientras sigo aquí. Tiene muchos libros que me ayudan.

—Está bien, no quiero que dejes de hacer lo que amas —me sonríe al encender el auto para llevarme.

—¿Vas a estar bien solo?

—No, te voy a estar extrañando. Pero del tobillo sí voy a estar bien, ya no te preocupes.

—¿Y si tú te vas conmigo? —le propongo—. De todas formas siempre has estado más tiempo ahí conmigo que en tu departamento.

Bill me mira incrédulo, sorprendido por mi repentina petición/invitación. Me sonríe y me toma de la mano. No es como que lo haya dicho sin pensar, es algo que quería desde que le di una copia de la llave; sólo tendría que decirle a Guillermo.

—Si nuestro querido director nos deja, ahí estaré contigo. —Besa mi mano y le acaricio la mejilla.

—¿Puedes pasar la noche allá conmigo hoy?

—Me encantaría, pero tengo que trabajar. Tengo escena a media noche y papeleo pendiente. —Su lesión atrasó un poco sus escenas; a veces creo que esta producción está maldita con tantas desventuras.

—Está bien, pero mañana hablo con Guillermo.

—¿Y si nos manda al diablo?, más bien a mí.

—¡No va a hacer eso! Le caes bien.

—Pero no le causé las mejores impresiones cuando estuvimos en la locación —ríe apenado.

—No..., creo que no. Pero no seas pesimista.

—¿Y a George cómo lo dejó vivir en su casa?

—No lo dejó, nunca terminó de mudarse, pero de repente ya no pude sacarlo —río tapándome la frente—. Era muy difícil decirle que no a algo.

—A mí sí me dices que no; me gusta, significa que confías en mí lo suficiente como para ser honesta conmigo y contigo misma.

—No lo había pensado así, ¡qué listo eres, Skarsgård!

—Eres una buena influencia, me haces más listo —sonríe con un guiño.

En el camino pasamos por algo para cenar, y cuando llegamos a casa, él me acompaña adentro para volver a instalarme. Es raro regresar después de dos semanas.

—¿A qué hora tienes que estar allá? —le pregunto mientras nos servimos la comida.

—En hora y media.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, quiero que descanses de mí. Ya te causé muchas molestias.

—La verdad sí, eres muy llorón cuando te duele algo —bromeo, aunque puede que sea un poco cierto.

Nos sentamos a comer mientras él me cuenta todo lo que tiene que hacer hoy; desde que se unió como productor apenas puede con su vida: si no está actuando, está haciendo un montón de cosas más.

—Sabía que sería difícil, pero pasar por ello es diferente.

—¿Y te arrepientes?

—¡No!, nunca, jamás. Estoy aprendiendo mucho, y era la forma de salvar la producción. Te dije que lo haría, ¿no?

—No recuerdo si te di las gracias por eso.

—No tendrías por qué hacerlo. Lo haría otra vez, las veces que fueran necesarias con tal de verte feliz.

—Eres tan lindo —exclamo al abrazarlo impulsivamente.

—Ya sé, casi tanto como tú —ríe. Me encanta su risa—... Te amo. —Besa mi mejilla y hunde su cara en mi cuello, rodeándome con sus brazos, siento cómo frota mi espalda. Nunca se lo he dicho, pero sus grandes manos me hacen sentir segura, y muy seguido recuerdo esa noche en que sus manos tocaron todo en mí. Cada que lo recuerdo, mi cuerpo se estremece; no hemos repetido lo que hicimos esa noche, porque he estado preocupada por su recuperación y creo que a él le ha dado miedo tocarme, como si fuera a desvanecerme.

—Me gustan tus manos.

Él se separa un poco para verme, su mirada es profunda y me sonríe de lado, travieso, pero no dice nada.

—Ya me tengo que ir. Tengo que llegar temprano para ganar puntos con Guillermo y que ya no me odie.

—¡No te odia! Pero está bien, sé un hombre puntual. Hazlo sentirse orgulloso.

—Voy a intentar llegar lo más temprano posible para que desayunemos juntos.

—Cuídate mucho. Avísame si te sientes mal o algo pasa, ¿sí?

—Sí... Ya no se ven las marcas —celebra al acariciar mi cuello—. Qué bueno, porque me recordaban que quería matar a alguien.

—No vale la pena, hay que olvidarlo —me encojo de hombros como si no fuera importante, aunque Kelly y yo aún tenemos pesadillas.

—Tú también llámame por cualquier cosa, no importa qué. Si estoy en escena, Josh te contesta.

Asiento antes de que me dé un beso tierno en los labios. Me despido de él en la puerta, entonces me voy a dormir.

...

—¿Bill? —Paso los dedos por su cabello para despertarlo. El pobre se quedó dormido recargado en el escritorio. Al sentirme, abre los ojos asustado porque se da cuenta de cómo se perdió en la noche.

—¿Qué hora es?

—Las 10. Josh contestó tu teléfono y me dijo que estabas quedándote dormido.

—¿Qué?, tenía que llevarle a Guillermo la reserva de la sala de edición.

—Ya se la llevamos. Josh tiene una lista de tus pendientes, no sé qué harías sin ese hombre.

—¿Y por qué no me despertaron?

—Te veías cansado. Me dijo que pasaste la noche peleándote por esa sala de edición, porque fue la que el director te pidió específicamente.

—Sí, creo que me está probando.

—¿Por qué haría eso?

—No te conté, pero en la locación, Matt me dio alcohol y Guillermo me descubrió. Dijo que me iba a suspender si seguía así.

—¡Bill!, ¿por qué? Ya sabes que eso está prohibido.

—Estaba dolido, acababas de mandarme al diablo con mi declaración de amor.

—No te mandé al diablo... bueno, tal vez un poco. Es que necesitaba tiempo para asimilar que fueras sincero.

—Pero en ese momento me sentía muy mal y por eso.

—Bueno, ya no importa. Vámonos de aquí. Necesitas descansar.

—Tengo escena en tres horas, cuando Kelly llegue —dice fatigado.

—Entonces... al camerino a dormir un rato. —Él asiente y lo tomo de la mano.

Cuando por fin se queda dormido en el sofá de su camerino, noto el rompecabezas que no hemos terminado, me siento en el piso y aprovecho que estoy aquí para seguirlo mientras él descansa.

—¿Qué es esto? —murmuro; empiezo a distinguir la imagen total después de un rato—. Parece una...

—¿Qué parece? —la voz de Bill tras de mí, me hace dar un pequeño salto en mi lugar.

—¡Te encanta asustarme!

—Sí, pero a ti también te gusta, señorita fan de las historias de terror —sonríe al tiempo en que acaricia mi cabello.

—¿Cómo dormiste?

—Bien, hubiera querido dormir todo el día, pero no se va a poder —su tono bromista se mezcla con el adormilado.

—¿Puedo hacer algo por ti? Para ayudarte con tus pendientes.

