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22

Al cabo de ocho meses, ya casi todos habían dejado de preocuparse por lo que habían olvidado. Hubo otras reuniones de hechiceros en distintas sedes, hubo tormentas y días de sol y arcoíris. Solveig era de los que todavía se preocupaba por tratar de recordar, sobre todo porque cuando podía hablar con Muntu o se visitaban, ambos empezaron a notar que Ahkona y Osun habían olvidado no sólo los sucesos del Alcázar del Pandemónium, también lo que sucedió en el día anterior.

Debido a esto, Muntu tomó una decisión bastante difícil: no les contaría que tenía un don para ver lo invisible y las ilusiones. Tal vez era un miedo infundado, pero él creía que si se los contaba, de alguna manera el villano que los había hecho olvidar se enteraría y perderían esa ventaja. Así que el asunto quedó como un secreto entre Muntu, Solveig y el tío Google.

Para el resto de la familia de Solveig, todo pareció ir en calma. Como no asistieron al juicio no habían sido afectados, pero por eso mismo tampoco podían saber qué era lo que había pasado.

Realmente, el más despreocupado, o más bien distraído, era Delph. Solveig siempre había sabido que la manera en que su mamá y papá se miraban uno al otro era diferente a como los miraban a ellos o a las demás personas. Ese mismo tipo de mirada la tenían sus abuelitos, sus tíos y muchas otras parejas. Ahora, su hermano estaba demasiado enamorado de Aren, se notaba que lo miraba de esa misma manera tan peculiar, y el híbrido, aunque a veces se quejaba, también lo veía de esa forma. La niña intentó acostumbrarse, pero ver a Delph todo el tiempo con esa actitud coqueta le estaba empezando a cansar.

Para su suerte, la pareja empezó a salir de la casa durante varias horas cada día, así que el tiempo que tenía que verlos disminuyó cómodamente. Incluso si cuando regresaban hacían ruido con sus risas o hablando de las cosas que habían visto o con Aren quejándose de cansancio, era un precio justo saber que la habían pasado bien estando lo suficientemente lejos de casa para no incomodar con ese flirteo incesante.

Era extraño cómo cambió todo desde que Aren apareció, ahora Delph era quien colmaba la paciencia de Solveig. Y más aún porque ella era la única incómoda con eso. A los demás les daba igual.

También durante ese tiempo, Ina y Viggo cumplieron ocho años, y aunque seguían siendo muy inquietos, también empezaron a formar su propio camino. Una noche, decidieron que debían inventar un sistema de escritura para no olvidar las historias que sus abuelos, padres, tíos y hermanos mayores les cantaban, pero también sentían curiosidad por los intentos de historias que Aren intentaba relatar, y que no era seguro que fueran verídicos. Así que comenzaron un proyecto bastante ambicioso, donde Ina se ocupó de inventar un lenguaje escrito para las historias de las sirenas, y Viggo creó uno para las historias que venían de otras especies."

—¿Como en el idioma japonés, donde el hiragana se usa para las palabras japonesas y el katakana para las palabras que se adaptaron desde otros idiomas? — interrumpió un niño, de los mayores de la audiencia.

—Exactamente, esa es una excelente comparación — respondió el narrador.

"Así que con respecto a los hermanos de Solveig, todo estaba bien. Incluso con Yngve las cosas mejoraron.

El ghoul de agua se pasaba casi todo el día desaparecido, pero había ratos en la noche en que llegaba aunque nadie lo llamara. No hacía nada, sólo escuchaba las historias; parecía que aunque extrañaba tener un hogar, no sabía cómo acercarse, ya que las interacciones de esta familia eran demasiado tranquilas e inocentes para lo que estaba acostumbrado.

Un día, Yngve, animado por las noticias sobre su hermanito Lura, que Aren le daba cada que iba a visitar Toivonpaikka, decidió ir a visitarlo.

Delph y Aren habían dejado al niño bajo el cuidado de Nilsa y Helge, los amigos y ex guardias del joven híbrido, así que visitaban la isla a menudo, y llevaron al ghoul a reencontrarse con él.

