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El Ataúd

En la densa oscuridad, Jungkook no puede sentir ni escuchar nada.

Es como si estuviera flotando, suspendido en un inmenso vacío.

Se pregunta vagamente si esto es todo lo que hay después de la muerte. Pero el pensamiento no toma forma, porque realmente no puede concentrarse en nada.

Tampoco puede moverse, pero sabe que está comenzando a despertar.

Todo lo que hay es negrura. Pero no está asustado, al menos, no todavía. Quizá está un poco ansioso, pero el miedo aún no tiene lugar.

Porque ama a Yoongi, y confía en que pronto vendrá. Pronto estarán juntos, de una vez y para siempre.

|°•° ⚰️°•°|

─ Tu marido no te ama, niña. Tu marido ama a otro hombre; con tanta pasión, con tanta intensidad, que ese amor lo llevará a la muerte.

Las palabras de la bruja habían sido sobrias, lúgubres. Sana sintió un escalofrío cuando la escuchó, pero aun así, no le creyó.

Era una predicción absurda, totalmente descabellada. Y si bien Sana pudo haberse ofendido ante la insinuación de que su esposo fuera un... homosexual, sólo supo reírse de tan pintoresca ocurrencia.

Había visitado la costa con su padre, deambulando por el gran mercado del puerto en busca de perfumes importados, telas preciosas y joyería. Pero mientras su progenitor se entretenía charlando con un vendedor de pescado sobre el mal tiempo y las tormentas en alta mar, Sana siguió caminando sola bajo la fría y oscura noche costera. Fue así que, atraída por el aroma de los inciensos, llegó a la modesta carpa de la gitana.

Sana no creía en el destino ni en la predicción del futuro. Sólo creía en la biblia y en Dios. Su padre la había educado para ser una mujer de cultura, de negocios y de ciencia. Provenía de una familia de importantes mercaderes y era una de las pocas chicas en su pueblo que sabía leer y escribir.

Le había dado esa moneda a la exótica mujer meramente por curiosidad. Pedir que le leyeran el futuro sonaba interesante, como una experiencia divertida. La bruja era cautivante, hermosa, mística. Parecía un personaje de cuento con sus ropajes extraños, su piel morena y sus grandes ojos negros; Sana supuso que sin dudas sería una charlatana, pero una de las buenas: una actriz comprometida con su papel. Y luego de escuchar aquella predicción, se convenció de que así era.

Entonces dio las gracias, se levantó del cojín en el que estaba sentada, y se despidió de la gitana, creyendo firmemente que la mujer se había inventado la primera cosa que le pasó por la mente.

Sana no pensó más en la bruja por el resto del viaje. Su padre resolvió sus negocios, cenaron en una posada y durmieron con la ventana abierta para escuchar el arrullo de la marea en la distancia. Al amanecer siguiente, volvieron a su hogar.

Ambos estaban finalmente de regreso en el pueblo. Pero ahí en la sala de su casa, viendo a su suegra hecha un desastre de lágrimas y ojeras, Sana deseó no haber entrado nunca en esa maldita carpa.

─ Jungkook... J-Jungkook está m-muerto, querida ─balbuceó la señora Jeon, antes de romper a llorar de nuevo.

Sana sintió que todo su mundo se había destrozado, que el cuerpo no le respondía y que el tiempo había dejado de correr.

─ N-no. No es cierto. No es... no es posible. ¿C-cómo...?

─ Enfermó ─respondió el señor Jeon lóbregamente─. No sabemos de qué. Enfermó, y todo sucedió muy rápido. El doctor no pudo hacer nada. Apenas esta madrugada su corazón dejó de latir.

Hace dos noches, Jungkook estaba bien. Cuando se despidieron y Sana le anunció que viajaría a la costa con su padre, aún estaba bien. La había besado en la mejilla y habían charlado junto a la chimenea. ¿Cómo podía haberse enfermado fatalmente en cuestión de dos días? ¿Cómo podía estar muerto ahora, tan joven, con solo 19 años cumplidos y toda una vida por delante?

Acababan de casarse dos meses atrás. Sus padres habían acordado el matrimonio por conveniencia, desde luego, pero Sana realmente se había enamorado y estaba llena de ilusiones. La ceremonia había sido preciosa, y Sana se sentía lista para construir un futuro junto a Jungkook; un hogar, una familia.