—No, no, está bien, no te preocupes. —Lo veo con una mirada suplicante. —No, TN... —Insisto con mi mirada. —Es que... tengo que mandarle un recordatorio a... George. Su tiempo se está agotando y no me ha enviado nada, ni un mensaje para saludarme.

—Puedo hacer eso.

—¿Segura? —Yo asiento. Ayudaría a Bill y les ahorraría la interacción a los dos; la última vez que se vieron, no salió muy bien. —Está bien. Eres mi emisaria —declara tocándome la mejilla, entonces me acerco a él para darle un beso suave en los labios.

—Me tendrás que pagar.

—¿Cuánto quieres?, ¿o qué quieres que te dé?

—Mmh, sorpréndeme.

Él ríe y se incorpora para sentarse en el sillón. Da unas palmaditas en sus piernas para que me siente en ellas; me acomodo a horcajadas sobre él, recargando mi cabeza en su hombro mientras él me rodea entre sus brazos.

—Te voy a dar... libros. Y luego te voy a dar... nuestra caminata en el bosque... Al final, te voy a dar... —se interrumpe, poniendo sus manos en mi rostro. Me besa con ternura, como lo ha hecho todos los días últimamente; pero al sentir sus manos en mi cadera, y su entrepierna muy cerca de la mía, abro más su boca con mis labios para saborearlo con la lengua. Al principio, creo que lo desconcierto, pero entonces aprieta mi cuerpo con sus largos dedos y su beso se hace más intenso.

—Bill...

—¿Qué, amor?

Pongo mis palmas en su pecho y sus brazos, lo acaricio ansiosa de tenerlo más cerca. Él mete sus manos debajo de mi blusa y luego las baja para apretar mi trasero; jala mi cadera hacia él, de forma en que puedo sentir su bulto. Le beso el cuello hasta que lo escucho gemir.

—Señor, le traje... ¡Ay, lo siento! Perdón, ya me fui —la voz de Josh nos detiene, sólo alcanzamos a ver cómo se cierra la puerta; enseguida unos papeles pasan por debajo de ella.

—Creo que es la copia que le pedí de mi escena —me explica Bill con la respiración agitada. Después empieza a reírse.

—¿Qué te pasa? —le pregunto, aunque me ha contagiado la risa.

—Ojalá hubiera alcanzado a ver su cara —dice entre carcajadas.

—¡Estás todo mal! —Le doy una ligera palmada en el brazo, mas ninguno deja de reír.

—Tengo que irme, pero te veo en un rato —me dice con su hermosa sonrisa que adoro. Luego de un suspiro, agrega taciturno—: Cuando hables con él...

—Bill, te amo —le recuerdo, y su rostro se ilumina.

...

Me siento frente al escritorio de Bill y respiro hondo, esto es más difícil de lo que esperé. Marco el número desde el teléfono fijo para hacer la llamada; después de varios intentos, él contesta.

—¿Qué quieres? —su voz molesta suena del otro lado.

—Hola.

—¿TN? —su tono cambia al escucharme—... ¿Cómo estás?

—Bien. Mmh, ¿y tú? —George hace un ruido de resignación, sin ganas de responder. —Bueno, Bill me pidió que te recordara del plazo.

—Ajá... Ahora eres su mandadera. ¿No puede él hacer su trabajo?

—Sólo es un recordatorio —contesto seria ante su tono hostil—, ya estás avisado, ya cumplí. Nos vemos, George.

—Oye, perdón, es que... no esperaba oírte a ti cuando contesté. ¿Ya son novios o por qué tanto favor?

—Tengo que irme, George —miro hacia un lado, Bill y yo hemos usado la palabra «novios», y es raro que mi ex me haga esta pregunta.

—¿No son novios?, ¿tengo oportunidad?

—Adiós, George.

—Lo siento, es que el desamor me hace grosero.

—Ya encontrarás a alguien, siempre lo haces.

—¿A qué te refieres?

—A tu enamoradizo corazón.

—Nunca me enamoré de alguien como de ti... ¿Bill te dijo que no era sincero mi amor?

—Bill me dijo que eras sincero, que no es tu culpa ser un fácil... Nos vemos, George.

—Oye, ¿fue Harry? ¿Él dijo que me enamoro fácil? Porque él exagera mucho con eso...

—George, ya no importa. Ya pasó, y no terminamos por eso, terminamos porque no éramos la persona adecuada para el otro.

—¿Y Bill sí es?

—No sé, ¿es la persona adecuada para ti?, ¿quieres que le diga que te llame? —bromeo.

—Qué divertida. —Se calla con un bufido... entonces se lo digo...

—Lo amo.

Un silencio incómodo se adueña de nuestra plática.

—Les enviaré las canciones —dice finalmente—. Y ya no se preocupen por los derechos de autor, son tuyos, te doy mi parte.

—George, no.

—Adiós, TN.

—¡George!

George corta la llamada y yo vuelvo a hacerla varias veces, pero él no me contesta más. No quiero que me ceda su trabajo sólo porque está enojado. ¡Somos adultos, maldita sea!

—¡Mierdaaa!

—¿Qué pasa? Oí tu grito desde afuera —Guillermo se asoma a la oficina.

—Llamé a George para recordarle de las canciones, pero el muy divo ya no quiere saber nada de mí, y me dio su parte de los derechos de autor.

—Eso es bueno, ahora todo es tuyo.

—De una forma súper injusta. Yo no quiero adueñarme de su trabajo. Se esforzó mucho con esas canciones, ¿por qué se pone a hacer berrinches?

—A veces es más fácil retirarse que enfrentar nuestros problemas.

—No sabía que yo fuera un problema para él.

—Tú no, pero lo que él sintió o siente por ti, sí.

—No debí decirle la verdad.

—¿Qué le dijiste?

—Que amo a Bill.

—¿Quieres ver el mundo arder o qué?

—¡No!, sólo quería que olvidara lo que tuvimos y siguiera. Pero no que aventara su trabajo por la borda.

—Mira, cuando llegue el tiempo, ya lo platicaremos con él y lo haremos entrar en razón... Por cierto, ¿entonces amas a Bill? —me pregunta el director con una sonrisa burlona que me intimida; yo asiento sin palabras—. La verdad ya sabía, ¿y ya le dijiste?

—Sí, después de su accidente.

—Por eso no se han separado —su sonrisa me avergüenza como si hubiera hecho algo malo—. Entonces lo perdonaste por cómo te hizo sentir en la locación...

—Sí... ¿hice mal?

—Le estás dando una oportunidad. No le des una segunda.

—Hablando de todo eso... quería decirte algo.

—Dime.

—Ahmm, mmh, bueno... Bill y yo...

—¿Ajá?

—Él y yo queremos...

—¿Ajá?

—Queremos... —tartamudeo nerviosa como si fuera a pedirle las joyas de la corona. Él empieza a sonreír, debe estar disfrutando esto.

