0. El Autor 📝
No sé si son sus extraños y enormes ojos verdes, o sus labios rosas, o la forma en que mueve las manos mientras habla... tal vez, debe ser cómo sus palabras parecen corretearse y detenerse en seco, haciendo que se traslapen entre ellas como en un colapso. Quizá si desaliñamos su cabello...
...
Él no era un tipo que hubiera disfrutado alguna vez de tener que aparentar; de niño fue muy rebelde ante los constantes deseos de sus padres por llevarlo a reuniones de negocios, en las que tenía prohibido manchar su ropa.
—¡Compórtate! Ya no eres un bebé. Esta empresa será tuya un día y estoy harto de tus estupideces —le insistía su progenitor al menos dos veces al día, mientras lo tomaba del brazo y lo agitaba como a un trapo, para después fingir con sus colegas que no estaba molesto, y que era el padre más amoroso con su hijo de seis años. Tener que recurrir a estas fiestas le recordaba esos tiempos.
—Fredderick, qué gusto que te hayas presentado. Me gustaría que conocieras a alguien.
El pobre hombre, sonriente, caminaba de un lado a otro, a dondequiera que los anfitriones lo guiaban. Su carácter amable, dócil, contrastaba con su gran altura; y su aspecto sereno podía ser interrumpido por una sonrisa que atraía a cualquiera... a cualquiera.
—Estoy harto de que me digan qué hacer —pensaba todas las noches... Estoy harto de que me digan qué pensar, cómo actuar, cómo debo ser. Me siento frente al escritorio para componer esas leyendas que me liberan de mi rutina estúpida, de mis días rodeado de vanidad. Escribir siempre fue como respirar sin el lazo de mis supuestas obligaciones; estar atado a ellas me mantuvo quieto por más de dos décadas.
—Escúchame bien, Fredderick. Vuelve a desairarme frente a mis colegas y te juro que vas a desear no haber nacido —me amenazaba después de una golpiza a los quince años, después de haber externado, a través de una mirada, que no quería una reunión con la hija de su inversionista, esa chica que había visto en otras fiestas, disfrutando de los bailes. Ni a ella le gustaba yo, ni ella a mí, eso era una barbarie.
—Joven, debería dejar de retar así a su padre —intentaba convencerme Alice, mientras limpiaba mi labio roto y ponía agua helada en mi pómulo. Era lo más cercano que tenía a una madre; pues la mía se rendía fácilmente a los deseos y actitudes de su esposo. —Admiro su fortaleza; pero un día usted será dueño de todo y tendrá que asumir el cargo.
—Puedo hacerlo sin necesidad de convertirme en alguien que no soy.
Alice me sonreía y me cuidaba, me daba un abrazo cuando lo necesitaba. Pero era una anciana ya. Murió enferma cuando cumplí los 17. Fue entonces que todo empeoró.
Sin la única persona por la que me sentía querido y a la que podía decir que apreciaba, empecé a usar las reuniones de la empresa familiar para provocar a mi padre. Escapaba en el momento del baile, con alguna mujer que se me acercara y pasaba con ella una hora o dos, oculto de todos en la fiesta. Todas eran mujeres mayores que yo, esposas de los amigos de mi padre, hombres que las habían descuidado e incluso maltratado. Creo que con el tiempo comenzaron a sospechar de mí, pero nunca se atrevieron a tener la certeza. Yo los miraba con la copa entre los dedos y la levantaba hacia ellos burlonamente, como haciendo un brindis. Qué mal habrían quedado ante el mundo si alguien como yo, tan poca cosa, les hubiera quitado a sus esposas. De hecho, su paranoia y mala consciencia los engañaron más que mis acciones o las de ellas, pues no me acosté con ninguna... por un tiempo.
—¡Ah, Fredderick! ¡Ah, sí! —gemían mi nombre en alguna de las habitaciones más alejadas, en medio del ruido del piano y las cuerdas, de las risas y charlas monótonas. Llevaban mis manos por sus cuerpos y tocaban el mío, llevadas por el deseo.