Pero ya era imposible. Todo se destrozó.

Jungkook estaba muerto.

Y Sana tenía un dolor tan profundo que también deseaba morir.

No quería verlo. No quería enfrentarlo. No quería abrir el féretro que estaba en el centro de la sala, rodeado de flores y velas y en cuyo interior descansaba su amado.

No quería. Pero lo hizo. Entonces, finalmente se quebró, cuando vio a Jungkook inmóvil, con la mortaja doblada hasta su pecho. Un pañuelo amarraba su mandíbula firmemente y tenía las manos cruzadas sobre sus clavículas. Estaba pálido, pero no rígido. Sus ojos yacían cerrados suavemente, y se veía en paz, como si solo estuviera durmiendo.

Esa misma tarde, cuando el crepúsculo decoró los cielos, la procesión fúnebre llegó al cementerio y Jungkook fue enterrado con las debidas ceremonias.

El ataúd fue depositado a poca profundidad, así que no fue un proceso tardado. Cuando la tierra cubrió la caja, Sana se derrumbó en el suelo y se abrazó a la lápida recién colocada. El dolor la estaba consumiendo, un dolor arrollador, devastador, incontrolable.

El dolor enceguece y envenena. Se esparce como una plaga por todo el cuerpo y se apodera de la voluntad, llevando a muchas personas a perder la razón.

Justo esto le sucedió a Sana, que desconsolada, enloquecida de dolor y de incertidumbre, se dispuso a investigar, convencida de que la predicción de la bruja y el fallecimiento de su esposo no podían ser sucesos ocurridos por coincidencia.

Sana irrumpió en el estudio de Jungkook. Rebuscó en cada cajón y leyó cuidadosamente cada nota, cada agenda, cada documento.

"... Sus palabras en la última carta me halagan inmensamente. El tiempo que hemos compartido me ha resultado maravilloso, y su persona, así como la de su padre, son figuras que tienen todo mi respeto y estima.

Sin embargo, le insisto una vez más en que no deberíamos volver a vernos. No es bueno que pase su tiempo junto a mí. No es bueno que alimente mis retorcidas fantasías. Soy un pecador, mi joven señor; aléjese de mí..."

Lo que Sana descubrió, la dejó helada.

"... Sé muy bien que esta pasión que crece en mi interior es incorrecta, pero ya no puedo eludirla. Llevo muchas noches intentando dejar de pensar en usted: en su risa cantarina, en el azabache de sus cabellos, en el cálido tacto de su mano entre las mías y en los millones de estrellas que sus ojos me reflejan.

Pero no puedo, Jungkook. No puedo..."

Con cada palabra que leía, el corazón de Sana sangraba un poco más. La cruda verdad era punzante, como una daga fría.

"Creo que lo amo, mi querido joven señor.

Sí. Así como lo lee. Lo amo a usted, que es un hombre.

Ahora que conoce mi asquerosa naturaleza, estoy seguro de que dejará de frecuentarme definitivamente.

Bien, pues, hágalo. Aléjese de mí.

Aléjese de este desgraciado hombre solitario que ha encontrado en su charla un refigio y en su compañía una obsesión. Aléjese, se lo ruego, para que pueda olvidarme de usted y que el pecado deje de crecer.

Aléjese. Líbreme de este suplicio".

Todas las cartas tenían siempre la misma firma: Min Yoongi. Sana lo conocía, era un socio de su padre y de sus suegros, que le doblaba la edad a ella y a Jungkook. Era propietario de cinco barcos, y era un erudito que comerciaba especialmente con obras de arte, reliquias y artesanías de todo el mundo.

Al parecer, el intercambio epistolar entre Jungkook y Yoongi había comenzado desde el año anterior. Sana leyó y leyó, descubriendo poco a poco aquella historia de dos amantes imposibles que se habían mantenido en las sombras.

"Nuestro último encuentro aún me parece irreal; casi como si hubiera sido un sueño.

No puedo creer lo que hemos hecho. No puedo creer que usted me corresponde y que ha aceptado iniciar esta locura conmigo.

Mi joven amado, estoy emocionado. Ya no tengo miedo, ni de las consecuencias, ni de Dios, ni de nada. Lo que mas me temía era que me despreciaras, pero ya veo que no es así. Si decides tomar los riesgos conmigo, entonces eso haremos. Valdrá la pena.