—Los pongo igual de tontos, con razón se enamoraron —se carcajea—. ¿Quieres que se mude contigo? —Yo asiento con la cabeza. —Adelante, disfruten mientras pueden. Cuando se acabe la película...

—Lo sé, no me lo recuerdes.

—Sólo ténganlo en mente, a veces las cosas no salen como queremos. Y aunque él te adora, no sabes qué puede pasar después.

—Sí, gracias.

Guillermo nota mi melancolía por el futuro incierto y me abraza.

—No me hagas caso, no te pongas triste. Es más, déjame hacerle una broma ahora que regrese de cambiarse.

Yo acepto no muy segura, temo por la broma que le caerá encima a Bill, aunque no sé de qué se trata. Cuando él se aparece por la oficina, buscándome, ve a Guillermo y se congela desconcertado.

—Bill, ya me dijeron que vas a vivir con ella en mi casa, y ya dije que sí. Pero puse un par de condiciones: nada de alcohol y nada de sexo.

Bill abre sus grandes ojos sin saber qué decir; me mira a mí que estoy tan confundida como él.

—¡Tu cara! —el director ríe por la falta de reacción de Bill—. Ya me voy, me esperan en casa.

Sale de la oficina al despedirse de nosotros, que no podemos evitar reír otra vez de lo incómodo que fue ese momento. Bill y yo también caminamos al auto luego de recoger sus cosas. Una vez ahí, me pregunta por la llamada a George, así que le cuento todos los detalles; al final rueda los ojos con un quejido.

—Se está haciendo el sufrido. Sabe que te sentirías mal por él, porque está abandonando los derechos que le corresponden. Quiere hacerte sentir culpable. Yo voy a hablar con él, a mí no me va a hacer sus tonterías, y si aún así quiere darte los derechos, pues te los quedas, y que se joda.

—Bill...

—Pues es la verdad, amor. Si no quiere, pues no.

Bill tiene una perspectiva diferente de las cosas que me hace sentir mejor, porque efectivamente me estaba sintiendo culpable de la decisión de George. Eso me gusta de él, su carácter decidido, me hace querer ser más fuerte y defenderme más.

—¿A dónde quieres que te lleve a comer?

—Quiero cocinar contigo.

—Wow, ¿qué? Está bien, voy a tomarte la palabra antes de que te arrepientas.

...

—Más, más, más. ¡Más fuerte, Bill!

—¿Así?

—Sí... espera, a ver. Dame.

—Lo estoy haciendo fuerte, pero ya no sale.

—Dámela, Skarsgård.

Le quito la botella de salsa picante para ponerle a la pizza y me doy cuenta de que no removió el plástico bajo la tapa; logro que salga cuando lo rompo.

—Eso es para científicos, es trampa —se excusa Bill de su distracción.

—Lo logré con mi inteligencia de adulto —bromeo—... ¿Tú no quieres salsa?, ¿te da miedo, Skarsgård? —Agito la botella frente a él.

—Dame eso —acepta, tomándola para ponerle a su pizza.

—Ponle más —lo molesto.

—No me retes —responde con una sonrisa.

Los dos comemos de la pizza que preparamos juntos, pero Bill necesita agua de inmediato; le sirvo en un vaso y se moja la camiseta por la rapidez con la que se la quiere tomar; después empieza a saltar, definitivamente se excedió.

—Toma, toma. —Le doy un caramelo para que sus papilas se tranquilicen. —Eres un orgulloso, no pudiste decirle que no a mi reto.

Bill intenta decirme algo con el caramelo en la boca y apenas le entiendo.

—¿Qué dices?, ¿que me amas demasiado? Ah, sí, ya sé.

—No estaba diciendo eso, pero sí, también. Decía que eres perversa.

—Oye, tú solito te serviste salsa.

—Eres malvada... —me acusa fingiendo un tono molesto, al que reacciono con un puchero y una mirada triste—. No es cierto, eres el ser más dulce, puro y tierno —exagera al rodearme con sus brazos y besarme la mejilla—. Pero no vuelvo a aceptar tus retos.

—Eres un gallina, Skarsgård —bromeo, dándole un beso en los labios, que han quedado más rojos y sensibles por el picante.

Él abre su boca y me besa con más intensidad, siento su lengua juguetear con la mía hasta que...

—¡Espera! —Se tapa la boca y me mira con los ojos muy abiertos.

—¡Bill! —exclamo al sentir su caramelo en mi boca.

—Perdón, se me fue —ríe—. Dámelo de regreso.

—Estás bien dañado —me carcajeo de su petición.

Todos los días son así con él, con sus locuras. Desde que lo conocí, he hecho cosas que no pensé que algún día haría por mis escrúpulos, he aprendido a ver el mundo de otra forma, con más aventuras y experiencias nuevas; él dice algo parecido de mí. Los dos nos hacemos muy felices; cada día lo amo más.

—Te voy a enseñar una canción. —Saca su teléfono para vincularlo con la bocina de la casa; me toma de la mano y me lleva a la sala. Cuando la música suena, él se pone a bailar. Sus piernas son tan largas y algo torpes que a veces siento que le va a pegar a alguien mientras baila. Es adorable. —¡Baila conmigo! —me pide, tomándome de las manos; hace que me mueva con un ritmo que no va muy acorde con la canción. Amo cómo se divierte sin importarle nada, así que empiezo a bailar con él, saltamos juntos y movemos los brazos. Su lista de reproducción es muy variada.

—Tú lista es muy rara. Me gusta.

—Ya ebrio, bailo de todo —se ríe de su propia broma, y me hace carcajear.

Vamos por la electrónica, noventera, hip-hop, sueca, rock, indie, ritmos del mundo, latina, pop... En medio de nuestra diversión, me subo al sillón y muevo la cadera al ritmo de la música, él se detiene por un momento y se me queda viendo. Lo tomo de las manos para que siga bailando conmigo. Luego de un rato, notamos que estamos acalorados y sudando como si hubiéramos estado en un sauna. Nos sentamos agotados en el sofá y dejamos la música correr.

—Necesitamos un baño —le digo acomodándole un mechón húmedo de su cabello. Me acuesto en el sofá con un suspiro. Él se acomoda sobre mí, acariciando mi cadera.

—¿Baño juntos?

—No... sé —le sonrío, sin realmente estar segura de que compartamos algo así ya.

—Entonces no, prometí que iba a respetar lo que decidieras.

Acerca su rostro al mío para besarme y una gota de sudor resbala por su nariz hasta caerme en la mejilla. Río al poner mis manos en su nuca para acercarlo y besarle yo los labios.

—Te amo, TN —dice entre nuestro beso, mientras me acaricia el cuerpo, de las piernas a la cintura.

Su beso se vuelve más profundo; se va haciendo lugar entre mis piernas. Sus manos no dejan de recorrerme con ansias, sin estrujarme, pero con firmeza. Por un momento, se separa para quitarse la camiseta y vuelve a inclinarse encima de mí para seguir besándonos.

