20
Después de guardar la bola de cristal, Muntu y Solveig nadaron hacia fuera de la casa, prestos para ir de inmediato a la costa de Kuivuuden maa. Pero Delph y Aren estaban allí, y al verlos, el joven tritón los detuvo.
—¿A dónde creen que van?
—Iremos de nuevo a Kuivuuden maa, Muntu puede ver las ilusiones y a los invisibles, así que descubrirá más rápido qué está pasando con los seres mágicos allá — explicó Solveig.
Delph miró a su hermanita y luego al niño, sin entender. Y lo lógico era que Aren estuviera más perdido, pero de hecho, pareció entender más rápido en qué dirección iba el asunto: —¿Muntu tiene poderes para hacer eso? ¿Ustedes como especie también tienen posibilidad de tener poderes como pasa con los humanos?
—¡Nop! Es un don, puedo verlos porque nací en el momento cuando salió la primera estrella de la noche —respondió el pequeño orgullosamente.
—¡Oh! Conozco esa historia, pero creí que no era cierta —exclamó el híbrido, y agregó más calmado: —Leí algunas leyendas en libros que Abel me prestaba, pero nunca supe diferenciar las historias reales.
Delph volvió la mirada hacia su novio, con la boca entreabierta en una sonrisa enamorada. —Tienes que contarme más de eso — murmuró.
Ese cambio de ambiente repentino incomodó a Solveig, y se aclaró la garganta con intención de romperlo: —En fin, ustedes pueden quedarse a hablar de historias, pero nosotros tenemos trabajo por hacer, ¿cierto, Muntu?
—¡Sí!, aunque yo también quiero escuchar eso... ¡Pero primero debemos ir a Kuivuuden maa! — respondió él.
—Esperen un momento, pequeños— los detuvo Delph nuevamente.
—¿Qué sucede? — preguntó la sirenita.
—No pueden sólo nadar hacia la costa, sin un plan o sin tener una idea precisa de lo que deben buscar — explicó el muchacho. —Necesitamos información y estrategia antes de enfrentar la situación.
—Pero, ¿y si perdemos tiempo valioso? — preguntó Solveig, preocupada.
—Es cierto que el tiempo es importante, pero no podemos arriesgarnos sin un plan adecuado. Y además ustedes dos aún no pueden viajar sin alguien mayor — respondió Aren.
Ella se cruzó de brazos: —¿Entonces qué hacemos? ¿Solamente esperar?
El híbrido estuvo a punto de decir que sí, pero se dio cuenta de que eso sería muy aburrido, y entonces sugirió: —Bueno, nosotros ya somos mayores, ¿qué tal si los acompañamos allá?
Solveig sacudió sus aletas, emocionada: —¡Es una gran idea! ¿A qué esperamos entonces?
—A mañana —respondió otra voz, que todos conocían muy bien, y se giraron hacia su portadora. Anémona estaba justo en la puerta de la casa, mirándolos con seriedad. Estando bajo el agua era difícil ver las lágrimas cuando alguien lloraba, pero el color rojo que quedaba en los ojos y la nariz seguían siendo rastros evidentes para deducirlo.
La sirena tenía un carácter fuerte, así que a pesar de que no tenía problema en mostrar sus emociones, era difícil hacerla llorar por furia y aún más por tristeza. Y en ese momento ya se había calmado, pero escuchar los planes de su impaciente pequeña la hizo salir de la habitación. Ari flotaba a poca distancia de su amada, atento a sostener su mano o ayudarla con cualquier cosa necesaria.
—Solveig, no pueden ni deben ir a Kuivuuden maa. Ni siquiera los hechiceros se han dado cuenta de la verdadera gravedad del asunto, no es algo que un par de niños pueda manejar — explicó ella.
Esas no eran palabras que alguien pudiera imaginar que vinieran de Anémona, y sobre todo Solveig, quien ya la había visto enfrentar sola peligros que otras sirenas e incluso criaturas de otras especies temerían. Si había algo que pudiera detener, aunque fuera temporalmente, a Anémona, Solveig no podía hacerle ni cosquillas a ese algo.
La sirenita bajó la cabeza y abrazó a su mamá. —¿Significa que no podemos hacer nada por ayudar a los seres mágicos en ese lugar?
—No de inmediato, al parecer —Anémona respiró hondo y acarició la cabecita de Solveig antes de guiarla adentro del barco hundido. Ari se encargó de hacer que Muntu, Delph y Aren también volvieran adentro.
El ánimo decaído de la sirena inquietó a la pequeña: —Mamá, ¿qué tan mal están las cosas para que te afecten así?
Ella tardó un momento en responder: —Te lo explicaré, pero quizá te aburra un poco —. Nadó hacia la habitación, y Solveig la siguió sin quejarse.
