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Unas horas después, Werner, Ari y Solveig llegaron de regreso a su casa.
El primero en recibirlos fue el nokk que tenían de mascota, Susto, que estaba afuera del barco hundido, vigilando su regreso, en la forma de un tiburón. Este espíritu que podía tomar la forma de diferentes seres vivos usualmente se escondía pero cuidaba mucho de Ari, aunque él no sabía por qué. Por eso, cuando volvieron, Susto se acercó rápidamente al tritón, muy alegre por verlo, aunque no por mucho tiempo, ya que Solveig se lanzó sobre Susto para jugar con él, por lo que el nokk salió huyendo de regreso al interior de la casa.
—¡¿Por qué a Susto no le gusta jugar?! — se quejó la sirenita.
—Eso es culpa de tus tíos, lo dejaron traumado de acercarse a los niños y niñas – respondió Ari, riendo levemente mientras tomaba de la manita a Solveig, y entraron también al barco hundido, seguidos por Werner.
Ya al interior, la pequeña buscó rápidamente a su mamá, pero primero encontró a Delph, quien al verla, la abrazó traviesamente preguntando: —¿Cómo te fue? ¿cuándo vas a poder convertir en sapitos a Vanja y Esir?
Vanja y Esir eran los hijos de los reyes humanos de Toivonpaikka, y aunque a Solveig no le gustaban, Delph sí jugaba con ellos cuando Anémona y Ari los llevaban a visitar la isla. Evidentemente, Delph creía en muchas de las historias que aquellos niños le contaron, pero no era extraño, ya que las que su papá le cantaba sí trataban de hechos verdaderos.
Riéndose por la sorpresa, la pequeña respondió: —No sé, el tío Google no se convenció y no me quería enseñar, pero una señora lo convenció, así que voy a hacer otro tipo de magia mientras crezco más.
—¿Otro tipo de magia? ¿Cómo? — preguntó Delph.
—Ya verás, pero ¿dónde está mamá?
Antes de que el mayor respondiera, Anémona salió de una habitación, y también abrazó por sorpresa a su pequeña, que gritó un momento, pero enseguida se hizo bolita entre los brazos de su mamá.
—¿Lograste convencer al tío Google? — preguntó Anémona, mientras Delph también se unía al abrazo.
—Algo así, me va a enseñar otro tipo de magia que no es como la del señor A. Brah — repitió Solveig, interrumpiéndola esta vez que su papá también llegó a abrazarlos, por lo que protestó a los pocos instantes: —¡No puedo respirar!
Los tres mayores la soltaron entonces, y antes de que llegase alguien más, ya que a sus abuelitos y tíos también les gustaba abrazarla, explicó emocionada: —Puedo hacer dibujos y simbolitos para poner hechizos en donde quiera, pero tengo que practicar para que me salgan bien y funcionen. Y cuando termine de aprenderlos, voy a poder hacer otras clases de magia.
—¿Magia con runas? Eso es increíble, estoy segura de que lo harás excelente — la animó Anémona. La sirenita movió sus aletitas emocionada y dijo: —Sííí, voy a empezar a practicar ahora —, y nadó rápidamente para buscar en el sótano objetos en los cuáles practicar.
Delph abrazó a Ari, pues aunque no se habían ido por muchas horas, lo extrañó mucho. Él respondió al abrazo tranquilamente y miró a Anémona inquisitivamente, por lo que ella sonrió y contestó: —Todos estuvimos ocupados con Ina y Viggo, estuvieron muy inquietos, tardaron en dormirse. Sindri los está cuidando ahora, si es que no se durmió también.
Él rió suavemente y dijo: —Son nuestros bebés, no podían ser tan pacíficos aunque quisieran.
—Tienes toda la razón — confirmó Anémona, conteniendo una carcajada.
Ari se asomó a la habitación y vió a su hermano Sindri, cabeceando de sueño mientras cuidaba a los mellizos. Riendo suavemente, se dirigió a él: —Hermanito, vete a descansar, yo cuido a los bebés.
Sindri sacudió su cabeza para despertar y le sonrió a su hermano mayor: —Ah, no. Ya que estás aquí cuídanos a los tres.