—Bill... —digo su nombre con la voz entrecortada. En sus caricias, pone sus manos sobre mis senos y los palpa por encima de la ropa. Abro más mis piernas para que él se pegue más a mí, así rodeo su cadera con ellas para apretarlo contra mi cuerpo.

—Ven, ven —me pide con la voz agitada. Me toma por la cadera para llevarme cargando a la cama.

En el pasillo no dejamos de besarnos, de tocarnos. Paso mis manos por su cabello y se lo jalo suavemente. Chocamos con el marco de la puerta porque él va cerrando los ojos, y se golpea en el hombro.

—¿Estás bien? —le pregunto preocupada. Acaba de recuperarse del tobillo, como para tener otro golpe ahora.

—Estoy bien, no te preocupes, ven —le quita importancia y sigue besándome el cuello.

Me acuesta en la cama, en lo que él se queda parado para quitarse los jeans. Me mira fijamente desde donde está, como si me comiera con los ojos, aunque aún estoy vestida; entonces me levanto para quitarme el pantalón también. Cuando lo tomo de las manos, él vuelve a cargarme.

—Ven aquí —musita excitado; al levantarme pasa sus manos bajo mis piernas, mi trasero y mi vulva. Me besa el cuello: siento cómo pasa su lengua por mi piel hasta que me hace gemir. Con la excitación que causa en mí, aprieto su brazo, pero creo que lo rasguño, porque él da un quejido; aun así, me mira como si fuera su presa—. ¿Cómo lo quieres?

—¿Qué? —pregunto confundida por la ola de sensaciones que me provoca este hombre.

—¿Fuerte o lento?

—Fuerte y lento —le contesto con una sonrisa, que corresponde.

—Lo que tú quieras.

Me acuesta en la cama para acomodarse encima de mí; así pasa sus dedos por mi escote hasta que baja los tirantes de mi blusa y besa mi clavícula. Recorre su mano por todo mi cuerpo hasta acariciar mi entrepierna por encima de la ropa interior. Al sentir su roce, siento cómo me humedezco cada vez más; mi cuerpo se contrae en deseo. Pongo mi mano sobre la suya y lo guío bajo mis bragas... Él murmura mi nombre a mi oído y tira de mi lóbulo con sus labios.

El pasar de sus dedos por toda mi vulva hace que mueva mi cadera buscando más de él, quiero que frote mi clítoris, quiero sentir sus dedos dentro de mí, pero él se toma su tiempo para hacerme sufrir más.

—Bill, por favor —le pido entre jadeos.

—¿Qué quieres que haga? —me susurra, fingiendo que no tiene idea.

Lo veo a los ojos con obviedad: ya sabes lo que quiero, tonto. Me encanta cómo se muerde los labios; su rostro rojo me dice que está tan excitado como yo, pero está jugando conmigo.

—¿Tú qué quieres de mí? —le pregunto.

—Todo.

Me incorporo y lo aviento en la cama para subirme sobre él.

—Wow, ¿qué haces? —exclama con una sonrisa.

Enseguida pone sus manos sobre mi cintura y la aprieta para presionar mi cuerpo contra el suyo. Su mirada verde combina dulzura y deseo, se ve tan... este hombre me vuelve loca. Frota mi vientre con sus pulgares; lo recorre con la punta de su índice hasta llegar a mi vulva; veo cómo chupa su pulgar antes de meterlo bajo mi ropa para acariciar en delicados círculos mi clítoris. Sus roces me hacen arquear la espalda hacia atrás, mientras mi respiración se acelera y gimo de nuevo. Lucho contra las ganas de que él siga tocándome y tomo su mano para poder recorrerme un poco hacia sus piernas; estando ahí, tocó su miembro por encima de sus bóxers. Cuando lo hago, su mirada se pierde, cierra los ojos mientras lo acaricio; abre su boca y suelta profundos gemidos con su voz ronca. Su erección es notoria, me hace pensar en todas las posibilidades; muerdo mi labio, por las ganas de verlo ya, de sentirlo... entonces me inclino para rozar su bulto con mis labios y mis mejillas, recorro mis manos por su abdomen, sentir su piel me excita más.

Él acaricia mi cabeza, los jadeos que suelta me hacen saber que está disfrutando nuestro contacto. Me incorporo para ver sus ojos; sus labios entreabiertos alcanzan a decirme algo:

—Te amo.

Tomo la orilla de su ropa interior para quitarla... cuando un estruendo nos detiene la respiración de repente: se escucha en el patio trasero, como si alguien estuviera ahí. Bill se incorpora alerta y yo giro el cuello asustada, para ver hacia la puerta corrediza, donde alcanzamos a ver una sombra tras las cortinas; aún hay luz de día aunque se escuchan algunas gotas de llovizna. Él se levanta y se asoma por un lado de la cortina.

—¿Bill?

—No se ve nada... —Toma sus pantalones y se los pone para salir al patio. Yo hago lo mismo para acompañarlo. —Quédate aquí —me pide antes de salirse al jardín.

Desde la puerta, lo veo inspeccionar todo; alcanzo a notar que se agacha para recoger algo y doy unos pasos afuera para saber qué pasa: el bote de basura está tirado, hay cosas regadas por las plantas.

—Alguien tiró esto, no se pudo caer solo —me dice él, cuando me acerco a ayudarle a levantar todo.

No quiero ni preguntarle quién pudo ser. Pensé que la casa era muy segura, como para que se me hubiera ocurrido siquiera que alguien pudiera entrar.

—No te preocupes —me anima al verme meditabunda—. Tal vez fue un mapache.

—¿Hay mapaches aquí?

—Tal vez —se encoge de hombros.

Terminamos de levantar todo y volvemos a entrar al cuarto después de que Bill revisa una vez más el patio entero. Al sentarme en el borde de la cama, lo veo cerrar la puerta de cristal con seguro; enseguida se agacha para verme a los ojos.

—Tranquila, no es nada —besa mi mejilla con una sonrisa. Se sienta a mi lado y me abraza; así recargo mi cabeza en su pecho. —¿En qué estábamos?

—Quiero darme un baño y ver una película.

—Ya sé, nos cortaron la inspiración —ríe Bill al frotar mi brazo y mi espalda—. Anda, métete a bañar, mientras te preparo té.

—¡Eres tan bonito! —Le beso los labios con ternura, antes de irme a la regadera. Al salir, lo encuentro en la cocina, también ya bañado. Lo abrazo por la espalda: huele tan rico que le hago cosquillas con la nariz.

—Té de frambuesa y galletas de mantequilla, ya está listo —me dice, pero no quiero soltarlo—. Anda, se va a enfriar.

—Bueno —me resigno y agarro mi té con galletas para volver a la recámara; él me sigue cargando otra taza. Ya más relajados del susto, nos acostamos en la cama para ver una película. Pero cuando lo veo, recuerdo algo.

—Dejaste ropa la última vez, la metí a lavar con la mía... por si quieres ropa interior limpia —le sonrío.