Ya puedo dormir tranquilo, porque mis sentimientos no me atormentan. Ahora el recuerdo de tus labios se siente correcto, me relaja, y puedo evocarlo cuando la angustia me..."

Sana no quería seguir leyendo; cada oración la lastimaba más que la anterior. Pero no podía parar. Necesitaba descubrir cada detalle, desentrañar cada secreto.

Las fechas de las cartas se iban haciendo cada vez más recientes.

"...Sé que hemos hablado de escapar en numerosas ocasiones. Y sé que aún no quieres alejarte de tu familia, lo comprendo.

Pero el tiempo se nos agota, y el día de tu boda se acerca.

Mi querido amor, por favor, vayámonos rápido. Ya he conocido a esa mujer que tus padres han escogido y es hermosa. No quiero compartirte con ella, ni que te toque, ni que te vea, ni que crea que puedes pertenecerle..."

Sana comprendió con gran pesar que, para la fecha de su boda, Jungkook no la amaba. Nunca la amó.

Jungkook se casó con ella estando enamorado perdidamente de Min Yoongi.

La muerte no había arrancado a Jungkook de sus brazos. Jungkook, simplemente, nunca había sido de ella. Eso era todavía más doloroso.

Y deshonroso.

Entonces volvieron a Sana las palabras de la bruja. La maldita predicción. Eso que le había sonado tan descabellado, resultó ser completamente verdad.

"Tu marido no te ama, niña. Tu marido ama a otro hombre..."

Sana se sentía humillada, ridícula. Porque su gran amor había sido únicamente una farsa, un cuento de hadas con el que sólo ella soñaba.

Pero detuvo su llanto al percatarse de algo importante: si la bruja tuvo razón, eso significaba que... la otra parte de la predicción también tenía que ser verdad.

"...ese amor lo llevará a la muerte".

No entendía cómo. Pero estaba segura de que Jungkook había muerto por culpa de Min Yoongi.

Quizás el hombre, en sus celos hacia ella, y ante las negativas de Jungkook sobre escaparse con él, quizás y solo quizás, Yoongi lo había matado.

Pudo haberlo envenenado. Pudo haberlo contagiado personalmente de esa misteriosa enfermedad que le arrebató la vida. Pudo haberle dado comida contaminada, o incluso pudo haberlo maldecido.

O quizás había sido Dios. Sí, eso también sonaba razonable para Sana.

El amor pecaminoso entre dos hombres pudo heber enfurecido a Dios, y este castigó a Jungkook, en consecuencia, con aquella enfermedad mortal.

Sana ya no pensaba con claridad. Estaba triste, furiosa y confundida. Sentía el apremiante deseo de vengarse, porque en su interior tenía un odio inmenso hacia Min Yoongi.

Fue su culpa pensaba─; él lo mató. Decía amarlo, amarlo más que yo. Pero no es cierto, no lo amaba. Lo mató.

Sana realizó sus acciones siguientes estando medio inconsciente de su propio cuerpo.

No se dió cuenta de en qué momento tomó un filoso cuchillo de la cocina; ni en qué momento salió de su casa y se subió a una carroza. Ni siquiera podría recordar cuáles fueron las indicaciones que le dió al cochero.

Debía pasar de media noche cuando llegó a casa de Min Yoongi.

Aún en un estado de extraño sonambulismo, Sana tocó la puerta bruscamente.

─ ¿Quién es? ─ se escuchó un grito al otro lado. Yoongi sonaba apurado y ciertamente molesto de haber sido inoportunado.

Sana no habló. Volvió a golpear la puerta de forma violenta.

─ Oiga, oiga. No haga eso. Ya voy.

Sana escuchó los pasos acercarse. Luego el pomo giró un poco y después...

─ ¿Qué se le ofrece, señorita? Ya es muy tard-...

─ Él era solo un niño. Un niño que tenía toda la vida por delante. Un niño tonto y enamorado, igual que yo.

─ ¿Qué? ─preguntó Yoongi, confundido─ ¿De qué me habla usted?

Sana rió amargamente.

─ Usted... usted engatusó a un chico de la mitad de su edad. Lo manipuló y l-lo llevó a la muerte.

Yoongi apenas comenzaba a reconocer el rostro de Sana, pero no tuvo tiempo de hacer más preguntas. Ella le clavó el cuchillo en el costado del torso antes de siquiera dejarlo meditar su presencia.

