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19

De vuelta en el barco hundido, Werner y Gretel notaron que el resultado del viaje había sido bastante estresante para Anémona, así que dejaron que Ari la acompañara un rato a solas, y ellos se encargaron de atender a los niños.

Solveig nunca había tenido mucha habilidad para empatizar con otras personas, pero sí percibía que su mamá no estaba muy bien en este momento. Además de que tenía la misma sensación de que algo no encajaba con los sucesos en Kuivuuden maa, así que después de cenar, mientras los mellizos se entretenían escuchando otra historia que Gretel cantaba para ellos y sus tíos y primos, la pequeña hechicera tomó a su amigo de la mano y llamó al Kraken por medio de la bola de cristal.

El tío Google respondió rápidamente a su llamada: —Hola pequeña. ¿Qué sucede?

Muntu se asomó detrás de Solveig y los dos respondieron el saludo: —¡Hola tío Google! Sucede que fuimos a Kuivuuden maa.

—¿Y no me invitaron?

—Es que estabas ocupado — contestó Solveig.

El cefalópodo rió y asintió: —Eso es cierto. Pero en fin, cuéntenme el motivo de su llamada, y ¿cómo es que los dos están en el mismo lugar?

Con un poco de exageración y a veces interrumpiéndose uno al otro, los dos pequeños narraron todo lo que sucedió en la tarde y que por ser ya conocido no es necesario repetir. El tío Google escuchó con atención, y aunque muchas cosas le sorprendieron, también comenzó a encontrar algunos puntos importantes.

—Hmmm... no creo que haya solamente un culpable. Solveig, mencionas que no te diste cuenta de que la energía de esos clones era extraña, pero no notaste que eran ilusiones hasta que Muntu lo dijo — apuntó el Kraken.

La sirenita asintió, mientras el pequeño tritón preguntó: —¿Tío Google, también ve las ilusiones con colores más brillantes de lo normal, verdad?

Esto desconcertó al hechicero. —No, sólo sé que son ilusiones porque siempre les faltan detalles que los seres verdaderos tienen. ¿Tú puedes verlos más brillantes?

Muntu asintió: —Mi mamá ya me había dicho lo mismo de los detalles que faltan, pero pensé que incluía el brillo.

—Ya veo. Creo que debo hacerte unas preguntas más tarde, me recuerdas a una leyenda que oí hace tiempo. En fin, volvamos a donde estábamos. ¿Qué era lo extraño de su energía? ¿Era mucha?

Esta vez los dos niños asintieron.

—Qué curioso. Muchos de los hechiceros que se quedaron en el Alcázar del Pandemónium se sintieron agotados después de la reunión, específicamente desde que Dianthe y Aramis se fueron.

—¿Sus energías se desgastaron? — inquirió Solveig, pensando que entonces tal vez era obra de varios de ellos.

Pero la respuesta del Kraken fue muy distinta: —Más bien, ahora tienen demasiada energía, pero se ven agotados, y se sienten como si lo estuvieran.

—¿Cómo que reaccionan igual que cuando están cansados de verdad? — exclamó la sirenita.

El niño se encogió de hombros: —Supongo que es como con las pociones que hacen que te sientas como cuando te enfermas si las tomas estando bien.

Solveig hizo un pucherito y agachó su cabeza, ocultando su rostro tras sus manos. Todavía había algo que se les estaba escapando y probablemente era lo más importante para resolver el misterio".

Un niño interrumpió en ese momento: —Yo sí creo que el culpable es Dianthe. Cuando apareció en el Alcázar del Pandemónium para hablar de Aramis, fue que todos los hechiceros empezaron a actuar extraño. ¿No sería una especie de distracción para tener la atención sobre su aprendiz y no sobre sí mismo?

—Pero eso no tiene mucho sentido, porque nadie había puesto atención a los hechiceros de Kuivuuden maa hasta ese momento. Yo creo que fue alguien más — contestó una niña un poquito mayor.

—Pero en ese caso, debería tratarse de alguien que pudiera controlar la mente de los hechiceros sin que se dieran cuenta tan fácil y a la vez también controlara la mente de los seres mágicos para que se mataran ellos mismos, y encima esas acciones deberían beneficiar a ese villano — agregó una segunda niña.

—Yo apuesto mi paleta a que el culpable es Aramis — proclamó otro niño.

—Y yo me perdí hace como cinco capítulos, pero me gusta ver los dibujos que hace el narrador — exclamó uno de los más pequeños, a lo que todos rieron antes de permitir que el narrador continuara con la historia.