—Eso estaría bien, ¿dónde?

—El cajón de hasta abajo.

En cuanto me escucha, se levanta para buscarla, pero cuando abre la gaveta, me mira con ese brillo que ya conozco: saca mi ropa interior con su dedo índice.

—Oye, eso no es tuyo —le reclamo; me levanto y busco la suya para dársela—. Ten. —Pero él sigue inspeccionando mis bragas. —¿Qué tanto les ves? —pregunto al quitárselas de la mano.

—Nada, éstas no te las he visto puestas. Son sexys. —Lo miro negando con la cabeza, su sonrisa de lado me intimida. —Voy a cambiarme... aquí, ¿puedo?

—Ah... bueno, ya te he visto el trasero... —Intento no mirarlo, mas él lo hace tan difícil. Veo su trasero desnudo, aunque al girarse alcanzo a ver su vello púbico. Aprieto mis labios y de inmediato regreso a sentarme en mi lugar de la cama como si nada hubiera pasado, pero seguramente él ya notó lo abochornada que me siento; entonces se acuesta a mi lado, abrazándome por la cintura.

—¿Qué película vamos a ver?

Lo dejo que él elija esta vez, así que pone algo de acción. De cualquier forma no importa, porque cuando me doy cuenta, ya está dormido con la cabeza recargada en mis piernas.

Apago la televisión y juego con su cabello, recuerdo que anoche no durmió nada, por lo que debe estar muy cansado. Lo cubro con las cobijas e intento acomodarme sin moverlo para no despertarlo.

—Te amo —le digo al acariciarlo. Se ve tan dulce cuando duerme profundamente.

...

—No pueden hacer eso, está mintiendo igual que siempre... No, no me importa que los psicólogos... Oye, si reducen la condena... Ya, ya, está bien, ¡lo sé!... Necesito que mandes un guardaespaldas para ella. Anoche alguien entró a la casa.

Lo escucho discutir con alguien muy temprano en la sala, así que me asomo para ver qué pasa; noto que está al teléfono y me quedo viéndolo en el pasillo. Cuando se percata de que estoy aquí, comienza a despedirse de la persona.

—Tengo que colgar, estoy al pendiente... Sí, lo espero. Adiós, gracias. —Al colgar la llamada, me ve con una sonrisa. —Buenos días, preciosa.

—¿Qué pasó?

—¿Qué tanto oíste?

—Una gran parte, creo.

Él me llama para que me siente a su lado y me toma de la mano.

—Los abogados de Joe están peleando para que se le juzgue diferente, para que reciba tratamiento por trastornos de personalidad, como sociópata, narcisista o no sé qué demonios.

El corazón se me detiene al oír todo eso y aprieto las manos de Bill.

—Oye, no voy a dejar que nada malo te pase. Primero me muero a que ese idiota se te acerque.

—No digas eso. —No puedo con la idea de perderlo. —¿Y Kelly?

—Kelly siempre está rodeada de seguridad. Nunca va sola a ningún lado... Tú, sí; pero ya no va a ser así, sobre todo desde lo de ayer. Le pedí a Freyja que mandara un guardaespaldas para ti.

—¡Bill, no!

—Por favor, acepta, TN. Por favor.

—Pero, Bill...

—Ese hombre todavía tiene gente afuera que lo apoya y tu caso fue el que lo mandó a la cárcel porque fui tu testigo. Así que no me digas que no necesitas de nadie. Te prometo que será un buen tipo, y si no te cae bien, ya no molesto. Pero inténtalo, por favor.

Suspiro con resignación. Decirle adiós a mi soledad y privacidad me desespera, pero tal vez sea lo mejor, al menos por un tiempo.

Bill se queda hasta tarde en casa para esperar al hombre que enviará Freyja; hace su trabajo aquí mientras yo intento escribir frente a él. Ayer, mi creatividad estaba a flor de piel, mientras nos besábamos en la cama; pero hoy estoy bloqueada. No puedo completar ninguna oración, así que empiezo a escribir cosas sin sentido, como un cadáver exquisito. Bill levanta la mirada de su computadora de vez en cuando hacia mí.

—Ya sé que estás enojada conmigo, pero prefiero eso a que te pase algo.

—No estoy enojada contigo —le aseguro; más bien me siento nerviosa... lo cual aumenta cuando alguien llama a la puerta, y Bill se levanta a abrir.

—¿Señor Skarsgård? Soy Michael Voorhees, su nuevo guardaespaldas.

—Gracias por venir, pasa.

Un hombre más alto y musculoso que Bill entra por la puerta; yo me levanto para acercarme a ellos. Al estar frente a él, me siento acorralada. Es tan raro ver que alguien es más alto que Bill; prácticamente tengo que echar mi cabeza hacia atrás para verle la cara. Además, ¡¿quién rayos se llama Michael Voorhees?! ¡Michael Voorhees!

—Ella es TN, es a quien debes cuidar. Anoche alguien se metió a la casa y necesitamos que estés al pendiente de que eso no vuelva a pasar.

Michael extiende su mano para saludarme y se la doy, temiendo que me la vaya a destrozar; pero su apriete es delicado.

—Mucho gusto, señorita. Yo voy a encargarme, no se preocupe.

Le agradezco sonriente.

—Bueno, tengo que ir al estudio, ya es tarde —dice Bill mientras recoge sus cosas y las guarda en su mochila para irse. Yo lo persigo viéndolo con insistencia, desesperada para que no me deje sola con el hijo perdido de Halloween 13.

—Bill.

—¿Qué pasa, corazón?

—Te acompaño.

—Pensé que ibas a quedarte a escribir.

—Puedo escribir donde sea. Voy contigo, ¿sí? —Él me mira callado, como examinando mi expresión, entonces entiende.

—Ve por tus cosas.

Salgo de la sala hacia la habitación para terminar de alistarme y recoger mi mochila. Cuando regreso, los escucho:

—Ella está muy nerviosa, no está acostumbrada a que haya alguien atrás de ella. Es muy gentil y dulce, pero le gusta estar sola; así que si te pide que la dejes, dale su espacio.

—Está bien, señor. Pero ¿y si algo le pasa mientras le doy su espacio?

—No necesito tu negatividad, gracias.

—Disculpe, señor.

—Bill.

—¿Lista? Vámonos. Michael nos va a acompañar para que conozca el estudio y nuestra ruta.

Subimos al auto, con Michael en el asiento trasero. En el camino, Bill le explica los caminos que solemos tomar, y los lugares que frecuentamos. Me incomoda que un desconocido sepa todo lo que hacemos.

—Ese es el restaurante favorito de TN, así que venimos muy seguido. Para que lo recuerdes. Y derecho por esta avenida llegas al estudio.

—Oye, Michael. ¿Te puedo decir Mickey? —pregunto intentando acostumbrarme a él.

—Como usted prefiera, señorita.

—Dime por mi nombre... ¿Y por qué eres guardaespaldas?