Mi padre también lo sospechaba, pero conforme crecía, lo acongojaba más la idea de que algo así se hiciera público: que su heredero único fuera el amante de muchas. Y yo ni siquiera lo hacía por placer, lo hacía más por venganza. Hasta que ella apareció. Charlotte tenía una presencia que no todos notaban; era como un fantasma que te juzgaba a la distancia con su mirada moral. Comencé a sentir cómo me veía mientras yo me servía ponche, mientras reía con Lady noséqué, o mientras subía las escaleras entre las sombras con Lady nosécómo.
—¿Por qué siempre que me siento observado está usted? —le pregunté un día al acercarme a ella en la chimenea. Ella me despreció con la mirada como si estuviera loco y se alejó de mí.
—¿Sabe que todos hablan de usted?, un día terminará con un agujero entre los ojos si sigue jugando con fuego, señor —me advirtió en una ocasión distinta—. Sir Ducaine está planeándolo ya. Lo dijo en una cena con mi padre.
—Sir Ducaine no puede ni mantenerse en pie.
—No necesita los pies para darle un tiro. Tiene buena puntería aun sentado.
—Según su esposa, yo tengo mejor puntería —sonreí con descaro.
—No tiene vergüenza.
—¿Puedo saber por qué ha tenido la gentileza de darme semejante aviso?
—Alice me habló de ti. Era amiga de mi mucama. Era tan dulce y te quería tanto. Por su memoria, no quisiera que terminaras así. Ella no lo querría.
En cada reunión, sumábamos un par de intercambios más a nuestro diálogo, hasta que pronto empezamos a pasar sonriendo toda la velada, hablando de todo y de nada. Su compañía me mantenía lo suficientemente ocupado como para alejarme de todas esas esposas, que me veían con suspiros, añorando el pasado.
Cada semana, Charlotte solía ir a mi casa, donde mis padres la recibían con gusto, con una actitud positiva que era rara en ellos, sobre todo en él. Salíamos a pasear a caballo o a caminar por las veredas. A ella le encantaban los naranjos, así que recogíamos unas cuantas frutas cuando pasábamos por ahí.
—Sir Ducaine me agradeció la semana pasada. Dice que te estoy enderezando.
—¿Acaso estaba torcido?
—Sabes a lo que se refieren.
—¿En plural?, ¿quiénes?
—Tu padre también lo dijo.
—¿Hablaste con él?, ¿qué te dijo?
—Yo no. Mi padre... Mi padre me quiere lejos de ti y se lo advirtió al tuyo.
—¿Por qué?
—Tú sabes por qué Fredderick. No puedes crearte esa fama y después fingir que nada pasó.
—No hice nada malo. Yo no las obligué. Ellas son mujeres maduras que quisieron buscarme.
—¡Eres un cínico!
—¿Vas a hacerle caso a tu padre?
—Ese secreto a voces... Él tiene razón. Si quiero un matrimonio con un buen hombre, no puedo seguir nuestra amistad.
—Charlotte...
Fue una de las últimas veces que hablé con ella, que ella me dirigió la palabra. Intenté buscarla varias veces, pero su padre había ordenado que todos me lo impidieran. Hasta que una tarde, pude interceptarla en un mercado en la plaza del condado.
—¡Fredderick!, ¿qué haces?, ¿qué quieres? —exclamó cuando la tomé del brazo y la metí entre las callejuelas.
—Hablar. ¿De verdad te importa tanto lo que dice tu padre?, ¿crees que soy una piedra en tu camino entre la sociedad?
—Fred...
—Te extraño, Lotte.
En ese momento, al verla tan dulce frente a mí, tuve la necesidad de pasar mi pulgar por su pómulo rosado. Algo me estaba pasando con Charlotte, que no había sentido antes.
—También te extraño —aceptó con una lágrima asomando en sus ojos. Me incliné hacia ella...
—¡Charlotte! —su madre logró encontrarnos cuando mis labios se acercaban a su rostro. La tomó por la muñeca y se la llevó sin dar más explicaciones.
...
—¡No puedo creerlo! ¡Por fin pude empezar a escribir esto! —celebro hablándome a mí misma. El Autor ahora tiene un rostro en mi mente y es más sencillo escribir así. Él es el Autor.
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