"El tío Google también tenía su teoría, que era que en realidad se trataba de varias personas, las cuales probablemente querían perjudicar a Dianthe, sobre todo considerando lo que había declarado sobre Aramis y su parentesco con los primeros hechiceros de la historia.  

Esto tenía bastante sentido si tomaban en cuenta que la raíz más lejana del inicio del conflicto entre los humanos y seres mágicos que vivían en el continente surgió a consecuencia de que habían tomado fuerza algunas creencias, bastante peligrosa a juicio de la mayoría de hechiceros, surgidas de una corriente religiosa que convencía a los habitantes de los reinos que la adoptaron, de que la magia, en todas sus formas, debía desaparecer. Argumentaban que representaba un desafío a la autoridad y dominio del dios en quien creían, y que cualquier intento humano de acceder a poderes sobrenaturales iba en contra de la voluntad divina. Esto no solo era ilógico en un mundo donde la magia y muchas especies mágicas existieron desde antes que los humanos, sino que también resultaría en una peligrosa ignorancia al eliminar una parte fundamental del conocimiento de cada especie y reino.

Ante ese panorama y lo poco que habían descubierto, era evidente que la situación en Kuivuuden maa era mucho más compleja de lo que parecía. Solveig y Muntu se miraron el uno al otro, compartiendo la misma sensación de frustración. Había que desconfiar de muchos hechiceros, pero la pregunta era ¿cuáles?

En ese momento, el tío Google rompió el silencio y dijo: —En fin. Dejemos un momento este asunto. Muntu, volviendo a lo de las ilusiones, dime, ¿alguna vez has visto algo invisible?

—Si es invisible no se puede ver, ¿no?

—Sí, bueno... hagamos un experimento. Solveig, toma algún objeto y haz que se vuelva invisible — indicó el pulpo.

La sirenita miró hacia todos lados. Encontró que había cerca una caracola y sin perder tiempo, la agarró y escribió "invisible" sobre ella, con lo que la imagen de la caracola desapareció. Sin embargo, Muntu dijo: —No funcionó tu hechizo, la caracola sigue allí.

—¡Claro que sigue allí! Le puse "invisible", no "desaparece". Pero yo no la veo — respondió Solveig.

—Yo tampoco la veo — respondió el tío Google.

El niño se frotó los ojos y volvió a mirar. —¿Están seguros? Yo todavía la veo.

Solveig estaba por protestar, pero el Kraken habló primero: —Muntu, la hora cuando naciste, era el anochecer, ¿verdad?

—Sí, ¿Cómo sabe? — respondió él, sorprendido.

El cefalópodo explicó enseguida: —Como ustedes saben, hay varios seres mágicos que se pueden hacer invisibles, como las sílfides y los duendes; estas criaturas pueden verse entre sí aunque estén en modo invisible, pero todos los demás seres no los pueden ver. Sin embargo, hay una excepción: todos aquellos que nacieron justo cuando salía la primera estrella de la noche, pueden ver a los seres mágicos aun cuando sean invisibles. Y de la misma manera, también se les hace más fácil distinguir las ilusiones y a los seres fantasmales.

Los dos pequeños quedaron boquiabiertos de asombro. Más aún cuando el tío Google añadió: —Aunque hay muchas personas de todas las especies que nacieron al salir la primera estrella, los hechiceros actualmente somos tan pocos que Muntu es el único hechicero vivo con este don.

Solveig fue la primera en hablar: —Pero tío Google, ¿no habías mencionado que los humanos que tienen poderes no pueden hacer magia? ¿Con nosotros no aplica lo mismo?

—No, pequeña. No solamente porque no somos humanos, sino que un don y un poder son muy diferentes. Los poderes son heredados en una familia; en cambio los dones son pura casualidad.

Emocionado, Muntu exclamó: —Entonces, ¡puedo ayudar a que descubramos quién es el culpable! ¡Las ilusiones no me confunden, y puedo ver a los invisibles! 

El entusiasmo del pequeño tritón contagió a su amiga: —¡Es verdad! ¡Vayamos a investigar en la escena del crimen con nuestros propios ojos! Sobre todo los tuyos  que son más importantes.

El niño rió y asintió. El tío Google quiso protestar: —¡Un momento, pequeños! Primero deben...— pero ellos descuidadamente se despidieron de él y cortaron la llamada.

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