—Mmh, pues me gusta cuidar a la gente.

—Pero corres peligros por otros.

—Con esta complexión, creo que es mi deber cuidar a los que me necesitan.

—Eso es muy noble. —Su respuesta me enternece, creo que es un buen tipo como dijo Bill. —¿Y cuánto mides? Eres como un gigante.

—TN —Bill me llama la atención, creo que me estoy portando muy entrometida.

—2 metros 10 centímetros.

—¡¿En serio?! Mides casi lo mismo que Chewbacca.

Michael empieza a reírse y me doy cuenta de que el sonido de su risa es tan grave como su voz.

—Me encanta Star Wars, es el mejor cumplido que me han hecho en mucho tiempo.

—¡A mí también! O sea, no lo de Chewbacca como cumplido..., lo de que me gusta Star Wars —río—. Te invito a ver la que quieras en casa.

Bill voltea a verme con una sonrisa y una mirada de extrañeza.

—Sería un gusto, TN.

—¿Yo puedo verla también? —interviene Bill.

—Obvio, amor. Oye, Mickey, ¿y tienes familia y amigos?

—TN, ya deja en paz al pobre hombre.

—Pero si voy a pasar tiempo con él, quiero conocerlo.

—Está bien, señor. No me molesta responder sus preguntas. Sí, tengo esposa y un hijo que está en la universidad. Es mi orgullo.

—Eso es lindo, ¿y qué estudia?

—Medicina —dice con una gran sonrisa; el hombresote tiene un gran corazón—. Tiene más o menos su edad, seguro se llevarían bien con él.

—Yo creo que sí. Pero no se lo presentes a Bill, es una mala influencia.

Los dos ríen de mi comentario.

—Oye, yo soy una buena influencia. Lo llevaría a fiestas a jugar beer pong para que se relaje en fechas de exámenes —bromea.

—¿Ves? No se lo presentes.

Cuando llegamos al estudio, Bill pasa por unos documentos al escritorio y luego le pide a Michael que se dé una vuelta por el lugar, en lo que él trabaja en su camerino. Yo me quedo con él para hacerle compañía mientras escribo. Me recuesto al lado de Skarsgård, con las piernas sobre el sillón, y comienzo un nuevo cuento; ya más relajada, las ideas comienzan a fluir. Después de un rato, él deja su laptop a un lado y jala mis piernas para acomodarse entre ellas, recargando su cabeza en mi pecho, por lo que tengo que levantar mis brazos sobre él para seguir escribiendo en el teléfono.

—Espera, deja termino esta escena.

—¿También tienes escritos en el teléfono? —Yo asiento. —¿De dónde te salen tantas ideas?

—De todo lo que veo, escucho, siento...

Él se gira un poco para ver lo que escribo y alcanza a leer algo.

—¿Jason Myers?, ¿es primo de Michael o qué?

—Debes admitir que el tipo es interesante. Para empezar su nombre... Bill, no sabía si, como fan de las películas de terror, debía pedirle un autógrafo o echarme a correr.

Bill ríe con mi broma y vuelve a acomodarse sobre mi pecho.

—No sabía a quién nos iba a enviar Freyja. Pero creo que eligió al adecuado. No creo tener que preocuparme de que no te vaya a cuidar bien.

—¿Y por qué no pediste a alguien para ti? No es justo.

—Porque mido casi dos metros, y practico artes marciales.

—Yo rompo narices, pregúntale a Joe —bromeo, lo que le provoca una sonrisa a Bill, que al instante levanta la cabeza para verme a los ojos.

—Te amo, no quiero que nadie te lastime.

—Está bien... Me voy a esforzar —acepto con un suspiro.

Me da un beso dulce en los labios antes de recostarse en mi pecho, entonces restriega su cara entre mis senos y desabotona mi suéter para volver a hacerlo en mi escote.

—Bill, no. Estamos trabajando —le digo con una risa porque lo que hace me da cosquillas.

—Siempre me ha gustado cómo hueles —declara al besar mi pecho.

—Nos van a volver a interrumpir y me voy a enojar.

—Sólo te estoy besando, no vamos a hacer más.

Al momento, mis palabras nos alcanzan, porque alguien toca la puerta...

—¿Ves? Tenemos una maldición o algo —finjo un tono desesperado con un puchero. Él se ríe negando con la cabeza, abotona mi cardigan y se incorpora para volver a tomar su laptop.

—Pasen.

—Señor Skars... Bill. Hay un hombre muy, muy, muy grande que me está pidiendo un pase de estacionamiento para usted. Yo ya le dije que usted... que tú ya tienes uno, pero él dice que es para la señorita TN y yo le dije que ella no usa pase.

—Josh, tranquilo. No te estreses.

Entre las quejas del asistente, Michael aparece detrás de él; lo primero que puedo notar es el contraste de altura entre ellos, que me hace abrir los ojos sorprendida.

—¿Qué estás diciendo de mí, hombrecito?

Josh se gira asustado y entra al camerino para alejarse de él.

—Él es el hombre, señor.

—Él es Michael Voorhees, Josh, el guardaespaldas de TN.

—¡TN es pequeña, ¿necesitaba tanto hombre para que la cuidara?!

—¡Oye! —le reclamo a Josh.

—¿Te está molestando?, ¿quieres que lo saque de aquí? —me pregunta Michael agarrando a Josh por el saco. El asistente se empalidece y se congela; es como una zarigüeya que finge estar muerta para que no la cacen.

—A ver, tranquilos, vamos a calmarnos todos. —Bill se levanta y hace que Michael suelte a «su presa». —Josh, ayer alguien se metió a la casa de Guillermo y me preocupa que TN suele estar sola ahí. Así que sí, necesita a Michael para que la cuide. Michael, él es Josh, mi asistente, que no es bueno con las bromas, pero es indefenso. Así que ya que saben quién es el otro, les voy a pedir que se lleven bien, que se den la mano y que hagan lo que les pedí.

Los dos suspiran resignados y se dan la mano; veo en los ojos de Josh el mismo temor que yo tenía al estrechar la mano de Michael.

—Muy bien. Ahora, Josh, ¿me buscas los papeles que te pedí? Y dale al señor Voorhees el pase que necesita.

Josh acepta antes de salir del camerino, con Michael detrás de él, entonces Bill cierra la puerta con seguro y vuelve a mi lado.

—Me gustó tu faceta diplomática.

—No pensé que esto fuera a pasar.

—La cara de Josh fue épica —río, aunque después me siento culpable de burlarme. Bill ríe sin importarle.

—Hay que seguir... —propone luego de un respiro.

—Sí, ponte a trabajar.

—Claro, eso, trabajar, a eso me refería.

Los dos continuamos con nuestros asuntos, mirándonos de vez en cuando con una sonrisa. Después de un rato, Skarsgård sale para ver a Guillermo y Ann, mientras armo otra parte del rompecabezas.

...