Lo apuñaló una, dos, tres veces. Una y otra, y otra, y otra. Hasta que Yoongi se desplomó sobre la alfombra de su entrada, inerte, y Sana supo que estaba muerto.

La sangre estaba por todas partes. El suelo y el marco de la puerta estaban prácticamente encharcados. La chica tenía el rostro, la ropa y las manos escurriendo del mismo carmesí.

Sana arrastró el cuerpo de Yoongi al interior de la vivienda y cerró la puerta. Para su fortuna, Yoongi no había gritado. Apenas se le habían escapado un par de jadeos de dolor, pero nada escandaloso que alertara a los vecinos o a otras personas que hubiera al interior de la casa.

De cualquier manera, al parecer no había nadie. Yoongi vivía solo, no tenía ni siquiera servidumbre. Su casa estaba vacía y parcialmente a oscuras. Sólo había una lámpara de aceite encendida que titilaba sobre la mesa del comedor.

Mientras Sana inspeccionaba, se percató de esa única luz. Supuso que Yoongi había estado ahí, sentado a la mesa, cuando ella llegó.

Sin poder evitarlo, avanzó con pasos torpes hasta ese lugar. En la mesa encontró documentos: Lo más llamativo fue un bonche de cartas que Sana supo inmediatamente fueron enviadas por Jungkook. Las tomó y se las guardó atorándolas en el corsé de su vestido para no mancharlas de sangre. Quería leerlas en cuanto llegara a casa, quizá por morbo, o quizá por otra razón totalmente diferente, no lo sabía; pero ya que había leído todas las cartas de Yoongi dirigidas a Jungkook, sentía la necesidad apremiante de leer el complemento de esa correspondencia.

En la mesa también había un pasaporte, cheques y evidencias de transferencias bancarias. Al parecer, Yoongi planeaba irse lejos, quizá salir del país.

Fue entonces cuando la chica notó que había maletas ya preparadas a un costado, junto a la pared. Sana pensó con gracia que Yoongi ya no podría ir a ninguna parte, más que a la tumba, porque después de todo, ella lo acababa de matar.

Si, ella lo mató.

Lo mató. Mató a un hombre.

Y estaba llena de su sangre.

Soy una asesina.

Al ser consciente de este hecho, Sana pudo recobrar la consciencia y el dominio de sus acciones. Había despertado de ese estado disociado en el que se había sumergido debido al dolor y a la rabia.

Gritó horrorizada, mirándose las manos; mirando el camino de sangre que iba dejando con cada paso y mirando, finalmente, al cadáver de Yoongi tendido en el recibidor.

Salió de esa casa en la que era una intrusa, y corrió bajo la helada noche, sin poder creer lo que acababa de hacer.

Había cometido el más cruel y el peor de todos los pecados. La culpa reemplazó al dolor e inundó su corazón. Ya sólo podía sentir arrepentimiento, así que comenzó a llorar.

Lloraba descontroladamente, sintiendo miedo de lo que ocurriría al amanecer, cuando su crimen fuera descubierto. Tenía miedo de ser condenada por las leyes de los hombres y de ser castigada por el juicio de Dios. Pero sobre todo, tenía miedo de sí misma, de la negrura de su alma, de su propia maldad.

Las lágrimas se secaban con el soplo helado del viento en su carrera. El aire le cortaba el rostro, y su respiración también era dolorosa. Seguía corriendo, imparable, aún cuando sus piernas se estaban entumiendo y sus pies trastabillaban cada vez más.

Sus rodillas ardieron cuando se dejó caer ante la tumba de Jungkook. No supo cómo había llegado hasta el cementerio, pero ahí estaba. Lloraba, lloraba. Pedía perdón una y otra vez tanto a su esposo como a Dios por el pecado espantoso que acababa de cometer.

Se golpeaba a sí misma en el pecho, se rasguñaba la cara y jalaba sus cabellos. Estaba enmedio de un ataque de pánico, totalmente fuera de control.

Decía: "Lo siento, querido. Lo siento, lo siento".

Porque había matado al amor de su amor. Y estaba segura de que Jungkook, dondequiera que estuviera, jamás la perdonaría por eso.

La penumbra retumbó cuando el primer rayo iluminó el terrible cielo. Comenzó a llover violentamente, y Sana solo pudo tener más miedo, creyendo que eso era una señal de que tanto Jungkook como Dios estaban furiosos.