Anémona se sentó en la cama y jaló suavemente a la pequeña para que también lo hiciera. Entonces explicó: —Solveig, sabes que antes de conocer a tu papá, vivía en Toivonpaikka. Ahora es un lugar tranquilo gracias a Haakon, y espero que Vanja lo mantenga así, pero cuando yo tenía tu edad, los cuatro reinos estaban en guerra. Yo tenía que ocultar que era un ser mágico, más aún por estar en una familia de humanos, y los seres de los otros reinos a veces tenían que ir disfrazados al territorio de los humanos para conseguir diferentes cosas. Así que conozco bien no sólo cómo se ve, sino cómo se siente tener que esconder lo que eres. Cuando en la tarde nos acercamos a la población, aunque Delph y yo estuvimos en el agua todo el tiempo, vimos bastante gente, y una gran cantidad de ellos eran seres mágicos, que intentaban ocultar su identidad.
La sirenita se contuvo para no saltar de su asiento, ya que le indignaba que cualquier ser tuviera que esconderse, y sobre todo que tuvieran que fingir humanidad. Pero aún no podía ver claramente por qué alguien los cazaba y hacía ilusiones para confundir a quienes intentaban investigar al respecto. Sin embargo, Anémona sí tenía una idea de hacia dónde iba el asunto: —Si la persona que los está matando quiere quitarles su identidad y su magia, no se conformará con cazarlos uno por uno. Está todo fríamente calculado para que muy pronto, la mayoría de seres mágicos, intentando salvar sus vidas, voluntariamente busquen volverse humanos.
Solveig se estremeció, con miedo y asco a partes iguales, pero eso no le impidió intentar conectar puntos. Lo que el señor A. Brah había dicho en la reunión de los hechiceros y la acusación de Ahkona, apuntando al hechicero de Kuivuuden maa se volvían más realistas cada vez. —Mamá, ¿crees que sea posible que Dianthe quiera hacer eso? ¿Qué su fama y lo que dijo de recuperar la magia sean en realidad todo lo contrario?
—No, él realmente ama la magia. Hay otra persona detrás de esto, y está haciendo de todo por incriminarlo.
—¿Quizá la realeza? ¿o los pescadores como los del barco que hundimos?
—Puede ser...
El crujido de una madera interrumpió, haciendo que las dos voltearan hacia la puerta, donde se había apoyado Muntu, aunque se alejó rápidamente al notar el crujido, y se disculpó: —Perdón, sólo quería... escuchar.
Anémona movió su mano, indicando que no importaba eso. —Será mejor que durmamos un poco. Mañana veremos qué hacer.
Los dos niños asintieron, y luego de un par de minutos, Solveig se acomodó en la cama, abrazando a Muntu y ambos en brazos de Anémona. Al poco rato, también los mellizos entraron a la habitación y se acomodaron con ellos, y por último Ari. Delph y Aren sólo se asomaron a desear buenas noches, y se fueron a su habitación. Todos los demás se acomodaron en la cama, abrazados para dormir mejor.
El paso de la noche se sintió largo y pesado, aun contando las horas de sueño. Solveig creyó que ya había pasado al menos una semana cuando despertó gracias a la voz de su hermano mayor, así que no le puso mucha atención a sus palabras hasta que escuchó también a su mamá, que exclamó: —¡Estoy segura de que no es así! — La pequeña hechicera levantó la cabecita para mirar qué estaba pasando, pero el resto de la familia estaba fuera de la habitación, así que sólo escuchó cómo Anémona continuó: —Dudo mucho de que Dianthe haya sido quien mató a tantos seres mágicos. El motivo que les dio a los hechiceros es más simple que una hoja en blanco.
Delph respondió: —Yo también pienso que hay pez gato encerrado. Pero como nosotros no somos hechiceros, dudo que tomen en cuenta lo que pensemos.
Obviamente, Solveig se levantó para preguntar por el chisme completo. Al salir de la habitación, se dio cuenta de que Muntu ya no estaba allí, y que sólo ella faltaba por enterarse, ya que hasta Ina y Viggo estaban en el comedor. Pero Yngve sí estaba en la casa, flotando con un poco de seriedad en su cara.
La sirenita exigió saber: —¿Qué pasó? Díganme.
Su hermano fue quien contestó: —Ahkona, Osun e Yngve encontraron al hechicero de Kuivuuden maa y éste aceptó ser culpable de las muertes de todos los seres mágicos que vimos. Por lo tanto, lo llevarán ante el resto de hechiceros para decidir su sentencia. Muntu quería esperar a que despertaras para irse, pero sus papás ya se lo llevaron de todas formas.
—Ah... — suspiró Solveig. Justo cuando pensaba que las cosas se iban arreglando entre ambas familias, la evidencia decía lo opuesto. Pero bueno, primero lo primero: —Yo sí soy una hechicera, igual que el tío Google y el señor A. Brah, así que deben escucharnos, aunque no quieran.
Yngve sonrió: —Una rebelde, esas son las mejores.
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