—Párate aquí, quiero un frappuccino —le pido a Bill de regreso a casa. Él se estaciona frente a un parque y le dice a Michael que me acompañe. —¿Te traemos algo?

—Café.

—Café negro, qué aburrido eres.

Bill abre la boca, sorprendido de que lo llame aburrido, pero le doy un beso en su labio inferior.

—No soy aburrido —sigue reclamando cuando Michael y yo salimos del auto.

—¿Qué vas a tomar, Mickey?

—Así estoy bien, señorita. Gracias.

—Dime por mi nombre. Y no seas así, ¿qué te pido? No me rechaces.

—Está bien, un bagel con mermelada.

—Suena como algo que pediría yo.

Mientras esperamos en la fila, veo hacia afuera del local y reconozco a alguien... Al hacer nuestro pedido, pido un café extra. Michael me ayuda a cargar los vasos y me sigue cuando me acerco al hombre que se oculta atrás de un árbol, desde donde le toma fotografías a Bill.

—Hey, John. —El hombre voltea con su gran lente. —Te traje un café.

—TN, ¿verdad? No, gracias.

—Mi amigo se va a poner triste si no te lo tomas.
John alza la mirada para ver a Michael, la visión del gran hombre lo hace agarrar el café y darle un sorbo.

—Gracias.

—De nada. ¿Qué te pasó?, ¿hiciste enojar a alguien? —le pregunto al ver el rasguño que tiene cerca del ojo. Él evita contestarme—. ¿Cómo van tus fotos?

—Pues no me dan tantos seguidores en Instagram como a ti. Y eso que no publicas nada de Bill ni de la producción. ¿Sí son novios?, ¿me vas a dar la exclusiva?

—Nos vemos, John —me despido con una sonrisa obligada.

—Oye, yo soy un cerdo respetable, pero del otro lado de la acera hay un puerco.

—¿A qué te refieres?

—Hay muchos paparazzi que transgreden límites, sobre todo si les pagan bien. Bobby Pods es uno así...

—¿Bobby Pods? —río—. ¿Qué clase de nombre es ese?

—Así se hace llamar, yo no sé. —Se encoge de hombros. —Como sea, estuvo muy coludido con Joe, tu agresor. Los ha estado siguiendo desde hace un tiempo, a ustedes y a Kelly. También a Guillermo y a varios de tus compañeros.

—¿Cómo sabes eso?

—El mundo paparazzi tiene sus dramas... Yo te aviso porque me has tratado bien, pero ten cuidado con Pods.

—Ok, gracias por el aviso... Disfruta tu café —le digo adiós, agradecida, aunque asustada por el tal Bobby. Mientras cruzo la calle con Michael, veo hacia todos lados; distingo un brillo entre unos autos: logro ver la forma de la lente. —Mira, Mickey. Ahí está el tal Bobby.

—¿Quieres que lo arrastre por el pavimento?

—No, no vale la pena. Vámonos.

Subimos al auto, donde le damos su café a Bill, cuya cara de aburrimiento cambia en cuanto me ve.

—¿Había mucha gente? Tardaron mucho.

—Vámonos de aquí, te cuento en el camino.

...

Cuando llegamos a casa, Bill le pide a Michael que revise todo antes de irse. Mientras lo hace, entro al baño y a dejar mis cosas al cuarto, pero cuando regreso a la sala, sólo veo a Bill.

—¿Y Mickey?

—Ya se fue, ¿querías que se quedara? —ríe burlón—. Mañana llega temprano para quedarse en lo que no estoy.

Lo tomo de las manos, recargándome en su pecho; entonces, con un abrazo, me levanta sosteniéndome por las piernas. Así, lleno de dulzura, besa mis labios y sonríe.

—Te ves cansado.

—Lo estoy. Y tengo que madrugar mañana. Vamos a grabar algunas de las últimas escenas.

—¿De las últimas? —pregunto impresionada; él asiente en silencio.

—Esto se está acabando. —Lo miro a los ojos con tristeza, como si no fuera a verlo más. —Aunque, como soy productor, esto no termina para mí —continúa sonriente, pareciera que leyó mi mente. Camina a la habitación conmigo entre sus brazos. Esta noche dormimos tranquilos, a pesar de las malas noticias que John nos dio.

...

—¿Puedes pasarme ese de ahí?, el blanco. No, el otro blanco, el que dice Teoría del cuento III.

—¿Éste?

—No, el otro.

—Pero éste dice Teoría del cuento y es blanco.

—No, es blanco con azul, y dice Teoría del cuento, volumen dos. Quiero el III.

—Ah, ¿éste?

—Sí, ese.

Michael insiste en ayudar en las cosas que suelo hacer sola, como treparme en las escaleras de las librerías cuando no alcanzo. Bill suele dejarme ser y hacer si no le pido ayuda, pero hoy me dejó con el hombresote desde muy temprano, y he tenido que salir con «Hagrid» a comprar libros que absolutamente necesito, siempre... o tal vez no.

—Me siento como Bilbo Baggins a tu lado —río cuando pasamos frente al reflejo de una ventana.

—¿Puedo ser Gandalf?

—Eres un nerd —me divierte que entienda todas mis referencias—. Sí, puedes ser Gandalf.

Después de hacer lo que debía, le pido a Michael que me lleve al estudio para ver a Bill, pues quiero llevarle algo de almorzar.

—¿Puedo decirte algo? —me pide con timidez, Voorhees es muy extraño—. El señor Bill y tú hacen una linda pareja. Me recuerdan a mi Paulette y a mí. Siempre le digo que ella es mi Bella y yo soy su Bestia, y se ríe.

—En nuestro caso, yo soy la bestia —bromeo.

—Claro que no. Él es la bestia, aunque una bestia muy atractiva. Me alegra que sean novios, tanto talento, inteligencia y creatividad juntos... Se ven realmente lindos.

—Novios... —murmullo.

Al llegar al estudio, buscamos a Bill, pero ya no lo encontramos por ningún lado, así que aprovecho para saludar a todos, en especial a Kelly y Guillermo. Hace mucho tiempo que no veo a Jane ni a Miguel, supe que él está filmando su propio cortometraje, lo cual me alegra mucho. Jane está trabajando en guiones televisivos, y de repente sigue viniendo para supervisar que nadie arruine su trabajo; la extraño tanto.

—Jane fue la primera amiga que hice cuando llegué aquí —le cuento a Michael cuando subimos al auto para regresar a casa—. Aprendí mucho de ella.

—¿Y por qué no la llamas para que platiquen?

—No quiero molestarla. Debe estar muy ocupada.

—Pero seguro le gustaría verte. Anda, escríbele —me anima, por lo que le envío un mensaje a Jane:

¿Te enojas si voy a visitarte
en este instante?