Sana se volvió un desastre, estaba enloquecida. Su rostro lloroso hipaba y se estremecía. Las gotas de lluvia escurrían por sus mejillas y dibujaban surcos entre las manchas de sangre y tierra.

Tierra de la tumba de Jungkook.

En su delirio, Sana creyó sentir esa tierra, bajo su cuerpo, removerse. Creyó sentir la tumba de su marido temblar, agitarse.

Estaba completamente aterrada.

Se hizo un ovillo ahí mismo. Abrazó su propio cuerpo y se acurrucó, cerrando los ojos.

Estaba agotada, quería dormir.

Pero el terror no abandonó su mente, aún cuando cayó rendida.

Entre sueños, seguía viendo el cuerpo ensangrentado de Yoongi. Esa expresión de puro terror que puso el hombre cuando se dio cuenta de que había recibido la primera puñalada. El cuchillo. El féretro de Jungkook. La tierra removiendose en la tumba. La gitana, la predicción. Las cartas, y todas esas palabras de amor que no iban dirigidas a ella.

Escuchaba los truenos y seguía temblando bajo el azote de la lluvia.

Así pasó la noche, deambulando, medio dormida, medio despierta, en la oscuridad de su arrepentimiento.

En esa oscuridad, vagamente, podía escuchar la voz de su esposo.

Jungkook gritaba desesperado, pedía ayuda. Sus gritos se percibían amortiguados, como si Jungkook estuviera hundiéndose en las profundidades de un mar infinito y negro.

Sana soñó que lo veía, mientras él se hundía despacio en el agua; muy despacio, luchando por nadar a la superficie, hasta ahogarse.

|°•° ⚰️°•°|

Cuando Sana despertó, aún era de madrugada. El sol todavía no salía, pero había dejado de llover. La luna se asomaba de entre las nubes casi tímidamente, y las estrellas resplandecían como alfileres clavados en el espeso cielo gris. 

La tierra húmeda no se hizo lodo gracias a la gravilla; y el resultado era casi suave, como arena. Sana había encontrado cómodo recostar su mejilla directamente en el suelo poroso, y por un breve momento creyó que estaba sobre una esponjosa almohada.

Tuvo la impresión de que todo había sido sólo una pesadilla.

Por desgracia, cuando notó que no estaba en su cama, sino en el cementerio, la ilusión se desvaneció y le cayó sobre los hombros todo el peso de la realidad.

Cada espantoso detalle del día anterior había sido real: Jungkook enamorado de otro hombre. Jungkook muerto. Y ella misma, Sana, convertida en una asesina.

Volvió a llorrar, pero esta vez no había histeria ni terror en su dolor. El dolor simplemente fue dolor, y se sintió tan devastador, que Sana creyó que su corazón explotaría.

Sus sucias manos tocaron la lápida de Jungkook, acariciando cada letra su nombre solemnemente. Ella seguía repitiendo las palabras: Perdón, Lo siento, Perdóname.

Y mientras amanecía, recordó de pronto que había robado algo de la casa de Yoongi.

Sacó de su corsé las cartas de amor de Jungkook para Min. Quería leerlas, en parte para castigarse a sí misma, en parte para añorar a su amado.

Los sobres estaban sucios de sangre en la superficie. Pero se salvaron de la lluvia y no se habían deshecho.

Sana prosiguió, pues, carta por carta. Leyó de la más antigua a la más reciente. Con cada una de ellas, seguía creciendo su culpa. Pero no se detuvo por más que el pecho le doliera.

"...Mi querido señor Min, yo también lo amo...."

"...Podría pasarme la vida entera hablando con usted, hyung. Solo usted me entiende y me escucha de verdad. Cuando estamos juntos, siento que soy libre..."

"...Escaparemos, mi amor, te prometo que escaparemos. Es solo cuestión de tiempo y entonces podremos irnos lejos. Sólo seremos tú y yo, para siempre".

Oh, desdicha, ¿por qué el amor es tan injusto? ¿Por qué el destino se burla tan cruelmente de los pobres mortales que caen enamorados?

Sana supo que estaba a punto de descubrir algo terrible cuando desdobló la última carta. Tenía la fecha en que ella había iniciado el viaje con su padre, así que muy probablemente sería la última cosa que Jungkook había escrito antes de morir.

