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Guardería

La reja no tenía seguro así que no les fue complicado entrar. Víctor fue al primer salón que vio a la derecha y empezó a disparar a diestra y siniestra. Unos segundos después de que los disparos empezaron, también los gritos lo hicieron. Cassandra se quedó parada, alejada de las balas que pudieran llegarle por accidente, o no.

Cuando el chico terminó fue al siguiente salón e hizo lo mismo. Al tercero Cassandra no pudo evitar intervenir. Entró justo a lado de Víctor para encontrarse con una sorpresa.
La maestra de ese grupo había hecho que los niños se tiraran al suelo mientras cantaban una canción infantil para que no se asustasen. Cuando la maestra vio al asesino dejó de cantar pero le pidió a los niños que no dejaran de hacerlo.

– Por favor, no nos hagas esto. –suplicó acostada desde el suelo.

– Víctor... –tocó su brazo para llamar su atención –. No lo hagas. Basta. –la miró unos segundos antes de extenderle una pequeña pistola que sacó de su pantalón.

–Hazlo tú –Cassandra se alejó de él sorprendida–. Mátala.

– No.

– Si lo haces dejaré a todos los niños vivir.

La chica miró a la maestra esperando que ella le suplicara que la matase para que los niños estuvieran a salvo; así sería más fácil dispararle. Pero eso no pasó, en cambio, la mujer suplicó por su vida.

– ¡Por favor, no! –aunque el hecho de que no decidiera dar su vida por unos 30 niños tal vez significaba que no merecía vivir– ¡Tengo dos hijos pequeños! –igual esa era una buena razón para no querer morir.

– Víctor, yo no...

– ¿Una vida vale más que cientos de niños? –preguntó en su oreja. Cassandra pensaba en todas las posibilidades que tenía.

1- Podía matar al chico que estaba parado a su lado, pero nunca había matado a nadie, además, aunque salvara a todos, la justicia y la policía la vería como una asesina e iría a la cárcel aunque fuera 1 año.

2- Podía matar a la mujer y salvar a todos esos niños. Pero no quería manchar sus manos de sangre. Además, no sentiría nada al ver morir a los niños. De igual manera, los niños serían testigos y dirían que ella fue quien mató a su profesora.

Cárcel era el lugar en donde terminaría hiciese lo que hiciese.

– Bien, si no te decides... –Víctor apuntó el arma hacia la mujer.

– ¡Espera! –Cassandra lo sujetó por la muñeca y miró a los niños que aún estaban acostados en el suelo pero ya no cantaban, sólo los veían y lloraban.– ¿Y si le disparo?

– Eso te estoy pidiendo que hagas. –Víctor rió y le extendió el arma de nuevo.

– No... Me pediste que la matara... –Cassandra no tomó el arma–. ¿Puedo dispararle solamente en la pierna? ¿Te irías satisfecho? –el chico lo pensó por unos segundos.

– Bien. –la chica tomó el arma lentamente y apuntó hacía la mujer.

– ¡Por favor, no! –suplicó llorando.

– Solo quiero que sepas que no deseo hacerlo, pero es la única manera –le dijo bajando el arma hasta apuntarla a su pierna, quería decirle que lo sentía, pero en realidad no era así–. Espero que los médicos lleguen antes de que te desangres. –jaló el gatillo.

El arma rebotó y jaló su mano hacia arriba y hacia atrás. La mujer gritó cuando la bala entró en ella. Víctor tomó la pistola y abrazó a Cassandra por la cintura.

– Esto es un gran paso –le susurró notablemente feliz. Ella no se movió–. Vámonos, que la policía está a punto de llegar. –la jaló de la mano mientras corría hacia el auto de nuevo.

Mientras iban en el coche, al menos, cinco patrullas pasaron a lado de ellos, pero ninguno volteó a ver al conductor, ni siquiera el auto, que era el mismo que se había utilizado en la masacre de la universidad.

***

Víctor recogía el cadáver del adolescente que aun se encontraba entre la sala y la cocina, mientras Cassandra veía las noticias en la televisión.

Una de las maestras reconoció al Asesino de la Escuela como el atacante –dijo una reportera con expresión triste frente a la guardería en la que horas antes Cassandra y Víctor habían estado–. Lo que no se sabe aún es quién era la chica que lo acompañaba, se sospecha que es Cassandra Nuñez, quien fue secuestrada el día de ayer por Víctor Ágata, El Asesino de la Escuela. ¿Podría Cassandra estar relacionada con esta masacre y la de su propia universidad? También se sabe que ella no era muy social y que tenía buenas calificaciones, al igual que Víctor...

Te dije que eres como yo. –dijo el chico atrás de ella recargado en el sofá. Cassandra lo ignoró.

Hay 29 muertos y 35 heridos de gravedad, lo extraño es que en uno de los salones solamente se le disparó a la maestra, pero no a los niños. –en ese momento apareció la grabación de dicha maestra en una camilla, inconsciente, siendo dirigida a una ambulancia a toda velocidad. –Tampoco se sabe la ubicación de Joel Ramirez, joven de 15 años que fue tomado de rehén hace unas horas cuando el Asesino de la Escuela asaltó una pequeña tienda. –la imagen cambió a la de una mujer.

Yo vi desde la ventana a aquel demente y a otra chica entrando y disparando en los salones –habló una testigo que, Cassandra supuso, era una maestra–. Solo pude llevar a mis niños a la esquina del salón y rezarle a Dios que no nos pasara nada. –se soltó a llorar y la quitaron de cámara.

– ¿Por qué siempre le ruegan a Dios? –preguntó molesto Víctor cargando al joven muerto sobre sus hombros–. No es como si eso fuera a detener una bala o que Dios me dijera "oye, dude, eso que haces no está chido, ya deja de matar, hijo mío". –soltó una carcajada.

– ¿Qué harías tú si una persona entrara a matar a todos y supieras que probablemente vas a morir? –preguntó Cassandra apagando el televisor.

–Lo mismo que hiciste tú. –salió de la casa. La chica lo siguió.

– Deja de decir que tú y yo somos iguales, ¿sí? –se detuvo en la puerta con los bazos cruzados. El joven metió al muerto en la cajuela y la cerró. Cassandra miró a sus lados. Eran las 4:00 pm pero nadie parecía notar que estaban metiendo un cadáver a un carro.

– ¿Crees en Dios? –preguntó el chico antes de rodear el auto para subirse en el asiento del conductor– ¿Rezaste para mantenerte con vida?

– No. Como dices, él no podría detener una bala o hacerte cambiar de opinión.

– Tú me hiciste cambiar de opinión. –le sonrió.

– ¿Me estás llamando Dios? –preguntó ella levantando una ceja.

El chico rió sin contestarle y entró al auto. Cassandra se quedó viendo como éste se alejaba para encontrar un lugar dónde esconder el cadáver.

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