No sé qué estás esperando
para traer tu trasero aquí,
la verdad

Después de recibir su cariñosa respuesta, Michael me lleva a su casa; sin embargo, aunque le pido que me espere afuera, él me explica que debe acompañarme hasta la puerta para ver que todo esté bien. Resignada, acepto con un suspiro. Al llegar a la entrada, Jane me abre con una sonrisa, que cambia a sorpresa en cuanto ve a Voorhees. La entiendo, es la misma expresión que seguro puse cuando lo vi. Después de presentárselo, le cuento que él debe asegurarse de que no haya peligro. Me parece una exageración, pero entiendo que es su trabajo; una vez hecho, entro a la casa de Jane, mientras Michael me espera afuera.

—¿Entonces Bill te contrató a ese hombre? —Yo asiento. —¿Y tú crees que ese tal Bobby fue el que entró a la casa?

—Yo creo que fue un mapache...

—¿Hay mapaches aquí?

Me encojo de hombros.

—No sé qué o quién fue. Pero estoy aceptando todo esto para que Bill y yo estemos tranquilos.

—Me muero por verlos juntos, dándose un beso —sonríe—. Cuánto tiempo esperando esto, y me he perdido sus momentos. ¿Cómo te pidió ser su novia?

—Ah... no lo hizo, creo.

—¿Tú se lo pediste?

—No.

—¿Qué son?

—Uhm, no sé. Bueno, estamos juntos. Pero no hemos puesto una etiqueta.

—Ok... si eso los hace felices, está bien —dice Jane un poco desconcertada—. La verdad me extraña, Bill lleva un buen tiempo enamorado de ti.

—Entonces yo tenía razón, ustedes tenían complot en mi contra.

—Obvio, cuando no nos estábamos besando, sí —bromea Jane.

Me quedo pensando por unos segundos en nuestra relación.

—Me dijo que me ama, me dijo que quiere que sea feliz y construir historias conmigo, que quiere protegerme como yo a él. Siempre lo dice. Tal vez somos novios, y sólo dio por obvia la palabra. Porque lo que sentimos ya nada puede describirlo.

—¡Qué bonitos! —se enternece con lo que digo—, sólo no hagan un drama de eso, por favor. No quiero que se separen. Necesito seguir el guión de la comedia romántica que dejé inconcluso por su culpa.

Jane bromea con todo lo que le cuento, incluso con el hecho de que alguien podría estar acosándonos o no. Su punto de vista me hace ver el humor en todo, es como un meme andante.

—Oye, escucharon que participé en el guión de El Autor y me hablaron de un guión para una película de terror; si te interesa, puedo recomendarte para que trabajemos juntas.

—¡Sí!... —exclamo emocionada—. Digo, cuando tengas detalles, avísame —finjo un tono relajado de gente importante.

—Yo te aviso —se ríe—. Una de terror es algo que me encantaría escribir contigo.

—Ya te extrañaba, Jane.

—Lo sé. Por cierto, ya leí tu libro de cuentos, el que publicaste antes de El Autor. Al final me sentí muy orgullosa de que la mente detrás de esas historias sea mi amiga.

—¡Aw, Jane me dijo algo bonito!

Después de un rato de plática, me disculpo con Jane por quitarle el tiempo.

—Si no eras tú, igual iba a procrastinar con otra cosa; mejor contigo.

—Nos vemos pronto —me despido con un abrazo—. Pórtate bien.

—Tú pórtate mal... y me cuentas, porque soy una morbosa —bromea.

...

Michael me lleva de nuevo a casa; pero me extraña que Bill no haya enviado mensajes a ninguno de los dos, aunque Guillermo nos dijo que él había vuelto a casa. Al llegar, Voorhees entra primero y llama a Bill: escuchamos su voz en la habitación.

—Aquí estoy. ¡Todo bien!

Cuando lo escuchamos, le agradezco a Michael para que vaya a casa con su familia.

—Un segundo —me señala para que me quede quieta en la sala; él avanza a la recámara, la abre, intercambia un saludo con Bill y regresa—. Todo bien. Ahora sí, hasta mañana, señorita. Que descansen —se despide amable antes de salir.

Yo camino hacia la habitación, donde veo a Bill sentado en el sillón que está cerca de la puerta de cristal. Él me mira como si ocultara algo, pero no puede evitar sonreír.

—¿Qué tienes, Bill?

—Nada.

—Estás muy sospechoso —le sonrío con los ojos entrecerrados.

—Creo que encontré al culpable del desastre en el jardín.

—¿Mapache?

Él niega rotundamente, me preocupa que sí haya sido una persona. Pero él me mira con una sonrisa y pone su mano atrás de su espalda para empujar algo que escondía: un gatito se asoma a su lado.

—¡Aw, Bill! —Dejo caer mi mochila, e inmediatamente doy unos pasos hacia él; me siento en el piso sobre mis rodillas para ver al minino y acariciarlo. —¡Qué bonito es!, ¿de dónde salió?

—Lo encontré entre los botes de basura, buscando comida. —Bill también lo acaricia, aunque su mano cubre al gato prácticamente por completo. —Le di algo de leche y lo llevé al veterinario. Me dijeron que tiene como tres meses de edad. Lo desparasitaron y vacunaron. Me preguntaron si quería que lo pusieran en adopción, pero les dije: «creo que a mi novia le gustaría quedárselo». ¿Hice bien?, ¿te lo quieres quedar?

Lo miro mientras me cuenta la anécdota que despeja muchas dudas, no sólo las que tienen que ver con el gato. Le sonrío y lo abrazo; él me toma por el torso para levantarme y sentarme en sus piernas sin soltarme.

—Sí quiero.

—Me imaginé que sí —dice antes de darme un beso tierno en los labios, mientras me sostiene por la cintura.

El gatito se frota contra nosotros y sube sus patitas delanteras sobre la pierna de Bill.

—Me dijeron que es macho, y que probablemente era el más débil de su camada, porque está bajo de peso. Míralo. —Lo toma con una mano, cargándolo como si nada.

—Eso no cuenta, también me cargas así a mí —me mofo de mí misma y agarro al gatito.

—Yo creo que es un animal party y de hecho estaba haciendo una fiesta en nuestro jardín; luego, las cosas se salieron de control y tiró la basura —se inventa Bill.

—Escribe un cuento de eso —río por su imaginación. Me gusta cuando se inventa esas cosas. Él me sonríe y me da un beso más en la mejilla. Es tan dulce.

—Ponle un nombre.

Repaso en mi mente varias opciones, hasta que una salta en mi memoria.

—Orfeo. —Bill me cuestiona con la mirada.

—Como el perro del libro que me regalaste. —Yo asiento. —Me gusta. Y si se me olvida, le puedo decir Oreo —bromea, aunque estoy segura de que los dos lo haremos más de una vez.


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Hola de nuevo. Siento haber desaparecido, estas semanas han sido complicadas. Espero que les haya gustado el capítulo, y ojalá puedan dejar su estrellita si así fue 💖 Ya sé que quieren el sin respeto, pero les aseguro que será pronto y que lo van a amar 😏, me cambio el nombre si no.

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