Sintió un escalofrío.

No estaba lista para enfrentar lo que decía ese papel. Nunca, ni en mil vidas, hubiera estado lista.

"...No lo entiendes. No puedo irme así como así, hyung. No puedo abandonar a mi esposa.

Sana me ama, me doy cuenta. Es tan noble, tan cariñosa, y me ama con toda su alma. No puedo darle la espalda. Si un día sencillamente salgo de casa y nunca vuelvo, sé que la voy a destrozar. No quiero eso. No podré ser feliz contigo si cargo con la culpa de haberla abandonado y deshonrado.

Pero no te confundas. Estoy cansado de que tus celos me reclamen con respecto a ella, cuando sabes perfectamente que no es su culpa que su familia la haya obligado a casarse conmigo. Sana nunca tuvo voz ni voto para ninguna cosa en la vida, y si me voy, no solo le romperé el corazón, sino que será repudiada por sus propios padres, y nunca podrá volver a casarse. Será vista solo como una «dejada», como una mujer «usada y desechada». ¿Acaso no te das cuenta? Será desgraciada el resto de su vida.

Pero he pensado mucho en esto ultimamente. Y creo que tengo la solución..."

El pecho de Sana retumbaba frenético. Estaba temerosa de continuar, pero contuvo la respiración y siguió leyendo:

"...Ayúdame a fingir mi muerte, Yoongi.

Una viuda siempre es mejor vista que una «dejada». Y si yo muero, mi recuerdo se enterrará, así como nuestra historia, y ni Sana ni nadie tendrá que descubrirla nunca.

He hablado con un amigo mío sobre una hierba de las Indias que si se consume, provoca una parálisis muy larga (Es Jimin, ¿lo recuerdas? el biólogo que te obsequió valeriana). La droga se prepara como si fuera una infusión, y produce mucho sueño. Cuando una persona bajo sus efectos se toma una siesta, todos sus procesos metabólicos se hacen lentos: la respiración se vuelve prácticamente imperceptible, y el pulso se puede reducir hasta a dos latidos por minuto (¿no es asombroso?); por la reducción de la circulación, incluso la piel pierde color. Si me tomo esta cosa, ningún médico de por aquí podrá tomar mis signos vitales: me dará por muerto.

Podemos construir la mentira perfecta, mi amor. Incluso puedo tomar otra droga un par de días antes: una de esas que producen fiebre y vómitos, para que crean que he enfermado. El último día me tomo la droga paralizante, ¡Et voilà! entonces dejaremos que me entierren.

Tú vas a sacarme, por supuesto. En la noche, cuando no haya nadie en el cementerio. Confío en que me sacarás antes de que los efectos de la droga pasen (dura aproximadamente veinte horas). Y espero que así sea, porque lo que menos quiero es despertar dentro de un ataúd. Me dará claustrofobia, te lo advierto. Además, mientras esté paralizado respiraré muy poco, pero al despertar realmente necesitaré aire y no se cuanto tiempo pueda aguantar allá abajo antes de que sea peligroso.

Luego de eso, podremos irnos muy, muy lejos. Viajaremos hacia..."

Sana ya no pudo seguir leyendo a través de las lágrimas. Se levantó de un salto, casi tropezando en el proceso, y corrió a buscar algo que le pudiera ser útil.

Encontró, a unos metros de distancia, una pala. La tomó a prisa y corrió ansiosa por la colina de regreso a la tumba de Jungkook, esperando que fuera suficiente tanto para desenterrarlo como para ayudarse a reventar los cerrojos del féretro.

Sana cavó como una desquiciada hasta que el ataúd fue visible entre la tierra. Luego golpeó los costados de la caja usando la pala. Efectivamente, pudo deshacerse de los cerrojos.

Con las manos temblando, levantó la tapa velozmente.

Pero un grito desgarrador fue todo lo que pudo soltar cuando vió lo que había adentro.

El cuerpo de Jungkook estaba rígido, su piel era gris. Tenía los ojos y la boca abiertos, en una expresión de espanto que Sana nunca podría olvidar. Sus manos estaban encrispadas, los dedos como garras, llenos de sangre. Se había descarnado todas las uñas en su lucha desesperada por abrir el ataúd.

Jungkook estaba, en ese momento, auténticamente muerto.

Se había ahogado, porque su amado nunca llegó a desenterrarlo.

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