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Con el transcurso de las semanas, Solveig trazaba sus runas sobre cualquier lado; en las maderas bajo la cama, en los caparazones que encontraba vacíos, cortando algas y acomodándolas dela forma que requería, incluso solo en el agua, pero pudo aprender rápidamente a reconocer las diferentes formas y funciones de cada uno de los símbolos, aunque para trazarlos bien tenía que ir más despacio de lo que quería. Sin embargo, incluso cundo pasaron meses y logró que las runas fueran legibles, todavía no podía hacer que funcionaran. Para ese momento, el tío Google ya se había ido de viaje, así que la sirenita tendría que esperar a que regresara para que le explicara cuál era el paso siguiente.
Mientras tanto, como ya se sentía segura de recordar las runas, dejó de hacerlas en todos lados y sólo las practicaba trazándolas en la arena o en el agua, dedicándose nuevamente a jugar y escuchar historias el resto del tiempo. Parecía que los días continuarían demasiado tranquilos hasta la vuelta del kraken".
—¿Y sí fue así? — preguntó uno de los niños más grandes.
—Al principio sí, pero ¿qué creen? — respondió el narrador.
Los pequeños comenzaron a especular, intrigados por tales palabras: —¿Apareció un villano malvado?
—Todavía no.
—¿Llegó un huracán muy fuerte como los que inundan las casas?
—Hmm, en realidad eso no afecta a los seres de las profundidades.
—¿Entonces... ehm... alguien se murió?
—Tampoco, ni que fuera novela de Wattpad.
Todos rieron a carcajadas. Pero en cuanto recobraron el aliento, una de las niñas pidió: —Bueno, díganos entonces qué pasó, señor.
El narrador prosiguió con la historia: —De acuerdo. Pues sucedió que por alguna razón, muchos animales comenzaron a aparecer heridos, con diferentes condiciones de gravedad, yendo desde rasguños a estar más muertos que vivos. Aunque, como en todos los ecosistemas, la implacable red de presas y depredadores causaba heridas y muertes, eso era algo rápido y cotidiano. Pero estas nuevas lesiones de los seres marinos fueron reconocidas rápidamente, sobre todo por Anémona, como infligidas por armas de los humanos.
Por supuesto, en Toivonpaikka había pescadores y marinos, pero éstos sabían perfectamente que no debían cazar por cazar, sino sólo tomar lo necesario para alimentarse. Muchos de los animales heridos no eran comestibles ni podían tener algún otro uso para los humanos, por lo que Anémona dedujo que eso era obra de gente proveniente de alguna otra nación.
Aunque hacía un tiempo atrás los habitantes de la isla tuvieron problemas con la nación de Heland, ubicada en el continente, tampoco parecía posible que ellos fueran los culpables, pues el rey de ese país había prometido no volver a causarle problemas contra los seres mágicos, con lo que los helaneses habían debido mantenerse alejado de la zona cercana a la isla. Así que Anémona decidió investigar qué país era culpable de tan malos tratos a la fauna marina, y durante varios días permaneció vigilando cerca de la superficie el paso de los barcos.
Por extraño que pudiera parecernos, cuando Ari y los niños acompañaban a Anémona en su guardia era en la noche, ya que durante las horas de sol corrían el riesgo de ser vistos más fácilmente por los navegantes. Gracias a su excelente oído y poderosas voces, no dependían de sus ojos por completo y la noche les daba la seguridad de camuflar los brillantes colores de sus escamas.
Sin embargo, una noche, o más bien madrugada, cerca del amanecer, sucedió que al notar que ya los cuatro pequeños estaban muy cansados, Ari los acomodó en sus brazos para llevarlos de vuelta a su casa. Anémona le ayudó, envolviendo a los bebés en su rebozo para que Ari los pudiera llevar en su espalda y sólo cargara en sus brazos a Delph y Solveig. Pero en ese momento, se escuchó un zumbido, lo que alertó a los dos adultos y despertó a la sirenita.
Anémona ordenó: —Ocúltense, iré a ver si ese sonido es lo que estoy pensando, — y nadó rápidamente hacia el sitio de donde provino el ruido, al tiempo que más zumbidos se unieron al primero, desvaneciéndose y volviendo a surgir veloz pero irregularmente, mientras Ari se ocultó con sus hijos, dirigiéndose al fondo.
Solveig se puso nerviosa con esta situación, y soltándose del brazo de su papá, nadó siguiendo a su mamá hacia aquel lugar de donde provenían los zumbidos.
Al menos esta vez no actualizé tan tarde 😅 me falta organizarme mejor.
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