Por supuesto, Solveig no los acompañó. Se quedó en el barco hundido para seguir estudiando, aprovechando que habría un poco de tranquilidad. Pero después de un rato, notó que se le habían acabado los frascos opacos para las tinturas, así que sin pensarlo mucho, abrió un portal hasta el Alcázar del Pandemónium.

Se suponía que no debería haberlo hecho, apenas tenía catorce años y seguía siendo una aprendiz, así que ni debería nadar sola ni ir sin compañía al edificio. Sin embargo, no le importó; sólo iba por los frascos y regresaría a casa antes de que la notaran. Entró a la sala, buscó lo que necesitaba, lo metió en su bolso infinito y estaba por abrir el portal de vuelta, cuando notó algo que no estaba allí antes.

Al fondo de la habitación había una estatua bastante realista de un humano. Solveig estaba segura de dos cosas: era alguien que ya había visto en algún lado, y en realidad no era una estatua, sino una persona real. Su primer pensamiento fue tomar su espejo para probar el nuevo hechizo que estaba practicando, con el que se podía capturar una imagen como actualmente se hace con las fotos, y llevarla con el Kraken para preguntar quién era y si su deducción de que estaba embrujado era correcta. Mas se detuvo al recordar que había ido al Alcázar del Pandemónium sin avisar a nadie.

Respiró profundo y después de pensarlo mejor, volvió a su casa y buscó a su mamá.

Anémona estaba en el bosque de algas cerca del barco hundido, cortando las suficientes para que todos comieran más tarde. Ari y los mellizos también realizaban el mismo trabajo, aunque iban más lentos porque los pequeños se distraían jugando y entonces su papá tenía que cuidar que no se enredaran o se extraviaran entre las algas. También algunos de los hermanos de Ari ayudaban en la cosecha, pero estaban más lejos y la sirenita no les daba mucha atención.

Solveig nadó directamente hacia Anémona y le habló: —Mamá, acabo de descubrir algo, pero no sé cómo decírselo al tío Google.

La sirena prestó atención a su hija: —¿Qué sucede? Trataré de ayudarte.

Después de mirar a todos lados, la sirenita respondió en voz baja: —Fui al Alcázar del Pandemónium por algunos frascos para las pociones que estoy practicando, pero antes de volver descubrí que hay una estatua que antes no estaba allí, y estoy segura de que en realidad es una persona hechizada.

Anémona se sorprendió más de lo segundo que de lo primero: —Eso es extraño, pero tal vez... — su mente tardó sólo un segundo en armar el rompecabezas —Ese debe ser el hechicero de Kuivuuden maa.

Solveig parpadeó varias veces: —¿Entonces será que lo que no recordamos tiene qué ver con por qué es una estatua?

Anémona asintió con la cabeza: —Cuando era pequeña escuché que era uno de los castigos más fuertes para los hechiceros. Pero dudo que sea culpable. De otra manera, ¿por qué nos quitarían el recuerdo de lo que pasó ese día?

—Es cierto... ¿pero cómo se lo cuento al tío Google? — preguntó Solveig.

—Yo le diré, no te preocupes — respondió Anémona, dándole un beso en la frente. La pequeña hizo un pucherito cuando la vió alejarse, aunque sabía que su mamá no era alguien que perdiera el tiempo. Anémona sólo se detuvo a intercambiar unas palabras con Ari, y después de besarlo también, se fue a buscar al tío Google.

Solveig respiró hondo y regresó a su habitación, intentando concentrarse en continuar con sus pociones mágicas. Logró hacer una, pero como seguía inquieta, decidió dejar las demás para después. Pensó llamar a Muntu, pero no estaba segura de cómo lo tomaría él. Después de todo, los que habían hecho la mayoría de la investigación eran sus papás, y no lo recordaban. Decidió esperar a que el Kraken les dijera qué era mejor hacer.

La pequeña hechicera se tiró en la cama, esperando a que su mamá regresara. No tenía ganas de jugar ni de salir, ya que el nerviosismo era más grande. El tiempo parecía pasar muy lento, pero cuando ya se iba a dormir, escuchó un ruido que venía de la bola de cristal.

Se levantó rápido para contestar, feliz de ver que era Muntu quien la llamaba, pero también nerviosa por no saber si debía contarle su descubrimiento.

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